Esta alteración
es la primera causa de invalidez en la infancia. El niño que resulta afectado
con esta enfermedad, manifiesta alteraciones posturales y de coordinación
muscular que le impiden un desarrollo normal.
El término es
empleado para describir al grupo de incapacidades musculares (motoras),
producidas por influencias variadas, que causan daño en el periodo madurativo
del cerebro del niño, ya sea en el momento que se está formando en el vientre
de su madre, en el momento de nacer o después (en sus primeros cinco años de
vida).
La definición,
en forma más específica establece que: se trata de una alteración en la
consistencia muscular de reposo, con trastorno asociado del movimiento que
modifica la capacidad de moverse de forma voluntaria y coordinada, con carácter
persistente (pero no invariable), como consecuencia de una agresión no
progresiva a un cerebro en formación o inmaduro.
Al incluirse la
condición que el daño es exclusivamente cerebral, se descartan otras
alteraciones que pueden generar problemas del movimiento, que tienen su origen
en lesiones de la columna o de los nervios periféricos.
En la mayoría de
los casos, no se conoce de forma exacta el origen de la parálisis, pero muchos
de ellos son consecuencia de problemas que se producen en diferentes momentos
del desarrollo cerebral. Durante la etapa del embarazo, se incluyen infecciones
maternas, problemas de salud de la madre, ingesta de drogas o tóxicos durante
el embarazo, y/ o alteraciones en el material hereditario de alguno de los
padres. Otros factores influyen al nacimiento, como la deficiencia en el inicio
de la respiración normal, hemorragias previas al parto, alteraciones en la
circulación sanguínea del cordón umbilical, partos prolongados. En otras
ocasiones los factores posteriores al parto como productos prematuros,
hemorragias cerebrales, recién nacidos desnutridos, partos múltiples. En forma
posterior, el daño se establece durante los primeros cinco años de vida por
alguna intoxicación (ictericia neonatal por bilirrubinas), infecciones del
cerebro (meningitis), sacudidas por violencia familiar o por golpes con
inflamación significativa del cerebro (por referir algunas de las más
habituales).
Las
manifestaciones son variadas, dependiendo de las causas específicas y del grado
de afectación y extensión de la lesión en el cerebro. Ante su condición
persistente -pero no progresiva-, causa un deterioro variable de la
coordinación del movimiento, con incapacidad posterior del niño para poder
mantener posturas normales y de realizar movimientos adecuados, causando a
futuro alteraciones ortopédicas, que constituyen una alternativa a prevenir
desde el primer momento de la valoración en su cuadro.
La clasificación
de la parálisis se efectúa de acuerdo a sus manifestaciones predominantes, y en
esa base tenemos a la forma espástica que identifica a los niños afectados en
estructuras musculares con predominio de rigidez, que se manifiesta como una
resistencia continua al estiramiento que se puede intentar de alguna
extremidad. La forma atetoide, se identifica por manifestar el niño movimientos
involuntarios y descontrolados; y finalmente, la atáxica que se nota por
alteraciones en el equilibrio corporal y deficiencia a la percepción de la
profundidad. El cuarto grupo incluye formas mixtas combinando características
de los grupos descritos y son quizás las más frecuentes.
La parálisis
cerebral afecta a la coordinación y al control muscular, de modo que hasta los
movimientos más sencillos, como estar de pie generan enormes dificultades.
Otras funciones de control espontáneo se ven también alteradas como la mecánica
respiratoria, el control vesical y el movimiento intestinal, además de la
alimentación.
Ya de acuerdo a
la forma como se encuentran afectadas las extremidades, se les nombrará con
términos médicos específicos.
El paciente con
parálisis cerebral puede cursar también con otras alteraciones asociadas que
pueden establecer una magnitud diferente a la alteración, como son: retraso
mental, problemas del aprendizaje, deficiencia auditiva, trastornos de
comunicación, alteraciones visuales, convulsiones, problemas de alimentación,
deficiencias del desarrollo y/o alteraciones de comportamiento.
Cuando existen
antecedentes de posible daño al cerebro en etapas previas y/o durante el
nacimiento, es posible identificar de forma temprana los datos relacionados a
la parálisis en sus primeras manifestaciones de alteración en el desarrollo. La
situación es difícil ante un niño que no haya tenido evidencia de alteración
previa, o que no tenga factores de riesgo para sospechar su desarrollo, por lo
que el diagnostico puede retrasarse hasta ser muy evidente la falta de
capacidad para poder desarrollar aptitudes, que se debieron mostrar en un
momento habitual y con margen de retraso evidente, aún tiene deficiencia en su
capacidad de adquirirlas.
Ya la evidencia
de contar con una consistencia muscular anormal, con falta de coordinación de
movimientos y la presencia de los reflejos característicos de etapas tempranas
persistentes aún en etapas tardías, suelen orientar a considerar que ese niño
pueda cursar con parálisis cerebral infantil.
El tratamiento
de la parálisis cerebral infantil en la actualidad no tiene una cura total,
pero hay recursos variados que permiten a los niños que la sufren mejorar su
calidad de vida, permitiendo en ocasiones desarrollar su máximo potencial en
crecimiento y desarrollo. Es necesario contar con diferentes especialistas para
la atención integral de este padecimiento, y entre los más habituales
mencionamos: terapeutas, psicólogos, educadores, trabajadores sociales, médicos
especialistas.
El empleo de
medicamentos o cirugías, ayuda a mejorar la función muscular disminuyendo la
espasticidad y evitando posturas defectuosas.
Para entender en
parte el proceso del tratamiento o de la rehabilitación, se establece que por
su condición de originarse -la alteración- durante una etapa en la que el
cerebro se encuentra en desarrollo, se genera una interferencia en la
maduración correcta de alguna parte cerebral, sin que el niño haya tenido la
experiencia previa del control voluntario normal, por lo que al hallarse en
esta fase del desarrollo cerebral, también permite establecer que aún no existe
una especificidad de la función, y gracias a la capacidad de adaptación, es
posible que algunas zonas no lesionadas del cerebro puedan suplir la función de
las zonas afectadas y definan nuevas conexiones de transmisión.
Bajo esa
condición los objetivos del tratamiento incluyen como principios básicos: el
prevenir la deprivación sensorial, promover en el paciente una participación
efectiva y activa, realizar mecanismos de estimulación repetitivas y sin
variaciones, hacer que el paciente comprenda su utilidad de los ejercicios,
generar motivación apropiada para conseguir resultados y facilitar el proceso
forzado a nuevas experiencias sensitivas, mejorar las condiciones para el
control corporal y en especial tenerle paciencia para brindarle al paciente una
atención sensible y afectuosa.
El apoyo para las instituciones
que brindan los cuidados a estos tipos de pacientes, debe ser promovido en base
a toda la tecnología y esfuerzo que lo justifican. Señalando como único punto
negativo en este aspecto, la explotación promocional que hacen de cada uno de
estos pacientes, los medios masivos de comunicación, mostrando su carita,
contando “de viva voz” sus afecciones y mostrando sus defectos corporales, sin
que alguna institución de Derechos Humanos consigne algo contrario…
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