El
aprendizaje de habilidades sociales y emocionales se inicia desde las primeras
interacciones entre un bebé y su familia.
La dimensión emocional del bienestar es fundamental. Una persona puede contar con circunstancias muy favorables: bienes materiales, salud, belleza, personas que la amen e incluso un trabajo maravilloso, pero sentirse completamente frustrada y desdichada. Por otro lado, una persona que cuenta con bienestar emocional es capaz de atravesar situaciones complejas con una mente en calma, un sentido de propósito claro y un corazón cálido que le permite ser empático y solidario con los demás.
Tomando en cuenta que el ambiente familiar es el primer grupo humano que se encarga de atender a los niños en sus primeros años, justifica considerarlo como el grupo más importante para influir en la estimulación socioemocional en las etapas tempranas; y del cual, es imperativo identificar la capacidad y disponibilidad inicial, para participar en este proceso de forma más intencionada. En forma lamentable, la mayoría no tiene establecida la trascendencia de esa función y solo siguen modelos de formación educativa de tipo familiar tradicional al no contar con capacitación o conocimientos alternativos que puedan proporcionar mejores resultados a sus hijos.
De forma ideal los familiares y/o cuidadores deben contar con la capacidad adecuada que les permita identificar y experimentar el bienestar emocional, que los definirá como competentes. Esa competencia socioemocional se considera como la capacidad de movilizar adecuadamente los conocimientos, habilidades y actitudes necesarias para realizar con un cierto nivel de calidad y eficacia, funciones de empatía que permite entender los puntos de vista de otras personas y asociarse con ellas, aun cuando éstas se hayan desarrollado en contextos socioeconómicos, ideológicos y culturales diferentes al propio. Autorregulación, para controlar emociones con fin de favorecer el aprendizaje, la convivencia, el logro de metas y el bienestar. Autoconocimiento, que facilita poder dirigir la atención al mundo interno y tomar conciencia de nuestros pensamientos, emociones y conductas. Nos permite conocernos y valorarnos. Colaboración, para establecer y mantener relaciones sanas con diversas personas y grupos para lograr metas comunes. Y autonomía adecuada a fin de poder tomar decisiones y buscar el bien para sí mismo y para los demás.
Las
competencias socioemocionales son maleables, es decir, se pueden desarrollar
mediante un proceso educativo y aunque están latentes desde que nacemos no se
desarrollan por sí solas. Al igual que el lenguaje, necesitamos practicarlas.
La primera infancia es una etapa crucial para su sano desarrollo. Además, estas
competencias ayudan a prevenir conductas de riesgo en la juventud como el
embarazo temprano, conductas violentas o el consumo de drogas y alcohol.
También promueven una conducta cívica y ética responsable, y son muy valoradas
en los entornos profesionales.
La manera en la que reaccionamos emocionalmente se conforma desde que somos pequeños. Los bebés desde que nacen experimentan estrés. Para ellos, el mundo puede ser muy amenazante, pues realmente no tienen las capacidades para satisfacer por sí solos sus necesidades o aliviar su incomodidad. Entre los cero y doce meses de edad, las emociones en los bebés son muy básicas. En esta fase, los bebés comienzan a relacionar ciertos estímulos con sus experiencias de placer o de dolor, desean atraer cosas hacia sí o alejarlas, pero aún no tienen los sistemas que les permiten procesar toda la información que reciben y regularse por sí mismos. En esta primera etapa de vida son sus padres quienes los regulan al aliviar su incomodidad y maximizar su placer mediante su cuidado, atención y ejemplo. Si no se les ayuda a calmarse cuando lloran, tienen miedo o sienten molestia y se les deja llorando continuamente, afecta su desarrollo cerebral y sus patrones de respuesta emocional. Los bebés se sienten como si su vida estuviera en peligro continuamente. Las asociaciones y patrones emocionales que se conforman a esta edad llegan hasta la edad adulta y conforman el temperamento de la persona. El estrés se vuelve tóxico y problemático cuando un niño vive frecuentemente situaciones adversas, durante un tiempo prolongado, sin el apoyo adecuado de un adulto y generando daño progresivo al desarrollo cerebral por sustancias liberadas con el estrés tóxico. Señalamos algunas sugerencias en forma general:
Para
proteger a los niños de ambientes conflictivos, incertidumbre y situaciones de
maltrato, agresión y violencia, se debe evitar que los hijos interactúen con
personas que los agredan o que no los atiendan con cuidado y cariño. Cultivar
relaciones saludables con las personas que lo rodean para promover un ambiente
armonioso y constructivo. No utilizar violencia física o verbal para corregir
comportamientos, utilice un diálogo amoroso para que sus hijos comprendan lo
que está bien y lo que no lo está.
Procure calmar a los niños cuando ellos expresan malestar. Si el bebé llora, atiéndalo. Vea si tiene hambre, frío, calor o si le duele algo. Recuerde que cuando un niño está frustrado, sobrecogido o hace un berrinche, la lógica no funciona y la violencia mucho menos. En esos momentos, el niño se siente mal. Lo que necesita es un adulto que pueda mantenerse en calma (no desbordado por el berrinche del niño) que lo acompañe y lo ayude a recuperarse. Permanezca a su lado para no permitir que el niño se lastime a sí mismo o lastime a otros. Recuerde que las emociones son pasajeras y no lo definen: solo señale que en ese momento siente enojo o miedo, pero no es rebelde o miedoso.
Trate de empatizar con los niños; demuestre comprensión y afecto en los momentos difíciles. Recuerda que los niños, al igual que los adultos, desean estar bien y no quieren sentir malestar. Intente siempre conectar con ellos. Puedes preguntar: ¿Quieres que te ayude? ¿Me dejas sentarme contigo? ¿Puedo abrazarte? Si no lo permite, déjalo un rato, luego regresa y vuelva a intentarlo. Acompáñelo tranquilamente el tiempo que necesite. Si lo hace, poco a poco los episodios de berrinches durarán menos tiempo y disminuirán hasta que desaparezcan. Acompáñelo en su vida emocional y ayúdele a nombrar lo que siente. Nombrar la emoción es el primer paso para regularla. En medio de un berrinche no le diga “te estás portando muy mal” o “eres un berrinchudo”. Pues esto no les dice nada. Describa la acción que están haciendo y lo que quiere que haga, por ejemplo: “No puedes aventar el cubo de madera porque puedes lastimarte o lastimar a alguien más. Puedes jugar con eso haciendo una torre”, si el comportamiento continúa, ponte a su altura y repite pacientemente lo mismo que le dijiste: “No puedes aventar eso, pues puedes dañar a alguien más. Puedes jugar a hacer una torre. Si lo vuelves a aventar, voy a tener que guardarlo”. Cuando son empáticos con los sentimientos de sus hijos, además de responder a sus necesidades emocionales, les está enseñando a ser empáticos con las demás personas. Es el primer paso para la solidaridad y la colaboración.
Disfrute con ellos de actividades lúdicas y placenteras en todas sus edades juege, cante, baile y lea con sus hijos. Cuéntele sobre las cosas buenas del mundo, la familia, la naturaleza, tradiciones culturales y los animales. Valoren y disfruten todo lo positivo en cada circunstancia, desde cosas simples como la comida, un amanecer, estar juntos, etc.
Fortalezca sus propias competencias socioemocionales y las de sus niños. Aprenda a conocer y regular sus emociones, lleve un diario emocional para tener más información sobre sus emociones propias y de sus niños, qué las detonan y qué consecuencias tienen. Desarrolle su empatía al enfrentar una situación difícil con otra persona, intente ponerse en el lugar del otro: ¿qué puede estar sintiendo? ¿Cómo estará viviendo esta situación?
Como es bien sabido, no se puede dar lo que no se tiene. Es muy difícil calmar a un pequeño si nosotros no sabemos cómo calmarnos. Debemos darles un buen ejemplo y evitar que el estrés tóxico afecte su desarrollo, hay que destinar tiempo al bienestar…
La dimensión emocional del bienestar es fundamental. Una persona puede contar con circunstancias muy favorables: bienes materiales, salud, belleza, personas que la amen e incluso un trabajo maravilloso, pero sentirse completamente frustrada y desdichada. Por otro lado, una persona que cuenta con bienestar emocional es capaz de atravesar situaciones complejas con una mente en calma, un sentido de propósito claro y un corazón cálido que le permite ser empático y solidario con los demás.
Tomando en cuenta que el ambiente familiar es el primer grupo humano que se encarga de atender a los niños en sus primeros años, justifica considerarlo como el grupo más importante para influir en la estimulación socioemocional en las etapas tempranas; y del cual, es imperativo identificar la capacidad y disponibilidad inicial, para participar en este proceso de forma más intencionada. En forma lamentable, la mayoría no tiene establecida la trascendencia de esa función y solo siguen modelos de formación educativa de tipo familiar tradicional al no contar con capacitación o conocimientos alternativos que puedan proporcionar mejores resultados a sus hijos.
De forma ideal los familiares y/o cuidadores deben contar con la capacidad adecuada que les permita identificar y experimentar el bienestar emocional, que los definirá como competentes. Esa competencia socioemocional se considera como la capacidad de movilizar adecuadamente los conocimientos, habilidades y actitudes necesarias para realizar con un cierto nivel de calidad y eficacia, funciones de empatía que permite entender los puntos de vista de otras personas y asociarse con ellas, aun cuando éstas se hayan desarrollado en contextos socioeconómicos, ideológicos y culturales diferentes al propio. Autorregulación, para controlar emociones con fin de favorecer el aprendizaje, la convivencia, el logro de metas y el bienestar. Autoconocimiento, que facilita poder dirigir la atención al mundo interno y tomar conciencia de nuestros pensamientos, emociones y conductas. Nos permite conocernos y valorarnos. Colaboración, para establecer y mantener relaciones sanas con diversas personas y grupos para lograr metas comunes. Y autonomía adecuada a fin de poder tomar decisiones y buscar el bien para sí mismo y para los demás.
La manera en la que reaccionamos emocionalmente se conforma desde que somos pequeños. Los bebés desde que nacen experimentan estrés. Para ellos, el mundo puede ser muy amenazante, pues realmente no tienen las capacidades para satisfacer por sí solos sus necesidades o aliviar su incomodidad. Entre los cero y doce meses de edad, las emociones en los bebés son muy básicas. En esta fase, los bebés comienzan a relacionar ciertos estímulos con sus experiencias de placer o de dolor, desean atraer cosas hacia sí o alejarlas, pero aún no tienen los sistemas que les permiten procesar toda la información que reciben y regularse por sí mismos. En esta primera etapa de vida son sus padres quienes los regulan al aliviar su incomodidad y maximizar su placer mediante su cuidado, atención y ejemplo. Si no se les ayuda a calmarse cuando lloran, tienen miedo o sienten molestia y se les deja llorando continuamente, afecta su desarrollo cerebral y sus patrones de respuesta emocional. Los bebés se sienten como si su vida estuviera en peligro continuamente. Las asociaciones y patrones emocionales que se conforman a esta edad llegan hasta la edad adulta y conforman el temperamento de la persona. El estrés se vuelve tóxico y problemático cuando un niño vive frecuentemente situaciones adversas, durante un tiempo prolongado, sin el apoyo adecuado de un adulto y generando daño progresivo al desarrollo cerebral por sustancias liberadas con el estrés tóxico. Señalamos algunas sugerencias en forma general:
Procure calmar a los niños cuando ellos expresan malestar. Si el bebé llora, atiéndalo. Vea si tiene hambre, frío, calor o si le duele algo. Recuerde que cuando un niño está frustrado, sobrecogido o hace un berrinche, la lógica no funciona y la violencia mucho menos. En esos momentos, el niño se siente mal. Lo que necesita es un adulto que pueda mantenerse en calma (no desbordado por el berrinche del niño) que lo acompañe y lo ayude a recuperarse. Permanezca a su lado para no permitir que el niño se lastime a sí mismo o lastime a otros. Recuerde que las emociones son pasajeras y no lo definen: solo señale que en ese momento siente enojo o miedo, pero no es rebelde o miedoso.
Trate de empatizar con los niños; demuestre comprensión y afecto en los momentos difíciles. Recuerda que los niños, al igual que los adultos, desean estar bien y no quieren sentir malestar. Intente siempre conectar con ellos. Puedes preguntar: ¿Quieres que te ayude? ¿Me dejas sentarme contigo? ¿Puedo abrazarte? Si no lo permite, déjalo un rato, luego regresa y vuelva a intentarlo. Acompáñelo tranquilamente el tiempo que necesite. Si lo hace, poco a poco los episodios de berrinches durarán menos tiempo y disminuirán hasta que desaparezcan. Acompáñelo en su vida emocional y ayúdele a nombrar lo que siente. Nombrar la emoción es el primer paso para regularla. En medio de un berrinche no le diga “te estás portando muy mal” o “eres un berrinchudo”. Pues esto no les dice nada. Describa la acción que están haciendo y lo que quiere que haga, por ejemplo: “No puedes aventar el cubo de madera porque puedes lastimarte o lastimar a alguien más. Puedes jugar con eso haciendo una torre”, si el comportamiento continúa, ponte a su altura y repite pacientemente lo mismo que le dijiste: “No puedes aventar eso, pues puedes dañar a alguien más. Puedes jugar a hacer una torre. Si lo vuelves a aventar, voy a tener que guardarlo”. Cuando son empáticos con los sentimientos de sus hijos, además de responder a sus necesidades emocionales, les está enseñando a ser empáticos con las demás personas. Es el primer paso para la solidaridad y la colaboración.
Disfrute con ellos de actividades lúdicas y placenteras en todas sus edades juege, cante, baile y lea con sus hijos. Cuéntele sobre las cosas buenas del mundo, la familia, la naturaleza, tradiciones culturales y los animales. Valoren y disfruten todo lo positivo en cada circunstancia, desde cosas simples como la comida, un amanecer, estar juntos, etc.
Fortalezca sus propias competencias socioemocionales y las de sus niños. Aprenda a conocer y regular sus emociones, lleve un diario emocional para tener más información sobre sus emociones propias y de sus niños, qué las detonan y qué consecuencias tienen. Desarrolle su empatía al enfrentar una situación difícil con otra persona, intente ponerse en el lugar del otro: ¿qué puede estar sintiendo? ¿Cómo estará viviendo esta situación?
Como es bien sabido, no se puede dar lo que no se tiene. Es muy difícil calmar a un pequeño si nosotros no sabemos cómo calmarnos. Debemos darles un buen ejemplo y evitar que el estrés tóxico afecte su desarrollo, hay que destinar tiempo al bienestar…
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