La disciplina no
puede ser considerada en una sola definición muy concisa o limitada, ya que es
todo un proceso variable elemental en la educación de todos los niños, que se
establece a manera de un entrenamiento paciente diario, mediante reglas
constantes y ejercicios específicos frecuentes, la vigilancia y control de la
conducta espontanea de un niño mediante recompensas y castigos, para desarrollar
sus capacidades y habilidades, convenientes y/o necesarias, para establecer y
fomentar adecuados hábitos de respeto, tolerancia y responsabilidad, para su
desempeño con la sociedad en la vida adulta.
Constituye un
elemento importante de formación familiar, que debe ser establecido por los
padres desde edades pequeñas y mantenido o motivado con algunas variantes a
diferentes edades, por otros participantes de la sociedad para ir influyendo en
el desarrollo de la personalidad de los individuos.
A partir de esta
condición, es fácil distinguir las diferencias evidentes que existen en varios
grupos humanos, que en consecuencia tienen un desarrollo muy particular. Así
una sociedad que tiene altos valores emocionales y de comportamiento personal,
tendrá una disciplina infantil muy diferente al de aquellas comunidades en
donde la anarquía, violencia, mentiras y corrupción, se presentan desde etapas
tempranas, importando así que el niño muestra su comportamiento de acuerdo a lo
que aprende en casa.
Bajo el
recurrido argumento que nadie enseña a ser padres, las últimas generaciones se
justifican en solo tener una convivencia muy tolerante con el desempeño
espontaneo de los niños, Por actividades laborales de los padres, es muy
frecuente que la atención y cuidados de los niños queden a cargo de otros
familiares (abuelos, tíos, hermanos) o personal auxiliar (guarderías, nanas),
que ante situaciones afectivas familiares o necesidad laboral, no realizarán limitación
de conducta en el niño, ya que al igual que los padres, suelen tener temor de
comportarse demasiado estrictos y en forma adicional perder la relación
afectiva o laboral con estos niños, justificando así su actitud permisiva y
tolerante, sin darse cuenta en especial los padres, que su papel de autoridad
en la familia se trastorna y empieza a ser manipulado por la conducta del hijo
Con la
disciplina no se tiene un control directo sobre lo que ocurre en el pensamiento
y sentimiento infantil, pero si consigue controlar sus actos en consecuencia.
Cada medida disciplinaria deberá seleccionarse de forma especial para la conducta
a modificar.
La personalidad
del niño no está determinada desde su nacimiento, se desarrolla de acuerdo a
vivencias y experiencias que va teniendo. Son los padres y personajes cercanos
quienes mediante limitaciones o motivaciones, son los que podrán definir en
forma específica su personalidad futura que
permita afrontar sus diversas dificultades y logren condicionar su
felicidad plena en la vida.
El niño es un
ser humano que se encuentra en desarrollo físico, biológico y emocional
progresivo en sus primeros años. Bajo este concepto es natural llegar a
considerar que en etapas iniciales de la vida, el niño solo actúa en base a
condiciones sensitivas y emocionales; y en etapas posteriores irá desarrollando
su capacidad de análisis o de intelecto para regular su comportamiento. Bajo
este concepto, la disciplina debe irse estableciendo en formas diversas a
diferentes edades.
Durante sus
primeros meses de vida la estimulación afectiva es significativa. El bebé
deberá conocer el comportamiento que los padres muestran mientras se encuentran
contentos, tristes, temerosos y enojados, debiendo evitar fingir conductas y
procurando que sean actitudes que quieran los padres que sus hijos vayan
aprendiendo. El lenguaje corporal y el estado emocional son captados en forma
especial por su cerebro primitivo.
Desde el momento
que el niño tiene capacidad de desplazamiento y toma de objetos, la conducta
que deberán tener los padres, será evitar aquellos objetos que pueda destruir
el niño o causarle daño corporal. A partir de los diez meses se le iniciará el
concepto de negación, para que aprenda que el objeto se le retira de su alcance
o evitará acercarse.
Si manifiesta
rabietas o berrinches se le deberá indicar no estar de acuerdo con esa actitud
(comportándose con el lenguaje corporal y tono de voz molesta –sin gritos- que
debió aprender en sus primeros meses) y se podrá iniciar la práctica de “tiempo
fuera”, que establece dejar al niño en un ambiente donde no tenga
estimulaciones adicionales y sin compañía de algún familiar, por el tiempo de
minutos en relación a su edad (un año, un minuto) o hasta que se tranquilice,
para volver a proporcionar a continuación el comportamiento habitual; o incluso
en técnica de “tiempo dentro” se convivirá con el niño de forma afectiva
contrastante a la previa (alegre) para reforzar su actitud. Los golpes a cualquier
edad no establecen una relación con la falta, solo causan dolor y le enseñan a
los hijos a aplicarlos cuando no consiguen sus metas (serán golpeadores).
De los tres a
los cinco años, el niño ya puede empezar a comprender las normas especiales en
su casa, además de sus propias acciones y consecuencias secundarias, bajo el
comportamiento adecuado mostrado por los padres. Si el niño pintó una pared, se
le deberá enseñar que el sitio de pintar corresponde a alguna hoja en especial;
y por otra parte, se le pondrá a quitar la pintura mediante dispositivos de
limpieza para que comprenda la dificultad para corregirlo. Al conocer objetos
nuevos, se deberá indicar la forma adecuada para ser utilizados o evitarlo si
incluye algún riesgo, mostrando si es posible la probable consecuencia.
De los seis a
los ocho años es muy importante de parte de los padres, señalar siempre
consecuencias avaladas con hechos reales, para que los niños no aprendan a
mentir y puedan conocer consecuencias validas a aplicar si no acatan las
reglas. Se deberá evitar los castigos exagerados si la causa no está
justificada. El tono de voz puede ser normal pero convincente, para que el hijo
no aprenda a gritar ante sus frustraciones.
De los nueve a
los doce años, se le informará sobre la consecuencia de sus errores para que
vaya asumiendo las consecuencias de su comportamiento inadecuado. Aprenderá de
sus errores, por ejemplo: si no hace la tarea antes de dormir, al día siguiente
podrá ser castigado en su escuela. En caso de mostrar recurrencia del error, se
podrá establecer un castigo relacionado con alguna de sus actividades
recreativas de su preferencia.
A partir de los
trece años, se le reforzará todas las normas existentes en casa y sociedad para
su cumplimiento, generando algunas limitaciones ante sus fallas y señalar su
grado de control de vida cuando las manifieste en cumplimiento, para darle
confianza en su desempeño diario y su autoestima. El terapeuta infantil o
pediatra podrán orientarle.
Durante el
proceso de educación la paciencia y constancia de los padres, le permitirá ir
consiguiendo resultados positivos al paso del tiempo. Se le insistirá al niño
sobre horarios de alimentación, higiénicos, sociales, morales y/o religiosos.
Los castigos
corporales deberán evitarse ya que al pegar a un niño, se le está enseñando que
está bien pegar a alguien cuando uno está enfadado; aparte de hacerle daño, se
le pueden infligir lesiones corporales. Por otra parte, en vez de enseñarle a
modificar su comportamiento, sólo se consigue que tenga miedo a sus padres, y
lo único que aprenden es a evitar que lo atrapen cometiendo la falta.
Algunos niños
con falta de afecto por los familiares, es posible que se portan mal para
llamar la atención y una bofetada puede "recompensarlos", aunque no
sea eso lo que pretenden sus padres. Estos niños habrá de considerarlos
diferente para proporcionarles un ambiente emocional más estable contando con la
orientación y apoyo psicológico.
No podemos
pretender un cambio social sin falsedades o conveniencias particulares, cuando
las normas y valores que debemos aprender en la infancia, no son bien
inculcadas desde etapas tempranas… La sociedad futura, depende de la forma como
establezcamos la disciplina en nuestros hijos en el presente y seamos
constantes.