La palabra
síndrome hace referencia al conjunto de manifestaciones alteradas, que como síntomas
nos refiere un paciente o el familiar de un niño, asociando a una serie de
anormalidades corporales en forma de signos, con una causa común que los
originan.
Luego, el
síndrome metabólico no es más que la asociación de alteraciones relacionadas
con anormalidades en el metabolismo. No deberá de confundirse con las
enfermedades metabólicas, en donde cada una de ellas, corresponde a la deficiencia
en la incorporación o transformación de una sustancia en particular.
En el síndrome
metabólico se manifiestan cambios orgánicos de forma anticipada, sobre las
alteraciones que en tiempo posterior, terminarán causando alteraciones graves e
irreversibles en la persona afectada.
Por tanto, el
hallar alteraciones correspondientes al síndrome metabólico, puede influir a
corregir de forma temprana la evolución hacia esas enfermedades graves.
Este síndrome
metabólico, se encuentra vinculado y se desarrolla durante el proceso de
sobrepeso y la obesidad. Nuestro país se ha identificado a nivel internacional,
como el primer lugar en sobrepeso y obesidad infantil, por lo que es sumamente
preocupante considerar que nuestros
niños y adolescentes, en los tiempos que progresan en su sobrepeso y obesidad,
lograrán desarrollar de forma inevitable las alteraciones del síndrome
metabólico, y en el futuro temprano –como ya se hace evidente en algunos
hospitales-, empezarán a ser más frecuentes sus complicaciones y mortalidad en
una edad más temprana.
El paciente con
exceso de peso, de forma progresiva va desarrollando alteraciones en su
metabolismo, que le modifican: coloración obscura de la piel con aspecto de “mugre”
difícil de quitar, el control de su azúcar (glucosa), los niveles de grasas
(colesterol y sus diferentes fracciones), condiciones vasculares internas con
expresión de hipertensión arterial, alteraciones de coagulación y acúmulo de
grasa expresado en el tamaño del perímetro abdominal y modificación en su
índice de masa corporal (relación existente entre su peso y estatura).
Los niños y
adolescentes durante su desarrollo van teniendo cambios dinámicos, y ante eso,
es de considerar que también los valores de laboratorio y de medición en
diferentes variables, son diferentes a los definidos para los adultos, por lo
que no se deberán de tomar los valores de adultos para ser considerados en la
población pediátrica, así es de considerar que su evaluación deberá ser
realizada por profesionales dedicados a este tipo de población.
Las enfermedades,
que vendrán en consecuencia posterior de este síndrome metabólico en progreso,
pueden ser: diabetes mellitus, hipertensión arterial, infartos, embolias
pulmonares, accidentes vasculares cerebrales (embolias o hemorragias),
alteraciones hepáticas y hormonales.
Desafortunadamente
en nuestro medio, es muy natural que en la mayoría de las familias aún se tenga
el concepto, de que un niño que come en abundancia o que se encuentra “gordito”,
es un niño “fuerte y sano”. Lamentablemente resulta frustrante, cuando se les hace notar a los padres que
estas señales son evidencia de lo que está por acontecer, que no hay alguna
respuesta por parte de ellos, para reaccionar en favor de la salud de sus hijos
y continúan sus costumbres sin modificarlas, dando la impresión como si el
futuro de sus hijos no fuera importante; y en particular, condenándolo a
padecer o bien una enfermedad crónica incurable, una discapacidad permanente y
en el peor de los casos: una muerte prematura por presentarse en etapas de la
juventud o inicio de vida adulta.
Para los niños,
el concepto de la adecuada alimentación es aún mucho más difícil de llegar a
captar; ya que ellos, solamente tienen preocupación por el presente, disfrutar
de los excesos de la alimentación y no tomar en cuenta a las consecuencias a
largo plazo. Mucho menos, cuando en los padres no existe la verdadera
responsabilidad, y predicando con el ejemplo, son los primeros en mostrarse con
descuidos en la alimentación, y con problemas similares de sobrepeso o de
obesidad.
No es difícil encontrar
como responsable de estas consecuencias, al enemigo común en el desarrollo de
las sociedades, como lo es: la ignorancia. La tenemos presente en nuestra forma
habitual de comer, la fomentamos con hábitos y costumbres que por el tiempo de
su práctica al parecer, se vuelven leyes familiares e incluso de sociedad. Se
involucra en estas consideraciones, las orientaciones médicas sin fundamento
científico adecuado, o de sentido común elemental, y se sigue fallando a los
integrantes familiares en todas las consultas, hacia una alimentación
suficiente y nutritiva.
Es común seguir
oyendo, que las familias inician la alimentación de los niños ofreciendo la
alimentación “a la demanda” del niño, por tiempo que al parecer entienden que
es mientras dure toda su infancia, cuando ese tipo de alimentación solo deberá
de justificarse máximo hasta los primeros quince días de vida, con la finalidad
de estimular la producción de leche en la madre; y a partir de ese momento, se
deberá de empezar a regularizar su alimentación para fomentar buenos hábitos y
control físico adecuado.
El error más
habitual en la alimentación, resulta también en fijar la cantidad. Desde
pequeños hay referencias que condicionan al niño a consumir alimentos en
conductas hasta obsesivas, por ejemplo: tiempos exagerados de alimentación,
frecuencias relacionadas con conductas infantiles, cantidades idealizadas por
cada madre de lo “normal” que deben de comer sus hijos, y parámetros
comparativos de desarrollo con otros niños de su grupo escolar, que por cuestiones
estadísticas y de población, tienen alteraciones nutricionales con sobrepeso o
con obesidad.
Lo anterior,
condiciona que la capacidad del estómago se incremente desde los primeros años;
y con prácticas futuras similares, siga aumentando de capacidad condicionando
de forma inevitable, que el individuo se habitúe a consumir un exceso de
alimento que no gasta; y por el contrario, inicia su almacenamiento en forma
depósitos grasos anormales desde edades tempranas. En cuanto a la calidad, es el
predominio de azúcares y grasas.
En forma
adicional, las tendencias modernas de la actividad física de los niños, con predominio
de actitudes pasivas, hace disminuir el desgaste y consumo de calorías,
fomentando el almacenamiento dañino y excesivo de grasas.
Los desórdenes
químicos, se inician desde edades tempranas con hormonas metabólicas que al
paso del tiempo pierden su eficiencia, y con un exceso de sustancias tóxicas almacenadas,
en forma progresiva generan alteraciones en el control metabólico de las
células y de los vasos sanguíneos, para dar paso a las consecuencias futuras.
La mejor forma
de prevenir este tipo de alteraciones, es mediante una orientación nutricional
eficiente desde los primeros días de vida, seguimiento periódico del desarrollo
físico de los niños, con orientación nutricional y de actividad física
adecuada, para mantener un desarrollo físico normal. Donde el seguimiento del
índice de masa corporal y el perímetro de su abdomen, deben ser medidas que se
tienen que tomar en consideración adicional de control, además de las
habituales del peso y la talla.
Ante una
población con predominio de sobrepeso y obesidad, además de tradiciones y
costumbres particulares (en donde se incluye la gastronomía tradicional muy
atractiva, pero agresiva para la salud), aunado a la falta de disponibilidad
adecuada de la familia, a cambiar de hábitos higiénicos y modificación de
tendencias en la actividad física, la
lucha contra el sobrepeso, obesidad y sus consecuencias es difícil de llevar a
cabo, pero ante la vocación y empeño de querer tener a generaciones futuras
saludables, no se dejará de insistir en crear consciencia en la población, para
evitar en sus hijos estos daños… solo esperamos padres más responsables y
médicos mejor comprometidos...
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