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Niños de 1 a 2 años de edad.

Durante esta etapa del desarrollo infantil, los cambios progresivos considerados como marcadores biológicos, tienen sus periodos especiales de aparición variable, que orientan sobre la maduración orgánica normal de las posibles alteraciones. Se continúan tomando en referencia las capacidades de desarrollo del movimiento corporal (motor grueso), habilidad manual (motor fino), desarrollo del lenguaje, interacción social y desarrollo personal.
Entre los cambios que se generan en el control corporal, destacan de los doce a quince meses su capacidad para poderse mantener de pie sin ayuda o apoyo mediante algún mueble, el inicio de la marcha, colocando los pies en forma separada para tener una base de sustentación amplia y desplazamiento con empleo de movimientos alternos de su cadera, tomando al familiar de ambas manos; y en forma progresiva, retirando el apoyo manual hasta poder establecer su marcha espontanea a los quince meses. Durante esta etapa, es conveniente ayudar a desarrollar su seguridad para la marcha; en especial, para favorecer el incremento de la fuerza muscular, hasta notar una firmeza postural apropiada para empezar a soltar y pedir que en inicio, se desplace por tramos cortos. La marcha sin ayuda se consigue en general entre los quince a dieciocho meses. Si algún niño ya tenía marcha espontanea en la etapa anterior, para este periodo podrá tener marchas más largas y es posible que inicie trayectos de carreras cortas. De los 18 a 24 meses desarrollan confianza mayor para su marcha espontánea, realizan tramos variables de carreras y pueden empezar a subir escaleras haciendo pausas con los dos pies en cada escalón, ya que a partir de los dos años podrán iniciar la alternancia de pies y podrán empezar a coordinar movimientos de pedaleo.
Para estimular este proceso, conviene contar con arnés de tirantes, que se sujeten a su tronco superior para evitar caídas con golpes en la cabeza, en cada ocasión que sufran algún tropiezo. Como alternativa improvisada puede funcionar alguna toalla, sábana o rebozo, que se hace pasar por delante del pecho del niño y debajo de sus axilas, para hacer tracción hacia arriba desde la parte posterior (espalda), para tomarlo a la altura adecuada y cómoda para el familiar. No contar con este medio condiciona al familiar acompañante, mantenerse en posición agachada por periodos variables de tiempo, con molestias posteriores de su espalda. No se recomienda tomarlo de una sola mano, ya que al tropezar el niño, se le puede generar una lesión en su brazo al momento de tirar de él hacia arriba por evitar su caída. Los desplazamientos espontáneos, deben realizarse en lugares seguros y en distancias progresivas bajo el cuidado de dos familiares.
Son motivo de preocupación: los niños con ausencia de posición de pie espontáneo o con ayuda hasta los quince meses; o también, quienes no desarrollan la marcha en el periodo de los quince a dieciocho meses. Se consideran además, aquellos que muestren tropiezos frecuentes, cojeo al caminar o aquellos con posturas anormales.
El desarrollo motor fino entre los doce y quince meses, permite que el niño pueda tomar objetos pequeños entre el pulgar y otros dedos, son capaces de poder tomar su cuchara y tratar de comer, tomar la taza y tener algunos derrames, realizar algunos trazos lineales desordenados con lápiz. De los 15 a 18 meses, podrá empezar a hojear libros, empezará a emplear la cuchara de forma más coordinada y empezará por acomodar algunos objetos encima de otros. Entre los 18 a 24 meses, podrá tomar pelotas y lanzarlas, construir torres con cubos y rallar con plumas o crayones, de forma irregular. La estimulación a esta función, deberá de realizarse ofreciendo objetos pequeños sujetos con material elástico, para que al momento de su toma con dos dedos, se evite su introducción a la boca y siempre con supervisión frecuente. Los objetos o juguetes restantes deben ser de tamaño grande para evitar su ingesta, superficies lisas para evitar lesiones, además de colores y sonidos atractivos para motivar curiosidad y emoción. Se debe sospechar de alteración al desarrollo manual, cuando no exista toma espontanea de objetos, exista incoordinación o deficiencia de movimientos o sin progreso de control.
El lenguaje entre los doce y quince meses, permite cambiar los balbuceos previos por sonidos de palabras relacionados con la intención o el aspecto físico. Empieza a nombrar objetos o personas. Se puede hacer entender mediante cabeceos de afirmación o negación, además de señalamiento con su mano. Entre los quince y dieciocho meses, incrementa su capacidad de aprendizaje de palabras, nombra en forma espontánea a algunos objetos y acciones, relaciona y menciona algunas partes corporales, relaciona dos palabras en forma de frases. Comprende y realiza órdenes sencillas. Entre los 18 a 24 meses, incrementa el aprendizaje de palabras y las asigna de forma adecuada, imita sonidos de animales o de objetos, incluye ritmo variado a su lenguaje mientras hace algunos monólogos y antes de los dos años, inicia el empleo de verbos en sus oraciones.
La estimulación a su lenguaje en etapa inicial, incluye: continuar lectura diaria, no tratar de adivinar sus intenciones o acceder a sus señalamientos corporales. Cuando se note ese tipo de comunicación, se le nombrará el objeto específico procurando obtener algún sonido en particular, para poder entregar la solicitud previa establecida. Se realizaran juegos de simulación para estimular el lenguaje, como llamadas telefónicas o podrá estar de testigo en los juegos de sus hermanos mayores atento a sus diálogos. Debe ser motivo de inquietud si no hay presencia de sonidos bisílabos rítmicos, no desarrolla aprendizaje de palabras y/o emite solo gruñidos irregulares en intensidad y ritmo.
Su desarrollo personal y social entre los 12 y 15 meses, tiene capacidad de desarrollar identificación de emociones (enojado, triste, contento, etc.). Puede buscar la atención afectiva y de juegos con alguna persona en particular, comprende el sentido de la negación y considera que todo lo que le rodea es de su propiedad, por lo que se debe iniciar establecer límites en sus acciones a fin de poder establecer obediencia adecuada. De los 15 a 18 meses: manifiestan curiosidad intensa por todo, gustando de experimentar y explorar. A través del juego se estimula su imaginación y aprendizaje. Expresan e identifican emociones de forma rápida. De los 18 a 24 meses, son capaces de mostrar intolerancia a las frustraciones de sus deseos mediante berrinches o rabietas. Son capaces de contar con sensaciones de vergüenza y culpabilidad, que pueden condicionar también sus berrinches. Con el desarrollo del lenguaje, son capaces de manifestar su condición emocional.
La estimulación al desarrollo afectivo en esta etapa, se favorece con una convivencia sincera en donde el adulto, le exprese de forma intencionada su estado emocional presente, con la intención de facilitar su identificación corporal y facial en el niño. Habrá que evitar fingir alegría o forzarla delante del niño. Se deberá de estimular los juegos con imaginación, lenguaje abundante y variado, en donde se incluyan expresiones orales emocionales, con su modulación y gestos relacionados. Establecer límites de actividad y posesión a fin de empezar a controlar la actividad espontánea y no adecuada en su comportamiento. Enseñar valores sociales y familiares. Dar instrucciones claras sobre el castigo a emplear (como interrumpir el juego, no darle acceso a juguetes preferidos o simplemente dejarlo solo por un tiempo razonable de tiempo –su edad cronológica de años, expresada en minutos-) y aplicarlos para no enseñarle mentiras. Las alteraciones en este aspecto, se notan ante niños con comportamiento de aislamiento o deficiencia en expresión de emociones.
Toda atención adecuada ofrecida en este periodo, le traerá como consecuencia una capacidad de convivencia adecuada, además de confianza y seguridad en sus  desplazamientos y actividades. El peso cambia de 9 a 12 kg y la estatura de 75 a 85 cm.

Cada niño puede tener variantes particulares que deben ser valoradas de forma especial.