De forma natural
el ser humano desde el nacimiento, cuenta con un sistema en su organismo para
identificar a cada una de sus estructuras corporales, como propia; y de forma
inversa, tiene la capacidad para reconocer a todo elemento que no forma parte
del cuerpo para rechazarlo de forma inmediata. Este sistema establece la
inmunidad hereditaria.
Dentro del
funcionamiento de la inmunidad hereditaria, existe la capacidad de poder formar
sustancias especiales de defensa (anticuerpos), cuando en el transcurso de la
vida del individuo, se exponga a la agresión por microorganismos y/o sus
toxinas, o la presencia de estructuras moleculares ajenas al cuerpo que puedan
representar un daño potencial biológico. Este mecanismo constituye la inmunidad
inducida que está muy relacionada con la integridad y función de la
hereditaria.
Se considera que
se produce una enfermedad autoinmune, cuando existe una alteración en el
sistema inmunológico, que causa una deficiencia para poder reconocer a los
componentes propios del cuerpo, y se generan anticuerpos que atacan, dañan y/o
destruyen a los tejidos, células y/o productos químicos presentes en el propio
cuerpo. En estos casos, las células que forman parte del sistema inmunológico
elaboran sustancias (anticuerpos) para dañar a células normales del propio
cuerpo.
Dentro del
funcionamiento normal del sistema inmunológico; es posible en ocasiones, que alguna
de las células (linfocito) del sistema tenga un funcionamiento anormal, y “por
equivocación” desarrolla la capacidad de atacar a células del organismo propio,
dando por resultado una reacción autoinmune, que es controlada de forma
inmediata y eficaz, por la eliminación que realiza otro tipo de linfocito para
suprimir al que iniciaba la respuesta anormal (autoinmune).
Las enfermedades
autoinmunes se generan cuando ocurre alteración en el proceso de control, permitiendo
que los linfocitos reguladores eviten la supresión o eliminación, o cuando
existe una alteración especial en algún tejido del cuerpo, de modo que ya no es
reconocido como propio y es atacado.
Por la forma
como se ataca al propio cuerpo, las enfermedades autoinmunes se pueden dividir
en enfermedades con daño a órganos específicos (como la diabetes infantil en
donde hay anticuerpos contra células del páncreas), y enfermedades sistémicas
que tienen capacidad de dañar varias partes del cuerpo, como ejemplo el lupus
sistémico que puede dañar: cerebro, corazón, articulaciones, riñón, piel, etc.
De manera
primordial, para el desarrollo de este tipo de enfermedades es condición que
haya alteraciones en el sistema inmunológico hereditario, que puede ser
identificado como susceptibilidad genética. Aquellos niños que tengan entre sus
familiares, antecedentes de enfermedades autoinmunes, son quienes pueden tener
predisposición para el desarrollo de este tipo de enfermedades.
La
predisposición genética representa el equilibrio entre genes de susceptibilidad
y genes protectores. Cada gen de susceptibilidad confiere su propio nivel de
riesgo, controlando la vulnerabilidad de los órganos y la posibilidad de acceso
para el daño a cada órgano, para producir enfermedades específicas o
sistémicas.
Existen otros
factores que pueden favorecer al desarrollo de las enfermedades autoinmunes,
como: las hormonas femeninas (estrógenos), ya que su presencia favorece a la
estimulación y activación de las células que producen los anticuerpos, que
explica la mayor frecuencia de autoinmunidad en mujeres en etapa adolescente o
reproductiva.
Las infecciones,
al introducir partículas moleculares (antígenos) que estimulan al sistema
inmune, y ante la similitud de estructuras del germen, con partículas presentes
en el organismo propio, pueden producir reacción cruzada contra los propios
tejidos.
Luz ultravioleta.
Por generar destrucción de células y dejar expuestas sustancias del interior de
ellas, pueden estimular la formación de anticuerpos, al ser modificadas por
este tipo de radiación lumínica.
El humo del
cigarro, por la capacidad de poder modificar con su estructura química de las
diversas sustancias eliminadas, con la de los tejidos, estructuras químicas que
pueden ser identificadas como anormales en el organismo; y además, por
predisponer al desarrollo de las infecciones y cánceres, además de alterar el
equilibrio inmune, reduciendo la efectividad de los componentes supresores.
Alimentación
temprana durante el primer año. En el primer año de vida, el sistema inmune del
intestino del lactante no está adecuadamente desarrollado en los primeros
meses, y el ofrecer algunos alimentos en forma de “pruebitas”, permite
introducir moléculas que pueden generar formación de anticuerpos, con capacidad
de identificación anormal de sustancias que atacar en el futuro desarrollo del
niño.
Medicamentos.
Principalmente los de acción antiinflamatoria enérgica (muy empleados para
quitar la fiebre), por no favorecer al desarrollo de la respuesta inflamatoria
e inmunológica de forma natural en los primeros años de vida, y otros medicamentos
cuyas estructuras químicas pueden inducir identificación anormal de tejidos en
el futuro.
Enfermedades con
inmunodeficiencia. Como la desnutrición grave, básicamente por su incapacidad
de poder eliminar de forma eficiente los microorganismos dañinos, que puede
generar inflamaciones crónicas con capacidad de alteración estructural de los
tejidos vecinos.
La cantidad
aproximada de enfermedades autoinmunes se considera cercana a las ochenta y de
ellas, algunas se pueden presentar desde los primeros años de vida, en especial
las formas que afectan a un solo órgano, como ejemplos además de la diabetes
juvenil, enfermedades de la sangre, riñones, intestino, tiroides, piel, etc.
Mientras que las de afección generalizada, pueden empezar durante la etapa
relacionada con la adolescencia, como el lupus eritematoso sistémico, la
artritis reumatoide juvenil, la fiebre reumática, etc.
Las
manifestaciones de estas enfermedades son difíciles de relacionar en etapa
inicial, por ser muy generales (fiebres prolongadas, cansancio, deficiencia de
desarrollo, etc.), lo cual permite que avancen sin tratamiento apropiado
durante periodos variables, hasta que se note falta de respuesta a diagnósticos
considerados y mediante estudios de sangre o de gabinete mas especiales, se
podrá llegar a identificar el tipo de padecimiento.
El riesgo que
representan es que causan deficiencia importante de las funciones en los
tejidos que afectan; y así por ejemplo, cuando dañan los riñones el tratamiento
para emplear puede incluir diálisis continuas y/o el trasplante renal. Otra
situación que pueden generar también, es daño importante a los órganos
involucrados y en el caso de enfermedades articulares, habrá deformidad ósea y
limitación de actividades, y si hay inclusión del cerebro puede generar
alteraciones mentales o minusvalidez.
En cuanto a sus
tratamientos, de forma general se pueden incluir sustancias que inhiben la
respuesta inmune y de ellos los esteroides son los más frecuentes con la
ventaja que ya existen formas químicas más apropiadas para empleo pediátrico,
sin dejar de considerar que disminuyen la respuesta inflamatoria y predisponen
a infecciones. Pero la investigación ya permite considerar otras nuevas
alternativas que actúan sobre sitios selectos del sistema inmunológico para
modular la respuesta o evitar el daño.
Si hay entre
familiares antecedentes de estas enfermedades, procure evitar los factores que
influyen a desarrollarlas, y si ya sospecha en su niño o adolescente de esta
enfermedad, acérquese a una valoración más dirigida con su médico de
confianza.
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