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Socialización del niño

Es el proceso continuo mediante el cual se hace participar al niño dentro  del grupo humano; o bien, es la forma de actuar del grupo humano para modificar y establecer el comportamiento y su conducta presente y futura.
El proceso de socialización es un proceso de aprendizaje, de las conductas consideradas adecuadas dentro del ambiente donde se encuentra el individuo en desarrollo, junto con las normas y valores que rigen esos patrones conductuales. Así a medida que los niños maduran en su aspecto biológico, intelectual y emocionalmente, buscan su independencia de los adultos, por lo que el necesario paso del control externo al autocontrol, hace imprescindible la aceptación e incorporación de las normas y valores propios, característicos de la cultura en donde se  incluyen.
Indudablemente, la adaptación a la sociedad no se produce sin tener en cuenta la condición imperativa de los instintos; y la organización de los diferentes mecanismos defensivos, que en forma natural se presentan en el niño a una edad menor. Participan los procesos de imitación, de identificación e incorporación, como medios preparatorios indispensables a la futura adaptación a la comunidad adulta, sin garantizar que esta adaptación llegue a feliz término, ni siquiera cuando coinciden las reglas familiares y las de la comunidad social.
Es importante en los niños, estimular el desarrollo positivo de la socialización desde que nacen, siendo los padres el primer vínculo para la aplicación de estas prácticas positivas, ya que de sus resultados se podrá definir la forma cómo se relacionen con los demás y cómo puedan reaccionar ante situaciones que se presenten en su vida futura, con la desventaja que lo que no se haga en cada una de sus etapas, no podrá recuperarse y podrá influir de forma negativa a las siguientes.
En etapas iniciales el niño realiza procesos particulares, que constituyen los primeros contactos que adquieren un significado diferente, durante la evolución de la socialización. Forman parte del mismo proceso evolutivo, modifica conductas, y que al realizarlas, cambian ellas mismas con el desarrollo, según la importancia que el niño o bien otra persona les conceda; o según, la importancia que adquieran en el marco de la adaptación social. Se incluyen en estos primeros procesos: la función de la mirada, de la sonrisa, concepto afirmativo y negativo y la del juego.
En forma inicial todo recién nacido en sus primeras semanas puede ser calificado como de autismo normal –percibiendo y experimentando solo con sus reacciones corporales-, se nota marcado por la falta de conciencia de la figura materna. Posteriormente durante la alimentación, el sentido de la mirada es una experiencia fundamental para la percepción del otro ser humano con quien se interactúa, ya que al haber un intercambio de miradas, no solo se ven unos ojos, sino que se observa a una persona que mira de forma directa, estableciendo la raíz de la sociabilidad humana, a partir de la exploración visual del entorno como una actividad primaria básica en el recién nacido. La importancia de este contacto visual mutuo, es dependiente de la situación y del ambiente en que se desarrolla, la duración de la mirada de la madre que guarda en relación con la mirada infantil, momento apropiado para entrar en contacto en relación con las necesidades del bebé, clima afectivo y emocional en que se desarrolla el contacto.
Ese contacto visual funciona como un dialogo pre-verbal, generando la posibilidad de captar la mirada y dejarse captar por la otra. Al paso del tiempo, este intercambio de miradas puede asociarse con otras modalidades; así a diferentes edades, podrán: asociar la sonrisa antes del sexto mes, la mirada interrogante al llegar al año de edad, la mirada en demanda de ayuda al año y medio, la mirada para pedir aprobación a los dos años. Después puede interpretarse como buena o mala mirada, para regular la conducta.
La emisión de la sonrisa se origina normalmente a partir de los tres meses de vida. En este proceso el sentido inicial de la sonrisa cambia progresivamente, del bienestar y/o tranquilidad, para convertirse en un esbozo de comunicación, solo comprensible al margen de la relación, que puede ser: sonrisa como reacción, sonrisa como relación, sonrisa como propia o espontánea y finalmente la sonrisa como diálogo.
Posteriores a los gestos, se inicia la fase de comunicación inicial simple, mediante movimientos de la cabeza para poder simbolizar las afirmaciones (sí) con las negaciones (no). Este tipo de movimientos, se podrán empezar a estimular en simbolismo y control, a partir del sexto a séptimo mes de vida, ya que antes el lactante no tiene la capacidad de poder mover en forma voluntaria la cabeza hacia arriba, hacia abajo y laterales. Puede asociar otros indicios de comunicación, como: movimientos corporales diversos, sonidos guturales. Entre el periodo del balbuceo y el del lenguaje propiamente dicho, existe un periodo entero de comunicación, que puede tener carácter de satisfacción e incluso de consentimiento –para simbolizar aprobación-, como algunos sonidos guturales monótonos o por medio de algunos balanceos. Por el contrario, el sentido de la negación se puede representar con gestos de encogimiento o de rebeldía. Esta comunicación inicial con los adultos le podrá ir estableciendo límites de su conducta a partir de los primeros doce meses de vida. Se iniciará en el respeto a lo que no es suyo y esperar la aprobación de algunas acciones o toma de objetos que sean de su interés.
Durante el juego, el niño encuentra a otro(s) en su participación con opción de emplear algunas reglas y poder establecer conductas ritualistas de acuerdo a las aportaciones culturales. El juego se considera como un ejercicio de preparación en la que el niño adquiere una forma que prefigura la actividad del adulto, en una especie de pre-ejercicio de las funciones mentales sobre los instintos, en base a imitación o inclusión de los modelos de comportamiento a su disponibilidad.
Los juegos pueden ser individuales y colectivos. Funcionales, imaginativos, de creación o construcción y sociales. Por su estructura pueden, ser: con carácter lúdico si solo se realiza cualquier cosa por gusto sin que su acción modifique su estructura social, más frecuente en los primeros tres años. Los juegos que añaden elementos estructurales, mediante símbolos o ficción con capacidad de representar realidades diferentes a su percepción (“como si…”) inician a los dos años y más importante en edades de 6-7 años; y finalmente los juegos tradicionales, transmitidos de generación a otra, con presencia de reglas establecidas, como resultado de una convivencia colectiva se constituyen como antecedente de comportamiento social ante las reglas por seguir.
Por otra parte, los integrantes de la familia que conviven con el niño, proporcionan influencias personales intencionadas o no, para formarlo en condición progresiva a una conducta particular de acuerdo a la sociedad donde se desempeña. De preferencia, mediante modelos de conducta familiar ideales, los niños deberían aprender por imitación, su integración a la sociedad. Las capacidades limitadas de los padres asociados a exigencias particulares de normas generacionales o novedosas, motivan la existencia de los castigos para regular el comportamiento de los hijos, como sistema disciplinario para penalizar las fallas que se generen. Estos castigos deberán ser acordes a la etapa del desarrollo infantil. En este modelo de disciplina se fomenta la presencia de una autoridad por respetar, con reglas que guardar y sanciones a considerar, que serán modelo de la regulación que encontraran en la sociedad de su vida futura.
En este proceso de socialización se incluirán valores básicos como: orden, seguridad, bienestar y beneficio que en forma secundaria motiven la paz, tolerancia, respeto, igualdad, fraternidad, espiritualidad, aprendizaje, productividad, solidaridad, dignidad, cooperación, honestidad, honradez, libertad, responsabilidad y sinceridad.

Lo que fomentemos en la población infantil actual, se reflejará en la sociedad futura…