El
duelo habitualmente se relaciona con las condiciones emocionales que
experimenta una persona, ante la muerte de un familiar u otra persona a la que
se encontraba vinculada.
En primer lugar, la comprensión de la pérdida y el proceso de duelo están muy determinados por la edad o el desarrollo evolutivo de cada niño. Generalmente se consideran cinco elementos fundamentales que intervienen en la comprensión de la muerte -para el niño- y que van a ir cambiando con la edad. Es universal, ya que afecta a todos los seres vivos. Irreversible, porque no se tiene la alternativa de poder volver a vivir. Es total ya que todo el cuerpo deja de funcionar. Es incontrolable, porque no depende de nuestros pensamientos o voluntad para ejercer su daño y en obvio, es el final de la vida y ante eso, se considera que ya no hay forma de percibirse sensorialmente y no sabemos qué pasa en forma posterior y así, existe un gran misterio sobre la continuidad o no de otra forma de vida.
Generalmente los niños menores de seis años tienen limites importantes para identificar el concepto de la muerte porque en todos los elementos asociados, tienen otro tipo de conceptos. Creen que ellas y ellos y sus seres queridos vivirán siempre. No existe para ellos, el concepto de: para siempre, la consideran que puede ser interrumpida igual que el sueño. Creen que el cuerpo de la persona fallecida, de alguna manera, sigue funcionando, que puede sentir frío o calor, que puede oír, hablar y generalmente, predomina su pensamiento mágico que lo hace creer que una discusión o una conducta por la que se le recriminó, pudo ser la causante de la muerte del ser querido. Del mismo modo puede pensar que deseándolo, puede hacer que su familiar regrese de la muerte. El pensamiento mágico es determinante de los sentimientos de culpa que pueden generarse, bien porque el niño piense que no ha hecho lo suficiente para que su ser querido vuelva a la vida, o bien por haber causado tanto daño al difunto con su conducta en vida, que haya podido causarle la muerte. A esta edad no consiguen imaginar que antes de nacer no estaban, no existían y que luego, cuando mueran, no estarán. Se activan y actualizan antiguos temores. Tienen miedo de acostarse, de la oscuridad o de quedarse en soledad. Sienten la angustia de separación, les cuesta mucho separarse de sus seres queridos.
A partir de los 7 años ya comienzan a tener claro el concepto de que, tras la muerte, el cuerpo ya no funciona y que la muerte es irreversible. Desaparece el pensamiento mágico. La comprensión de que sus pensamientos no son los causantes de la muerte o el regreso de alguien fallecido no se produce hasta la edad de 6 a 7 años, aproximadamente. Sigue manteniéndose a estas edades una enorme curiosidad, una necesidad de razonarlo todo, de buscar explicaciones a todo lo que sucede.
Durante la adolescencia la comprensión de la muerte y la elaboración del duelo es similar a la de una persona adulta y también lo son sus reacciones, si bien las emociones las viven más intensamente. Tienen un gran interés por lo que sucede tras la muerte, si hay o no vida tras ella. La adolescencia es una etapa de cambio y transición hacia la independencia del mundo adulto por lo que en la relación con sus padres y madres hay más conflictos. Esto puede ser el origen de sentimientos de culpabilidad si ocurre la muerte de uno de los progenitores o personas cercanas. Son conscientes de su propia muerte y pueden fantasear con ella, e incluso puede aparecer la idea del suicidio como una salida a su sufrimiento o a los problemas ocasionados por la pérdida. Es frecuente que no quieran compartir con las personas adultas las emociones derivadas de la pérdida, por considerar que no necesitan de los demás, o por no querer mostrarse vulnerables ante ellos. No quieren ser diferentes de sus iguales. Temen que, si tras la pérdida de un ser querido expresan su dolor, se interprete como un signo de debilidad o no vayan a ser comprendidos por sus compañeros. Este tipo de situaciones pueden suponer que el adolescente renuncie a vivir su propio duelo. Después del fallecimiento tenderá a ensalzar las cualidades del ser querido fallecido, olvidándose de otros aspectos no tan agradables o más conflictivos, que poco antes de la muerte constituían la base de una crítica intensa. Se pueden sentir presionados para comportarse como personas adultas.
En
el duelo infantil, una de las primeras dificultades que se presenta es saber
reconocer que el niño pasa por un proceso de duelo, notando en la descripción
siguiente que son más variadas que en el adulto y no siempre son directas. Con
mucha frecuencia los niños alternan los periodos de absoluta normalidad con
momentos de gran desesperanza, o tardan meses en expresarlo y cuando lo hacen
es con alteración de su conducta o muy pronto aprenden a contener sus emociones
cuando ven a los padres o familiares desbordados. Presentan, además,
dificultades para identificar lo que les está pasando, el estado de ánimo y
ponerles nombre a las condiciones que están sintiendo. Se expresan bajo estas
condiciones con más frecuencia a través de alteraciones de la conducta o de
alteraciones corporales. Todo esto hace que cueste identificar el proceso de
duelo en los niños.
Como expresiones del duelo en el ambiente escolar y familiar hay varias manifestaciones o conductas que se pueden considerar normales, tras haber sufrido una pérdida: Ansiedad e insomnio persistentes, por el miedo a que se produzcan otras pérdidas. Dificultad para separarse del entorno familiar (ansiedad de separación) por miedo a que sucedan otras muertes. Referir relatos fantásticos de reunión con el ser querido fallecido. Incluso pueden aparecer ideas de suicidio. Durante un tiempo pueden aparecer sentimientos de culpa ya sea propia o culpar a alguien de lo ocurrido. Quejas corporales como dolor de cabeza, digestivas, vómitos, dolores musculares, poco apetito…
A
nivel escolar y en la relación con su grupo de amigos, se pueden encontrar: dificultades
de atención, concentración, memoria. Disminución del rendimiento académico.
Cierta conducta ansiosa (aislarse, preguntar constantemente, inquietud…). Arranques
de llanto repentinos. Conductas hiperactivas y/o manifestaciones de
irritabilidad. Dificultades de relación con sus compañeros (aislamiento,
agresividad…)
Se consideran signos de alerta: la ansiedad de separación persistente después de volver a la rutina, persistencia de comportamientos regresivos más de seis meses, persistencia de bajo rendimiento escolar, alteraciones graves de conducta, deseos reiterativos de reunirse con la persona muerta, adoptar el comportamiento y vestimenta del difunto, ausentismo escolar persistente, depresión, ansiedad con consumo de tóxico y/o la precocidad sexual.
En cuanto la actitud de apoyo hacia ellos cuando haya manifestaciones aceptables y familia de contención adecuada no requiere de atención médica y solo se establece vigilancia al tiempo. Cuando manifiesta algunas dificultades o con familias con mecanismos de contención escasos, se deberá de acudir a evaluación médica para su valoración y manejo. Pero cuando ya existen datos de alerta, muertes violentas, alteraciones psicópatas deben ser valorados por especialistas a fin de evitar consecuencias emocionales o daño social.
Como pautas muy generales, el niño en el duelo necesita: ser informado adecuadamente, por lo que debe ser clara, comprensible y adecuada a su nivel de comprensión. Ser escuchado con atención: ya que requiere alguien a quien expresar sus dudas, preocupaciones y fantasías. Sentirse incluido e implicado ofreciendo sin forzar su presencia y participación en los rituales asociados a la muerte. Abordar sus temores: saber que seguirá siendo cuidado y atendido, abordar la culpa y platicarla que no lo involucra. Ayudar a expresarse emocionalmente según sus propias necesidades. Continuar las rutinas, evitar cambios sobreañadidos (escuela, amigos) para recuperar seguridad y estabilidad y tener la oportunidad de recordar, cultivar el recuerdo hasta poder llegar a poder recolocar emocionalmente a la persona fallecida.
En primer lugar, la comprensión de la pérdida y el proceso de duelo están muy determinados por la edad o el desarrollo evolutivo de cada niño. Generalmente se consideran cinco elementos fundamentales que intervienen en la comprensión de la muerte -para el niño- y que van a ir cambiando con la edad. Es universal, ya que afecta a todos los seres vivos. Irreversible, porque no se tiene la alternativa de poder volver a vivir. Es total ya que todo el cuerpo deja de funcionar. Es incontrolable, porque no depende de nuestros pensamientos o voluntad para ejercer su daño y en obvio, es el final de la vida y ante eso, se considera que ya no hay forma de percibirse sensorialmente y no sabemos qué pasa en forma posterior y así, existe un gran misterio sobre la continuidad o no de otra forma de vida.
Generalmente los niños menores de seis años tienen limites importantes para identificar el concepto de la muerte porque en todos los elementos asociados, tienen otro tipo de conceptos. Creen que ellas y ellos y sus seres queridos vivirán siempre. No existe para ellos, el concepto de: para siempre, la consideran que puede ser interrumpida igual que el sueño. Creen que el cuerpo de la persona fallecida, de alguna manera, sigue funcionando, que puede sentir frío o calor, que puede oír, hablar y generalmente, predomina su pensamiento mágico que lo hace creer que una discusión o una conducta por la que se le recriminó, pudo ser la causante de la muerte del ser querido. Del mismo modo puede pensar que deseándolo, puede hacer que su familiar regrese de la muerte. El pensamiento mágico es determinante de los sentimientos de culpa que pueden generarse, bien porque el niño piense que no ha hecho lo suficiente para que su ser querido vuelva a la vida, o bien por haber causado tanto daño al difunto con su conducta en vida, que haya podido causarle la muerte. A esta edad no consiguen imaginar que antes de nacer no estaban, no existían y que luego, cuando mueran, no estarán. Se activan y actualizan antiguos temores. Tienen miedo de acostarse, de la oscuridad o de quedarse en soledad. Sienten la angustia de separación, les cuesta mucho separarse de sus seres queridos.
A partir de los 7 años ya comienzan a tener claro el concepto de que, tras la muerte, el cuerpo ya no funciona y que la muerte es irreversible. Desaparece el pensamiento mágico. La comprensión de que sus pensamientos no son los causantes de la muerte o el regreso de alguien fallecido no se produce hasta la edad de 6 a 7 años, aproximadamente. Sigue manteniéndose a estas edades una enorme curiosidad, una necesidad de razonarlo todo, de buscar explicaciones a todo lo que sucede.
Durante la adolescencia la comprensión de la muerte y la elaboración del duelo es similar a la de una persona adulta y también lo son sus reacciones, si bien las emociones las viven más intensamente. Tienen un gran interés por lo que sucede tras la muerte, si hay o no vida tras ella. La adolescencia es una etapa de cambio y transición hacia la independencia del mundo adulto por lo que en la relación con sus padres y madres hay más conflictos. Esto puede ser el origen de sentimientos de culpabilidad si ocurre la muerte de uno de los progenitores o personas cercanas. Son conscientes de su propia muerte y pueden fantasear con ella, e incluso puede aparecer la idea del suicidio como una salida a su sufrimiento o a los problemas ocasionados por la pérdida. Es frecuente que no quieran compartir con las personas adultas las emociones derivadas de la pérdida, por considerar que no necesitan de los demás, o por no querer mostrarse vulnerables ante ellos. No quieren ser diferentes de sus iguales. Temen que, si tras la pérdida de un ser querido expresan su dolor, se interprete como un signo de debilidad o no vayan a ser comprendidos por sus compañeros. Este tipo de situaciones pueden suponer que el adolescente renuncie a vivir su propio duelo. Después del fallecimiento tenderá a ensalzar las cualidades del ser querido fallecido, olvidándose de otros aspectos no tan agradables o más conflictivos, que poco antes de la muerte constituían la base de una crítica intensa. Se pueden sentir presionados para comportarse como personas adultas.
Como expresiones del duelo en el ambiente escolar y familiar hay varias manifestaciones o conductas que se pueden considerar normales, tras haber sufrido una pérdida: Ansiedad e insomnio persistentes, por el miedo a que se produzcan otras pérdidas. Dificultad para separarse del entorno familiar (ansiedad de separación) por miedo a que sucedan otras muertes. Referir relatos fantásticos de reunión con el ser querido fallecido. Incluso pueden aparecer ideas de suicidio. Durante un tiempo pueden aparecer sentimientos de culpa ya sea propia o culpar a alguien de lo ocurrido. Quejas corporales como dolor de cabeza, digestivas, vómitos, dolores musculares, poco apetito…
Se consideran signos de alerta: la ansiedad de separación persistente después de volver a la rutina, persistencia de comportamientos regresivos más de seis meses, persistencia de bajo rendimiento escolar, alteraciones graves de conducta, deseos reiterativos de reunirse con la persona muerta, adoptar el comportamiento y vestimenta del difunto, ausentismo escolar persistente, depresión, ansiedad con consumo de tóxico y/o la precocidad sexual.
En cuanto la actitud de apoyo hacia ellos cuando haya manifestaciones aceptables y familia de contención adecuada no requiere de atención médica y solo se establece vigilancia al tiempo. Cuando manifiesta algunas dificultades o con familias con mecanismos de contención escasos, se deberá de acudir a evaluación médica para su valoración y manejo. Pero cuando ya existen datos de alerta, muertes violentas, alteraciones psicópatas deben ser valorados por especialistas a fin de evitar consecuencias emocionales o daño social.
Como pautas muy generales, el niño en el duelo necesita: ser informado adecuadamente, por lo que debe ser clara, comprensible y adecuada a su nivel de comprensión. Ser escuchado con atención: ya que requiere alguien a quien expresar sus dudas, preocupaciones y fantasías. Sentirse incluido e implicado ofreciendo sin forzar su presencia y participación en los rituales asociados a la muerte. Abordar sus temores: saber que seguirá siendo cuidado y atendido, abordar la culpa y platicarla que no lo involucra. Ayudar a expresarse emocionalmente según sus propias necesidades. Continuar las rutinas, evitar cambios sobreañadidos (escuela, amigos) para recuperar seguridad y estabilidad y tener la oportunidad de recordar, cultivar el recuerdo hasta poder llegar a poder recolocar emocionalmente a la persona fallecida.
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