Grasas en la infancia


Constituyen un grupo de nutrientes muy importantes para el ser humano en su proceso de crecimiento y desarrollo, además de aporte calórico más importante durante toda la vida. Su ingesta sin control adecuado, bajo circunstancias nutricionales anormales o por enfermedad familiar especial, lo establecen como un elemento a controlar para evitar sus consecuencias en el metabolismo y la función de los vasos sanguíneos, desarrollando infartos, embolias o falta de circulación sanguínea adecuada.  
Si se considera que una causa de muerte muy importante en la población adulta, lo establece el infarto cardiaco, estudios recientes han establecido que es muy importante evaluar las concentraciones de esas grasas desde la infancia, con la intención de establecer manejos en edades cada vez más tempranas, a fin de mejorar el pronóstico futuro de la población actual.
Las sustancias derivadas de las grasas tienen gran importancia porque en su incorporación al cuerpo, forman parte estructural de las células, sobre todo de las membranas celulares, en donde son protagonistas en la interacción de la célula con el medio. Actúan con sus receptores especiales, como reguladores de la permeabilidad y la fluidez de las membranas, que permiten la decodificación de señales, la transmisión de impulsos y actividades de transporte. Su aporte durante el crecimiento del niño le permite formar estructuras y por sus regulaciones de mecanismos de transmisión, contribuyen a la adquisición de diversas habilidades durante la diferenciación del desarrollo.  A nivel de la piel se encargan de mantener la integridad de la barrera en condición impermeable.
Todas las grasas sólidas y líquidas que llegamos a consumir, se fragmentan en compuestos más sencillos a través del proceso de la digestión. Se absorben en los primeros segmentos del intestino delgado, pasando al sistema sanguíneo por vía del hígado, en donde se modifican como compuestos químicos específicos y además por la circulación linfática de los intestinos, que se conecta en la parte superior de la vena que desciende al corazón, son enviados a la circulación sanguínea.
Las dos formas principales de grasas (también conocidos como lípidos) circulantes en el cuerpo, son identificados como triglicéridos y colesterol, que por su condición no son solubles en la circulación sanguínea, ante lo cual, estas grasas se transportan a través del torrente sanguíneo en combinaciones especiales llamadas lipoproteínas, cuando se empaquetan con proteínas. Cada una de estas lipoproteínas por su tamaño y componentes predominantes, son clasificadas como de alta densidad, densidad intermedia, baja densidad (combinaciones decrecientes de colesterol en combinación con cadenas de grasas especiales), ya sin colesterol se incluyen los lípidos de muy baja densidad y los quilomicrones (en forma decreciente tienen cadenas grasas de longitud menor), que en sus funciones especiales cada uno de ellos y sus valores, revisten interpretaciones diferentes que señalan una función apropiada o inconveniente de las grasas circulantes.
Así los trastornos de las concentraciones de las grasas circulantes se clasifican en grupos diferentes, de acuerdo a las diferentes lipoproteínas que tengan alteración en su concentración, para identificar los pacientes en riesgo.
Tomando en cuenta que los porcentajes de sobrepeso y obesidad, en cada comunidad con el tiempo se distinguen en incrementos progresivos y que asociado a los valores alterados de las grasas (dislipidemias), constituyen factores de mal pronostico para estas poblaciones, se justifica evaluar de forma periódica los niveles de grasas en la población infantil y más cuando hay antecedentes familiares de dislipidemias.
Es muy raro que un niño padezca una alteración en la concentración de estas grasas circulantes, pero si es factible que exista cuando los antecedentes de sus familiares lo pueden condicionar. El inconveniente para ellos es que durante el periodo de la infancia sus manifestaciones vasculares pueden relacionar su enfermedad en una etapa tardía; y en el resto de la población infantil, solo se considera vigilar sus concentraciones en los casos de sobrepeso y obesidad para tratar de evitar daños asociados. Desafortunadamente se descuida la vigilancia de estas grasas, en la mayoría de los niños que pueden tener un pronóstico diferente en su vida adulta.
Es obligado realizar vigilancia temprana de los niveles de colesterol y lípidos, en los niños que tengan antecedente familiar de enfermedad cardiovascular en edades tempranas, familiares con anormalidades en la concentración de grasas sanguíneas; y en quienes tengan alguna enfermedad que relacione alteración de grasas como obesidad. También se deberá realizar estudios de grasas en aquellos niños que tengan un factor de riesgo, como: exposición a humo de tabaco, obesidad, inactividad física, hipertensión, enfermedad renal, hepática, problemas hormonales como diabetes, Cushing, hipotiroidismo o con empleo de medicamentos que afecten las concentraciones de grasas.
Se recomienda por grupos de edad, que el estudio deberá realizarse en edades entre dos a ocho años si tienen antecedentes familiares y/o cumplen los factores de riesgo, para tomar dos muestras en tiempos diferentes y promediar su valor. La detección universal se recomienda para los niños de bajo riesgo entre los nueve y once años, para repetir el estudio en el periodo de los diecisiete a los veintiún años.
Para la realización del estudio, los niños deben estar en su dieta habitual durante las cuatro a seis semanas previas, ya que los cambios recientes en la dieta pueden modificar los valores. Es necesario que la muestra se tome posterior al ayuno nocturno de al menos ocho horas y de preferencia que sea de doce a catorce horas. La enfermedad grave reciente y el antecedente de hospitalización son contra-indicaciones para el estudio. ya que su condición de estrés emocional y físico, pueden provocar una disminución transitoria, a menos que la alteración de las grasas se considere como causa de su enfermedad.
Para definir los valores de las grasas como alterados, se emplean curvas (parecidas a las de crecimiento en los niños) para considerar entre las variantes normales a la edad y sexo establecidos, si rebasan los valores considerados como aceptables. Una vez comprobado que se rebasa el límite normal, es recomendable que el tratamiento sea supervisado por los especialistas en endocrinología pediátrica, terapia física, nutrición y psicología.
El plan de alimentación se debe modificar a los pacientes de riesgo, a partir del momento que se determina su alteración. En los casos de familiares de riesgo o enfermedad especial de las grasas, el planteamiento nutricional se puede establecer desde la edad de recién nacidos con seguimiento a las recomendaciones dietéticas especiales para ellos.
Los ejercicios desempeñan papel significativo para controlar la acumulación y exceso de grasas. Debe establecerse un plan de actividad especial para cada individuo de acuerdo a sus posibilidades y condiciones de la enfermedad. Una meta apropiada puede ser tener el peso ideal, pero en ocasiones puede ser negativo hacer perder peso a un niño en etapa de crecimiento, ya que el incremento de la estatura puede permitir mantener al niño sin incremento de peso, para conseguir su normalidad en la proporción.
El empleo de medicamentos específicos queda establecido para niños en condiciones de riesgo de eventos vasculares mediatos o tardíos, para ser indicados por el subespecialista, que deben llevar una vigilancia más estricta para ofrecer un pronóstico favorable.
… no debemos confiarnos por los niveles de grasas hasta la vida adulta, es mejor antes. 

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