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Persistencia de conducto arterioso


  Es la permanencia de un tubo sanguíneo después del nacimiento, entre los vasos del corazón que de forma natural existe en la etapa fetal, para poder enviar la sangre a la circulación corporal, sin pasar por la circulación pulmonar.
Considerando que en la vida intrauterina, los pulmones del feto no tienen oxígeno para el intercambio sanguíneo, la sangre proveniente de la placenta materna, ocupa un conducto que desvía el flujo hacia la circulación restante hasta en un 90% del volumen total, luego de entrar a la cavidad cardíaca.
Este conducto se encuentra localizado entre los principales vasos sanguíneos que salen (arterias) del corazón, por delante de la arteria pulmonar hacia la parte posterior de la arteria aorta. Puede tener formas variadas que incluyen: cono, ventana, tubular, alargado o compleja. A partir de la sexta semana de vida fetal, es el responsable de la mayor parte del flujo de salida del ventrículo (parte baja del corazón) derecho.
Este conducto, permanece abierto en este periodo ante la producción de una sustancia (prostaglandina), que se genera ante la escasa circulación sanguínea en los pulmones y por producción en la placenta. El estímulo que condiciona su cierre son las altas concentraciones de oxígeno, por lo que en forma habitual, su cierre se produce en forma inmediata posterior al nacimiento además de la separación placentaria.
Bajo algunas circunstancias especiales, la circulación pulmonar sanguínea es deficiente al nacimiento y se favorece a la persistencia del conducto arterioso, que puede ser benéfico cuando el corazón o sus vasos sanguíneos se encuentren alterados, pero cuando el corazón o sus vasos sanguíneos no tienen alteraciones, su persistencia causará alteraciones secundarias o podrá causar alteraciones en otras anormalidades cardíacas.
De manera natural luego del nacimiento, el corazón como bomba tiene que impulsar la circulación de sangre contra dos tipos de corrientes. Por su lado derecho, la pulmonar representa menor resistencia por ser un espacio lleno de aire, mientras que del lado izquierdo la sangre deberá de circular entre los diferentes tejidos corporales y contra la gravedad de acuerdo a la postura corporal. Esta diferencia establece desde los primeros momentos que la masa muscular del lado izquierdo del corazón, se desarrolle en mayor proporción para poder generar una presión más importante.
Tomando en cuenta esos factores, cuando el conducto arterioso permanece abierto, es natural que en este conducto el flujo de sangre sea en predominio del lado izquierdo hacia el derecho. Del lado de mayor presión a la de menor presión. Esto condiciona que el volumen de sangre del lado derecho se vaya incrementando en forma progresiva. Se empieza a tener mayor volumen sanguíneo del lado pulmonar; y en tiempo posterior, producirá mayor esfuerzo del corazón para poder movilizar.
Normalmente el cierre funcional del conducto, se presenta cerca de las primeras 15 horas del nacimiento en los niños con una duración de embarazo normal. Se produce por una contracción de su pared muscular del conducto. En los niños que nacen antes de tiempo de su maduración (prematuros), pueden tener persistencia, al existir factores que limitan esta contracción muscular, como: la inmadurez pulmonar y la sensibilidad incrementada a los niveles de prostaglandina formada en los pulmones.
El cierre anatómico inicialmente de forma funcional en las primeras horas del nacimiento, llega a cerrar de forma definitiva por formación de tejido fibroso en las siguientes dos a tres semanas. Así bajo algunas circunstancias especiales, es posible que un recién nacido normal, pueda llegar a tener una reapertura en las primeras dos semanas de vida, si se favorecen los factores necesarios. Un factor que puede influir a la reapertura de un conducto arterioso, es el aporte excesivo de líquidos. Se consideran de riesgo aquellos niños que además de leche materna, complementan su alimentación mediante empleo de biberones y fórmulas. De forma específica, se considera como persistencia del conducto arterioso, al vaso que permanece abierto o tiene presencia funcional después de los primeros tres meses. En este periodo en consideración a los trastornos asociados y con la baja posibilidad de su cierre espontáneo posterior, es meritorio de establecer su cierre definitivo; en especial, cuando se rebasan los primeros cinco meses de vida.
Como efecto al volumen excesivo circulante, se incrementa de forma progresiva la fuerza de su impulso a la circulación (presión). Si el problema es persistente, es posible que se produzcan cambios en la circulación pulmonar, modificando el grosor de las células, por lo que su tratamiento bajo estas circunstancias ya será irreversible. Podrá justificar trasplante pulmonar asociado, ante engrosamiento de la circulación pulmonar.
Entre sus causas especiales, se describe con mayor relación: la rubeola que se desarrolla en la madre en las primeras cuatro semanas del embarazo, consumo de alcohol, empleo de anfetaminas y fenitoína, mayor altitud geográfica y la prematurez.
Su incidencia en los embarazos de duración normal es muy baja (0.02%), que se modifica con relación a los nacimientos prematuros (20% en menores de 32 semanas y más del 60% en los menores de 28 semanas). Los niños que tienen bajo peso al nacimiento (menores de 2500g) tienen una incidencia del 30%. Como lesión aislada de cardiopatías congénitas se presenta en el 5-10% de los casos. Tiene predilección en relación al sexo, para el femenino en proporción 2:1
El pronóstico para esta enfermedad en la mayoría de las ocasiones es bueno, cuando el cierre se presenta de forma espontánea en los primeros tres meses de vida. En los prematuros que tienen un conducto grande, pueden desarrollar alteraciones en la circulación sanguínea pulmonar con discapacidad funcional posterior. Los pacientes mayores de tres meses, con tratamiento médico tienen cierre en su mayoría (94%). Su mortalidad varía entre 20 a 40% en los bebés prematuros con conducto amplio.
La forma de manifestar alteraciones en el recién nacido, serán dependientes del grado de prematurez, desnutrición y tamaño del conducto arterioso. Las manifestaciones pueden presentarse a cualquier edad. En la mayoría de las ocasiones, solo se relaciona la sensación de cansancio a la succión, con la presencia del soplo cardiaco específico.
Cuando el niño tenga entre tres a seis semanas de vida, podrá tener respiración rápida, sudoración, asociada con dificultad a la succión, con pobre ganancia de peso. Cuando la congestión vascular secundaria al conducto persistente, sea de moderada a grande, puede manifestarse con llanto ronco, tos e infecciones respiratorias bajas recurrentes.
Con esos datos de sospecha, la revisión por parte del médico pondrá en evidencia: alteraciones de la frecuencia respiratoria y presencia del soplo especial al auscultar los ruidos cardiacos. Motivos suficientes para considerar estudios adicionales o valoración particular por el cardiólogo pediatra, a fin de definir las dimensiones específicas; así como, las consecuencias hemodinámicas secundarias, para establecer el mejor tratamiento a realizar. Estas condiciones se determinan mediante el estudio de ecocardiografía, donde es factible tener acceso a la imagen del corazón y sus vasos relacionados, con equipo de ultrasonido desde el exterior (sin invadir o radiar al niño). 
Su tratamiento puede incluir de acuerdo al tiempo de evolución, medicamentos para evitar la congestión vascular, medicamento para inducir el cierre secundario; o bien, evaluación por centros especializados de cardiología, para considerar su cierre con la aplicación de un implante en su interior para favorecer a su bloqueo; o como última alternativa, el cierre quirúrgico mediante cirugía a tórax abierto (no tan frecuente).
Es una alteración relativamente alta en pacientes que asocian prematurez o bajo peso, que deben ser vigilados de forma periódica para comprobar que tengan cierre espontáneo y no evolucionen a complicaciones hemodinámicas circulatorias futuras…