Es
un término que, en forma general incluye un gran número de enfermedades que se
caracterizan por un crecimiento anormal y desordenado de las células que
componen a un tejido o grupo de tejidos específicos, causando en consecuencia
incremento en dimensiones, con capacidad de diseminación, invasión y
destrucción de los tejidos normales de sus alrededores.
Las
causas que producen el desarrollo del cáncer infantil se desconocen de forma
específica, a pesar de los estudios que se han realizado con esa intención y se
mantiene la investigación para tratar de determinar los factores y condiciones
que pueden influir. Nada de lo que le haya pasado a un niño será la razón de la
enfermedad y tampoco los padres son los culpables de ella, muy pocos casos se
deben a trastornos genéticos persistentes y los otros hijos generalmente no
tendrán más la posibilidad de desarrollar esta enfermedad. Tampoco se trata de
una enfermedad contagiosa que alguna persona pudo haber transmitido y también
no hay posibilidad de contagiarla.
Algunos
factores de contaminación ambiental y algunas infecciones crónicas como las que
ocasionan el VIH, el virus de Epstein-Barr y los parásitos del paludismo, se
han llegado a considerar como factores de riesgo para el cáncer infantil.
Para
el desarrollo de esta enfermedad, varios factores llegan a modificar la
expresión y comportamiento de la información guardada en los genes de algunas
células, que en forma secundaria pierden su capacidad para controlar su
integridad, multiplicación, sobrevida, función, tamaño y comportamiento
generando una multiplicación excesiva y muy rápida, con capacidad para dañar a
células vecinas normales y capacidad de viajar a otras partes corporales
distantes, donde llegarán a producir (metástasis) crecimiento anormal y pérdida
de la función habitual de el tejido previo.
En
nuestro país constituye la segunda causa de muerte en la población entre los
cinco y catorce años, con más de cinco mil casos nuevos al año y una mortalidad
de dos mil/año
El
cáncer es curable si se detecta a tiempo. Desafortunadamente el 70% de los
casos de cáncer en nuestro país en menores de 18 años, se diagnostican en
etapas avanzadas de la enfermedad, lo que incrementa en forma considerable el
tiempo y costo del tratamiento con pocas posibilidades de curarse. Cuando el
cáncer se detecta en fase temprana, es más probable que responda a un
tratamiento eficaz, aumente probabilidad de supervivencia, se alivia el
sufrimiento y el tratamiento resulta más económico y menos intensivo. El
pronóstico así depende de tres componentes primordiales: conocimiento de los
síntomas y signos por familiares y acudir a evaluación médica temprana,
establecer en forma específica el grado de propagación de la enfermedad con
medios tecnología apropiada y el inicio rápido y apego adecuado al tratamiento
específico.
Hay
manifestaciones persistentes que los familiares y médicos pueden considerar
como sospecha de cáncer, sugiriéndolos con recurrencia mínima de tres ocasiones
en periodo corto (45-60 días) sin una respuesta adecuada de tratamiento y sin
una causa clara, señalando entre los más habituales: palidez de piel,
sangrados, dolores corporales, disminución de apetito, pérdida progresiva de
peso, cansancio, fiebre, bolitas debajo de la piel, infecciones recurrentes,
crecimiento y/o dolor abdominal, vómitos súbitos, dolores de cabeza, pérdida de
capacidades o habilidades, alteraciones del sueño, alteraciones visuales,
sensitivas o de la marcha y equilibrio, nerviosismo, diarreas, convulsiones,
sangrado por cavidades, crecimiento de tejidos con aumento de consistencia,
obstrucción nasal progresiva, dificultad a la micción y/evacuación.
En
general, los tipos de cáncer más frecuentes en la infancia se pueden dividir en
dos grandes grupos: las enfermedades de células de la sangre como las leucemias
y los linfomas, y los tumores de carácter sólido como tumores cerebrales
(varían de acuerdo con el tipo de tejido del que se desarrollan),
neuroblastoma, tumor de Wilms (riñón), retinoblastoma (ojos), rabdomiosarcoma
(músculos), osteosarcoma (huesos), hepatoblastoma (hígado) por referir los más
frecuentes.
Con
la sospecha de la existencia de esta enfermedad, es necesario realizar pruebas
que confirmen la naturaleza y composición en ocasiones de estas enfermedades,
por lo que se pueden solicitar estudios de sangre periférica o del interior de
la médula ósea, estudio de imagen (radiografías, ultrasonido, tomografías,
etc.), estudios de endoscopia y toma de biopsias de tejidos que en ocasiones
requieren de atención quirúrgica.
El
tratamiento para cumplir con sus expectativas deberá ser proporcionado por un
equipo de diferentes especialistas, para tener mejores resultados. Se incluyen
oncólogos, hematólogos (pediatras), cirugía, radioterapia, quimioterapia,
trasplante de tejidos que dependiendo del tipo de cáncer combinará en
diferentes modalidades. Por ejemplo, algunos tumores sólidos, en ocasiones se
inicia manejo con quimioterapia seguido de resección quirúrgica del tumor y/o
radioterapia.
La
quimioterapia emplea medicamentos que destruyen las células tumorales e impiden
su reproducción (antineoplásicos). Se pueden administrar por la boca, vasos
venosos o por espacios especiales (como columna vertebral -intratecal-). Cuando
el medicamento endovenoso debe aplicarse en forma repetida, puede colocarse en
el paciente un sistema especial (puerto -port-a-cath que tiene un catéter
conectado a un vaso cerca del corazón) para poder administrar el medicamento ya
que las venas por empleo recurrente se atrofian. Su aplicación sigue secuencias
de acuerdo con la respuesta del paciente.
La
quimioterapia actúa sobre las células cancerosas, pero también afecta a algunas
células sanas, sobre todo a aquellas que tienen una gran capacidad de
crecimiento (células de la sangre, del aparato digestivo, de los cabellos),
produciendo efectos secundarios que dependerán principalmente el tipo de
fármaco, de la dosis y de la susceptibilidad individual. Los efectos
secundarios más frecuentes son alteraciones digestivas (principalmente náuseas
y vómitos, alteraciones en la percepción del sabor de los alimentos…),
alteraciones de la piel y del cabello (caída del pelo, sequedad de la piel...)
y alteraciones de la médula ósea (principalmente anemia y disminución de las
defensas). La aparición de los efectos secundarios dependerá de los fármacos
utilizados, de la dosis y de las características de cada niño.
La
radioterapia consiste en la utilización de radiaciones ionizantes capaces de
eliminar las células malignas y detener su crecimiento y división en la zona en
la que es aplicada. Se emplea como terapia local (en la zona donde está el
tumor) o como terapia loco-regional (cuando se incluyen los ganglios cercanos
al tumor). Se puede administrar como tratamiento complementario a la cirugía o
a la quimioterapia.
La
radioterapia necesita una planificación precisa del tratamiento (simulación).
Por lo general, no precisa ingreso hospitalario ni resulta dolorosa para el
niño. Por el hecho de recibir radioterapia externa, el niño no emite
radioactividad. Se administra durante unos minutos a lo largo de varios días o
semanas, dependiendo del protocolo que se aplique. Durante el mismo, el niño
debe permanecer solo en la sala de tratamiento, aunque siempre estará vigilado
mediante un sistema de cámaras. En general, el tratamiento de radioterapia se
tolera bien, no produce dolor, aunque puede producir irritación de la piel
irradiada, sensación de cansancio, dolor de cabeza.
Trasplante
de médula ósea. Consiste en la sustitución de las células de la médula ósea
enfermas o destruidas por el tratamiento de quimioterapia por otras sanas
extraídas del propio paciente o de un donante compatible. Hasta obtener
respuesta celular adecuada, el paciente se mantiene en aislamiento para evitar
infecciones asociadas.
El
señalamiento de esta enfermedad en un niño puede ser devastador, pero las
expectativas actuales con apego a su tratamiento… puede mejorar su evolución.
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