El sueño es una
actividad que el cerebro realiza con el propósito de hacer descansar a todos
los órganos (incluyéndolo a él mismo) de la actividad continua, permitir
reparaciones de algunas afecciones generadas en el desempeño de funciones
orgánicas, y preparar al organismo para un nuevo ciclo de actividades.
El sueño es
esencial para la salud y desarrollo del niño. Le promueve su crecimiento físico
y desarrollo orgánico, a sentirse alerta, tener buena memoria y comportarse
mejor. Los niños que duermen suficiente funcionan mejor y son menos propensos a
problemas de comportamiento e irritabilidad. Por eso es importante que los
padres ayuden a sus niños a desarrollar buenos hábitos de sueño desde edades
tempranas.
La falta de
sueño puede ser un aspecto difícil en el cuidado de los bebés, y generalmente
importante durante las primeras semanas y meses de vida. La calidad y cantidad
del sueño en esta etapa puede afectar al bienestar de toda la familia.
Un niño con
sueño poco saludable, puede convertir toda la vida de una familia en un
problema. Y si no descansa bien se arriesga a sufrir problemas en su desarrollo
y en sus conductas, generando angustia familiar.
En la etapa
adulta –cuando el cerebro ya ha madurado-, el sueño se identifica que tiene
apariciones sucesivas y periódicas de dos etapas distintas: una primera etapa
de inducción lenta, inicialmente superficial que avanza en profundidad, con una
duración aproximada de 90 minutos; para dar lugar a la segunda etapa, que se
llama sueño paradójico o fase MOR (movimientos oculares rápidos –REM en inglés-),
de mayor profundidad y con emisión de ensoñaciones, en donde se producen
liberación de sustancias reparadoras para el organismo. A lo largo de la noche,
estas etapas se intercalan en 4 o 5 veces en ciclos sucesivos con duración de
noventa minutos, con predominio del sueño lento y profundo en la primera y del
paradójico en la segunda mitad de la noche. El 80% del tiempo dormido
transcurre en sueño lento y el 20% que resta, en paradójico. El ciclo se
interrumpe durante el día para dar lugar a la vigilia, con la que comparten las
24 horas del ciclo de luz y oscuridad.
En la medida que
el niño tiene menor edad (y por tanto
menor maduración cerebral), las etapas del sueño y vigilia son menos claras y
en ocasiones irreconocibles. El hecho de poder distinguir un estado de otro
sólo se da en el tiempo y como consecuencia de la maduración del sistema
nervioso.
Cuando un niño
nace, duerme muchas horas, pero no puede dormir seguido, sino que lo hace “ a
trocitos”, y así si imaginamos un círculo que representa las 24 horas del día,
un niño –cuando nace- duerme dos, tres o cuatro horas, a continuación se
despierta, vuelve a dormirse y así sucesivamente. Esta repetición de fases en
las que está despierto y está dormido se le conoce como “ritmo de
vigilia-sueño” y cambia en los primeros 6 meses.
Poco a poco,
este ritmo se va transformando en otro tipo de sueño. Si imaginamos ahora otro
círculo, en este segundo, la mitad inferior sería la noche y la mitad superior
sería el día; posterior a los primeros seis meses de vida, el bebé tendrá
capacidad de tener siestas al terminar de comer (en el día) y una más larga por
la noche. Este segundo tipo de sueño se llama “ritmo circadiano”, que es un
ritmo que se repite cada 24 horas similar al de los adultos.
Para el
desarrollo de este ritmo circadiano en el cerebro de los bebés, maduran un
grupo de células que actúan como reloj biológico. Este reloj es inmaduro al
nacer y por tanto, no sigue un ritmo correcto de veinticuatro horas, y a manera
de “cuerda” requiere de la acción de factores que se llaman “sincronizadores” y
entre los más importantes se puede señalar, la temperatura corporal que al
influjo del ambiente tendrá más calor durante el día y menor en la noche; y por
otra parte, la influencia de la iluminación y obscuridad, que genera la formación de sustancias
diferentes: la que se libera por la noche induce el sueño más prolongado, y la
que se libera con la iluminación, induce la actividad.
Junto con la información
interna del reloj biológico hay otros estímulos como el ruido, silencio y en
especial las rutinas o hábitos del sueño, que son las normas que los padres
enseñan a los hijos, para que este reloj se ponga en marcha y pueda realizar el
cambio de forma correcta. Se conoce que en casi el 70% de los niños, este reloj
madura de forma correcta y este grupo de niños puede dormir bien de 10-12 horas
por las noches, y el 30% restante, son niños que tienen dificultad para madurar
su reloj biológico que necesita información extra para poder desarrollar ese
cambio.
Cada niño tiene
una duración particular de tiempo para dormir durante el transcurso del día y
de la noche, y ante situaciones estadísticas se señalan algunas referencias del
tiempo que puede corresponder a cada edad.
Los bebés recién
nacidos ante la inmadurez de su reloj biológico, duermen de 18 a 20 horas
(total al día), y solo se despiertan para alimentarse. Ya después de las dos
semanas (ante el vaciamiento regular de su estómago), despiertan en promedio de
cada 3 o hasta 5 horas para comer, incluyendo en la noche. Casi cuando los
padres piensan que dormir toda la noche puede ser inalcanzable para los
lactantes, empiezan a dormir por periodos más prolongados por la noche a partir
de los tres meses de edad, con variación de sueño de 4 a 5 horas en el
transcurso del día y con periodos continuos de 8 a 9 horas por las noches.
Es importante
señalar que los bebés no siempre se despiertan cuando producen algunos sonidos,
ya que pueden llorar suave y breve, hacer algunos ruidos o movimientos en
especial en la fase de sueño ligero, e incluso se pueden despertar por la
noche, dejando que pasen solo unos minutos antes de volver a conciliar el sueño
por si solos, siempre que no haya un estimulo adicional que los haga
conscientes de esa percepción, o reciban estimulación adicional por sus padres
y despierten con dificultad para volver a dormir.
Si un bebé menor
de seis meses sigue llorando luego de un rato breve, se le atenderá con
procedimientos que sean rápidos y silenciosos, sin aportarle ningún estímulo
adicional como hablar, jugar o prender la luz. Se debe considerar en su
educación que el momento para dormir es por la noche, y no deberá tener
estímulos adicionales para fomentarlo.
Existen errores
en la formación de estos hábitos muy frecuentes por los padres o familiares de
los bebés, y trastornan los “ritos del sueño” del niño. Entre los más comunes,
tenemos que es frecuente que al llanto del niño, sea tomado en brazos y
mediante movimientos rítmicos se trate de inducir al sueño, lo cual condiciona
que el niño establezca su sueño con este tipo de rutina o presencia de algún
familiar especial. Otro error común, es tomarlo en brazos cuando en etapa MOR
el niño hace algunos movimientos, que confunden al familiar obsesivo que el
niño está por despertar y lo vuelven a estimular, cuando por si solos pueden
volver a quedar dormidos rápidamente.
Se entiende por
la maduración normal del reloj biológico, que no deberá de estar muy arropado
para inducir el sueño, dormir con los padres, tener iluminación o estímulos
auditivos adicionales para favorecer el sueño normal. De preferencia se
acostará al niño en su cama cuando manifieste sensación de sueño y no cargarlo
para dormir, ya que al colocarlo en cama puede volver a despertar. Durante el
proceso de educación se debe estar consciente que el niño va a llorar las
primeras veces, pero no deberá esto preocupar a los padres. Cada niño siente al
dormir angustia de separación con los padres, por lo que se puede establecer
asociación con un muñeco que la haga compañía en su cama, y al despertar
durante la noche, su presencia le de tranquilidad. En niños mayores se evitarán
cuentos de terror o durante las tardes una actividad física intensa como saltos
y carreras, que se evoquen en el sueño y pueden despertarlo.
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