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Sueño en los niños

En la medida que el niño va teniendo mayor edad, su desarrollo cerebral le permite regular de forma especial el tiempo de sueño, y generalmente después del cuarto mes de vida, tiene la capacidad de mantenerse despierto por un mayor tiempo durante el día y a dormir de forma más regular en las noches.
De una duración inicial en etapa de recién nacido de 16 a 18 horas de sueño por día, en el cuarto mes dura de 14 a 16 horas, a los tres años es de doce horas y al comenzar la adolescencia es de 9 a 10 horas.
Por la evolución de los  mecanismos que controlan el sueño y la vigilia, durante los primeros meses de vida, se establecen la presencia regular de las siestas matutinas y vespertinas, que disminuyen en número y duración a medida que la edad avanza: algo más de 3 horas de sueño en 2 o 3 siestas a los seis meses de edad, y unas 2 ó 3 horas en  única siesta vespertina a los 2 ó 3 años. A partir de los 4 a 5 años de edad, casi la mitad de los niños han suspendido naturalmente sus siestas, muy frecuentemente influido por las actividades que los padres establecen de formas variadas. Se hace la referencia particular que la interrupción deliberada del sueño en las siestas de los niños de 2 a 3 años de edad, no se recupera por las noches.
Entre los seis y doce años de edad, el ritmo del sueño adquiere gradualmente las características propias del adulto; y asociado a esto,  se deberá de considerar que desaparece toda somnolencia diurna cuando duermen bien por las noches, haciendo a las siestas: inútiles, y quienes las manifiestan revelan que existe una alteración del sueño o enfermedad que lo modifique de forma asociada.
Durante el primer año de vida, los niños pueden aprender diversas actividades o desarrollar diferentes funciones corporales, pero la que puede ser difícil de desarrollar en especial en forma inicial, es el sueño. Este aprendizaje siempre estará relacionado con factores que pueden ser físicos del ambiente como: la noche y el día, frío y calor, ruido y silencio para establecer los ritmos de sueño. Por otra parte influye la actitud de las personas que con su comportamiento, puede inducir a la respuesta emocional del niño para establecer su ritmo de sueño. Se puede recurrir a una serie de actos afectivos que deberán ser muy similares en todas las ocasiones, para condicionar la respuesta del sueño en forma secundaria sin alteraciones. Así es posible admitir el empleo de caricias, música suave, estar cerca de su cuna o sentarse cerca de su cama, leer cuentos con tonos de voz suave o arrullos. Siempre acostando al niño cuando manifieste sensación de sueño y no condicionar a dormirlo en los brazos para pasarlo a la cuna o cama, porque se acostumbrará a esa rutina.
El hecho de variar estímulos en cada ocasión que se desee dormirlo, genera en los niños una comunicación deficiente de información, que hace que no adquieran un hábito formal y no se consiga el objetivo deseado.
Durante el sueño, en alguno de sus componentes en particular, se libera hormona de crecimiento que estimula al desarrollo físico y funcional de todos los órganos, para dar lugar a su crecimiento estructural y la capacidad de poder ir adquiriendo mayor complejidad de funciones, además de permitir la reparación o sustitución de estructuras celulares dañadas. Por esta consideración es posible señalar que los niños que no duermen de forma adecuada en especial en su adolescencia, no tendrán un desarrollo de estatura de forma adecuada; y por otra parte, relacionado con la creencia popular que posterior a la convalecencia de un niño es posible que se note incremento a su estatura, se justifica por una mayor liberación de la hormona de crecimiento, ante la necesidad de reparar tejidos dañados y de forma secundaria se explica un aumento de su talla.
Esta hormona de crecimiento, se sigue liberando durante toda la vida de las personas, pero en la medida que se avanza en la vida, se tiene mayor desproporción de daño celular con efecto reparador y menor de estimulación de crecimiento.
Hay diferentes alteraciones que pueden estar presentes en los sueños de los niños a diferentes edades, y por el momento solo describiremos sus características generales a fin de poder dar información sobre la necesidad posible de requerir valoración médica o bien de ser de tipo transitorios o relativamente “normales”.
Insomnio. Es una incapacidad para poder dormir a pesar del deseo de los padres o del mismo niño. En etapa de lactante, deberá de descartar alteraciones digestivas que causen malestar e inquietud abdominal, como sobrealimentación, enfermedad por reflujo o intolerancia a proteínas de la leche. Fuera de esas alteraciones, se deberá de establecer un hábito formal y constante (ritual) para condicionar el sueño, y no tener variedad de estímulos que hagan más prolongado el momento de inducir el sueño a los niños. El llanto incesante es el arma que tienen que enfrentar los padres, y si no sucumben a la ansiedad que genera, se podrá ganar la batalla en tres a cinco noches. Si no hay resultado adecuado en este límite, es conveniente solicitar una valoración médica.
Narcolepsia. Es una propensión a dormirse durante el día, manifestando esfuerzo el niño por mantenerse despierto y requiere de valoración y vigilancia en su evolución.
Parálisis del sueño y alucinaciones. Son eventos transitorios entre la vigilia y el sueño (o en forma inversa). En la primera existe una incapacidad total de moverse asociado con sensación de angustia, y las alucinaciones generalmente son terroríficas y amenazantes.
Apneas obstructivas. Es una falta de movimientos respiratorios precedidos muy frecuentemente por ronquidos y sueño profundo, que generalmente son debidos a crecimiento de adenoides y requiere de valoración médica para su tratamiento.
Hipersomnia recurrente. Periodos donde generalmente el adolescente duerme día y noche con intervalos menores en que se despierta para satisfacer necesidades biológicas, y en cada despertar suelen estar de mal humor y pueden volver a dormirse.
Ritmos motores. Movimientos rítmicos de extremidades o de la cabeza que suelen desaparecer al  momento de estimularse de forma sutil como tomar la extremidad o mover sus sábanas. Pueden confundirse con convulsiones. Son de aparición transitoria.
Somniloquia. Hablar durante el sueño, puede ser de origen familiar y está relacionado con situaciones emocionales, con carácter benigno.
Sonambulismo. Son actos de movimiento que incluyen el clásico caminar dormido.  Generalmente lo presentan en el primer tercio de la noche los niños entre cuatro a ocho años de edad, con antecedente similar en sus padres, puede desaparecer con el tiempo.
Terror nocturno. Aparece entre los dos y cuatro años de edad, con expresión de un episodio brusco, súbito y muy detallado de eventos que generan miedo al niño y lo hacen despertar llorando. Suelen requerir de preferencia valoración psicológica.
Despertar confusional. Es un despertar incompleto que aparece en particular en el primer tercio de la noche en niños de cinco años. El niño al despertar aparente se encuentra confundido, puede tornarse violento y suele dormir nuevamente. Debe ser valorado para descartar alteraciones emocionales o trastornos compatibles con epilepsia.
Pesadillas. Alteraciones de sueño que se presentan en el último tercio de la noche y puede estar relacionado con angustias, vivencias o alteraciones emocionales, al ser recurrentes y frecuentes ameritan valoración del comportamiento social y familiar.
Bruxismo. Rechinado de dientes durante la noche, puede ser por condiciones anatómicas o factores emocionales. Si es persistente requiere de valoración.

Enuresis. Emisión nocturna de orina, requiere de valoración por diferentes especialistas como urólogo, psicólogo y pediatra.