Es una
alteración que forma parte del grupo de condiciones que causan el síncope
infantil, entendiendo como síncope, a la pérdida transitoria de la conciencia,
que ocurre en forma secundaria a la deficiencia en la respiración, o en la
circulación de sangre en el cerebro.
Es una condición
alarmante, que se presenta en los niños desde las dos semanas hasta los cuatro
primeros años de vida, caracterizada por contracción intensa de los músculos
respiratorios y corporales, luego de un llanto intenso o de impresión emocional
súbita, que ocasiona pérdida de conocimiento y en ocasiones, movimientos
involuntarios corporales, causando inquietud y temor a los padres por
incertidumbre de la gravedad.
Clásicamente el
evento se produce, al momento que al niño por algún estímulo en especial
desencadena el llanto, que por su intensidad y prolongación (tiempo de emisión),
condiciona que la entrada del aire a los pulmones, no se realice en forma
adecuada; generando en ese momento, cambios ligeros en la coloración de la piel
y después de algunos segundos se recupera. En los casos más intensos, el niño
retiene el aliento de cinco a diez segundos más, se pone morado de forma
general e intensa, pierde el conocimiento y afloja su cuerpo. Se escucha entonces
un llanto débil, seguido de un llanto más vigoroso y después de un momento de
confusión, se normaliza nuevamente y puede continuar sus juegos o actividad
previa, aunque uno que otro puede quedarse dormido después de la crisis, por
periodos breves. Si la falta de respiración se prolonga por un espacio mayor
(aproximado a 30 segundos), el niño se puede poner rígido, tener sacudidas en
sus extremidades muy similares a las convulsiones (ataques epilépticos). De forma invariable y relativamente inmediata,
-al aflojar sus contracciones musculares- permite la entrada del aire a sus
pulmones con recuperación adecuada y normal de su estado de conciencia. Todo
este evento en tiempo, puede llevar desde veinte segundos a dos minutos
aproximados.
Su incidencia es
mayor entre los niños de los seis y dieciocho meses de vida. En muchas
ocasiones, con antecedente del cuadro similar padecido por alguno de los padres
en las edades similares. Sin predominio evidente entre hombres y mujeres. Su
frecuencia referida se establece en el 5% de la población infantil y su
presentación es rara antes de los seis meses o después de los cinco años de
edad.
Entre los niños
que manifiestan esta alteración, se documenta hasta en el 25% de todos ellos,
el antecedente familiar positivo similar relacionado.
En la mayoría de
los niños; las crisis una vez iniciadas, llegan a alcanzar un pico máximo de
frecuencia de una crisis por día, posteriormente empiezan a hacerse menos
frecuentes. La frecuencia de los ataques varía desde unos cuantos por año,
hasta múltiples episodios en una semana, con promedio de una a tres crisis por
semana.
Las causas que
lo pueden desencadenar pueden ser muy variadas, pero en forma más frecuente, se
describen: golpes, frustraciones emocionales, miedo, sorpresa y enojo.
De acuerdo a los
cambios que se presentan al momento posterior al llanto intenso, el espasmo del
sollozo puede ser identificado en alguno de tres grupos: cianóticos (morados),
pálidos o indeterminados. La frecuencia se establece con mayor predominio para
los de tipo cianótico y los dos restantes tienen frecuencia similar entre ellos
dos.
En el grupo de
los pálidos, las causas más comunes son el enojo y la frustración (como la
generada cuando el niño exige un objeto y al no dárselo, en su desesperación
llora de forma intensa causando este cuadro). En este grupo también se
encuentran entre sus causas, los golpes recibidos en la cabeza y especialmente
en la región posterior. En forma clásica, los niños de espasmo pálido empiezan
a manifestarlo entre los 12 y 18 meses, cuando inician su marcha y se asocia
con tropezones y caídas frecuentes.
La forma que se
desarrolla la crisis en este tipo de casos (pálidos), -su secuencia- tiene
algunas características diferentes: el niño se pone pálido, con flacidez
corporal y pérdida de conciencia ante un estímulo doloroso inesperado, y
usualmente sin que se escuche un llanto previo. Seguido luego de la ausencia
respiratoria en forma transitoria, y la secuencia de eventos parecidos al de
color morado para su recuperación similar, con menor recurrencia de sacudidas
corporales y en forma ocasional, acompañado de eliminación urinaria.
Todos los niños
afectados de esta alteración, en general, tienen una inteligencia normal y no
existen factores que lo relacionen en forma particular con alteraciones al
nacimiento o con su desarrollo. Es muy posible que en forma secundaria a estos
eventos, sus familiares puedan cambiar su conducta de relación con el niño y
ofrezcan una conducta sobreprotectora, a fin de evitar que se tenga recurrencia
de esta alteración. La orientación a los padres, debe ser continuar la relación
y establecimiento de normas en forma habitual y evitar conductas de
complacencia al niño.
Considerando que
estas manifestaciones pueden ser confundidas con enfermedades de comportamiento
similar, es necesario acudir al médico para su revisión apropiada y excluir
alguna de las enfermedades con las que se puedan confundir, como: epilepsias,
en las que se puede diferenciar por no haber un factor que genere el cuadro,
enfermedades de corazón por trastornos de ritmo o alteraciones en sus
comunicaciones, vértigo, reflujos, problemas metabólicos, alteraciones de la
presión arterial, migrañas y hasta algunos tipos especiales de tumores del
sistema nervioso o trastornos neurológicos familiares (en especial, la variedad
pálida).
La piedra
angular en el tratamiento, consiste en dar confianza y calmar la ansiedad de
los padres, y convencerlos que estos ataques no pueden causar daños a su vida
futura, y permitiendo que acudan a considerar opiniones secundarias ante su
inquietud particular.
Se deberá
informar a los padres que las crisis pueden persistir durante algún tiempo,
haciéndose gradualmente menos frecuentes, hasta que desaparecen por completo, y
en especial antes que el niño entre a su preparación escolar. Se les tiene que
señalar que no son fáciles de eliminar y en especial, habrá que establecer que
no deben reforzar las crisis mediante maniobras que en su desesperación, pueden
causar dolor o sobresalto a los niños, como pegarles o bañarlos con agua fría
al momento que se encuentran con la alteración. Se evitará también darles respiración artificial
o maniobras de resucitación, evitar introducir algunos objetos en su boca, ante
el temor que se puedan morder su lengua, corren el riesgo que se lo puedan
tragar y ahogar de forma secundaria.
De preferencia,
se les recomienda a los padres que deban vigilar: que no haya objetos cercanos
a su boquita, acostarlos en posición adecuada para que puedan respirar en forma
libre (como si estuvieran oliendo algo con su nariz levantada), al recuperarse
se le podrá pedir y explicar al niño (si es posible) con voz firme que no debe
hacer berrinches para exigir algunos objetos, y si la causa fue un golpe,
proporcione consuelo y alivio.
De preferencia,
deberá acudir a revisión de su niño, cuando: los espasmos se produzcan sin una
causa evidente, los movimientos que se aprecien tengan apariencia de
convulsiones, si se presentan durante el sueño o no recuperan la conciencia,
cuando se inician antes de los cinco meses de vida, o cuando se dude sobre si
pueda tratarse de alguna enfermedad que se le parezca en su comportamiento.
En general, su
pronóstico es excelente y no se altera por la duración o frecuencia de los
eventos. Asegurar a los padres que por esta enfermedad, la vida futura de su
bebé no se verá alterada.
Es conveniente
que los padres acudan a orientación psicológica para una evaluación de su
conducta y relación hacia su niño, a fin de evitar sobreprotección y
dependencia excesiva además de ansiedad severa.
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