La alimentación durante los primeros dos años de vida, juega un papel fundamental en el desarrollo metabólico de una persona. A partir de la información genética de los progenitores y de los hábitos de alimentación en el ambiente familiar a través de los años, se define el desarrollo físico del individuo para su vida futura.
Se menciona durante las últimas dos décadas al menos, el riesgo que representa el desarrollo de sobrepeso o de obesidad en etapas tempranas de la vida para sus complicaciones posteriores que incluyen: diabetes, hipertensión, infartos, embolias, alergias, asma, enfermedades autoinmunes y hasta algunos tipos de cáncer.
De forma periódica –cada seis años- , se efectúa una encuesta nacional de salud y nutrición para verificar las condiciones en que se encuentra la población de nuestro país. En forma comparativa de los estudios, se ha encontrado que la persistencia de sobrepeso y obesidad en los menores de cinco años, ha registrado un ligero ascenso a lo largo del tiempo, que es evidencia de que las prácticas de alimentación establecidas en los primeros años de vida, no han sido hasta el momento las más adecuadas y que las propuestas para condicionar su modificación no han sido bien difundidas.
La ubicación de nuestra población infantil por alteraciones nutricionales de sobrepeso y obesidad a nivel mundial, es distinguida con el primer lugar durante los últimos diez años, y ello debe ser motivo de la revisión y adecuación en las prácticas de alimentación que se realizan desde los primeros días de vida del niño.
En nuestro medio, tenemos deficiencia particular en la práctica de una alimentación sana y adecuada, ya que nuestra tendencia habitual familiar se basa en consumir los alimentos en forma exclusiva por el sabor agradable al paladar, por su aspecto, o en el peor de los casos por la disponibilidad limitada. Es raro encontrar familias en donde la preparación de una comida, sea planeada en relación al consumo calórico y la distribución de los nutrientes correspondientes.
En la medida que se desarrolla el conocimiento de la alteración metabólica influida por la alimentación, es posible identificar situaciones y mecanismos que anteriormente no se conocían y mediante su aplicación apropiada, pueden influir para evitar el desarrollo de las complicaciones ya señaladas y fomentar una condición de salud adecuada.
Lamentablemente en el ambiente social, las costumbres que perseveran con el tiempo, adquieren ante esta práctica la condición de ser consideradas como leyes, y el tratar de modificarlas involucra ir en contra de esa sociedad; y por consecuencia, estar actuando de forma inadecuada a los principios tradicionales, haciendo difícil la labor de capacitación de la familia para mejorar el tipo de alimentación.
Bajo esa referencia tradicional, existen prácticas de alimentación que son inadecuadas para fomentar un desarrollo físico normal; y que, aún se continúan practicando por costumbre e ignorancia inclusive de algunos sectores institucionales o médicos particulares. Hasta la fecha, un niño gordito es considerado “bonito” o “sano”.
Ya desde el momento en que nace el niño, su peso puede influir en la madre o en algunos elementos del personal de salud a condicionar una alimentación particular. Si está bajo de peso, le inducen a tener una alimentación más frecuente y abundante, e incluso con sustancias “fortificadoras” de la leche, para alcanzar lo más rápido posible “su peso adecuado” cuando lo ideal es investigar si existe alguna anormalidad que haya influido en el ambiente materno o en los primeros días del nacimiento, para limitar su desarrollo de peso; y en especial, verificar que el incremento de peso diario se encuentre en valores normales. Cuando el peso al nacimiento es elevado, justifican que el niño deba continuar recibiendo alimentación excesiva y frecuente por tener mayores necesidades de aporte, cuando debería de realizarse la misma investigación de enfermedades y revisar sus incrementos diarios en valores aceptables.
En los primeros quince días, la alimentación al seno materno se indica ofrecer a libre demanda (sin horario especial), para favorecer la producción láctea y la recuperación del peso, que de forma normal pierden todos los niños en esos primeros días por distribuir el líquido corporal en exceso y la grasa especial que tenían al nacimiento. El horario posterior de cada tres y luego cada cuatro horas, está relacionado al tiempo que tarda en vaciarse el estómago ante la maduración de su sistema digestivo.
El estómago al nacimiento -como cualquier otro órgano corporal-, tiene dimensiones proporcionales al desarrollo del cuerpo, por lo que se sugiere tratar de conservar su volumen sin ir haciendo depósitos excesivos cuando se ofrece la alimentación en forma anormal (cantidad o frecuencia) ya que con eso se empieza a condicionar crecimiento de la cámara gástrica, deformándola y al paso del tiempo haciéndola desproporcionada, para generar luego: mayor sensación de apetito, que causa volúmenes mayores de alimento -más crecimiento del estómago- y en forma secundaria la energía que no se ocupa, se almacena en forma de grasa desarrollando sobrepeso y luego obesidad.
La tradición de darle de comer al niño cada vez que llore, no es adecuada seguirla luego de los primeros diez a quince días de nacido; y de preferencia, solo se deberá de dar al la cantidad de tiempo necesario para satisfacer su cavidad estomacal, que se define retirando de la succión al momento de notar (por la madre) disminución en la velocidad, ritmo o intensidad de la succión y no dejarlo hasta que el niño deje totalmente de succionar, o seguirle dando ante las maniobras de búsqueda (que es un reflejo normal en los primeros tres meses de vida).
El alimento más importante durante el primer año de vida, lo constituye la leche materna por proporcionar nutrientes y elementos que lo ayudan a desarrollar todos los órganos y sistemas para el resto de su vida de forma adecuada. La supervisión periódica por el personal médico, debe establecer que el niño va desarrollándose de forma adecuada en la proporción del peso con la estatura relacionado con su edad.
Mientras se tenga un buen desarrollo, se podrá continuar el aporte de leche materna por tiempo variable de acuerdo al desarrollo físico individual de cada caso. La recomendación de guarderías o instituciones de salud, de iniciar otros alimentos a una edad cronológica específica, no tienen justificación adecuada bajo estas evidencias y son prácticas obsoletas, que inducen a incrementar el aporte metabólico como excesivo.
El tipo de alimentos diferentes a la leche, se deberán de iniciar bajo recomendación médica y de preferencia, atendiendo al desarrollo físico y los antecedentes familiares de enfermedades padecidas, ya que algunos alimentos pueden generar predisposición al lactante para su desarrollo similar. Como ejemplo en particular, un niño con familiares que tienen antecedentes alérgicos, puede tener menor probabilidad de desarrollar su predisposición genética, si no hay la estimulación por alimentos específicos.
El inicio de otros nutrientes (luego del primer año de vida), puede tener el riesgo de incrementar de forma excesiva los carbohidratos; y con ello, exceso de acción de la insulina que al paso del tiempo puede generar la diabetes por resistencia a su mecanismo de acción. La supervisión del desarrollo debe ser estricta.
La práctica de la alimentación en los niños, puede ser considerado como un trabajo experimental cuyos resultados solo se pueden establecer a largo plazo. En esta definición, hasta el momento a nuestro país los resultados no son favorables, y ante la evidencia del error cometido en años anteriores en los médicos que atendemos a la alimentación de los niños, y sus familiares encargados de ofrecerla, está la responsabilidad de mejorar los resultados y la salud del niño en el futuro.