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Citomegalovirus

Es un virus que pertenece a la familia de los virus del herpes, que puede infectar al niño dentro del vientre materno o en etapa posterior al nacimiento. Fuera del nacimiento, causa infección, en la mayoría de la población en diferentes momentos de la vida.
Causa alteraciones significativas en quienes sufren la enfermedad dentro del vientre materno y aquellos que la adquieren en sus primeros días de vida y son prematuros al nacimiento. En edades posteriores, solo tienen manifestaciones de riesgo, quienes se encuentran afectados del sistema inmunológico.
Bajo otras circunstancias en niños y adolescentes sanos, la infección por este virus muy pocas veces es una condición grave. Generalmente padecen síntomas leves que de forma especial, pueden durar en forma persistente unas pocas semanas.
La infección que se desarrolla en el feto puede afectar diferentes órganos, dejar secuelas o incluso puede llegar a producir la muerte en forma temprana. Estas variantes dependen de las condiciones en que se desarrolla la enfermedad.
Una madre embarazada puede transmitir la enfermedad en dos variantes diferentes. La más común, es que cuente en forma previa, el antecedente de haber padecido este cuadro, antes del embarazo y pueda tener una reactivación (infección secundaria) durante la gestación; y la otra opción, es que desarrolle la enfermedad durante el embarazo (infección primaria), al tener contacto con niños enfermos principalmente en ambientes laborales que los mantenga concentrados (guarderías, centros infantiles, etc.).
La incidencia de la infección fetal, se incrementa con la edad avanzada del embarazo en la mujer que tiene una infección primaria, mientras que la aparición de manifestaciones de la enfermedad, disminuye con el avance de la edad del embarazo; y son poco probables, si la infección primaria se produce cerca del final del embarazo. En etapas muy tempranas del embarazo puede ser motivo de aborto.
En la embarazada que tiene antecedente de infección previa (secundaria), sus niveles de defensa contra esta enfermedad, condicionan protección relativa parcial al feto para el desarrollo de la enfermedad. La enfermedad puede reactivarse durante el embarazo, al tener un momento crítico de disminución del sistema inmunológico, que puede permitir la reproducción y diseminación viral, causando efectos nocivos al embrión o al feto.  
Al nacimiento el recién nacido puede tener como alternativas: manifestar signos relacionados con la enfermedad (sintomáticos) o no tener apariencia de alteraciones (asintomáticos). En general, la mayoría de las infecciones congénitas son asintomáticas al nacimiento. Ambos tienen el mismo riesgo de desarrollar secuelas durante sus primeros años de vida; pero los sintomáticos, tienen un riesgo mayor tanto de muerte en etapa temprana como de sordera a largo plazo.
El riesgo de tener un recién nacido sintomático es más factible en la forma primaria y sobre todo con un pronóstico más grave cuando la infección se produce en etapas tempranas del embarazo, debido a la diseminación mayor del virus en los órganos en formación inicial. Las manifestaciones pueden expresarse al nacimiento, como: retraso del crecimiento, falta de crecimiento de la cabeza (microcefalia), afección de la retina (ceguera), daño cerebral o neurológico (infección, retraso mental, convulsiones), inflamación pulmonar (dificultad respiratoria), crecimientos del hígado y bazo, aparición de moretones o puntos pequeños múltiples hemorrágicos (por disminución de plaquetas), depresión inmunológica (asociación infecciosa con bacterias).
De forma ideal, se debería de investigar en toda mujer que tenga planes de vida reproductiva, la presencia de este virus antes de producirse el embarazo, y en el transcurso del mismo hacer estudios correspondientes, si hay referencias de signos que puedan relacionar la presencia de la enfermedad a fin de proporcionar manejo oportuno.
La infección posterior al nacimiento por citomegalovirus en el recién nacido, puede ocurrir a través del contacto, con: las secreciones genitales maternas durante el nacimiento, consumo de leche materna contaminada con este virus, transfusión de derivados sanguíneos o de fluidos biológicos de personas infectadas. De todas estas variantes, la más frecuente es a través de la leche materna, ya que al parecer, se activa su eliminación por un proceso local que afecta en forma específica a la glándula mamaria, ya que estas madres no muestran virus en otros fluidos corporales. Para evitar este medio de transmisión, los bancos de leche realizan procedimientos especiales de congelación, pasteurización especial y nuevamente congelación, para eliminar el virus y evitar de forma segura su transmisión.
Los niños que padecen la enfermedad de forma congénita y principalmente por infección materna primaria, se caracterizan por eliminar en sus fluidos corporales el virus, durante más de un mes. Constituyen luego una fuente potencial de infección, para los demás niños que se encuentran internados en un servicio de Neonatología, por lo que se justifican dentro de sus normas de cuidados, todas las medidas preventivas de higiene para evitar inoculación inadvertida hacia otros recién nacidos. El problema mayor, lo constituyen los niños que tienen esta enfermedad y su identificación específica, pasa por desapercibido. Así la transmisión del virus de paciente a paciente, es posible a través de las manos del personal sanitario o de objetos contaminados.   
Las infecciones adquiridas casi nunca se asocian a enfermedad significativa en el recién nacido normal, porque suelen resultar de una reactivación materna, y el niño nace con anticuerpos protectores adquiridos en forma pasiva por la madre durante el embarazo. En cambio, los recién nacidos prematuros de muy bajo peso, tienen un sistema inmunitario inmaduro y nacen antes de la transferencia de anticuerpos, que suele ocurrir principalmente después de las 28 semanas de embarazo. Estos niños son susceptibles a la infección posterior al nacimiento por citomegalovirus, que puede tener una evolución con signos graves de la enfermedad.
Las manifestaciones de la enfermedad adquirida en los primeros días, incluyen infecciones como: neumonías, hepatitis, gastroenteritis, meningitis. En ocasiones de cuadros graves que manifiestan piel marmórea (aspecto de cuarteaduras de mármol), pulso disminuido, ritmo respiratorio irregular con riesgo inminente de muerte inmediata. Generalmente la infección adquirida no deja secuelas a largo plazo a diferencia de la forma de adquisición congénita. Para establecer su diferencia hay estudios específicos.
Niños mayores pueden infectarse en etapas escolares, cuando asisten a guarderías, jardines u otro tipo de centros preescolares. La forma de manifestarse es variable de acuerdo a la edad y el estado de salud del niño infectado y cómo se haya producido. En esta edad y posteriores, se manifiesta con fatiga, dolores musculares, dolor de cabeza, fiebre, crecimiento del hígado y del bazo (dolor abdominal variable), que generalmente son leves, pero con duración particular de dos a tres semanas.
Solo los pacientes que han recibido trasplantes contaminados con este virus, los que sufren inmunodeficiencia congénita o adquirida (VIH) o procesos inmunosupresores, serán quienes pueden tener infecciones graves con posible compromiso a su vida, por la capacidad de extensión de los virus, para afectar otros órganos de forma intensa.
Para evitar esta enfermedad, se requiere una detección anticipada al embarazo de la infección, o detectarla con los datos referidos si aparecen durante el embarazo, para poder ofrecer un tratamiento antiviral específico que modifique su evolución.
De manera preventiva, se deberá insistir en las guarderías a tratar de evitar la contaminación mediante fluidos corporales, en especial: saliva y orina, con medidas  higiénicas eficientes. Recordar que niños sanos sin problemas de inmunidad, tendrán un curso corto de síntomas y se extremarán cuidados en quienes tengan deficiencia inmune.