Es
una enfermedad producida por una bacteria (leptospira) que afecta al ser humano
y animales tanto domésticos como de vida salvaje, por lo que existen casos en
todo el mundo (a excepción de zonas glaciares), tanto en áreas urbanas como
rurales, con mayor frecuencia en poblaciones de tipo tropical o subtropical,
afectando a niños en edad escolar (6-10 años) y adultos de riesgo. Considerada
por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una enfermedad emergente
desatendida, con más de 500 mil casos anuales en seres humanos y con una
mortalidad superior al 10%
Estudios
relacionados establecen que el incremento de esta enfermedad se relaciona, con:
malas condiciones de vida, higiene, laborales, factores climáticos, reservorios
y hospederos de la bacteria para definir su mayor posibilidad de su desarrollo.
Se presenta frecuentemente con picos estacionales, algunas veces en brotes y
asociado a cambios climáticos principalmente con inundaciones, ocupación
laboral y/o actividad recreativa.
Existe
un subregistro de la enfermedad en varios países debido a su dificultad para
ser identificada ante la diversidad de manifestaciones en el ser humano que
pueden variar desde una enfermedad aparente gripal leve, hasta una enfermedad
seria que puede llegar a ser fatal y que puede confundirse con otras
enfermedades como el dengue y otras enfermedades hemorrágicas; además de la dificultad
en la disponibilidad del estudio específico de laboratorio para definirla.
La
bacteria (leptospira) que produce la enfermedad tiene más de 300 variantes, que
se distribuyen en tres reservorios más comunes de la infección, que están en:
perros, ratas y otra en ganados y cerdos. Las variantes patógenas tienen la
capacidad de colonizar diferentes órganos, pero afectan principalmente riñones,
hígado y pulmones. Subsisten y se conservan infectantes en diferentes medios,
como: suelo húmedo, ríos, lagos, agua estancada, pantanos, lodo. Se encuentra
también en vísceras, carnes frías y leche. Son sensibles a la desecación,
acidez, congelamiento y pasteurización.
La
infección más grave es la transmitida por las ratas a través de su orina, que
estudios de investigación, revelan concentraciones hasta de cien millones de
bacterias por mililitro de orina eliminada; con mayor cantidad, en proporción a
la mayor vida de estos roedores. De forma similar se considera mayor incidencia
de esta enfermedad, en las comunidades donde los roedores son más abundantes.
Cualquier otro animal vertebrado que se contagie de esta infección a través de
la orina de los roedores, puede ser considerado como un hospedero o portador
accidental y corresponden en mayoría, a los animales domésticos que por
eliminación urinaria también son material de contagio.
A
partir de la orina del ratón o de reservorios transitorios, la bacteria puede
contaminar el agua, suelo, instalaciones, pasturas y/o alimentos en donde
pueden permanecer de acuerdo con las condiciones que lo faciliten.
La
infección se adquiere por la exposición accidental con la orina infectada del
ratón (ejemplo: productos enlatados que han estado almacenado en bodegas
expuestas a orina de ratón). Otra alternativa es a través de actividades
ocupacionales (laboratoristas, pepenadores), recreativas (nadar), contacto con
productos contaminados que pueden entrar al cuerpo a través de cortaduras,
abrasiones en la piel, (basura, zonas húmedas, lodos, zonas de inundación) por
membranas mucosas intactas (nariz, boca, ojos) y probablemente a través de la
piel que ha permanecido por mucho tiempo sumergida en el agua contaminada
(nadar en ríos, pozas o lagos contaminados) y en algunas ocasiones con la
convivencia inadecuada con animales domésticos (perros, bovinos y porcinos)
caminar descalzo en calles o en charcos. Entre seres humanos, por medio de
trasfusión de sangre donada de alguien, que no ha empezado aún a tener las
manifestaciones clínicas de la enfermedad y también por medio de la leche
humana.
El
periodo de incubación -desde que ingresa la bacteria al cuerpo, hasta que el
momento que manifiesta las alteraciones-, es variable y puede ser de dos días a
cuatro semanas.
Aproximadamente
el 15% de las infecciones no manifiestan alteraciones específicas. Entre las
personas que desarrollan alteraciones de la enfermedad, el 90% corresponden a
la variante donde no hay coloración amarilla evidente de la piel (anictérica) y
en una menor proporción (5-10%), tendrán una respuesta inflamatoria anormal,
con: ictericia y hemorragias importantes (conocida como enfermedad de Weil)
La
forma anictérica se manifiesta como una enfermedad semejante a la gripe, con
inicio súbito de fiebre alta, náuseas, vómitos, dolor de cabeza en la región
frontal o detrás de los ojos (semejante al dengue) acompañada de molestia
ocular a la luz, escalofríos, dolor muscular intenso que afecta en forma
especial las pantorrillas, espalda y el abdomen. Como hallazgos en la revisión
corporal del paciente, se pueden notar: enrojecimiento de los ojos y la
garganta, sensibilidad muscular, crecimiento de ganglios (bolitas en el
cuerpo), salpullido en forma de manchas rojizas o en ocasiones violáceas más
significativa en las extremidades inferiores (piernas), dificultad respiratoria
y coloración amarilla de los ojos de forma leve; y por revisión médica, podrán
existir datos de inflamación de las capas que envuelven al cerebro y médula
espinal (meningismo), crecimiento del hígado y/o del bazo. Este cuadro casi
siempre conduce a la resolución espontánea (sin medicamentos) en siete a diez
días, con recuperación completa en aproximadamente el 35% de los pacientes. Sus secuelas incluyen fatiga
crónica, dolor de cabeza, alteración de sensibilidad, cambios de humor y
depresión.
La
enfermedad de Weil establece la fase severa de la enfermedad. Constituye la
presentación de peor pronóstico y de extrema gravedad, que puede aparecer desde
el curso inicial de la enfermedad o en la segunda fase, luego de tres días de
la remisión del cuadro anictérico o posterior al inicio de un tratamiento
tardío. Los órganos más afectados son el riñón, hígado y pulmón
respectivamente, manifestando hemorragias, ictericia (coloración amarilla de
piel y mucosas evidente) y deficiencia en función renal. Las hemorragias se
presentan por sangrados digestivos (en vómitos -hemoptisis- y evacuación oscura-melena-
o roja -hematoquesia-), urinario (hematuria), piel (puntos hemorrágicos muy
pequeños -petequias-, moretones -equimosis-) y pulmonar (con dificultad e
insuficiencia respiratoria graves). La deficiencia renal se manifiesta por
disminución en eliminación de volumen urinario y/o ausencia urinaria, alteración
de iones orgánicos y por retención de sustancias tóxicas en la circulación
sanguínea, con afección secundaria a la reactividad por somnolencia.
La
coloración amarilla (ictericia) se nota en 5-10% de todos los pacientes con
esta enfermedad, puede ser intensa y dar un tono anaranjado a la piel, pero
casi nunca se relaciona con enfermedad hepática fulminante. Puede ser el primer
dato de gravedad, ya que la enfermedad nunca es mortal en su ausencia. La falla
cardiaca y circulatoria es más frecuente en los enfermos que manifiestan
ictericia grave y dolor abdominal.
Esta
enfermedad por sus manifestaciones puede confundirse con una gran cantidad de
enfermedades que, en caso de no poder distinguir en forma rápida, puede
favorecer a su complicación mortal. Se confunde con dengue, chincongunya,
hepatitis, paludismo, rickettsias, influenza, fiebre reumática, tifoidea,
tuberculosis, neumonía, toxoplasmosis, mononucleosis infecciosa, fiebre hemorrágica,
septicemia, meningoencefalitis.
En
forma preventiva es necesario aplicar la vacuna correspondiente al ganado y los
animales domésticos, que puedan ser huéspedes intermediarios o reservorios.
Otras medidas incluyen el control de los roedores, basura, drenaje adecuado de
aguas contaminadas, evitar estar en contacto con arroyos, ríos o lagos
contaminados.
Es
una enfermedad de diagnóstico difícil que en su mayoría tiene una evolución
adecuada… pero en ocasiones la forma grave puede tener desenlace fatal.