En cada periodo
vacacional, la belleza y las oportunidades recreativas de las montañas atraen a
muchos visitantes de tierras bajas a destinos de gran altitud (mayor de 2500m
sobre el nivel del mar); y también, personas que normalmente viven en
poblaciones de gran altitud se sienten atraídas a disfrutar de las playas. Para
cada uno de estos destinos, se suele llegar en tiempos muy cortos, incluyendo a
los niños que integran la familia, sin una evaluación o sugerencia específica
solicitada al médico para su adaptación biológica.
El ascenso
rápido a una gran altitud expone siempre al niño no aclimatado, en riesgo de
desarrollar manifestaciones de la enfermedad de gran altitud, que se notará con
un pronóstico más grave si con anterioridad al viaje, el menor manifiesta un
factor de riesgo adicional para este ambiente, que puede incluir arriesgar su
vida durante su estancia (si viaja a una zona alta) o durante su retorno (de la
playa a una altitud mayor).
El personal de
salud, tiene el compromiso de ofrecer las advertencias necesarias al familiar
cuando identifique las condiciones de viaje, a fin de prevenir estos cuadros.
Cuando se acude
a una población ubicada a una mayor altitud, a nivel ambiental se tiene una
menor presión atmosférica, que en forma simple de comprender: puede ejercer
menor presión a la entrada del oxígeno a los pulmones; generando así, menor
concentración de oxígeno circulante en el cuerpo, que por deficiencia en los
tejidos corporales proporciona menor cantidad de oxígeno para las funciones
celulares; y de acuerdo al órgano involucrado, se podrán tener alteraciones
variadas.
Por deficiencia
a la oxigenación en todos los tejidos se tendrán alteraciones generales
conocidas como: mal de montaña. Si las condiciones son más severas, la
deficiencia de oxígeno a nivel cerebral, podrá generar alteraciones
neurológicas específicas por el cuadro de edema cerebral de gran altitud y, cuando
la deficiencia importante de oxígeno afecta la función pulmonar, se podrá
presentar como edema pulmonar de gran altitud.
Cuando no se
identifican las manifestaciones iniciales o el familiar no está anticipado
sobre ellas, es muy posible que el cuadro pueda complicarse con las
inflamaciones específicas, que en caso de no ser manejadas de forma apropiada,
podrán causar la muerte en el paciente y con mayor posibilidad si se contaban
con factores de riesgo previos.
De factores de
riesgo, se pueden establecer en primer lugar los factores comunes que aplican a
los niños y personas de edad avanzada, que incluyen la velocidad rápida de
ascenso, altitud máxima lograda, esfuerzo físico y el clima frío. De forma
específica en los niños, existen condiciones especiales que pueden establecer
un deterioro o daño más rápido ante el cambio de altitud, que incluyen:
enfermedad aguda (menos de cinco días) con infección del tracto respiratorio,
enfermedad cardiopulmonar congénita, síndrome de Down, enfermedades que
comprometan la función respiratoria (displasia pulmonar, fibrosis quística,
anemia falciforme, escoliosis, apnea obstructiva del sueño, problemas
neuromusculares), recién nacidos de menos de seis semanas, bebés con
antecedente de problemas respiratorios al nacimiento.
El mal de
montaña agudo es la enfermedad de altitud más común. Su riesgo depende de la
susceptibilidad individual, la elevación alcanzada y la velocidad de su
ascenso. Es poco común por debajo de los dos mil metros sobre el nivel del mar,
pero puede presentarse en poblaciones entre dos mil y tres mil metros. A
mayores altitudes puede ocurrir con mayor frecuencia en niños y adolescentes
que en adultos. Con ascenso en pocas horas (en retornos) desde el nivel del mar
hasta elevaciones superiores a tres mil quinientos metros.
El
reconocimiento de esta alteración, se ve obstaculizado por la dificultad de
poder identificar los síntomas, en niños que aún no tienen la capacidad de
poder hablar, para notar el dolor de cabeza -que bajo esa condición- solo la
expresa con irritabilidad y llanto constante, sin mejoría a maniobras pacificadoras
familiares.
Los datos de la
enfermedad en menores, se establecen por disminución de su alegría, palidez,
irritabilidad, falta de sueño, vómitos y disminución del apetito, que en la
mayoría de los casos no trascienden para su atención médica y se justifican por
incomodidades del viaje. En niños mayores y adolescentes los signos son
similares a los de los adultos. La molestia más común es dolor de cabeza, que
puede acompañarse de falta de sueño, disminución del apetito, sensación de
cansancio, náuseas y/o vómitos.
El inicio de
estas alteraciones, suele ser posterior de seis a doce horas de la llegada a la
gran altitud, pero puede ser tan rápido como una hora o tan tarde como 24
horas. Los síntomas son más severos después de la primera noche y generalmente
se resuelven al día siguiente si no hay más ascenso, pero si persiste en los
siguientes días, se recomienda el descenso a menor altitud. Se corrobora la
enfermedad si con administración de oxígeno por un periodo corto, desaparece el
dolor de cabeza y las alteraciones asociadas.
El edema
pulmonar de las alturas es la acumulación de líquido en el pulmón debido a un
desequilibrio entre el oxígeno presente del lado respiratorio, con los cambios
de los vasos sanguíneos pulmonares que disminuyen en calibre ante esa
deficiencia, dejando acumulo de líquido en los espacios respiratorios que
limita la transferencia de gases. En ocasiones, por el proceso inflamatorio
presente se lesionan membranas respiratorias, que pueden generar hemorragia
alveolar, que se identifica al notar coloración sanguínea en el material
eliminado al toser. En niños pequeños la enfermedad se presenta como incremento
en su forma de respirar, asociando palidez y disminución del estado de
consciencia, además de los síntomas previos del mal de montaña. Cuando es
posible medir el nivel de oxígeno circulante en su sangre, se corrobora su disminución.
En niños mayores y adolescentes, se manifiesta como tos insidiosa, dificultad
respiratoria al esfuerzo que no mejora con el descanso y producción de
secreción con la tos. En su tratamiento, el empleo de oxígeno retorna el
calibre vascular a su condición normal y se nota mejoría asociada.
El edema
cerebral agudo, generalmente se presenta asociado con la evolución del edema
pulmonar y, puede desarrollarse en niños a partir de una altura de tres mil
metros. La deficiencia de oxígeno incrementa el calibre de los vasos sanguíneos
que en su totalidad contenido en un espacio limitado por el cráneo, genera
presión mayor en su interior con disminución de circulación sanguínea. Esta
alteración en consecuencia produce dolor
de cabeza de mayor intensidad y asocia alteraciones neurológicas como marcha
tambaleante, flacidez muscular y disminución progresiva de la función mental y
la conciencia (irritabilidad, confusión, somnolencia, estupor y finalmente
coma). Su transición suele pasar desapercibida por falta de comunicación
adecuada con los niños pequeños, mientras que los adolescentes al tener sensación
de fatiga o reactividad, lo atribuyen a un posible cansancio para continuar el
esfuerzo y ascenso con mayor deficiencia y daño secundario.
En el tratamiento
de estas condiciones se establece de acuerdo a la severidad del cuadro, pero es
básico evitar el esfuerzo físico, exposición al frío, aporte de oxígeno
suplementario y el descenso a menor altura, ya el empleo de medicamentos queda
a condición de sus manifestaciones anormales.
Para evitar
estos cuadros, se recomienda en general a todos los padres que tengan niños con
alguna enfermedad respiratoria aguda, que eviten viajes a una altitud mayor de
2500m. En niños sin alteraciones, evitar el ascenso súbito a altitud mayor de
2800m. De preferencia, establecer condicionamiento físico progresivo, para
altitudes mayores: al ascender por encima de 2500, no pasar las noches
siguientes en elevaciones de más de 500m más altas que la noche anterior.
Incluir un día de descanso (sin ascenso ni actividad vigorosa) por cada aumento
de 1000m de altitud para dormir. Cuando sea posible, pase de cinco a siete días
a una altitud intermedia (de tres mil a cuatro mil metros) antes de continuar a
elevaciones más altas y acudir a evaluación médica ante alteraciones del
comportamiento habitual de los menores... estos viajes deben planearse para
disfrutarlos.
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