Mostrando entradas con la etiqueta FORMACION DE LÍMITES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta FORMACION DE LÍMITES. Mostrar todas las entradas

Formación de límites.


Habitualmente, en el ámbito de las escuelas  y de las familias, estamos acostumbrados a escuchar que los límites son necesarios, que los chicos necesitan límites, sobre todo los adolescentes, que a  los padres de esta época les cuesta poner límites…  y en esta suerte de escenario, los límites están asociados al  "no". No se puede hacer esto o aquello.
El límite puede ser definido como una línea que circunscribe una cosa y el punto a donde llega ésta. Hace referencia no sólo a la línea que marca una separación entre un terreno y otro, sino también a un espacio que se circunscribe cuando el límite es marcado.
Si pensamos en la marcación de espacios en la familia, veremos que los hijos no aceptan tan pasivamente cierto límites asociados al espacio donde jugar, el espacio donde dormir, el espacio donde guardar los juguetes, la ropa, el espacio de tiempo -horario de las salidas y el regreso de las mismas-. La posesión de estos reinos genera "batallas", enojos, abusos y castigos. La autoridad en la familia  funciona como la instancia que regula la marcación del lindero.  Se generan espacios diferentes que establecen la forma como cada integrante del grupo familiar deberá desempeñar un papel establecido y de ir cumpliendo de forma progresiva de acuerdo a las expectativas consideradas. 
La necesidad de establecer límites, estará condicionada; porque los niños necesitan moldear su carácter, saber que está bien y que no lo es, tienen que aprender que la libertad de uno termina donde empieza la libertad de los otros. De esta manera, lograremos fomentar su responsabilidad. Porque el límite permite una contención al niño si es aplicado constructivamente,  y se le enseña a ser responsable de sus actos. Los niños necesitan disciplina, y el límite es amor y contención y así aprenderán, poco a poco a socializarse, a crecer como personas autónomas, libres, con seguridad, con normas y reglas incorporadas para poder compartir y convivir en la sociedad que les toca vivir. Un niño que respeta es un niño que comparte, que juega, que se relaciona con los otros.
Los padres a menudo vacilan en poner límites firmes y constantes en la conducta de sus hijos, debido al temor de dañar su estado emocional, o de que el niño no los querrá o no se sentirá querido por ellos si se mantienen firmes. En cambio, permitirle actuar de una forma en su casa,  y posteriormente en otros ambientes sociales reclamarle su acción como inadecuada o reprobable, le ocasiona al niño ansiedad e inseguridad con deficiencia en su autocontrol posterior a su vida futura.
Algunas pautas para establecer los límites en la infancia, incluyen la actitud adecuada de ambos padres, que deberán en estar de común acuerdo en la forma de coincidir en los límites a establecerse, al igual que en los castigos que se pueden imponer al momento que se cometa la falla en el desempeño de los niños. Sus expectativas deben ser constantes y no variadas en algunos días o en el transcurso del mismo día. Se le deberá de hablar a los hijos con las expectativas en su conducta de forma muy clara y sencilla, así como las regulaciones y castigos a imponerse, en caso de falla con anticipación suficiente. Las expectativas de conducta deben de estar de acuerdo al nivel intelectual y de desarrollo relacionado con la edad del hijo (ejemplo: un niño de dos años no puede saber que puede pasar si se sale solo de su casa). Cada expectativa deberá de ser clara para el niño; y en esta forma, el mismo tratará de cumplirlas. Cada actividad deberá tener un tope a partir del cual los hijos sabrán que no deben traspasarse.
El comportamiento del niño, se va moldeando de acuerdo a las respuestas que el mismo se da cuenta que genera en sus familiares. Así, son capaces de manifestar una conducta repetitiva cuando notan que causan una reacción positiva, y se pueden motivar más al momento que los padres le dan muestras de complacencia con risas, aplausos y besos. Se le tiene que considerar siempre al hijo, que sus actos inaceptables son los malos y no son ellos los malos como personas; y sobre todo, que pueden mejorar sus actos para tener un comportamiento diferente, y así evitamos que un niño se forme la idea que es un niño malo.  
La aplicación del castigo a la falta, de preferencia se debe aplicar en el momento más inmediato a la falla, y no condicionar que la ejerza otro miembro de la familia, ya que se genera entonces, el concepto que una parte de la pareja de padres es buena y otra es mala; además que el tiempo que transcurre en la aplicación del castigo puede generar dos extremos de comportamiento: ansiedad ante la seguridad de castigos muy severos, o bien indiferencia, ante la certeza ya conocida que en su hogar no se aplican los castigos.
El castigo de preferencia, deberá de estar relacionado con la dimensión de la falta y la edad en que se encuentren los hijos, y no deberá de exceder los límites de lo que el niño es capaz de soportar. De preferencia, se deberán de evitar los castigos físicos y se podrán aplicar alternativas de castigo en conducta, como limitación o suspensión de las  actividades habituales de diversión o recreativas, y en la medida que el niño se va haciendo mayor, la desaprobación de los padres es, a menudo, el único castigo necesario: el sentimiento de culpa por defraudarlos, suele bastar. 
Para obtener resultados convenientes también es útil fomentar el respeto al niño, para que también sea capaz de respetar a los demás. En los escolares y adolescentes permitirle desarrollar alternativas de solución ante incompatibilidad de decisiones o de conductas con soluciones que puedan ser adecuadas en ambas partes; y sobre todo como padres, mostrar con la conducta de uno mismo, la clase de persona que se espera sean sus hijos, recordando siempre que los hijos aprenden lo que ven en casa y son reflejo de lo mismo ante la sociedad.