Un niño que enferma se enfrenta a una
situación de pérdida de su bienestar físico, psicológico y social, que causa
reacciones y vivencias con las que tiene que aprender a lidiar. En cada ocasión
que un niño ingresa a un hospital, por: alguna enfermedad o proceso médico que
lo justifique, acumula experiencias diversas que le acontecen durante ese
periodo, que serán significativos para el resto de su vida.
Constituye un cambio dramático a las
actividades que de forma cotidiana realizaba en su domicilio o en su escuela;
por lo que, en la mayoría de las ocasiones esta atención queda fija como una
experiencia desagradable por todo lo que padece.
La hospitalización extrae al niño de su
medio habitual para ponerlo en otro desconocido. Lo aísla. El niño experimenta,
así, una ruptura con su medio, lo que define un estado emocional particular que
puede o no favorecer la recuperación de su enfermedad.
Su actividad queda restringida para
permanecer en un cubículo de aislamiento o en una cama, en la mayoría de las
ocasiones a cambiar de posturas o realizar paseos cortos por algunos pasillos.
Por su enfermedad, el estado de ánimo se encuentra disminuido y la
participación en juegos pierde su proceso espontáneo.
Ellos llegan a considerar el tiempo de
internamiento como una especie de castigo, sin hallar alguna causa específica,
que en forma consciente les haga reconocer alguna culpabilidad en su
comportamiento previo. Es natural que consideren esto como una injusticia a
ellos.
Pocas veces entienden que la enfermedad se
presenta como una coincidencia de especiales circunstancias, que les causa
cambios anormales en sus funciones que eran hasta ese momento normales.
Cuando ingresan por alguna enfermedad, la
influencia de la alteración puede afectar su iniciativa en grados variables,
desde mantenerlos confundidos en su comportamiento, hasta estados de
inconsciencia con riesgo elevado de fallecimiento.
Si el ingreso al hospital es para realizar
algún estudio en especial, su comportamiento habitual no se encuentra afectado,
pero deberá enfrentar los reglamentos que existen en la unidad hospitalaria,
para mantener un orden que permita el desempeño de funciones adecuado en cada
unidad de atención médica.
Durante la hospitalización, con la
incertidumbre creciente al paso del tiempo, el niño experimenta muchas
sensaciones además de las molestias de su enfermedad. Desarrolla sentimientos
de angustia, aislamiento o soledad, ya que el ambiente hospitalario le agrega
procedimientos médicos muchas veces desconocidos y dolorosos que le producen
miedos. Por interrumpir su vida cotidiana y rutinas diarias familiares, pierden
autonomía e intimidad, y ante la separación de los seres queridos, desarrollan
alteraciones de las relaciones familiares, contactos con desconocidos y nuevas
relaciones.
Ante estas condiciones, tienden a
desarrollar comportamientos de respuestas, que son variados, pero en su mayoría
pueden quedar incluidos en los siguientes:
Reacciones de adaptación que pueden ser de
oposición, rebeldía, ira, sumisión, inhibición o de colaboración. Reacciones
defensivas, que implican una regresión a etapas anteriores del desarrollo,
manifestando actitudes infantiles de años anteriores. Reacciones construidas
por experiencias emocionales y de nuevo aprendizaje, entre las que se
encuentran el temor a la muerte, sentimientos de culpa, sentimientos de
impotencia, descenso de la autoestima, vivencias de abandono, vivencias de
fragmentación, mutilación y aniquilación. Finalmente, reacciones de
inadaptación y desajuste como angustia patológica, fobias, histeria,
conversión, obsesiones o reacciones depresivas.
Por parte en los familiares del enfermo,
también se desencadenan situaciones emocionales particulares. En primer lugar,
se tiene una fase de crisis (pre-internamiento) que se caracteriza por una
condición emocional de angustia y ansiedad, ante la presencia de alteraciones
en el niño que no conocen de su naturaleza y de su evolución; siendo esa
incertidumbre, la que motiva en muchas ocasiones la búsqueda de la atención
médica. Esta fase puede persistir durante la información de la enfermedad que
el médico haya establecido, siempre que los conceptos establecidos por el
profesional de la salud no sean explicados de forma adecuada y accesible. En el
momento (internamiento hospitalario) de dar la información sobre la enfermedad,
el médico tiene la obligación y el familiar tiene el derecho, de entender la
enfermedad y su manejo, en la forma más apropiada para evitar confusión. Es en
este momento, donde el familiar debe cuestionar al médico todas sus dudas, sin
temor o limitación de considerarse totalmente ignorante del cuadro. Se debe
tener presente siempre, que el médico es el experto en estas alteraciones y no
deberá existir temor, de preguntar lo que sea necesario para tener la
tranquilidad sobre las condiciones de salud del niño, su evolución, respuesta
al tratamiento y/o posibles complicaciones.
En esta etapa previa, el familiar debe
evolucionar por los procesos naturales de conocimiento de una enfermedad en el
niño, que incluyen: una primera etapa de negación, donde se justifican en principio,
esperar que los síntomas iniciales desaparezcan solos, que respondan a remedios
caseros, los estudios de laboratorio sean equivocados o el médico se pudo haber
equivocado. Posterior a esta fase, viene la etapa de ira o enfado, donde las
evidencias de la alteración hacen considerar que la enfermedad no es justa para
el familiar o se reclama la falta de medidas preventivas. Como siguiente etapa
se presenta la negociación donde ya puede existir formación de convenios
religiosos, morales o emocionales, para poder dar los medios necesarios a
reestablecer la salud seguido de la última etapa que es la aceptación de la
enfermedad. Todos estos procesos pueden ser de menor intensidad o duración con
una comunicación adecuada.
Lamentablemente se le justifica al médico
(o el médico se justifica), como una persona que no tiene tiempo para explicar
la situación con la calma necesaria, asociado a la idea que el familiar no debe
cuestionar demasiado al médico, para no quedar en condición de total
ignorancia. Una comunicación adecuada en ese momento es la base de la confianza
y/o seguridad, que habrá de continuar durante la atención del paciente.
En la fase de atención hospitalaria, los
familiares y el niño logran establecer un equilibrio y las expectativas de la
evolución, se esperan ir cumpliendo de forma apropiada.
La última parte de la hospitalización es
el egreso, donde el paciente se incorpora a su comunidad en condiciones
adecuadas, con limitaciones especiales o fallece como consecuencia de sus
complicaciones existentes.
La hospitalización puede considerarse,
como un acontecimiento que signifique una oportunidad de aprender a superar con
éxito situaciones difíciles, potenciando la autoconfianza del niño y mejorando
sus habilidades de afrontamiento. Durante el internamiento el personal de
salud, podrán asesorar a los familiares de cómo proporcionar al infante, el
ambiente adecuado para evitar que todo sea una experiencia desagradable.
La resiliencia es la capacidad del ser
humano de sobreponerse a la adversidad y lograr buenos resultados en su
desarrollo y su vida a pesar de la presencia de factores que la amenazan. Este
valioso concepto llama a considerar que los niños hospitalizados tienen la
posibilidad de transformar su difícil experiencia y capitalizarla a su favor,
fortaleciéndose como seres humanos… siempre y cuando la información y
condiciones sean adecuadas.