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Identidad disociada


Durante la infancia, es natural que el niño manifieste disociaciones de su identidad en los momentos que participa en un juego o en alguna lectura, sin ser consciente del tiempo y condiciones ambientales que se presentan a su alrededor, participando en forma atenta a todo lo que genera en su imaginación, para volver a desarrollar su identidad específica habitual, pudiendo diferenciar entre la ficción y la realidad, al momento de terminar con la actividad que lo mantuvo ocupado en parte de su juego.
Pero en otra condición anormal de su conducta, pueden presentarse cambios en su identidad que no se relacionan con algún tipo de juego o de lectura en particular, manifestando alteraciones en su identidad, consciencia, memoria y percepción, que suelen manifestar en forma de personalidades múltiples. Esta alteración del comportamiento es conocido como trastorno disociativo de identidad, que se caracteriza por: la presencia de dos o más estados de personalidad distintos; lo que algunas culturas pueden describir como una experiencia de posesión, y episodios recurrentes de amnesia.
Las condiciones que influyen en su desarrollo o manifestaciones progresivas se originan por experiencias infantiles traumáticas, especialmente de abuso físico y negligencia, que ocurren en la primera infancia, desde los 2,5 hasta los 8 años, surgiendo las alteraciones en los años siguientes y con evidencia de alteración de comportamiento durante la adolescencia. Bajo estas circunstancias, el niño tiene que lidiar con una situación abrumadora o pavorosa, con múltiples situaciones atemorizantes o con una situación vital confusa, se siente muy asustado e indefenso y no puede escapar de la situación, puede incluso temer por su propia vida, y para poder superar esta situación, encuentra una forma de escape bloqueando (disociando) las situaciones terroríficas de su memoria, cortando sus sentimientos de dolor, daño, rabia, bloqueándose y apartándose de pensamientos negativos sobre sí mismo y sobre los que le están haciendo daño.
Bajo esas condiciones, puede que entre en una especie de trance o en blanco (quedándose quieto, mirando al vacío) y deje de ser consciente de lo que le rodea. Eso constituye su técnica de supervivencia, que utiliza en el momento en que ocurre la situación que le asusta y que puede ayudar al niño en ese instante. Sin embargo, este estado de trance o las recurrencias de amenazas que puede continuar apareciendo en otras circunstancias, dificultará que el niño se desarrolle de forma normal, que pueda cumplir las expectativas académicas y sociales, que aprenda a manejar las emociones de manera apropiada y que forme vínculos saludables.
La prevalencia no está bien definida, pero se calcula en forma aproximada de tres casos por cada doscientas personas, con mínima ventaja proporcional para los hombres. Esta afección puede presentarse en preescolares, considerando el riesgo potencial que tienen de ser abusados en edades previas. Los adolescentes con este trastorno tienen más riesgo de asociar otras alteraciones anormales psiquiátricas.
Los niños más pequeños están más predispuestos a la disociación que los niños mayores, ya que no tienen la habilidad de manejar lo que les asusta o les resulta doloroso y no pueden retirarse de la situación. En cualquier caso, la forma en la que cada niño maneja cada situación dependerá de muchos factores, entre ellos: la capacidad del niño para calmarse por sí mismo y para creer que su mundo puede volver a ser seguro; la habilidad de los padres para escuchar los sentimientos confusos y conflictivos de su hijo y discutir de forma abierta la situación traumática; y la disponibilidad de recursos rápidos y apropiados que ofrezcan apoyo real.
El desarrollo de estas manifestaciones suele crear confusión importante en familiares y personal médico que desconoce esta alteración, siendo motivo de llegar a atribuir que el cambio del comportamiento del niño o adolescente sea condicionado por la existencia de espíritus que toman posesión de su cuerpo y se manifiestan en el mismo, en tiempos variados y con conductas muy específicas. En consecuencia, su tratamiento se enfoca a la búsqueda de terapias alternativas, prácticas religiosas o esotéricas; que, al no obtener un control y remisión apropiado, condenan al paciente a un mayor deterioro mental.
Este trastorno como otros se manifiestan en grados variables, que pueden ser influidos por condiciones particulares diferentes. Como ejemplo de un trastorno leve, es cuando el niño no escucha y no atiende la enseñanza del profesor, por manifestar una condición como ausente del salón de clases, lo que afecta a su desempeño escolar, si es frecuente.
La disociación moderada se puede representar cuando el niño desarrolla la habilidad para no sentir cómo le hacen daño a su cuerpo durante abusos físicos, sexuales o de intervenciones quirúrgicas, que lo consigue mediante una condición orgánica de , lograda como entumecimiento e insensibilidad para poder eliminar la sensación desagradable. Otra manifestación moderada se manifestará cuando el niño separe su estado consciente, para disminuir o evitar las consecuencias de las experiencias terroríficas, para formar una condición irreal ante situaciones que lo asustan o condiciones que les recuerden una situación especial traumática.
La forma severa se desarrolla para escapar de situaciones terroríficas recurrentes. Esas experiencias las separa de su consciencia. Cuando se le cuestiona sobre ellas, da la apariencia de respuestas con mentiras, pero en realidad se pretenden ocultar en forma de una falta de memoria defensiva. Por sus temores o experiencias, puede tener sensación de escuchar voces en su cabeza con una parte enfadada que le grita y lastima; o bien, una voz que le ayuda para desarrollar actitudes de cómo comportarse. Puede manifestar así que en su cabeza hay diferentes personas y tomar el rol de su representación, para realizar cambios súbitos de comportamiento, que se relacionan con las voces que oye. La forma más extrema de la disociación ocurre cuando las partes disociadas toman el control del niño, tanto de su consciencia como de su comportamiento, manifestando cambios de actitud, memoria, comportamiento, destrezas, en tiempos alternos en que cada una de esas voces de su cabeza define su control.
Las diversas personalidades son casi siempre bastante discrepantes y, a menudo, parecen ser opuestas. La personalidad original por lo general no tiene conocimiento de la otra. Cuando una personalidad dada es dominante e interactúa con el entorno, las otras personalidades pueden no percibir todo lo que está sucediendo.
Cada personalidad está bien integrada y es un conjunto complejo de recuerdos únicos, patrones de comportamiento y relaciones sociales que controlan la función de cada individuo durante sus intervalos dominantes. La transición de una personalidad a otra es repentina, a menudo dramática, y generalmente precipitada por el estrés.
Derivado de este trastorno, los problemas a largo plazo más comunes entre los adultos que fueron acosados de niños incluyen: Reacciones emocionales y autopercepciones como la depresión, la ansiedad y la tensión. Impacto en las relaciones interpersonales, expresada como dificultad para ser padres y responder a sus propios hijos, dificultad para confiar en los demás; miedo indiferenciado, hostilidad y sentido de traición. Efectos sobre la sexualidad: problemas con la adaptación sexual y promiscuidad. Efectos sobre el funcionamiento social, como prostitución y abuso de sustancias.
Al momento de notar cualquier variante de este trastorno, se debe evaluar al afectado por el especialista en alteraciones de comportamiento infantil (paidopsiquiatra), para establecer las características individuales que cada caso manifiesta y su plan específico de tratamiento, ya que esta alteración debe diferenciarse de forma adecuada de otras condiciones similares. Si el tratamiento es empleado de forma apropiada en etapas tempranas, el pronóstico para una recuperación total es factible. En caso contrario, las posibilidades de complicaciones son mayores… sospeche desde los amigos imaginarios.