Desarrollo inmunológico

 

En general la inmunidad biológica significa protección frente enfermedades infecciosas. Sin embargo, la inmunidad también cumple además funciones en el control del desarrollo de neoplasias y regulación de fenómenos inflamatorios y autoinmunes. Las células y sustancias moleculares responsables de la inmunidad constituyen el sistema inmune y, la respuesta global y coordinada tras la introducción de sustancias extrañas, es la respuesta inmunitaria. Esta respuesta inmunitaria puede dividirse desde el punto de vista funcional en tres fases: la fase de reconocimiento del antígeno, la fase de activación de la respuesta, y la fase efectora para eliminar el antígeno.
Este sistema está compuesto por dos clases: inmunidad innata e inmunidad adaptativa, sujetas a un estricto control, con la finalidad de mantener la integridad funcional.
El sistema innato (o inespecífico) establece la primera línea defensiva de tipo general contra cualquier elemento reconocido como extraño, con una respuesta similar frente a diferente tipo de agresiones sin distinguir diferencias entre ellos. Se compone en especial por las barreras orgánicas (piel, mucosas) células circulantes en la sangre con función de incluir y destruir en su interior (fagocitar), otras de matar a gérmenes (killer), sustancias celulares con funciones mensajeras además de receptores especiales en diferentes tejidos, .sustancias (complemento plasmático) con activación secuencial para estimular la respuesta inflamatoria, fragmentar moléculas, atraer células (del sistema innato y específicos) y eliminar partículas extrañas.
La respuesta inmunitaria adaptativa (específica) se adquiere habitualmente tras la exposición de un individuo a un agente extraño. Los mecanismos que actúan en este tipo de respuestas son de dos tipos dependiendo del componente del sistema que participa en la respuesta. Cuando la respuesta inmunitaria específica actúa mediante moléculas (anticuerpos) que reconocen y eliminan los agentes extraños (antígenos), recibe el nombre de inmunidad humoral. Mientras que cuando participan células llamadas linfocitos, la respuesta se denomina inmunidad celular.
El establecimiento de un sistema inmunológico funcional requiere, de: una secuencia específica y coordinada de eventos durante su desarrollo, que inician en la vida embrionaria temprana y continúan después del nacimiento.
Dentro del vientre materno, el sistema inmunológico se encuentra inhibido. El objetivo de esta inhibición es proteger al feto, ya que una respuesta inflamatoria puede terminar en aborto, retardo del crecimiento intrauterino y parto prematuro. La regulación de la respuesta inmune característica de esta etapa es mediada por sustancias y células específicas. Esta inmunosupresión fisiológica se mantiene durante el periodo de recién nacido, disminuyendo gradualmente hasta los dos años.
Durante el embarazo, la función inmune específica se caracteriza por la transferencia -a través de la placenta- de un tipos de anticuerpo (IgG) desde la madre al feto, a partir de las 17 semanas del embarazo, igualándose los niveles maternos y fetales a las 33, para notarse en mayor proporción que los maternos al momento del nacimiento.
Debido a que el feto no es capaz de producir anticuerpo similar al que la madre le transfiere durante el embarazo, el repertorio de anticuerpos del recién nacido es semejante al de la madre. Al verse enfrentado a infecciones, el recién nacido genera respuestas con producción de otro tipo de anticuerpo (IgM) e irá adquiriendo progresivamente la capacidad de producir IgG en cantidades significativas a partir del sexto mes de vida (cuando ya disminuyeron los que la madre le dio en el embarazo):
Al momento del nacimiento, dado a que ocurre una transición desde el ambiente estéril interno hacia el exterior, se inicia un momento crucial para la maduración del sistema inmunológico del feto, donde se encontrará expuesto a la gran carga microbiana del ambiente. A partir de este momento se inicia una colonización masiva de todas las mucosas del feto, en especial la digestiva. Esto comienza en el canal de parto, donde el feto ingiere parte de la microbiota vaginal y fecal de la madre -especiales durante esta etapa-, convirtiéndose estos microorganismos en los primeros colonizadores de la mucosa intestinal, donde existen células del sistema inmune en capacidad de modificar en sus funciones futuras. Esta colonización temprana durante los primeros días y semanas de vida determina en gran medida la composición de la microbiota en la adultez, e igualmente moldea el desarrollo del tracto gastrointestinal y del sistema inmunológico. De esta manera, ciertos factores ambientales pueden modificar la ingesta y/o características de este microbioma, y su relación con el tejido linfoide asociado al intestino, provocando la presencia o ausencia de ciertas cepas bacterianas para predisponer al desarrollo de enfermedades como la obesidad, las alergias alimentarias y la enfermedad inflamatoria intestinal en el futuro.  
La lactancia además de tener un rol nutricional en el periodo de recién nacido cumple también una función inmunológica, al aportar de forma pasiva factores antimicrobianos correspondientes en su mayoría a sistema inmune innato. Además, facilita la colonización del tracto gastrointestinal del recién nacido por bifidobacterias que inhiben la colonización por agentes patógenos.
La inmunidad durante la etapa de lactante (dos primeros años), se caracteriza por la capacidad de responder a antígenos derivados de proteínas desde aproximadamente los dos meses, con anticuerpos de respuesta inmune rápida (de tipo IgM) y el desarrollo progresivo de la capacidad de memoria inmune. La capacidad de montar respuestas de memoria tardía y prolongada (tipo IgG) se comienza a desarrollar a partir de los tres meses, pero sólo a partir de los 6 meses de edad logra niveles significativos. A pesar de la pobre respuesta IgG que caracteriza los primeros meses de vida post natal, la capacidad de responder a antígenos proteicos es de aproximadamente el 80% al momento de nacer y, logra niveles similares a los del adulto cerca de los tres meses de vida. La capacidad de responder a antígenos derivados de azúcares (polisacáridos) está disminuida en este grupo y alcanza niveles similares a los del adulto a los 2 años.
De forma paralela al desarrollo de la inmunidad humoral, las otras ramas del sistema inmune también experimentan una maduración progresiva durante este periodo. Es así como de manera progresiva se van adquiriendo niveles de complemento similares a los del adulto, disminuye de forma progresiva el estado antiinflamatorio característico del periodo fetal y del recién nacido, disminuye la actividad de células inmuno-reguladoras y se va produciendo un equilibrio entre las respuestas de linfocitos especiales (Th 1-2).
La presencia de bacterias (o de infecciones) a partir del nacimiento induce una respuesta en el sistema de estimulación inmunológica muy importante para su eficiencia futura., conocida como competencia antigénica, que propone la existencia de antígenos “fuertes” como los microorganismos patógenos y antígenos “débiles” como los alérgenos y los antígenos (corporales) propios. Ambos tipos de antígenos, al presentarse al mismo tiempo al sistema inmunológico deben competir por la respuesta inmune. La exposición a antígenos fuertes centraría la respuesta inmune sobre los mismos. Sin embargo, ante su ausencia, la respuesta inmune se desvía hacia los antígenos débiles apareciendo así la tendencia futura a enfermedades de alergia y/o de autoinmunidad.
La frecuencia de infecciones en los primeros años de vida, se deben luego a deficiencia de respuestas específicas, pero en la medida que se padecen, también constituyen una actividad estimulante para el desarrollo y maduración inmunológica progresiva.
Habrá de considerarse todos los cambios que se presentan en la actualidad e influyen de forma negativa a este desarrollo inmune como cesáreas, fórmulas lácteas, antivacunas, ambientes estériles, empleo excesivo de antibióticos, aislamiento social… mal futuro.  

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