Así como existe la inteligencia racional que se emplea para resolver problemas lógicos o matemáticos, existe la inteligencia emocional que nos ayuda a lograr nuestras metas y hacernos sentir bien con nosotros mismos y con los demás. Quienes cuentan con adecuada inteligencia emocional no solo son personas más felices, sino que también son las que toman las decisiones más acertadas, son mejores líderes, tienen más éxito en sus metas y logran tener mejor interacción con las personas de sus diferentes ambientes.
Nuestro cerebro es un órgano evolutivo superior de todas las especies, y los centros de organización emocional en proceso de desarrollo, interactúan en forma simultánea con el cerebro intelectual para definir en forma progresiva la capacidad final del individuo. Así toda influencia emocional que se proporciona desde la etapa de recién nacido, tendrá sus consecuencias en la definición emocional e intelectual futura. A continuación, se establecen algunas sugerencias para influir en diferentes aspectos que son significativos para el desarrollo emocional e intelectual de los niños.
Vínculo.
La verdadera unión de una familia no se forja por los lazos de sangre, sino a
través del cariño y del respeto mutuo, que se empiezan a generar desde el
momento del nacimiento a través del contacto físico (caricias, besos, abrazos,
palabras, etc.) y las miradas que captan el lenguaje corporal bajo diferentes
circunstancias. En este vínculo es importante mantener siempre un entorno
seguro, condicionando en el cerebro del niño la certeza sobre su bienestar,
para proporcionar una sensación de seguridad y confianza. Al ir creciendo el
contacto físico para bañarlos, llevarlos a la escuela de la mano o abrazados,
juegos corporales donde el niño identifique sus mismas emociones con el adulto
(tirarse al suelo, permitir que el niño se monte al padre, etc.), pláticas recíprocas
donde el adulto comenta algo de sus experiencias, inquietudes e ilusiones en
forma espontánea, para permitir que el niño también pueda generar una
conversación asociada con sus propios intereses, generan en el niño liberación
de sustancias químicas cerebrales que estimulan su desarrollo cerebral con
sensación de bienestar e incrementa la relación de identidad con sus padres o
familiares de forma apropiada. Si se quiere mantener a los niños vinculados se
les debe ayudar a confiar en ellos mismos y en el mundo, evita incumplir en
palabras o utilizar la mentira para conseguir lo que quieres. El cerebro
emocional no puede permanecer cerca de alguien que miente o incumple su
palabra. Le genera repulsión y desconfianza. Finalmente, así como el niño
aprecia a sus familiares como lo más significativo para su vida, también
requiere que ellos lo hagan sentir en situación especial recíproca, que lo
ayude a desarrollar amor para sí mismo.
Confianza.
Por esta condición el niño logra sentirse bien consigo mismo y con los demás,
desarrolla seguridad en sus decisiones y para conseguir los propósitos que
fije. Esta actitud espontánea en todos los niños es viable de ser alterada por
los familiares y educadores por el exceso de celo o de protección de los
mayores. Cuando un niño enfrenta un reto, será la confianza que el adulto
deposita en el niño, la que determine la adquisición y progreso de la confianza
del niño. Así, si en una situación de riesgo un niño percibe de inmediato la
atención y ayuda del adulto, considerará siempre que requiere ayuda de ellos.
Cuando detecta temor en los adultos ante su posible reto, se activa la zona de
peligro y tendrá siempre actitud de temor. En cambio, cuando logra vencer su
temor, se dará oportunidad al cerebro de poder controlar sus temores iniciales.
Se recomienda, por tanto, vigilar a la distancia las capacidades que el niño
pueda desarrollar ante situaciones de reto, a excepción solo las que
constituyan riesgos de lesiones, accidentes, muerte, intoxicación, agresión
física y/o situaciones de abuso, donde la prioridad será la protección del
menor.
Responsabilidad.
Condiciona a los niños a saberse cuidar y poder valerse por sí mismos. No suele
ser difícil ir desarrollando cuando de forma natural se les hace considerar que
ellos mismos se empiecen a ocupar de sus propias cosas en la medida que puedan
ir haciéndolo en forma espontánea o con orientaciones específicas,
contribuyendo a las tareas domésticas o actividades recreativas, invitándolos a
participar de ellas, por ejemplo: levanta todos tus juguetes, a diferencia de:
qué te parece si levantamos todos tus juguetes y luego: que bueno ya levantaste
solo tus juguetes. Se puede evaluar al final de cada día, que se le haya dado
motivaciones y felicitaciones en mayor proporción que solo medidas impuestas o
regaños, para darle a entender que nos sentimos satisfechos y orgullosos de su
actitud e ir conociendo de forma diaria, sus sentimientos personales y los
logros en sus decisiones diarias. Cuando por sus decisiones tenga errores, se
deberá motivar a confiar en sí mismos y ayudarlos a aprender con análisis de
aciertos y fallas.
Crecer
sin miedos. Es posible que las experiencias traumáticas se quedan grabadas en
nuestra mente y constituyen un problema que pueda afectarnos al desarrollo de
nuestra personalidad futura, generando miedos desproporcionados ante
situaciones similares. Durante estos eventos se asocia la afección del miedo
(instinto) con las imágenes o sensaciones corporales desagradables. A fin de evitar
que eso quede en forma fija o intensa, requiere en forma inmediata al evento:
diluir esas impresiones y desactivar esas imágenes traumáticas de su cerebro.
Se le pedirá que hable y describa el evento (actividad hemisférica izquierda)
para establecer lo almacenado en el hemisferio contrario, que permite que la
parte verbal y lógica de su cerebro, ayude a la parte visual y emotiva a
superar el trauma. Requiere que el adulto lo aborde de forma cercana, calmada y
tranquila para permitir relatar de forma específica, las experiencias
emocionales desagradables relacionadas con el evento, a fin de transmitirnos su
condición emocional experimentada, ejemplo: cara o aspecto del agresor,
sensación corporal percibida, sensación específica desagradable desarrollada,
respuesta de su cuerpo ante esos estímulos y detalles adicionales del ambiente,
procurando notar la recuperación progresiva de su calma, para la incorporación
a sus actividades habituales.
Asertividad.
Es la capacidad de la persona de expresar lo que piensa o siente de una manera
clara y respetuosa. La aprenden los niños por medio del comportamiento que
muestran los padres y su forma de poder comunicarse con sus cercanos. Debemos evitar
comportamientos egoístas o sumisos que generan comunicaciones agresivas y/o silentes.
Cultivar
su paciencia. Se debe procurar atender desde pequeño sus demandas orgánicas con
capacidad de espera y evitar siempre resolver de forma urgente e inmediata, la
mayoría de sus demandas, para que pueda ir desarrollando su tolerancia a los
objetivos y a la frustración de forma progresiva, se debe enseñar a pensar en
el tiempo de espera.
Dirigir
su atención a emociones positivas. Permite que desarrolle felicidad de forma
más frecuente e intensa. Desde pequeños se deberán de ofrecer estímulos
emocionales positivos de forma más constante y cuando sean escolares, se les
podrá cuestionar al final del día, sobre las situaciones que más hayan
disfrutado en su transcurso.
Actividades
gratificantes. Permite el desarrollo de satisfacción y optimismo progresivos,
el hecho que los niños se involucren en actividades que sean de su interés o su
gusto especial, para que de forma espontánea se abstraigan de dificultades
adicionales o de obligaciones específicas que los haga sentirse mal. Involucra
también conocer otros niños que participan en actividades similares con quienes
desarrolla mejor empatía.
La
labor en la educación emocional no debe considerarse compleja, cuando solo se
lleva a cabo con el interés de formar al hijo con los mejores objetivos y
valores emocionales adecuados. Su aplicación adecuada permite generar hijos con
mejor comportamiento emocional y mayor logro intelectual… dejarlos en forma
instintiva no dará resultado y le restará la trascendencia de nuestra
influencia educativa sobre ellos.