Para los hijos,
la separación de un matrimonio representa la muerte de esa unión y en algunos
casos, es más devastadora para el niño, que la propia muerte de alguno de los
padres, ya que al morir alguno de ellos con el transcurso del tiempo, puede llegar
a idealizar al progenitor ante su ausencia física, pero cuando los padres se
divorcian -en la mayoría de las ocasiones-, se devalúa la imagen del que no
ejerce los cuidados frecuentes; o bien, en forma adicional un integrante de la
pareja se encarga de devaluar al contrario. Así en forma variable de tiempo,
los padres pueden perder el concepto ideal que se pudieron haber formado sus
hijos.
En nuestro país
el porcentaje de divorcios va incrementando de forma paulatina durante los
últimos cinco años, llegando en fechas recientes a una cifra aproximada del 20%
de los matrimonios anuales, con cifras absolutas cercanas a cien mil por año.
Con un promedio de duración en ese vínculo por diez años o más, generalmente
con edades mayores de 35 años para las madres y mayor de 40 para los padres,
con más frecuencia entre parejas de nivel medio superior y superior.
La convivencia
entre dos personas plantea la necesidad de una serie de límites, reglas,
acuerdos, adaptaciones y ajustes que demandan a cada uno de los miembros de la
pareja no solo mucho cariño sino también flexibilidad, ingenio, tolerancia,
habilidad, paciencia e inteligencia para resolver problemas en común. Cuando se
genera un acierto con el que estén trazados estos límites, se dará como
resultado la viabilidad en la estructura familiar; pero de forma contraria, al
sentirse agobiado a las reglas en las que no se estén de acuerdo, llevará a los
cónyuges a no tener crecimiento, a sentirse empobrecidos, con falta de
vitalidad, dando como resultado: el que decidan la imposibilidad de seguir de acuerdo
y romper con el vínculo matrimonial, tomando como punto detonante un factor
precipitante interno como la violencia verbal o física, infidelidad, o
precipitante externo como la intromisión de familiares, desempleo, problemas
económicos o de salud.
Miles de niños llegan a sufrir la angustia del
divorcio de sus padres cada año. La forma cómo reaccionan depende de su edad,
personalidad y de las circunstancias concretas en las que se genera el proceso
de la separación y del divorcio. Es importante señalar que tanto en padres
casados como divorciados, el tipo de conductas y sus opciones, influyen en
forma independiente de la etapa de desarrollo del niño, para establecer que los
niños no tendrán que desarrollar condiciones de adaptación emocional, siempre y
cuando los padres se abstengan de exhibir sus conflictos delante de ellos.
Cuando los niños
son sometidos a condiciones de hostilidad, que acompañan en forma frecuente a
situaciones relacionadas con el divorcio, están expuestos a altos niveles de
angustia, que en forma secundaria les genera reacciones funcionales alteradas,
liberando hormonas y neurotransmisores relacionados con la ansiedad, problemas
de sueño, cambios de peso e irritabilidad, por estar identificado acciones y
comentarios negativos a quien le tienen apego afectivo; o por notar, que se
ejerce presión para proyectar lealtad forzada a uno de ellos, o en otras
ocasiones a ambos.
En cuanto los
padres se encuentren seguros de la separación a realizar, se sugiere que se
hable con los hijos sobre esta decisión, que para nada existe una manera fácil
de decirla, pero de ser posible deberá de realizarse con la presencia de ambos,
dejando a un lado los sentimientos de enfado, culpa o remordimiento;
recomendando en especial, que con anticipación se practique cómo se lo tendrán
que decir al hijo sin alterarse, ni enfadarse durante la conversación,
procurando adaptarse a la edad, grado de madurez y temperamento del niño,
señalando que ese evento se genera por condiciones entre los padres, asegurando
a los hijos que no son culpables en nada de lo ocurrido, ya que es natural que
ellos así lo puedan considerar en forma inicial. Señalar que ante las
diferencias entre la pareja, es mejor la separación, pero insistir que el vínculo
entre padres e hijos no se romperá para el resto de la vida. Que la rutina
entre los padres cambia, pero la de ellos se podrá mantener de ser posible en
forma similar o en caso necesario, anticipar los cambios posibles que tendrá su
vida cotidiana a partir de ese momento. En este dialogo, no se deberá de
involucrar culpabilidad específica a alguno de los padres en especial; y en los
contactos posteriores, se evitará dar información que modifique la imagen del
otro progenitor.
Tomando en
cuenta las diferentes etapas de los hijos, se puede considerar la forma como le
podrá afectar a su estado consciente:
Los bebés
obviamente no son capaces de entender el concepto de divorcio, pero notan
cambios en su ambiente externo y de quienes lo cuidan. Los bebés se benefician
de la consistencia en la rutina, el afecto físico y las interacciones sociales
positivas. Con el divorcio, pueden mostrar signos de sufrimiento que expresan
como nerviosismo, irritabilidad, retracción y/o apatía.
Los menores de
tres años podrán notar la ausencia de alguno de sus padres y pueden desarrollar
ansiedad por la separación, que la expresan con: llanto fácil, rabietas y
regresión de algunas habilidades (pierden control de orina o evacuaciones, se
chupan el dedo, pueden dejar de caminar o hablar, etc.), tienen alteraciones
del sueño o tienen temores excesivos, con la ventaja relativa que se benefician
con el tiempo de calidad compartido con sus padres y la coherencia de sus
rutinas habituales.
Los pre-escolares
(3-6 años), son más capaces de darse cuenta que uno de los padres ya no vive
con ellos. Sin embargo, todavía no pueden entender la duración del divorcio y
pueden hacer preguntas repetidas del mismo, que no son una falta de comprensión
o falla de memoria, ya que en esa etapa es un método para confirmar el
desarrollo de la estabilidad de lo que les han dicho. En esta edad se requiere
cuidar las expectativas de su desarrollo
psicomotor en forma constante, comprobando que no haya regresiones.
Escolares (6 a
12 años). En esta edad en donde tienen un incremento importante de
conocimientos, tienen las mejores condiciones para entender conceptos de
permanencia y de divorcio, pero su sensación de culpabilidad y las fantasías
sobre la reunión siguen siendo comunes. En su estado de ánimo pueden expresar
ira o tristeza, disminución de rendimiento escolar. Durante esta etapa pueden
necesitar apoyo, para poder mantener la relación con sus padres y pueden
beneficiarse a partir de permitir expresar sus sentimientos de forma abierta.
Los adolescentes
son más capaces de entender los problemas abstractos y complejos que rodean al
divorcio, pero siguen teniendo dificultades para aceptarlo y lo expresan
mediante responsabilidad y actuación excesiva, además de preocupación por
asuntos de los adultos. Pueden tener problemas de conducta externos como
alcohol, violación de reglas, drogas; o también problemas de conducta internos
como depresión, ansiedad, aislamiento. Durante la adolescencia los muchachos
están en proceso de encontrar su propia identidad, y sus sentimientos sobre el
divorcio de sus padres, puede afectar el desarrollo de sus propios puntos de
vista sobre el amor y las relaciones. Se pueden beneficiar al tener una
comunicación abierta con sus padres sobre el divorcio sin incluir en los temas
financieros o legales. Se pueden beneficiar también con terapias de grupo.
El divorcio es
difícil y desagradable para los hijos, pero pueden sobrevivirlo si se enfoca en
forma sana e inteligente. Afortunadamente existen parejas maduras, centradas,
accesibles que comprenden y aceptan; que como pareja ya no funciona y deciden
separarse poniéndose de acuerdo con el trato de los hijos después del divorcio,
creando una relación sana y emocionalmente estable para todos. Aquellas parejas
que tienen problemas para mantener la armonía, deben ser motivo de atención por
especialistas a fin de no perjudicar con actitudes o lenguaje el duelo de los
hijos.