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Trastorno afectivo estacional

Es una alteración en el comportamiento de la persona con tendencia a la depresión, que suele estar relacionado con las estaciones del año, y de forma más específica con los cambios en la cantidad de luz solar que se recibe en cada una de ellas. La más común se relaciona con el inicio del invierno, con desaparición durante el verano, cuando los días son más largos. Otra forma menos común, se inicia en el verano y termina con el invierno.
No es una condición tan inusual ya que alrededor de seis personas por cada 100 (6%), llegan a padecerlo. Aunque puede presentarse durante la niñez y al inicio de la adolescencia, es más común en los adolescentes mayores y al inicio de la etapa adulta. Al igual que en otras formas de depresión, las mujeres tienen una probabilidad cuatro veces mayor que los hombres de manifestarla, lo mismo que las personas con parientes que han experimentado depresión.
Además de este factor estacional, participan también: la biología, la química cerebral, los antecedentes familiares, el medio ambiente y las experiencias de vida individuales, para condicionar que ciertas personas tengan más propensión a desarrollar el TAE y otras formas de depresión.
La preponderancia del padecimiento varía de una región a otra, y es mucho más abundante entre las personas que viven en latitudes mayores, lo que sugiere que cuanto más lejos de la línea ecuatorial vive una persona, más probable es que desarrolle esta alteración. Si hay opción para viajar a zonas de menor latitud durante el invierno con mayor cantidad de luz natural, sus síntomas depresivos mejoran.  
Ante la condición especial, que no todas las personas (o la mayoría) de los que viven en la misma condición estacional y familiar desarrollan esta alteración, es de suponerse que existe una condición especial de sensibilidad, a efectos químicos en las sustancias relacionadas con el estado de ánimo en su cerebro, dependiente de la estimulación con la exposición a la luz.
La forma de expresarse tiene variantes, que pueden incluir desde manifestaciones leves, moderadas o graves, de acuerdo a las limitaciones que establecen en la dinámica natural del niño o adolescente, para poder participar en sus actividades cotidianas, relaciones sociales y emocionales.
Los síntomas con los que se manifiesta, pueden incluir a los siguientes:
Cambios en el estado de ánimo: con manifestaciones de tristeza, aislamiento, sensación de desesperación, angustia, disminución de la autoestima, autocrítica de predominio depresiva, sentimientos de culpabilidad, insatisfacción por lo conseguido hasta el momento, dudas sobre expectativas de vida, temor a las pérdidas y reflexión depresiva.
Cambios en el patrón de sueño: se les interrumpe el sueño y no pueden conciliarlo,  dificultades para poder iniciar el sueño; o al contrario, tendencia a mantenerse dormido por mucho tiempo.
Modificaciones en los hábitos de alimentación: que puede generar en forma más común incremento de apetito y de peso en forma secundaria; o en otras ocasiones, poco interés a los alimentos.
Dificultades para poder concentrarse: no pueden realizar tareas encomendadas en el tiempo establecido, tienen poca iniciativa para desarrollarlas, las realizan con aspecto de cansancio o con aburrimiento, falta de motivación espontanea con posible disminución en su rendimiento escolar. Se notan con poca energía o se cansan de forma rápida.
Disminución de las actividades sociales: ya no participan de sus juegos habituales, o les encuentran menor  interés al previo, conviven menos con sus amigos habituales, participan menos de actividades o reuniones familiares.
Todas esas condiciones, afectan a la autoestima y los hacen sentirse frustrados, aislados y solitarios, condicionando cambios de comportamiento, estado de ánimo y disminución de la motivación.
Este cuadro tiene como alteración primaria en teoría, modificaciones en sustancias relacionadas con la interacción de los ciclos del sueño y el estado de alerta. En especial, con la melatonina y serotonina. La primera se produce durante la fase de sueño, en los momentos de mayor oscuridad, o cuando los días son más cortos. Su aumento puede condicionar letargo y somnolencia. La serotonina por su parte, se incrementa con la exposición a la luz solar y sus niveles bajos se asocian con la depresión, de forma que al aumentarla, se disminuye la depresión. De esta forma, los días más cortos y las horas de oscuridad más largos en otoño e invierno aumentan la melatonina y disminuyen los de serotonina causando las condiciones biológicas de la depresión.
La presencia de estas alteraciones en el comportamiento, se deben considerar por el médico que revisa al paciente a fin de poder descartar enfermedades de origen orgánico o infeccioso que puedan ser compatibles. Entre ellas se deberán descartar alteraciones hormonales como hipotiroidismo, trastornos en la concentración de azúcar, alteración de esteroides, infecciones como la enfermedad del beso o problemas de la presión arterial.
Una vez que se cuenten con datos para considerar este cuadro, de preferencia se requiere la participación de la familia, paidopsiquiatra (psiquiatría infantil), psicólogo y profesores, para poder ayudar a los pacientes a superar su enfermedad.
Como alternativas en su manejo, se debe aclarar a los padres que el rendimiento físico e intelectual del afectado, se debe en primer lugar a una alteración particular y no es debido a alguna actitud intencionada del muchacho(a). Se les pedirá a ellos que en su comunicación con los hijos le ofrezcan apoyo y no se le juzgue durante su conducta. Se  deberá motivar a los padres a participar compartiendo momentos de calidad más que de cantidad con los hijos, ofreciendo compañía y atención, que proporciona en forma adicional: contacto personal y sentido de conexión. Se les deberá pedir que tengan la paciencia suficiente para poder esperar los resultados. Es muy probable que en inicio el hijo no responda con alegría evidente, a los esfuerzos que los padres realizan por ayudar. Durante la etapa de afección, es necesario ayudar a cumplir sus deberes que tenga a nivel escolar, familiar o social, para no generar mayor frustración. Puede ser necesario, que mediante una constancia médica de por medio, hable también con sus autoridades escolares, para explicar el comportamiento y solicitar el apoyo necesario a motivar su desempeño, hasta que mejore con el tratamiento. Debe alentarlo a comer en forma adecuada cuidando de los extremos, proporcione la dieta que el médico o nutriólogo pueda orientar sobre sustancias relacionadas con su relativa deficiencia. Establezca una rutina de sueño en forma conveniente a fin de recuperar la salud funcional cerebral, con técnicas de iluminación que su médico puede llegar a sugerir para modificar su comportamiento; y en especial, tome la situación particular con la mayor seriedad, ya que en ocasiones, por menospreciar las manifestaciones o considerarlas transitorias, puede influir a que el estado mental de su hijo se prolongue  o se incluya en un círculo vicioso, que lo lleve a otro tipo de alternativas de solución como puede ser aislamiento, consumo de tóxicos o conductas suicidas.
Esta alteración puede ser modificada con los cambios estacionales o influencias luminosas artificiales, generando mejoría al cambiar la estación del año; con el inconveniente, que en la próxima estación que se repite, pueden volver a aparecer las manifestaciones similares, hasta que las condiciones biológicas del adolescente se modifiquen en forma adecuada. Esta alteración puede permitir también un acercamiento apropiado en el desarrollo de su hijo, y habrá que aprovechar en forma adecuada.s una alteración en el comportamiento de la persona con tendencia a la depresión, que suele estar relacionado con las estaciones del año, y de forma más específica con los cambios en la cantidad de luz solar que se recibe en cada una de ellas. La más común se relaciona con el inicio del invierno, con desaparición durante el verano, cuando los días son más largos. Otra forma menos común, se inicia en el verano y termina con el invierno.
No es una condición tan inusual ya que alrededor de seis personas por cada 100 (6%), llegan a padecerlo. Aunque puede presentarse durante la niñez y al inicio de la adolescencia, es más común en los adolescentes mayores y al inicio de la etapa adulta. Al igual que en otras formas de depresión, las mujeres tienen una probabilidad cuatro veces mayor que los hombres de manifestarla, lo mismo que las personas con parientes que han experimentado depresión.
Además de este factor estacional, participan también: la biología, la química cerebral, los antecedentes familiares, el medio ambiente y las experiencias de vida individuales, para condicionar que ciertas personas tengan más propensión a desarrollar el TAE y otras formas de depresión.
La preponderancia del padecimiento varía de una región a otra, y es mucho más abundante entre las personas que viven en latitudes mayores, lo que sugiere que cuanto más lejos de la línea ecuatorial vive una persona, más probable es que desarrolle esta alteración. Si hay opción para viajar a zonas de menor latitud durante el invierno con mayor cantidad de luz natural, sus síntomas depresivos mejoran.  
Ante la condición especial, que no todas las personas (o la mayoría) de los que viven en la misma condición estacional y familiar desarrollan esta alteración, es de suponerse que existe una condición especial de sensibilidad, a efectos químicos en las sustancias relacionadas con el estado de ánimo en su cerebro, dependiente de la estimulación con la exposición a la luz.
La forma de expresarse tiene variantes, que pueden incluir desde manifestaciones leves, moderadas o graves, de acuerdo a las limitaciones que establecen en la dinámica natural del niño o adolescente, para poder participar en sus actividades cotidianas, relaciones sociales y emocionales.
Los síntomas con los que se manifiesta, pueden incluir a los siguientes:
Cambios en el estado de ánimo: con manifestaciones de tristeza, aislamiento, sensación de desesperación, angustia, disminución de la autoestima, autocrítica de predominio depresiva, sentimientos de culpabilidad, insatisfacción por lo conseguido hasta el momento, dudas sobre expectativas de vida, temor a las pérdidas y reflexión depresiva.
Cambios en el patrón de sueño: se les interrumpe el sueño y no pueden conciliarlo,  dificultades para poder iniciar el sueño; o al contrario, tendencia a mantenerse dormido por mucho tiempo.
Modificaciones en los hábitos de alimentación: que puede generar en forma más común incremento de apetito y de peso en forma secundaria; o en otras ocasiones, poco interés a los alimentos.
Dificultades para poder concentrarse: no pueden realizar tareas encomendadas en el tiempo establecido, tienen poca iniciativa para desarrollarlas, las realizan con aspecto de cansancio o con aburrimiento, falta de motivación espontanea con posible disminución en su rendimiento escolar. Se notan con poca energía o se cansan de forma rápida.
Disminución de las actividades sociales: ya no participan de sus juegos habituales, o les encuentran menor  interés al previo, conviven menos con sus amigos habituales, participan menos de actividades o reuniones familiares.
Todas esas condiciones, afectan a la autoestima y los hacen sentirse frustrados, aislados y solitarios, condicionando cambios de comportamiento, estado de ánimo y disminución de la motivación.
Este cuadro tiene como alteración primaria en teoría, modificaciones en sustancias relacionadas con la interacción de los ciclos del sueño y el estado de alerta. En especial, con la melatonina y serotonina. La primera se produce durante la fase de sueño, en los momentos de mayor oscuridad, o cuando los días son más cortos. Su aumento puede condicionar letargo y somnolencia. La serotonina por su parte, se incrementa con la exposición a la luz solar y sus niveles bajos se asocian con la depresión, de forma que al aumentarla, se disminuye la depresión. De esta forma, los días más cortos y las horas de oscuridad más largos en otoño e invierno aumentan la melatonina y disminuyen los de serotonina causando las condiciones biológicas de la depresión.
La presencia de estas alteraciones en el comportamiento, se deben considerar por el médico que revisa al paciente a fin de poder descartar enfermedades de origen orgánico o infeccioso que puedan ser compatibles. Entre ellas se deberán descartar alteraciones hormonales como hipotiroidismo, trastornos en la concentración de azúcar, alteración de esteroides, infecciones como la enfermedad del beso o problemas de la presión arterial.
Una vez que se cuenten con datos para considerar este cuadro, de preferencia se requiere la participación de la familia, paidopsiquiatra (psiquiatría infantil), psicólogo y profesores, para poder ayudar a los pacientes a superar su enfermedad.
Como alternativas en su manejo, se debe aclarar a los padres que el rendimiento físico e intelectual del afectado, se debe en primer lugar a una alteración particular y no es debido a alguna actitud intencionada del muchacho(a). Se les pedirá a ellos que en su comunicación con los hijos le ofrezcan apoyo y no se le juzgue durante su conducta. Se  deberá motivar a los padres a participar compartiendo momentos de calidad más que de cantidad con los hijos, ofreciendo compañía y atención, que proporciona en forma adicional: contacto personal y sentido de conexión. Se les deberá pedir que tengan la paciencia suficiente para poder esperar los resultados. Es muy probable que en inicio el hijo no responda con alegría evidente, a los esfuerzos que los padres realizan por ayudar. Durante la etapa de afección, es necesario ayudar a cumplir sus deberes que tenga a nivel escolar, familiar o social, para no generar mayor frustración. Puede ser necesario, que mediante una constancia médica de por medio, hable también con sus autoridades escolares, para explicar el comportamiento y solicitar el apoyo necesario a motivar su desempeño, hasta que mejore con el tratamiento. Debe alentarlo a comer en forma adecuada cuidando de los extremos, proporcione la dieta que el médico o nutriólogo pueda orientar sobre sustancias relacionadas con su relativa deficiencia. Establezca una rutina de sueño en forma conveniente a fin de recuperar la salud funcional cerebral, con técnicas de iluminación que su médico puede llegar a sugerir para modificar su comportamiento; y en especial, tome la situación particular con la mayor seriedad, ya que en ocasiones, por menospreciar las manifestaciones o considerarlas transitorias, puede influir a que el estado mental de su hijo se prolongue  o se incluya en un círculo vicioso, que lo lleve a otro tipo de alternativas de solución como puede ser aislamiento, consumo de tóxicos o conductas suicidas.

Esta alteración puede ser modificada con los cambios estacionales o influencias luminosas artificiales, generando mejoría al cambiar la estación del año; con el inconveniente, que en la próxima estación que se repite, pueden volver a aparecer las manifestaciones similares, hasta que las condiciones biológicas del adolescente se modifiquen en forma adecuada. Esta alteración puede permitir también un acercamiento apropiado en el desarrollo de su hijo, y habrá que aprovechar en forma adecuada.