La
naturaleza de una consulta médica está conformada por un encuentro entre dos
personas; un encuentro en el que la solicitud de ayuda y la actitud de servir
fundamentan el intercambio. Esto impone la necesidad de adherirse a un conjunto
de valores, a una moralidad, a una ética.
Durante muchos
siglos el juramento hipocrático fue suficiente para regular la compleja
relación entre el médico y su paciente, bajo un clima de una mutua confianza. Considerado
como el primer documento de bioética en su segunda parte expone este juramento
las obligaciones con los enfermos, mientras al principio está dedicado a las
normas relativas a las relaciones con maestros, colegas y familiares, algo que
tampoco se debería olvidar.
A diferencia de
lo que la mayoría de las personas creen, entre los estudiantes que terminan su
ciclo de aprendizaje médico básico, no se realiza el juramento hipocrático. Su
contenido se analiza en clases y se le considera un documento histórico, que
refleja las bases éticas en el desempeño médico. Los dioses del Olimpo a
quienes se invoca en su texto original no justifican algún compromiso del nuevo
médico a su ejercicio profesional.
Durante su
formación, entre los planes académicos de las escuelas de medicina se incluye
la impartición de la asignatura de bioética, con la finalidad de sensibilizar
al futuro médico en su proyección humana para su desempeño profesional.
Se revisan escritos
o ideales en el desempeño de la actividad médica de forma variada en diferentes
ambientes, y para referir parte de sus objetivos se puede citar la “plegaria
del médico” de Maimónides, que cita: "haz que mis enfermos tengan
confianza en mí y en mi arte, y que sigan mis consejos y mis prescripciones"
y termina con "que yo pueda hoy descubrir en mi ciencia unas cosas que
ayer ni llegaba a sospechar".
En la
actualidad, la medicina se encuentra ante una encrucijada. En el último siglo,
la evolución social y científica plantea un desafío de gran alcance; la demanda
social para una mayor autonomía, el viraje de la práctica hacia las
organizaciones, la introducción de los conceptos económico y de calidad, con el
consecuente requerimiento de rendición de cuentas, así como el explosivo
crecimiento de la tecnología plantean un escenario excesivamente tecnificado y
administrativo de la profesión, mientras se produce un distanciamiento de los
elementos éticos y humanísticos que solían caracterizarla.
El avance
acelerado de la tecnología biomédica en pediatría no es la excepción, por lo que
un reto fundamental para la práctica clínica pediátrica es el de mantener,
rescatar o redescubrir los valores esenciales de la medicina en función de su
fin último, que es el de cuidar y servir al niño y al adolescente.
El paciente más
sensible a la percepción de las virtudes del médico es el niño, quien espera no
sólo ser curado, sino ser tratado con amor y respeto. En la población infantil
tenemos todas las potencialidades de la naturaleza humana y, por ende, la
responsabilidad del personal de salud en contacto con los niños es inmensa, ya
que hay que buscar asegurarse de que estos pacientes, vulnerables por definición,
alcancen la plenitud de la vida con la mayor calidad posible.
Bajo esta
consideración se establece que el ejercicio de la atención médica para infantes
deberá de aunar la ternura con la firmeza, la condescendencia con la autoridad
y siempre dentro del binomio "benevolencia y deber".
Se considera que
la bioética es la transferencia del bien universal, como obligación del ser
humano a todo lo relacionado a la salud, para beneficio del individuo, familia
y sociedad.
El médico que
atiende al niño y adolescentes, bajo esa consideración, entiende que deberá de
cuidar que estos individuos se desarrollen en ambientes y cuidados que le
permitan desarrollar al máximo su potencial biológico para lograr su mejor
madurez.
Hay ocasiones
que las condiciones sociales del ambiente, y/o particulares del paciente,
puedan generar dificultades de aceptación de la decisión del médico entre los
familiares, creando incertidumbre si la decisión definida sea la más correcta
de forma ética; o bien, que pueda quedar la impresión que el profesional ha
fallado, en alguna conducta diferente a la que el sentido común apuntaría como
la más adecuada o lógica.
De manera
general en el ejercicio de la medicina en este plano, deberá de batallar con
los conceptos de calidad de vida, responsabilidad y conciencia médica, dilemas
y deber médico, procurando ejercerlos bajo un ambiente adecuado de prudencia,
justicia, integridad y humanismo estrictos.
Los conflictos
de atención médica bajo este punto de vista, son variados en los diferentes
momentos cronológicos del individuo en desarrollo. Se pueden iniciar desde el
momento de su concepción, cuando la sociedad promueve la legalización del
aborto, en donde un ser vivo recién engendrado -bajo circunstancias que son
independientes de el mismo-, puede ser condenado a morir sin un juicio justo a
“su delito” que lo hace responsable de esa pena, y coloca a otro tipo de médico
a ser su verdugo que termina descuartizándolo en fragmentos o arrancándole su
flujo de sangre.
Al nacimiento,
los recién nacidos que establecen dilemas en la atención médica en general
incluye a los nacidos en forma prematura extrema, donde el médico que los
recibe deberá valorar y realizar una reanimación neonatal eficiente seguida de
cuidados posteriores. Recién nacidos que nacen con enfermedades graves que ponen
en riesgo su sobrevivencia, y que puede ser corta; y por último, los niños que
nacen con malformaciones. Otros aspectos a considerar son los niños con
fertilización externa (“de probeta”), alquiler de úteros, trabajos
experimentales con embriones, donación de órganos en niños que nacen
anencefálicos, y en el futuro la aplicación de la terapia génica en donde la
manipulación de los genes podrá ser una alternativa.
En edades
posteriores, cada una de las decisiones en el tratamiento de los infantes,
deberá de contar con el consentimiento informado a los padres que ejercen los
cuidados en los niños para su aplicación. Este consentimiento informado deberá
de reunir los requisitos de ofrecer información completa y ser comprensible,
para ser empleado con la autorización y voluntad del familiar responsable.
Como protector
del desarrollo del niño, el médico encargado de su valoración, deberá incluir
en su análisis, la corrección de los detalles en educación y cuidados que sea
necesario modificar en los familiares. Algunos se incomodan por pensar que la
conducta del médico debe quedar reservada a una mera situación curativa del mal
que desarrollan, pero una advertencia a tiempo puede marcar la diferencia en el
desarrollo del niño.
Otra condición
particular son los aspectos religiosos que pueden interferir en los
tratamientos específicos. En casos urgentes, el médico actuará con su recta
conciencia y el interés único de la salud y vida del paciente. De esta forma,
el derecho religioso de los padres se considera secundario al derecho
primordial a la vida.
Por último,
debemos señalar que la actitud natural del médico ante cualquier paciente,
siempre será con disponibilidad a buscar su mejoría. Debe tratar de actuar con
los demás como quisiera que actuaran con él. El médico con los conocimientos
adquiridos trata siempre de hacer el bien, y su condición humana lo expone al
riesgo de cometer errores.
La personalidad del
individuo es la que puede marcar la diferencia y ante eso el paciente o sus
familiares le podrán conceder la responsabilidad de la atención.