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Hígado graso

Esta alteración establece la existencia de grasas en el interior de las células del hígado, que en forma global y progresiva son capaces de establecer un daño inflamatorio particular, con alteraciones que incluyen a futuro: la cirrosis y la falla hepática.
Es una enfermedad de descripción relativamente nueva, al reportarse los primeros casos en adultos desde hace cerca de treinta y cinco años, cuando se encontraron cambios en el hígado parecidos a los que se producen por el consumo de alcohol, pero que se desarrollaba en pacientes que no tenían el antecedente de ese consumo. Posteriormente se menciona el reporte del primer caso en la población infantil, tres años después de la descripción de adultos.
De forma similar a otras enfermedades que no dan muchas alteraciones evidentes durante su desarrollo, las consecuencias son irreversibles cuando el daño se deja pasar por tiempo prolongado. En esta enfermedad los pacientes tendrán alteraciones notorias cuando el hígado ya tenga comprometidas muchas de sus funciones habituales; y su integridad, se encuentra alterada por tejido de cicatrización continua, ante lo cual quedará solo como alternativa para su tratamiento el trasplante correspondiente.
Esta enfermedad está relacionada con alteraciones en la alimentación; y en especial, se le vincula al sobrepeso y de preferencia a la obesidad.
A nivel mundial, en diferentes países tenemos incrementos progresivos de sobrepeso y obesidad, que afectan al ser humano desde etapas muy tempranas de su vida. Esto ha permitido que ya se puedan encontrar cifras significativas en los primeros estudios que relacionan esta enfermedad con jóvenes y niños con sobrepeso hasta en un 20% de los casos y con mayor proporción (55%) entre los pacientes con obesidad.
Al tratarse de una enfermedad que no está muy divulgada y además, que no causa muchas alteraciones evidentes en los pacientes, es de considerar que se pueden estar generando muchos casos al momento; y en tiempos futuros cercanos, tendremos a una población con limitación a sus expectativas de vida, ante el daño hepático irreversible y padres de familia que verán limitadas sus expectativas personales familiares.
Por reportes estadísticos de algunos estudios realizados hasta el momento, se encuentra relacionada en la población pediátrica, con mayor frecuencia a edades de once a trece años de edad, con predominio al sexo femenino, posiblemente relacionado con asociaciones de cambios hormonales y modificaciones nutricionales.
Su elevada prevalencia entre la población preadolescente y adolescente de los países desarrollados, ha determinado que sea considerada como la principal sino la primera causa de enfermedad hepática crónica, siempre asociada con la obesidad. Es menos frecuente, pero también posible, que la alteración sea secundaria a algunas infecciones específicas o enfermedades inflamatorias.
En el desarrollo de esta enfermedad existen varias teorías para explicar su alteración, que en forma simple, se reducen a señalar que ante la ingesta excesiva de nutrientes que se tienen que transformar a nivel del hígado, se alteran los mecanismos de información a la célula hepática (hepatocito) que empieza a incrementar y formar grasas especiales, que se depositan en diferentes órganos, pero que en el mismo hígado son capaces de generar una respuesta inflamatoria (ante su presencia en el interior de estas células); que en consecuencia, empiezan a ser atacadas y dañadas por sustancias de la respuesta inflamatoria, con daño progresivo que rebasa su capacidad de regeneración, dejando tejido de cicatrización y zonas de tejido muerto, incapaces de poder cumplir las funciones importantes que tiene el hígado, para la transformación de nutrientes y de eliminación de desechos. En este mecanismo, participan de forma asociada: la incapacidad de la insulina para poder cumplir sus funciones normales, ante la actividad tan excesiva de carga de trabajo que se le impone, cuando desde etapas infantiles se le ha condicionado a trabajar mediante cargas excesivas de azúcares (almidones). La falta de actividad física que limita el desarrollo y función de consumo energético por parte de los músculos corporales; las cifras de presión arterial anormal, que modifican la respuesta de los vasos sanguíneos al paso de la sangre; características de la superficie de los vasos sanguíneos por tipo de grasas en circulación;  y condiciones de predisposición genética, que se pueden modificar de forma anormal por los hábitos de alimentación y tipo de vida del niño/adolescente.
Como manifestaciones clínicas se puede encontrar desde el niño o adolescente que no se queja de nada en particular o datos muy sutiles como debilidad, alteraciones menstruales, fatiga o malestar vago,  hasta aquellos que tienen alteraciones relacionadas con modificaciones del hígado, como: dolor localizado, coloración ictérica, sensación frecuente de náuseas, sangrados por diferentes partes corporales (de la nariz más frecuente), colecciones anormales de líquidos o existencia de zonas corporales hinchadas. El cuadro es posible asociar de forma fácil si se asocian estas alteraciones con sobrepeso o con obesidad evidente, pero habrá que recordar que no es exclusivo de esta alteración y considerar también si se relaciona con otros procesos inflamatorios.
Mientras el paciente no desarrolla alteraciones evidentes, en el interior del hígado la acumulación anormal de las grasas, estimula la liberación de sustancias inflamatorias que empiezan a lesionar a cada una de sus células, que al paso del tiempo pierden su capacidad de regeneración y degeneran en tejido lesionado, cicatrizado o destruido en la medida que la inflamación se mantiene en actividad frecuente. Al existir gran cantidad de tejido hepático destruido, las manifestaciones anormales se harán presentes, primero por estudios de laboratorio anormales y después, con alteraciones en el paciente con pérdida del apetito, náuseas frecuentes, coloración amarilla de piel, sangrados, cuerpo hinchado, agua en el abdomen, alteraciones respiratorias, cardiacas y alteraciones mentales.
En cuanto el médico tenga sospecha de este cuadro o el familiar refiera su inquietud por esta alteración, se deberá revisar por el médico si hay alteraciones en la exploración del paciente, que se relacionen con la modificación de la función o de la anatomía del hígado, para proceder a efectuar los estudios de laboratorio y gabinete que orienten mejor sobre el cuadro. Las pruebas de función hepática y el estudio de ultrasonido podrán orientar de forma más apropiada.
Conviene para un manejo integral del paciente, que se cuente con la valoración por los especialistas en sistema digestivo (gastroenterólogo pediatra) y en alteraciones hormonales (endocrinólogo pediatra) para poder establecer un seguimiento y control adecuado a fin de evitar la progresión de la enfermedad hepática y permitir su reversión.
El tratamiento es relativamente sencillo, modificando los parámetros de alimentación, estableciendo actividad física regular, disminuyendo el peso de forma progresiva (su pérdida brusca puede generar complicación de la enfermedad), apoyo emocional orientado y empleo de algunos medicamentos específicos, para favorecer la mejoría de las cifras tensionales o del tipo de grasas circulantes, además de los niveles de azúcar.    

Para evitar este cuadro la prevención es fundamental, evitando la presencia de sobrepeso o de obesidad en los niños, desde el momento que reciben alimentos diferentes a la leche materna y además, desarrollando el hábito de actividad física regular, con intención de mantener al niño en valores normales de crecimiento. La alimentación proporcionada por los padres deberá limitarse en su cantidad, siempre en forma proporcional a la dimensión corporal del niño, sin rebasar desde etapas tempranas de la vida, para no deformar con los incrementos del volumen la capacidad del estómago. Así la cantidad adecuada y los buenos hábitos evitarán estos cuadros…