Trastornos de la conducta

En nuestro país, un poco más del 40% de la población corresponde a menores de 18 años de edad; y de ellos, se ha demostrado que la mitad de la población observada tiene alteraciones de salud mental, y de forma asociada se demuestra retraso en su atención. Lamentablemente los padres de familia son incapaces de reconocer las necesidades potenciales de atención para sus hijos, en etapa temprana. Las alteraciones iniciadas en la infancia se ven influidas y complicadas en su evolución futura por el ambiente social, en donde se hace habitual la participación de conductas delictivas, violencia verbal o física, y comportamientos antisociales entre otros, que generan trastornos de ansiedad de inicio temprano, y suelen preceder al consumo, abuso y dependencia de sustancias tóxicas, para establecer una conducta mayor patológica.
Lo anterior pone en relieve la necesidad de identificar cuanto antes los problemas que pueden conducir a trastornos mentales más severos. 
La expresión de trastornos de conducta en adolescentes, corresponde a trastornos mentales caracterizados por problemas de comportamiento, en individuos antes de los 18 años que se hayan caracterizado por presentar por lo menos, tres de los siguientes criterios:  
Robar sin atacar a una víctima directamente. Incluye robo con violencia en una casa. Ausentarse sin aviso de la casa, por lo menos toda la noche en más de una oportunidad, mientras se vive con los padres o sus equivalentes. Incluye irse de la casa paterna para nunca regresar.
Mentir a menudo, excluyendo el tener que hacerlo para evitar el maltrato físico o el abuso sexual.
Provocar incendios en forma deliberada.
Faltar a clase.
Entrar sin autorización en otra casa, o en el automóvil de otra persona.
Destruir en forma deliberada la propiedad ajena.
Ser cruel físicamente con los animales.
Haber forzado a alguien a tener actividad sexual.
Haber utilizado armas de cualquier tipo en peleas en más de una oportunidad.
Ser el que a menudo inicia las peleas y provoca riñas.
Haber robado, dañando a su víctima directamente (atraco, extorsión, robo a mano armada).
Ser cruel físicamente con la gente.
En relación a las causas de estos trastornos, son multifactoriales; y dentro de ellas, deben mencionarse a los niños temperamentalmente difíciles o irritables (enojones); con trastornos de déficit de atención (hiperactivos)  y/o con dificultades en el aprendizaje, sobre todo en el tipo de inicio infantil. En el tipo de inicio adolescente, luego de los 10 años, aparecen las conductas llamadas antisociales frente al estrés psicosocial, así como el consumo de sustancias, entre otras.
La crisis adolescente conmociona todo el estado emocional, en una reestructuración que toca la identidad en sí misma, la identidad sexual, los roles en la familia y los roles sociales, la vocación, los ideales, lo que exige un trabajo de elaboración psíquica por momentos penoso,  y angustiante.
El adolescente toma esas conductas en lo que se transita el camino de la dependencia a la autonomía, en el que pueden hallarse obstáculos, tanto en el/la adolescente, su familia, y/ o su entorno.
El trastorno de la conducta puede ser indicador de un trastorno mental y de ahí la importancia de plantearse en cada caso la necesidad de consultar con los especialistas del área de la salud mental.
Deberá investigarse la existencia de depresión, trastorno bipolar, psicosis, psicopatía y otras.
La depresión en el niño y adolescente se presenta, muchas veces, sin toda la sintomatología típica del adulto; puede enmascararse en actos, así como en quejas somáticas o con mal humor e irritabilidad. La depresión en los niños está casi siempre conectada con el cambio o pérdida de la persona responsable de su cuidado, o cuando quien les cuida no es capaz de responder a sus necesidades. Se muestra cuando el niño no siente deseos de llamar la atención, presenta una comunicación pobre, se aburre y cansa fácilmente, elige finales tristes en cuentos y expresiones, o tiene comportamiento agresivo, como significativos entre una gran variedad de expresiones.
En el adolescente la depresión puede ser común en relación al proceso normal de la maduración, la influencia de hormonas sexuales y los conflictos de independencia con los padres, pero también pueden ser secundarios a un suceso perturbador como la perdida de una relación con personas y el fracaso escolar. Se expresa con dificultad a la concentración, toma de decisiones, perdida de interés, problemas de sueño, y lenguaje relacionado con la muerte.
El trastorno bipolar, que se expresa como problema de conducta, con cambios fluctuantes de humor muy severos. Durante la fase maniaca son capaces de estar demasiado alegres, alta autoestima (se sienten súper héroes), energía desmedida, exceso de lenguaje, y comportamientos arriesgados (velocidad, tóxicos, sexo). En la fase depresiva establecen llanto frecuente, poca autoestima, pensamientos suicidas, fatiga, aburrimiento. El trastorno bipolar no es lo mismo que los altibajos normales que experimentan todos los niños en su infancia. Los síntomas bipolares son más potentes. La enfermedad puede hacer que a un niño le resulte difícil desempeñarse bien en la escuela o llevarse bien con sus amigos y familiares.
El trastorno de conducta como inicio de una psicosis es poco frecuente, además tiene la característica de que la conducta adquiere presentaciones muy confusas. El niño psicótico se comporta permanentemente de forma “estrafalaria” y desconcertante, pudiendo describirse aislamientos físicos rechazando todo tipo de contacto, conductas ritualistas como la rutina especial al dormir que no puede ser modificada, ideas delirantes de persecución o de alucinaciones difíciles de comprobar, alteraciones importantes del sueño.
En la psicopatía, el paciente agrede el entorno en busca de un beneficio propio, en un contexto de sadismo y desconsideración absoluta por el otro. El psicopático es absolutamente incapaz de ponerse en el lugar de los demás, por lo cual no experimenta sentimientos de culpa.
Para explicar los motivos que lo generan existen múltiples causas que siempre deberán rastrearse en la historia personal del adolescente, su familia y/o su contexto. Uno de los motivos que subyace a los denominados trastornos de conducta es la baja tolerancia a la frustración, que siente como injusta, como castigo y no como parte de las limitaciones que implica el vivir en sociedad.
Otro de los motivos es la omnipotencia, que puede llegar incluso hasta el desafío a la muerte. Es un forzamiento de los límites que busca borrar la idea de que somos seres finitos, mortales. Conducir a altas velocidades transgrediendo las normas de tránsito es uno de los ejemplos de esto.
Por su parte, en el robo hay un intento por apropiarse de algo valioso que inconscientemente representa “algo más”, de gran valor afectivo. Así el dinero simboliza el poder de los padres y de los adultos en general, que el adolescente siente le es negado por mezquindad o avaricia.
Es necesario tener en cuenta que pueden haber existido privaciones afectivas de relevancia en la infancia de estos jóvenes, por lo que un cuestionamiento sólo consigue reavivar esta carencia.
Muchas veces la mentira es un síntoma que expresa la profunda convicción de que no se es entendido. Si dijese la verdad quedaría indefenso y jamás lograría lo deseado o necesitado. A veces es un intento de escapar a la “invasión” paterna. Tener algo secreto, algo propio, algo “íntimo” puede enfocarse a través de la mentira y el ocultamiento.
La forma de actuar ante estas alteraciones de la conducta, dependerá, en primer lugar, de la gravedad de los mismos y, en segundo lugar, de las características específicas del adolescente, su personalidad, el contexto familiar y social en que se encuentre, pero siempre se deberán mantener dos principios fundamentales: comprensión y firmeza.
Comprensión, que no implica alianza ni justificación, ni minimización del hecho, sino disposición a escuchar con empatía. Firmeza, para manifestar la valoración de lo sucedido; la condena al hecho, no al adolescente. La confrontación de valores y la apertura mental para comprenderlo, deberán integrarse de manera equilibrada en la respuesta.

Presumiendo este trastorno en un niño o adolescente, se sugiere la consulta con el especialista en salud mental, de preferencia en la etapa más temprana que pueda llegar a considerarse presente o aún incluso ante la duda de la calidad de comportamiento infantil o del adolescente. Quizás no esté de más decir que el éxito de las intervenciones depende siempre de la calidad de la relación médico-paciente que se haya logrado entablar.

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