Antes del
nacimiento, el desarrollo de los órganos y sistemas se encuentran establecidos
por las características genéticas del nuevo ser, en interrelación con el estado
de salud física y emocional de su madre, además de la influencia de su medio
ambiente.
La vida prenatal
representa -para un desarrollo normal-, en forma ideal: una combinación
adecuada de información genética sin alteraciones significativas, que bajo el
aporte de nutrientes adecuados, puede expresar todo el potencial hereditario
para la formación de un individuo sano, en condiciones ambientales favorables.
Sin embargo,
esta expresión de genes se verá modificada desde etapas muy tempranas, por
factores adecuados que se comportan como estimulantes; pero también, pueden
presentarse como factores adversos y actuar como represores, modificando en
forma diferente la expresión del potencial genético heredado por los padres. La
interacción entre factores estimulantes y represores sobre la información hereditaria
del nuevo ser, establecen a partir de esos momentos: su programación metabólica,
que es trascendental en sus condiciones de salud y enfermedad futuras.
Así el bienestar
del producto, se establece desde las condiciones nutricionales adecuadas de la
madre antes de su embarazo. Los nutrientes que son necesarios para el
desarrollo del embrión y feto, también deberán estar disponibles a fin de no
condicionar alteración anatómica o funcional futura. La disponibilidad de leche
humana con todos sus componentes íntegros, influirán para el desarrollo de
todas las estructuras orgánicas; al igual, que el inicio apropiado de los
alimentos diferentes a la leche, definirán durante las siguientes etapas pediátricas, las
condiciones adecuadas para el estado de salud física, mental y social del
individuo adulto.
Es importante
considerar así, que la salud de un niño no se establece con la vigilancia de
sus condiciones posteriores al nacimiento. Si se busca tener un niño sano, la
preocupación por los padres y el médico, será garantizar desde antes del
embarazo el estado de salud adecuado de la madre, con especial atención a su
estado nutricional, enfermedades crónicas y/o agudas previas al embarazo, a fin
de tratar de establecer una programación metabólica adecuada. Por ejemplo,
cuando hay deficiencia de ácido fólico es posible que se presenten deficiencias
en el cierre de la columna vertebral del niño.
Por otra parte,
con la valoración de los antecedentes familiares, sobre enfermedades
hereditarias o de alteraciones
genéticas, se tratará de determinar la existencia de una herencia normal; o
bien, la posibilidad de alguna deficiencia funcional, cambios anatómicos
anormales o deficiencias en el metabolismo de los nutrientes. Como ejemplo de
alteración, se puede mencionar los casos de alteración genética por trisomía 21
que afecta el desarrollo físico y sistémico adecuado.
Si las dos
condiciones son normales, o si detectando alguna alteración se corrige en forma
favorable, la vigilancia del embarazo con ausencia de enfermedades maternas y
el aporte de nutrientes en cantidades apropiadas, permitirán obtener un niño
con mayor posibilidad de salud adecuada al nacimiento.
Dentro del
vientre materno, el órgano encargado de proporcionar nutrientes al nuevo ser es
la placenta, que mediante funciones muy especiales recibe de la circulación
materna, los productos provenientes de su digestión, para poder transferirlos a
la circulación fetal. La cantidad constante y progresiva de cada elemento,
permitirá al niño desarrollarse en forma normal. En la placenta la circulación
materna “estanca” sus nutrientes para ser captados y enviados a la circulación
fetal, por medio de vasos que se encuentran a su alrededor. Si durante el
embarazo existe alguna alteración a la placenta (hipertensión, tabaquismo,
infección, diabetes, etc.) habrá modificaciones en el tamaño y peso del niño por
alteraciones en la función placentaria.
No se debe
restringir los nutrientes habituales a la madre, a reserva de tener el
propósito de corregir alguna alteración especial. Dentro de la circulación
placentaria, las moléculas que provienen de algunos alimentos especiales,
pueden ser capaces de estimular zonas sensoriales especiales del feto, para
darle los diferentes sabores de los alimentos que consume diluidos en su
sangre. De esta forma, se empieza a desarrollar las preferencias futuras en su
alimentación, que justifica la variedad nutricional materna.
Los nutrientes
en formas elementales, asociados con las hormonas y el hígado fetal, se
encargan de ir incorporando -de acuerdo a la información genética adecuada-,
los diferentes elementos a las estructuras corporales para sus funciones
posteriores.
A fin de
anticiparse a las condiciones nutricionales de los primeros tres días
posteriores al nacimiento, el feto empieza a acumular antes del parto, una
mayor cantidad de agua entre sus tejidos corporales, además de una grasa
especial (de color pardo) que tiene características similares a la de otros
mamíferos (osos), que la acumulan en periodos previos a ayunos prolongados, en
localización predominante de la espalda alta, hombros y cuello, con intención
de producir calor y energía en cantidad suficiente, mientras la cantidad de
leche se regulariza para ser el nutriente importante en sus primeros meses.
El tubo digestivo
durante la etapa fetal, acumula en su interior residuos de secreciones
digestivas, líquido amniótico modificado, grasa cutánea deglutida y vello
corporal, para ser eliminado en forma de una sustancia pastosa de color verde
obscuro (meconio) en el primer día de nacimiento, sin tener relación con algún
nutriente previo.
Al momento del
nacimiento, se suspende el aporte de nutrientes por la circulación de la
placenta hacia el ombligo y a partir de ese momento, intervienen una serie de
hormonas, funciones nerviosas, hepáticas y renales, para controlar la
adaptación al nuevo alimento: la leche, que empezará a producir la madre en
forma progresiva ante la estimulación frecuente de la succión del niño a su
pezón, pero que en los primeros tres días podría causar problemas, ante su
cantidad disminuida y la pérdida de líquidos por el calor.
La cantidad de
agua requerida en esos primeros tres días, se obtiene de la acumulada entre los
tejidos, además de la escasa obtenida en sus tomas iniciales de leche humana.
El aporte calórico limitado por la inicial leche ingerida, se complementa con
el aporte calórico obtenido a partir del metabolismo de la grasa parda. Ante
este consumo corporal compensatorio, es de entenderse como normal, el hecho que
todos los niños en sus primeros diez días de vida, registran una disminución
del peso al nacimiento hasta de diez por ciento, sin que eso justifique el
aporte de fórmulas industriales ante el falso argumento que la leche materna no
es suficiente, ya que a más tardar, después del tercer día de succión frecuente
como estimulación en el pezón, la madre ya tiene capacidad para producir la
cantidad de agua y aporte calórico que el niño necesita, en forma elemental y
posteriormente con sus incrementos, se cubren los requerimientos adicionales
para estimular el crecimiento y desarrollo.
La leche que se
ofrecerá en los primeros meses del primer año de vida, contienen los nutrientes
adecuados para el desarrollo de los órganos humanos, entre los que destacan: la
protección contra diferentes infecciones y la estimulación al desarrollo
multiorgánico, pero en especial, al tejido cerebral para poder permitir un
mejor desempeño funcional.
Cuando el
desarrollo del peso y talla al paso del tiempo, hacen evidencia que la leche deja
de ser el nutriente único, es necesario agregar el aporte progresivo de
alimentos, sin suspender la leche materna, que de preferencia deberá quedar a
voluntad de madre-hijo.
El desarrollo de un niño sano, se influye por
los nutrientes que se proporcionan desde antes de su gestación y se vigilan en
su vida futura. Recuerde que cada uno de nosotros está constituido de elementos
nutricionales y de su calidad se relacionará la salud. Es necesario conseguir
la salud del niño en forma adecuada desde una atención prenatal.
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