Son movimientos
anormales que presenta el niño pequeño, asociados con la fiebre. Se notan como
rigidez corporal o sacudidas de sus extremidades, alteraciones en su ritmo
respiratorio, cambios de coloración en la piel (palidez o morado), además de
pérdida de la reactividad evidenciada con desviación o inmovilidad de sus
globos oculares. Como requisito adicional, con enfermedades que no tienen
relación con el cerebro y en niños que no tienen antecedentes de convulsiones
en forma previa.
Es un evento
desafortunado, que condiciona angustia entre los familiares que lo llegan a
presenciar por dar el aspecto de gravedad súbita, compatible con la pérdida de
la vida en ese momento del paciente, sin que ellos puedan hacer algo por
evitarlo.
La mayoría de
las ocasiones su duración se establece en uno a dos minutos, pero ante la
angustia de los familiares les puede aparentar un tiempo más prolongado. En
casos especiales, puede tener duración hasta de quince minutos.
Afectan a niños
de seis meses a cinco años de edad, y es más frecuente en niños pequeños de 12
a 18 meses.
Este tipo de
evento, aunque suelen asustar mucho a los familiares, tiene una remisión
espontánea y no condicionan alteraciones futuras en la salud del niño, a
reserva que con la preocupación, se puede generar sobreprotección posterior. El
hecho que un niño manifieste este tipo de convulsiones –por si solo-, no es
indicativo que vaya a tener epilepsia o algún tipo de consecuencia cerebral en
su vida futura.
Estos episodios
son relativamente frecuentes en la población general. En forma proporcional, se
puede referir que de cada veinticinco niños (en condiciones similares), uno
desarrollará por lo menos un episodio de convulsiones por fiebre. De todos los
que llegan a padecer este primer evento, solo un poco más de la tercera parte
tendrán episodios adicionales durante el periodo de edad ya establecido. La
primera convulsión febril se manifiesta en raras ocasiones antes de los seis
meses o después de los tres años de edad, y entre más avanzada es la edad del
niño en que presenta su primera crisis febril, menor será la probabilidad que
tenga recurrencia posterior.
Estas convulsiones
febriles no están condicionadas por un particular tipo de infección y ni
siquiera tienen relación con algún valor predeterminado de temperatura sobre la
cual se deba dar mayor interés. Incluye en su mecanismo de desarrollo las
características biológicas propias del niño. Cada niño en particular puede
tener una relativa tolerancia a la fiebre y quienes desarrollen su primera
convulsión con temperatura apenas por arriba de 38 grados, en su primera
enfermedad con fiebre, tendrán el riesgo de seguir manifestando estos cuadros.
Su origen tiene fundamento en condiciones genéticas, ya que su frecuencia es
mayor en niños cuyos padres o hermanos las han padecido.
Las crisis
febriles pueden ser clasificadas de acuerdo a sus características generales, en
dos diferentes grupos: las formas simples y formas complejas. La primera de
ellas, es la forma más frecuente (70-80%), se caracteriza por afectar a niños
entre los doce meses y cinco años de vida, tienen una duración corta con tiempo
menor de quince minutos, al terminar el evento su recuperación a la normalidad
se realiza en tiempo relativamente corto, se presenta como evento único durante
las primeras veinticuatro horas del evento febril. En cambio, las crisis
consideradas como complejas (20-30%), contrastan por afectar a niños menores de
doce meses o mayores de cinco años, su tiempo de duración es mayor de quince
minutos, las manifestaciones que presentan en el evento convulsivos son muy
variadas, al terminar el paciente no
tiene una recuperación adecuada de forma rápida y manifiestan recurrencia en
varias ocasiones en las veinticuatro horas del cuadro febril.
La importancia
de la anterior clasificación, se establece por considerar que las crisis
febriles de tipo complejo, tienen alto riesgo de desarrollar con posteridad
algún evento epiléptico, como enfermedad sin presencia de fiebre asociada.
El riesgo de la
recurrencia se encuentra relacionado en gran medida con la edad: si la primera
crisis se origina antes de los doce meses de edad, el riesgo de recurrencia es
cercano al 50%. Si la crisis ocurre en el segundo año de vida el riesgo es
menor de 30%. Después de los cinco años de edad son poco frecuentes.
Para el
desarrollo de convulsiones sin fiebre en la vida futura, el riesgo se establece
en proporción del 2 al 4% tomando en consideración como factores de riesgo, que
existan: convulsiones febriles complejas, una anormalidad neurológica previa
(funcional o anatómica), y/o historia familiar de epilepsia (convulsiones sin
fiebre). A quienes reúnan estas condiciones, son pacientes que en etapas
tempranas deberán de acudir a la valoración especializada para controlar mejor
su evolución.
En casos
especiales, en particular cuando las convulsiones febriles se desarrollan entre
los cinco a siete meses de vida, puede haber posibilidad que el lactante
desarrolle alguna enfermedad convulsiva que le afecte a su desarrollo
psicomotor, y pueda condicionar retraso asociado a eventos convulsivos
recurrentes con aparición de una a dos por mes, con cuadros de fiebre baja y
difíciles de controlar con medicamentos especiales.
Considerando que
la mayoría corresponden a la forma simple, se establecen como inofensivas, en
las que no hay evidencia que condicionen un daño cerebral. Los niños que la
padecieron, tienen un rendimiento escolar normal y desarrollo intelectual
similar a sus hermanos, que no padecieron de esta alteración.
Durante el
momento que se presentan las crisis febriles, se sugiere a los padres procurar
mantenerse calmados, observando cuidadosamente al niño, para tomar detalles y
poder referir posteriormente al médico (incluso filmarlo es muy útil a su
evaluación posterior). Se le deberá de proteger para evitar daños con algunos
objetos cercanos (cristales, objetos pesados, etc.) no deberá de ser sacudido a
fin de evitar daños por esta maniobra, se le deberá de evitar que contenga en
su boca algún objeto u obstáculo que impida su respiración normal y/o pueda
causar ahogamiento. Verificar el tiempo de duración y al notar que se aproxima
a los diez minutos, llevarlo a un servicio de urgencias para su tratamiento
correspondiente (cuidando de no causar algún accidente al conducir con la
desesperación). Si termina la convulsión en tiempo menor, llevarlo a valorar
para identificar la causa de la fiebre y evaluar sus condiciones posteriores al
evento febril.
Será motivo de
atención inmediata si las convulsiones se notan que aparecen antes de la
fiebre, si la duración es mayor de quince minutos, o si el cuadro manifiesta en
forma previa rigidez del cuello, problemas de sueño, llanto constante e intenso,
mal estado general y vómitos frecuentes.
Una vez
realizada la evaluación médica, se le informará al familiar si es necesario o
no la hospitalización del paciente, de acuerdo a la sospecha de su enfermedad
primaria o el comportamiento de las convulsiones, así como los estudios por
realizarse, para establecer en forma posterior su tratamiento adecuado y su
vigilancia posterior.
Para prevenir
las crisis convulsivas en niños que ya tienen el antecedente, se deberá de
revisar y manejar la temperatura de forma apropiada con medicamento y medios
físicos.
Hay que aclarar a los padres
que aunque el cuadro puede provocar pánico inicial y ansiedad posterior, una
crisis febril no es una epilepsia, sino un proceso benigno que en la mayoría de
las ocasiones es un evento único que no deja secuelas neurológicas y las
posibilidades de mortalidad son nulas, pero como todo evento que afecta a la
salud, deberá ser motivo siempre de atención por su médico de confianza o en
situaciones de riesgo a complicaciones futuras con un neurólogo pediatra.