Esta alteración
hace referencia a la segmentación o rotura de un hueso, que lo hace perder la
continuidad de sus bordes o extremos, a partir de la aplicación de una fuerza
externa que vence a su resistencia natural.
Generalmente la
actividad e inquietud natural del niño, son los factores más relacionados con
la existencia de las fracturas, que en la mayoría de las ocasiones se producen
por mecanismos de caídas; en donde, el niño de forma instintiva proyecta alguna
de sus extremidades de forma anormal, para ser impactada la velocidad de su
caída con relación al peso del cuerpo, contra la superficie fija del suelo, en
una angulación especial para causar la rotura del hueso, al rebasar su límite
de tolerancia de las fuerzas en ángulos decisivos.
Los huesos de
los niños tienen diferencias particulares en comparación con los huesos del
adulto. No se encuentran totalmente calcificados y tienen mayor proporción de
tejido elástico (cartílago), que son zonas de crecimiento óseo en lugares
especiales. En proporción al tamaño del niño, tienen dimensiones disminuidas,
que pueden permitir menores angulaciones anormales. La parte que rodea al hueso
es gruesa y fuerte en comparación al del adulto. Contiene una proporción mayor
de agua en relación al mineral; y por tanto, hay consistencia elástica y menos
frágil. Tiene una alta capacidad de regeneración que le permite acumular y/o
absorber tejido óseo según sea necesario.
Todas las
diferencias anteriores, justifican que haya menor frecuencia de fracturas en los
niños - bajo condiciones similares a partir de la mecánica que las generan-,
con los adultos; pero, también establecen que haya fracturas especiales que son
exclusivas del hueso inmaduro, como son la fractura del cartílago de
crecimiento, que afectan al crecimiento del hueso en caso de no ser bien
tratadas. Las fracturas en tallo verde donde solo se rompe un lado del hueso y
del contrario queda solo doblado el otro borde. Incurvación ósea, cuando no se
rompe el hueso y solo se produce deformidad del mismo. Las fracturas por
aplastamiento por su condición de carácter poroso; y las fracturas ocultas,
consideradas así por la dificultad de no mostrar signos radiológicos notorios,
por falta de calcificación de los huesos y corresponden a un desplazamiento
mínimo o bien por lesionar zonas de crecimiento cartilaginoso.
La forma de
responder el hueso fracturado de un niño, también tiene diferencias con los
huesos de los adultos. Tienen una mayor rapidez en cicatrizar, y una seguridad
mayor de la cicatrización. Genera una estimulación al crecimiento usualmente
simétrico de la extremidad afectada. Tiene capacidad de remodelar el hueso a su
forma normal, mediante procesos de reabsorción del exceso de hueso cicatrizal;
y solo cuando la zona de crecimiento del hueso es la fracturada y no recibe el
tratamiento adecuado, puede condicionar un frenado de crecimiento.
Con esas
características, es muy posible que las fracturas de los niños puedan ser
corregidas solo con alineación o el acercamiento de los extremos, sin que sea
necesaria en la mayoría de las ocasiones, la intervención quirúrgica para
colocar placas, tornillos o clavos, a reserva de fracturas especiales. Los
niños toleran mejor los aparatos de yeso sin desarrollar rigidez articular y el
tiempo de inmovilización es más corto. La deformidad que pueda existir ante una
oposición inadecuada de los extremos de una fractura, se puede corregir de
forma espontanea con el tiempo al reabsorberse el exceso de hueso.
La forma como
los familiares pueden sospechar de fractura de un hueso en algún niño, se puede
realizar en base a las siguientes características: después del trauma, aparecen
de forma clásica los datos de dolor intenso, inflamación inmediata con
deformidad de la región, que se nota como una protuberancia o cambio notorio en
la trayectoria del hueso y finalmente, deficiencia importante de la
movilización habitual. La deformidad de la región podrá no ser tan evidente en
los casos donde la fractura no se desliza a los lados o se impacta, y de forma
menos frecuente, es que haya moretones o sensibilidad incrementada alrededor de
la región lesionada, o incluso la rotura de la piel por el hueso que puede
verse a simple vista (fracturas expuestas).
Ante la
posibilidad o evidencia de una fractura que pueda ser grave, la actitud de
quien atiende al niño deberá de considerar siempre llamar o acudir a servicios
de emergencias, bajo condiciones de traslado particulares para el niño
afectado. Se evitará la movilización excesiva y de preferencia inmovilizar al
niño antes de levantarlo, si se sospecha de alguna lesión importante en el
cuello, espalda o cadera. En los casos donde el hueso sea visible a través de
la herida en la piel, se aplicará presión sobre el sitio sangrante con un
material de preferencia estéril o lo más limpio posible, a fin de evitar la
pérdida importante de sangre, además de mantener cubierta la herida con
material estéril para evitar que se contamine el hueso con la exposición al ambiente.
En caso de
fracturas menos graves, se intentará estabilizar la lesión del hueso con el
propósito que no tenga desplazamientos o presiones durante su traslado. De
preferencia si es necesario retirar la ropa para valorar la herida, no se
quitará de forma habitual, justificando que se rompa a fin de evitar la
movilización del posible hueso roto. Aplique de forma inmediata una compresa
fría o hielo envuelto para disminuir el dolor, pero no aplique el hielo de
forma directa sobre la piel. Coloque la extremidad afectada en una férula
improvisada tratando de mantener la extremidad afectada en la posición en que
se encontró, y para evitar movilización coloque relleno alrededor de la lesión.
La extremidad se mantendrá sujeta con medios rígidos (tablas, cartones, etc.),
que se extiendan por arriba y abajo de las dos articulaciones más próximas a la
fractura; y de preferencia, se deberá cuidar que no se ofrezca alimentación al
niño, por si llega a requerirse ayuno a fin de poder realizar el procedimiento
de reducción de la fractura, mediante empleo de algún tipo de anestesia.
Para poder
realizar una evaluación apropiada de la fractura, y considerar su mejor
tratamiento, el médico especialista (traumatólogo) generalmente solicita
estudios de imagen, que en la mayoría de las ocasiones corresponden a
radiografías, pero de acuerdo a circunstancias especiales podrán ser
tomografías o de resonancia magnética. Al niño se le explicará que es una
especie de fotografía de su interior, que no le causará molestia alguna, con la
finalidad que coopere de forma adecuada y no tenga temor.
El tipo de
tratamiento corresponderá de acuerdo a los tipos de fractura. Incluyen en su
mayoría las llamadas reducciones cerradas, que son manipulaciones externas
(jalones especiales) bajo efectos sedantes o anestésicos, a fin de evitar la
percepción del dolor en el niño, seguidos de inmovilización con aparatos de
yeso o de material acrílico (más costoso pero más ligero e impermeable), para
mantener los huesos en posición adecuada para su cicatrización posterior. En
otras ocasiones es necesaria la reducción abierta, que consiste en colocar los
huesos con ayuda de dispositivos especiales (tornillos, placas, clavos), a fin
de asegurar la cicatrización y funcionalidad futura, mediante una operación
bajo anestesia y vigilancia hospitalaria variable.
Los cuidados que deberán
considerarse posteriores a la colocación de la inmovilización, incluyen control
del dolor mediante medicamentos en dosis y duración particulares, vigilancia de
la coloración (palidez o color morado) de los dedos, hinchazón en alguna parte
previa o lejana al sitio de la fractura, o molestias en el estado general para
acudir a consulta de valoración para supervisar posibles complicaciones. Se
cuidará también que el yeso no se moje o se ensucie en forma excesiva. La
duración es variable pero en niños puede ir de acuerdo a su edad, en uno a tres
meses en la mayoría de las ocasiones y recordar que cada caso particular, tiene
que ser valorado por su médico de confianza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario