Muerte en los niños


Generalmente no es un tema habitual de comentar en forma común, ya que de acuerdo a nuestra cultura, hablar de muerte es negarnos a aceptar la realidad final, como si no estuviera relacionada con la vida; o bien, siempre la vinculamos a una condición, como la tragedia que pueda tener alguna persona y señalada por situaciones fortuitas, se le atribuye en la mayoría de las ocasiones a una verdadera desgracia o mala suerte.
En el área pediátrica, la muerte puede relacionarse de dos formas diferentes: que el niño sufra la muerte; o bien, que alguna persona vinculada emocionalmente con el niño fallezca, y de forma secundaria le afecte emocionalmente en grados variables en su futuro.
Cuando el niño sufre la muerte puede ser de forma súbita, o bien con antecedente de una enfermedad: progresiva o crónica. La atención a los familiares vinculados, es muy diferente en las dos circunstancias; y en especial en la segunda modalidad, se deberá incluir también la preparación del niño enfermo, a su realidad que pueda tener en tiempo impredecible, contando con la mejor preparación o capacidad suficiente de las personas que lo rodean para no generarle emociones confusas.
Es difícil hablar de la muerte en la infancia, cuando generalmente siempre la vinculamos a una edad avanzada, o bien como la consecuencia de una enfermedad que con el tiempo se va complicando cada vez más.
Cuando un niño muere, el sentimiento es particular, ya que consideramos siempre a un niño como la imagen representativa de la vitalidad y de todas las expectativas de un futuro enorme. Un niño generalmente representa una vida que inicia y empieza a desenvolverse, para posteriormente madurar y empezar a dar frutos. La muerte en el niño es un sueño que se ve interrumpido, una planta que de repente se arranca y se marchita, sin tener la posibilidad de de madurar y producir frutos o semillas y en particular que concluye de forma súbita a sus expectativas, y quizás por esta apreciación (tan subjetiva), es que duele mucho la muerte en un niño.
Toda muerte involucra una separación definitiva, en la cual ya no se podrá contar físicamente con esa personita tan importante para muchos. Por eso se considera que afecte y cause tanto dolor. Esa pena y dolor que se experimenta en realidad puede ser más por uno mismo que por el niño fallecido. Llega a doler o afectar todo lo que ya no podremos hacer juntos, por lo que no podremos decirle y por lo que dejamos de hacer por él.
En ocasiones, a pesar que exista una aflicción anticipada (de pérdida) antes que se produzca el fallecimiento, y de los cambios graduales que va originando en la función y estructura de la familia la presencia de una enfermedad progresiva mortal, en el momento de la muerte, la realidad siempre mostrará que nadie se encuentra preparado. Por esa razón, resulta muy necesario que haya una atención adecuada tanto para el niño que está muriendo como para la familia que lo rodea, y aunque se rechace de forma inicial es conveniente hablar del tema con los especialistas correspondientes, como es el médico encargado de la vigilancia de la enfermedad y de forma más apropiada, del especialista capacitado como Tanatólogo.
En este proceso existen dos tipos de sentimientos muy diferentes entre las personas relacionadas con la muerte. Se le conoce como duelo al sentimiento que experimenta la familia y seres queridos de la persona agonizante, mientras que en la persona o niño afectado el sentimiento relacionado se le conoce como sufrimiento.
Al momento de conocer el diagnóstico de una enfermedad que establece un pronóstico dramático terminal en plazo variable, el sufrimiento y duelo en cada persona es diferente, ya que cada individuo tiene una muy particular forma de reaccionar ante ello.
El sufrimiento previo a la muerte puede tener diferentes fases que no necesariamente siguen un orden establecido, y tampoco tienen límites exactos de intensidad o de tiempo: en la inicial se padece sentimientos de tristeza y depresión al considerar que la muerte es algo inevitable y no hay cura posible. Sigue posteriormente la etapa de preocupación ante el temor a la muerte o bien por la influencia de los sentimientos que los familiares expresan al enfermo. A continuación está una etapa de ensayo en donde se designan planes a cumplir durante o posterior a la muerte, y en la última fase, piensa en lo que puede haber después de la muerte (cielo, ángeles, felicidad, sufrimiento demonios, etc.) y tratan de imaginar la vida que tendrán sus familiares ante su ausencia.
Esta etapa es variable en los niños de acuerdo a la edad en que se encuentren y para ayudar a la familia a dar mejor apoyo a ellos, podemos separarlas:
El niño menor de un año,  reacciona frente a la alteración de sus rutinas y la separación de sus padres, además con los procedimientos dolorosos. Se sugiere proporcionar toda estimulación emocional y física adecuada a fin de darle un ambiente cómodo.
Los niños de uno a dos años de edad, tienen capacidad importante para percibir los cambios emocionales de los padres y familiares cercanos. Las condiciones negativas (por ejemplo: depresión, terror, enojo) les condicionará preocupación y miedo. Para ellos las palabras de: muerte, permanente o para siempre, no tienen un valor real y quizás no puedan comprender bien el significado de la vida y muerte. Se recomienda evitar proyectar sentimientos negativos ante su relación con ellos.
Para los preescolares (de 2 a 5 años de edad), pueden tener el concepto de la muerte como algo temporal en base a sus juegos que desarrollan, o sucesos de la televisión o comedias, y consideran que es algo que solo atemoriza a los adultos. En la mayoría tienen el significado de “irse al cielo” y depende mucho de la información que reciben por quienes lo rodean.
En la edad escolar (de 6 a 11 años), se tiene ya una idea más realista de la muerte, considerándola como irreversible, y la representan en forma de un espíritu, ángel, fantasma o esqueleto y con carácter de ser inevitable. Hay temor de perder en forma absoluta la relación con el entorno y con la certeza que es algo desconocido, tienen temor a su propia muerte, con ansiedad por perder relación con sus familiares y amigos, por lo que el apoyo a esta edad tiene que ser particular.
Para el adolescente (12 a 18 años), la muerte es algo no relacionada con su desarrollo y personalidad, ellos se consideran inmortales y lo demuestran a cada momento con actos en donde demuestran que no temen a la muerte, pero cuando se vuelve una amenaza real para ellos, todos sus objetivos y mentalidad se desmoronan, y la actitud habitual negativa y desafiante se transforma en aislada con actitud temerosa y hostil.
Por su parte, los familiares o personas relacionadas al enfermo pueden sufrir el duelo en fases diferentes: la primera es la negación, ya sea del diagnostico de la enfermedad o bien de la muerte ocurrida, que puede generarle estado de conmoción o aturdimiento y forma parte de un proceso de protección emocional ante el evento tan real que se vive en ese momento. Sigue a continuación una fase de enojo o rebelión por la tragedia que le ha pasado, la intensidad es variable pudiendo llegar a la agresividad. Sigue una fase de reflexión o acuerdo en donde se analizan las circunstancias que fueron dando lugar a esa conclusión, con preguntas dirigidas a familiares, médicos o incluso a Dios. El sentimiento de culpa es parte importante de esta etapa. Posteriormente sigue la etapa de depresión o tristeza y finalmente la aceptación.
Cuando un niño se enfrenta a su muerte, necesita siempre de alguien que lo escuche, tranquilice y disipe sus miedos. Los familiares deben estar asesorados por su médico y en especial por un Tanatólogo, que es de gran ayuda a la familia y al niño en este proceso.  Si de forma ocasional piden hablar al respecto, háblele con la verdad.  

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