Durante la
infancia, existen factores que pueden condicionar el desarrollo de infecciones
que afecten a los huesos y las articulaciones, que se deben tomar en cuenta
para evitar su presencia. Por otra parte, ante un niño con un cuadro ya
establecido de infección en huesos o articulaciones, requiere de recibir un
reconocimiento y tratamientos tempranos para evitar deformidades o incapacidad
funcional de la región afectada.
Las infecciones
de los huesos conocidas como osteomielitis, se presentan con mayor frecuencia
en mayores de cinco años y con mayor predisposición, en los varones. Las
infecciones de los espacios articulares (artritis séptica) se presentan en
forma indistinta entre ambos sexos y en edad habitual de los dos años de edad.
Lamentablemente
las manifestaciones que se relacionan con estos cuadros, se presentan en edades
tempranas de la infancia que dificultan
poder relacionar de forma inmediata a su diagnóstico. Puede ser posible que
aunado a la experiencia limitada del médico que hace esta primera evaluación,
la enfermedad no sea atendida en forma adecuada inicial, pero la evolución
posterior con asociación de datos adicionales, puede motivar una segunda
valoración que ya podrá orientar mejor sobre la naturaleza del cuadro. En caso
de no establecerse el manejo apropiado, se corre el riesgo de complicaciones
que involucran: limitación funcional de la región afectada o extensión de la
infección, con riesgo de desarrollar focos múltiples y alta posibilidad de fallecimiento
a corto plazo.
La forma como se
produce la infección de los huesos, puede estar condicionada por tres posibles
mecanismos: que la bacteria provenga de un foco infeccioso diferente y se
propague al hueso por la circulación sanguínea, que provenga de un sitio
cercano o mediante un golpe previo que modifique por su inflamación secundaria,
la circulación de sangre en el hueso; y por último, por alteraciones de los
vasos sanguíneos o condiciones especiales primarias como enfermedades de la
sangre, desnutrición, inmunodepresión, cardiopatías (que causan circulación de
sangre no purificada a los tejidos) o enfermedades de los vasos sanguíneos de
los huesos. De los tres mecanismos, el más frecuente corresponde a la
diseminación de bacterias a través de la sangre.
La condición por
la que se presentan en etapas tempranas de la vida, tiene relación con la forma
como se encuentran los vasos sanguíneos dentro del hueso, que se encuentra en
etapa de crecimiento, llegando a tener una mayor cantidad de vasos sanguíneos
en los extremos de los huesos largos que en la medida que se alejan van disminuyendo
de calibre, permitiendo que las bacterias puedan fijarse y multiplicar para
causar enseguida la reacción inflamatoria. En la medida que no se reciba el
tratamiento temprano, la infección puede ser mayor con la multiplicación
bacteriana, que en niños más pequeños puede alcanzar la articulación cercana para causar infección
articular. De esta forma se entiende que los huesos más comúnmente infectados,
corresponden a los huesos largos de extremidades y de las articulaciones a la
rodilla, cadera y hombro.
Cuando la causa
se asocia a un foco previo de infección, deben considerarse como antecedentes
la presencia de infección bacteriana a nivel de la piel, dientes (con procedimientos
de perforación), respiratorio superior, pulmonar, urinario, genital o digestivo
sin un tratamiento antibiótico específico o con tratamientos antibióticos
inadecuados. Ya por invasión cercana se puede citar algún traumatismo
penetrante en los tejidos (tachuelas, espinas, etc.). En los adolescentes se
podrá sospechar el desarrollo de una infección ósea, cuando tenga dolor
recurrente en una zona anteriormente golpeada luego de que inicialmente hubiera mejorado del dolor previo.
Las
manifestaciones que puede desencadenar el proceso varían de acuerdo al momento
de la evolución que se tenga y de la edad y/o condiciones especiales del
paciente. En forma general podemos señalar que al inicio cuando se desarrolla
la respuesta inflamatoria es común notar disminución de la actividad habitual
del niño, alimentación irregular, pero de manera más significativa la presencia
de cambios de temperatura con registro de fiebre, ya justifica desde ese
momento la preocupación de su familiar y quizás la atención médica específica.
En niños de dos años o menores, las alteraciones pueden incluir irritabilidad,
con llanto constante y dificultad para el sueño habitual, náuseas o vómitos.
El cuadro tiene
evolución relativamente rápida y puede ser, que al momento de revisar al
paciente con 12 a 24 horas después, sea posible ya distinguir cambios
inflamatorios a base de enrojecimiento, aumento de volumen (hinchazón),
superficie caliente, dolor al contacto con la zona afectada y sobre todo
disminución de la función habitual, que condiciona que el niño limite sus
movimientos de la parte afectada o genere dolor, al momento de emplearla
(ejemplo: cojea al caminar o al estar acostado no puede mover alguna parte de
sus extremidades).
Algunas
circunstancias son particulares para poder realizar el diagnostico. El recién
nacido por sus características especiales, es posible que no manifieste fiebre
y al contrario, puede tener disminución de su temperatura corporal, asocia en
general con las enfermedades infecciosas: mal estado general y cambios en la
superficie de la piel con “aspecto de mármol”. Otro caso difícil de establecer
es la infección de los huesos de la cadera, que se puede presentar en niños
mayores como si fuera un dolor abdominal inespecífico; o en ocasiones, parecido
a una apendicitis aguda, dolor en la espalda baja o en las nalgas, que limita
la marcha e impide al paciente poderse sentar, confundiéndose también con
infección de la articulación de la cadera.
Se recomienda
que ante la presencia de fiebre, que asocie inmovilidad espontánea por el niño y/o
dolor en alguna extremidad de su cuerpo o articulación, se acuda a revisión
médica a la brevedad posible, para evitar que el hueso o la articulación sufran
consecuencias, que limiten su función posterior o que se complique con
infección generalizada y muerte secundaria.
Si la
articulación afectada no se atiende en forma adecuada, la acumulación de
material purulento dentro de la articulación, empieza a generar presión
importante que limita el aporte de nutrientes por la circulación deficiente
(ante la presión) y desencadena a partir de ese momento, muerte de los tejidos
y formación de tejido necrótico, por lo que la alternativa en el tratamiento se
incluye intervención quirúrgica, con drenaje de la pus acumulada a la brevedad
posible para evitar ese daño. Otra complicación que se puede presentar también
(tanto en las articulaciones como en huesos largos), es la diseminación de las
bacterias al resto del cuerpo, causando una respuesta inflamatoria generalizada,
que puede comprometer la circulación sanguínea y causar la defunción.
Para verificar
la naturaleza., gravedad de la enfermedad y sobre todo, establecer un buen
manejo, es necesario hospitalizar al paciente para poder administrar los
medicamentos por vía sanguínea, para tener una respuesta rápida al proceso de
la infección.
El médico en
cada situación particular deberá definir los estudios por realizar, que pueden
incluir estudios de sangre, cultivos y de imágenes para definir el cuadro y su
gravedad, tomando en consideración la opinión del traumatólogo, para definir si
es necesario realizar algún proceso quirúrgico a fin de evitar complicaciones
posteriores.
El cuadro deberá
ser diferenciado de algunas otras enfermedades, que comparten signos o síntomas
similares, de los cuales en ocasiones no requieren de hospitalización.
Evite el empleo
de remedios caseros, que ante esta enfermedad pueden retrasar su identificación
y manejo, con opción a las complicaciones ya descritas. Para prevenir la
enfermedad, no descuide heridas de la piel o infecciones específicas. La sola
presencia de fiebre, sin asociar alguna infección común, puede ser una sospecha
inicial y no deberá de justificar el empleo de antibióticos en forma
indiscriminada…
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