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Pesadillas

Estas alteraciones del sueño, son definidas como: repetidos despertares con el recuerdo reciente de experimentar sensaciones aterradoras, con amenaza a la supervivencia, la integridad física o la estabilidad emocional.
Son eventos aterradores para un niño y pueden ser preocupantes para la familia; sin embargo, son transitorios y normales para la mayoría de los niños. No se tiene certeza del momento preciso de cuando inician los sueños los niños, pero desde el momento que pueden comunicarse en forma elemental, es posible que puedan describirnos sus sueños como experiencias agradables en la mayoría de las ocasiones, pero en otras pueden referir evocaciones donde pudieron sentir miedo.
Se presentan con mayor frecuencia durante las edades de la etapa preescolar (3-6 años), en frecuencia hasta del 50%, que es la época en la que su fantasía es abundante y en forma más habitual, pueden tener miedo a la oscuridad. Son experiencias tan comunes, que se establece que tres cuartas partes de los niños las han padecido en alguna ocasión, y la tercera parte de los adultos con pesadillas recurrentes, iniciaron desde la infancia. La incidencia disminuye a partir de los 10 a 12 años, debido probablemente a la maduración progresiva del sistema nervioso y disminución en la ansiedad de separación.
Para ser considerado como una auténtica pesadilla, se deben reunir criterios bien definidos, que establecen: periodos recurrentes de sueños que incluyen emociones intensas, desagradables o molestas, extremadamente recordadas y que generalmente implican, esfuerzos para evitar amenazas a la supervivencia, la seguridad emocional o a la integridad física. Al despertar de estos sueños desagradables, el niño toma una actitud alerta y orientada. Puede perjudicar en su desempeño emocional, social o académico. No son debidos al efecto de algún medicamento o sustancia que las condicione; y tampoco, pueden atribuirse a algún trastorno mental o enfermedad específica.
Por el tiempo que tengan de duración, las pesadillas pueden ser catalogadas como aguda cuando tienen menos de un mes de iniciarse, subagudas si tienen entre uno a seis meses y persistentes las que tienen más de seis meses. La severidad se relaciona con su frecuencia semanal: leve una sola vez por semana, moderada varias veces a la semana y severa la que se presenta durante todas las noches.
El sueño durante su desarrollo se divide en dos estadios diferentes: fase de (MOR)  movimientos oculares rápidos (REM en inglés) y fase No MOR. Durante la fase MOR los ojos se mueven debajo de los párpados en forma rápida, porque en esta fase del sueño, el cerebro se encuentra muy activo, revisando las experiencias, información nueva aprendida y los recuerdos. Las imágenes procesadas por el cerebro en este momento, son tan vívidas que suelen ser muy reales al igual que sus experiencias que provocan. Las pesadillas se producen en esta fase, en especial en la segunda mitad del sueño cuando el periodo MOR es más largo. Cuando los niños despiertan por una pesadilla, el recuerdo es importante y se refieren hasta detalles, porque las imágenes evocadas son recientes y parecen reales. Estos datos son de utilidad para poder diferenciar de otro trastorno del sueño, que son los terrores nocturnos, que por presentarse en una fase No MOR, condiciona que el niño no pueda referir imágenes o evocaciones específicas, expresando solo pánico extremo con confusión. Los niños de terrores nocturnos son difíciles de despertar y consolar.
El contenido de las pesadillas está relacionado con la edad. Las criaturas imaginarias son más habituales en niños de 7 a 9 años de edad, mientas que la posibilidad de la separación o pérdida de los padres suele ser más común de los 10 a 12 años. Durante las pesadillas se pueden presentar emisión de sonidos, palabras o vocalizaciones, pero los datos de movimiento, temblores, agitación y sudoración son mínimos. El movimiento es poco común, debido a la disminución del tono muscular que tiene por su fase de sueño (MOR). Las pesadillas no se relacionan con hallazgos físicos establecidos, pero por la intensidad de la experiencia suelen notarse con incrementos en su forma de respirar, su frecuencia cardiaca y la sudoración, pueden ser transitorios al momento de despertar.
En su causa nadie sabe exactamente qué las provocan, ya que los sueños y pesadillas al parecer, corresponden a condiciones en los que los niños procesan los pensamientos y sentimientos, de las situaciones a las que se enfrentan de forma diaria; o cambios emocionales que enfrentan y elaboran, ante algo que les inquieta o les preocupan (escuela nueva, mudanza, hermano nuevo, etc.). Así en forma global los factores del desarrollo, genéticos, psicológicos y orgánicos pueden contribuir a su presencia, pero se ha demostrado en forma particular, que la ansiedad de un niño, se relaciona con la gravedad y frecuencia de las pesadillas. Los conflictos emocionales diurnos y el estrés emocional, a menudo contaminan el sueño y predisponen al niño a las pesadillas.
Cuando se revisan alteraciones orgánicas asociadas con las pesadillas, se refiere que son comunes en niños con retraso mental, depresión y enfermedades del sistema nervioso, pero de mayor frecuencia los asociados con los cuadros de fiebre. La abstinencia de los medicamentos que suprimen el sueño MOR, puede provocar un efecto de rebote MOR acompañados de pesadillas. También pueden ser el resultado de un evento traumático grave y pueden indicar un trastorno por estrés postraumático, como catástrofe natural, un accidente o algún tipo de lesión. Para los que tienen mucha imaginación, los que ven películas o juegan videojuegos pueden tener miedo antes de dormir y luego pesadillas.
Cuando se identifique a un niño con estas alteraciones, es importante acudir a la valoración médica y psicológica a fin de descartar otras alteraciones orgánicas y/o emocionales como alteraciones postraumáticas, trastornos de ansiedad y los terrores nocturnos. Como estudio adicional a su revisión si el caso lo requiere, puede realizarse un registro de actividad cerebral asociado a la filmación corporal, durante su sueño para identificar los diferentes periodos del sueño y sus posibles alteraciones.
Para su tratamiento se emplean conductas conservadoras y de efecto tranquilizador, procurando identificar en especial si existen condiciones durante el día que generen ansiedad en el niño, para resolver a la brevedad posible, en colaboración con psicología.
La asistencia a evaluación con psicología, puede recomendarse cuando los episodios de pesadillas se presentan con una recurrencia al menos de dos veces por semana, sobre un periodo de más de un mes o cuando la pesadilla sea considerada como severa.
Los padres no pueden impedir la presencia de las pesadillas, pero pueden colaborar para mantenerlos sin ansiedad y ayudar a que descansen bien por las noches, para tener sueños seguros y agradables, recomendando algunos detalles, como: formar el hábito de dormir y levantarse en un horario regular. Evitar antes de dormir las películas, video juegos, cuentos, libros o revistas que generen miedo. Establecer una rutina particular cuando llega la hora de irse a la cama, que les ayude a estar más tranquilos y sentirse seguros al momento de quedar dormidos: puede incluir juegos sin tensión, hablar sobre cosas agradables que pasaron durante el día, compañía con un peluche, lámparas o música tranquila. Comentarle que las pesadillas no son reales, no les pueden causar daño y que ellos durante esos sueños, pueden modificar sus limitaciones para poder vencer al ser o condición causante del miedo, que dibuje lo que le causa terror y con una goma que lo borre, para que proyecte esa misma experiencia en su sueño y otras más.

Es importante que ante las dificultades y temores que su hijo manifieste, los padres le  proporcionen el tiempo suficiente para escucharlo con interés, sugerir alternativas de solución para resolver el problema. De esta forma, puede iniciar la confianza, seguridad y comunicación apropiada, que le dará oportunidad de saberse escuchado; y bajo una buena orientación, obtener resultados para desarrollar su autoestima…