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Meningitis neonatal

Es una infección que se desarrolla durante el primer mes de vida del bebé, afectando su cerebro y las capas que lo envuelven. Se trata de una enfermedad devastadora ya que sus manifestaciones iniciales, no tienen correlación evidente del pronóstico letal y/o las consecuencias (secuelas) posteriores.
Su incidencia varia en forma considerable de acuerdo con el acceso y desarrollo de atención médica. En los países desarrollados se estima cerca de 0.3 de casos por 1000 nacidos vivos, mientras que, en países en desarrollo esta incidencia es de 5-6. Debido al factor de sospecha clínica y la disponibilidad de estudios apropiados, su detección temprana ha mejorado y, en forma secundaria su mortalidad ha disminuido, aunque las consecuencias aún se mantienen en cifras elevadas de 20 a 60%.
Por su momento de manifestar la enfermedad, puede ser clasificada de inicio temprano cuando se advierte en los primeros seis días de vida y de tipo tardío las que empiezan a partir del séptimo día. Esta división permite considerar a la bacteria responsable, ya que las procedentes del tracto vaginal materno (trasmisión vertical) suelen determinar formas tempranas; mientras que las de inicio tardío, hacen sospechar de bacterias procedentes del ambiente físico (hospital, casa) o algún familiar enfermo. Se les puede señalar también de transmisión vertical y horizontal.
Como requisito para el desarrollo de esta enfermedad en el recién nacido (todo bebé menor de 30 días), es necesaria la presencia de bacterias en forma masiva dentro de su circulación sanguínea, para que puedan tener acceso a la invasión del tejido cerebral. La entrada y proliferación de estas bacterias en el torrente sanguíneo, se puede condicionar por diversos factores que son considerados predisponentes, como: prematuridad, fiebre materna durante el parto, ruptura de membranas (más de 18 horas al nacimiento), infección materna antes y durante el parto (urinaria, respiratoria, digestiva, etc.) parto en ambiente no hospitalario, procesos invasivos al bebé (punciones, reanimación, catéteres, intubación), desnutrición del bebé durante el embarazo, malformaciones, enfermedades metabólicas o alteración inmunológica y convivencia con animales domésticos.  
Considerando estos factores de riesgo, todo bebé que tenga alguno de ellos, deberá de tener vigilancia de su evolución, para poder detectar en forma temprana el desarrollo de la enfermedad y evitar en su progreso complicaciones posteriores. Cerca de un 15 a 20% de los bebés que tienen estos antecedentes llegan a desarrollar la enfermedad.
Cuando existen bacterias en la circulación sanguínea del recién nacido, la probabilidad de desarrollar focos infecciosos en varios órganos es una posibilidad muy alta. En los primeros días de vida, hay condiciones especiales del cerebro, que facilitan su colonización y proliferación posterior, seguida de una respuesta de defensa inflamatoria para evitar ese daño, pero ante sus características específicas de maduración, permiten notar el curso anormal de la evolución y la presencia de la enfermedad.
Puede ser difícil sospechar la enfermedad ante las manifestaciones iniciales, que suelen ser alteraciones vagas que evolucionan con el tiempo a un mayor deterioro progresivo. Con mayor frecuencia se registra inestabilidad de la temperatura corporal, irritabilidad o somnolencia anormal, alimentación deficiente y/o vómitos.
Los cambios de temperatura es el dato más común inicial. Su inestabilidad abarca desde valores de fiebre (más de 38ºC) o registros de hipotermia (menor de 36ºC). Es más habitual que los prematuros tengan registros bajos de temperatura, mientas que los recién nacidos en tiempo normal llegan a registrar fiebre, con ello la piel puede notarse con aspecto marmóreo al alternar zonas de dilatación con otras de contracción vascular.
Como alteraciones del sistema nervioso a esa edad temprana, no hay signos habituales de daño neurológico evidente ante las características particulares del desarrollo inicial de este sistema nervioso, pero ante la evolución inflamatoria progresiva los datos pueden ir apareciendo.
Así, como primeras señales de afección al sistema nervioso es común notar alteraciones de la reactividad, en sus dos posibles extremos: irritabilidad con dificultad para conciliar el sueño asociado con llanto intenso de tono, agudo que no remite a maniobras habituales familiares de pacificación; o bien, un estado letárgico en donde la tendencia es de poca reactividad a estímulos, tendencia a mantenerse dormido o somnoliento por periodos prolongados, asociado a tono muscular con flacidez. De ellos, la irritabilidad es el signo más común y temprano que se presenta en cerca del 60% de todos los casos.
De acuerdo con su evolución o tipo de desarrollo de la alteración, es posible que asocie temblores de extremidades, espasmos musculares y/o convulsión. Las convulsiones son ya evidencia de daño neurológico importante y suele aparecer en el 20-50% de los casos de meningitis neonatal, pero estas convulsiones -por el desarrollo cerebral temprano- no son generalizadas como en el adulto, afectan a alguna parte corporal en especial (son focales) y, muy frecuentemente, son sutiles pudiendo manifestarse como chupeteo constante, desviación ocular o imitación de pedaleo, por citar ejemplos más comunes.
Cuando la inflamación del cerebro ya es muy importante, genera una presión interna mayor de lo habitual que agrega a los datos anteriores: incremento de volumen a nivel de la fontanela (mollera) y puede asociar rigidez del cuello ante inflamación de las capas que envuelven al tejido cerebral.
Ya como infección que afecta al estado general del bebé, es posible encontrar otros datos que puedan orientar a considerar esta alteración, como son: deficiencia en su alimentación por falta de apetito y/o por presencia de vómitos; diarrea, disminución de la actividad habitual, datos de alteración respiratoria notando disminución de los ruidos respiratorios, incremento de su frecuencia, dificultad respiratoria o gruñidos; y en grado extremo suspensiones temporales de la respiración (apnea) en periodos mayores de 20 segundos o en menor tiempo asociado con coloración morada de alguna parte corporal.
Todo bebe con sospecha de cursar con meningitis neonatal debe tener manejo con internamiento hospitalario, para: vigilancia constante de sus funciones vitales, efectuar estudios de laboratorio o de imagen necesarios para descartar cuadros que tengan datos similares; y en especial, tener un manejo antimicrobiano específico y complementario, para limitar su progresión a fin de evitar su muerte y/o secuelas neurológicas.
Entre los estudios a realizar, es muy importante obtener la muestra del líquido que circula entre las capas que cubren al cerebro, a través de una punción por la espalda a nivel lumbar. Una muestra revela cambios celulares y bioquímicos posibles al efecto inflamatorio; otra, se destina a la búsqueda de gérmenes específicos por medio de un estudio rápido de tinción; y una más a cultivo para identificar el desarrollo bacteriano específico que -aunque tarda tres días-, es el más significativo para definir el tratamiento y la evolución del bebé. Por avances en tecnología ya se dispone de métodos moleculares para una detección más tempra de gérmenes específicos, con la muestra de líquido cefalorraquídeo (LCR).
Esta punción deberá evitarse si hay datos de inflamación con hipertensión grave ya que, bajo esta condición, es posible que pueda precipitar el fallecimiento inmediato.
Las secuelas pueden ser variadas e incluyen en forma temprana: abscesos, hidrocefalia por bloqueo en circulación de LCR, infarto y/o derrame cerebral. A largo plazo: retraso psicomotor, epilepsia secundaria, parálisis cerebral, deficiencias sensitivas y/o motoras.
Para evitar esta enfermedad es muy importante la atención del nacimiento con estrictas medidas de higiene y evitar la exposición del recién nacido al contagio con familiares enfermos. Ante la sospecha de las alteraciones descritas, es prioritaria la atención inmediata para evitar el desarrollo de la enfermedad y sus complicaciones.