Es una
alteración de la conducta, que se identifica en niños o adolescentes por un
comportamiento recurrente de acciones o decisiones no cooperativas, retadoras, irritables
y hostiles hacia los padres, compañeros y figuras que representen alguna autoridad.
Se manifiestan como provocadores, desafiantes y discutidores, que con facilidad
se enojan y pierden el control, pero sin llegar a causar violación de las leyes
ni de los derechos básicos de los demás.
Este trastorno
puede aparecer a partir de los tres años de edad, aunque suele iniciarse a los
ocho y en forma habitual no después de la adolescencia. Es mucho más frecuente
en hombres que en mujeres con una prevalencia que puede llegar hasta de 16%.
La conducta
opositora puede ser considerada como normal en algunas etapas del desarrollo
personal, ya que es una condición necesaria para poder establecer normas y
controles internos, para lograr asumir una identidad particular durante la
etapa preescolar (3-5 años), en donde el sentido de la norma no está adquirido
como tal, ya que se encuentra en fase de adquisición y por tanto, dependerá en
gran medida del nivel de interacción con las figuras de apego. Es una conducta
que cumple una función de adaptación, para poder manejar algunas situaciones de
angustia en el niño o el adolescente, cuando bloquea alguna agresión al no
poderla expresar en forma abierta; y lo manifiesta como una resistencia pasiva,
generando actitudes de no seguir instrucciones, no querer realizar acciones o
simplemente no cooperar.
Su manifestación
anómala (persistente y excesiva), puede aparecer como consecuencia a algún accidente, enfermedad, posterior a un
evento traumático o como mecanismo de defensa, contra: sentimientos de
ansiedad, pérdida de autoestima, tendencia de sumisión, incapacidad o
incompetencia.
Para su
desarrollo, se consideran dos teorías. En la primaria la alteración se
relaciona con factores heredados, que intervienen y modifican las funciones
neurológicas y bioquímicas (neurotransmisores y hormonas), predisponiendo al
individuo a desarrollar conductas anormales. En la teoría del aprendizaje
(secundaria), el niño o adolescente desarrolla esta alteración por aprender de
las tendencias negativas, empleadas por los padres y figuras de autoridad, al
manifestarse mediante gritos, aislamiento, golpes, logrando que desarrollen
conductas agresivas, groseras y rebeldes; con la intención de poder obtener la
preocupación e interacción adecuada de sus padres o de las figuras de
autoridad. Los padres de quienes padecen este trastorno, se distinguen por
mostrar interés excesivo por el poder y control de sus hijos.
Para
considerarse como trastorno, se deberá presentar en un periodo mayor de seis
meses y con mayor evidencia, que en los niños o adolescentes de su misma edad.
Los afectados suelen asociar otras alteraciones de conducta, que incluyen: baja
autoestima, depresión y escasa tolerancia a la frustración, que interfieren de
forma muy evidente en su vida familiar, relaciones interpersonales y el
rendimiento escolar.
Puede asociarse
con otras alteraciones del comportamiento en forma secuencial. Puede ser
posible que exista en forma previa, un trastorno por déficit de atención con
hiperactividad que lo anteceda; y posteriormente (o asociado), a la existencia
del trastorno negativista desafiante, se puede desarrollar el trastorno
disocial que es más grave, por incluir ya violaciones a la ley, conductas
agresivas hacia personas o animales, robos, fraudes, destrucción de objetos,
fugas del hogar y del colegio.
Las guías
especializadas sobre los trastornos de la conducta, establecen varios datos
como requisitos a considerar, para poder definir esta alteración, que incluyen:
A. un patrón de
comportamiento negativista, hostil y desafiante que dura por lo menos seis
meses, estando presentes cuatro (o más) de las siguientes conductas: se encoleriza y desarrolla pataleos o
berrinches, discute con los adultos, desafía activamente a los adultos o se
rehúsa a cumplir sus indicaciones, molesta en forma deliberada a otras
personas, acusa a otros de sus errores o mal comportamiento, es susceptible o
en forma fácil se siente molestado por los otros, es colérico y resentido,
malicioso y vengativo. Estas modificaciones se toman en consideración, solo si
el comportamiento se presenta con más frecuencia de la observada en forma
típica, en sujetos de edad y nivel de desarrollo comparable; y de acuerdo, a la
tolerancia que la sociedad a la que pertenezca la familia, considere inadecuado.
En cuanto a la frecuencia se puede señalar en general, que sea en promedio
mayor de tres ocasiones por semana como mínimo.
B. Este
trastorno de conducta provoca deterioro evidentemente significativo, en: su
actividad social, laboral o académica.
C. Estos
comportamientos descritos en forma previa, no aparecen exclusivamente en el
transcurso de un trastorno psicótico o de un trastorno del estado de ánimo.
D. No deberá de
incluir: los criterios de trastorno disocial y tampoco si el paciente tiene 18
años o más, tampoco si se describen datos de trastorno antisocial de la
personalidad.
La forma como
suele desarrollarse esta alteración es a partir del ambiente familiar, pero con
el paso del tiempo, pueden manifestarse en otros ambientes. Su inicio es
gradual y suele mantenerse a lo largo de meses o de años. Es más frecuente
entre los integrantes de una familia de un estado socioeconómico bajo.
Este trastorno
suele ser más frecuente, en familias donde por lo menos uno de los padres
cuenta con antecedente de trastorno de conducta, que puede ser: de ánimo,
negativista desafiante, disocial, déficit de atención con hiperactividad,
antisocial de la personalidad o consumo de sustancias. Las madres con
trastornos depresivos, tienen más posibilidad de tener hijos con trastorno
negativista. El cuadro es más frecuente en las familias en donde existen
conflictos conyugales graves.
Para la
evaluación de este trastorno, de deben diferenciar algunas condiciones
orgánicas que pueden influir a la alteración de la conducta, siendo meritoria
de atención por parte del pediatra o de otros sub especialistas relacionados.
Cuando el cuadro ya es evidente de alteración de comportamiento, deberán
participar con mayor importancia: el médico especializado en alteraciones del
comportamiento infantil (paidopsiquiatra) y psicología con enfoques
específicos. Para confirmar el diagnóstico, se deberá de contar con información
apropiada de distintas fuentes, como el niño o adolescente, sus familiares,
profesores, amigos, empleando escalas y cuestionarios específicos.
Su tratamiento
requiere de una intervención multimodal, que incluya sugerencias psico
educativas para los padres y maestros, psicoterapéutica para el paciente; y de
forma ocasional, medicamentos que influyan al comportamiento.
En el aspecto
psicoeducativo es importante señalar algunos aspectos elementales: no entrar en
lucha de poderes con el paciente, no promover argumentos con la finalidad de
demostrar que el adulto tiene la razón, no criticar o emplear formas de
comunicación de tipo agresivo, no confrontar al paciente en momentos de crisis,
no obligar al paciente a cambiar de conducta en el momento que se encuentre en
crisis, no establecer castigos en los momentos de conflictos y no cuestionar
conductas durante las crisis.
En el
tratamiento, el paciente deberá de percibir que es: respetado y aceptado, que
se le toma en cuenta en la solución de problemas, las soluciones no son
impuestas, deben ser convincentes, entender que cumplir las normas proporciona
beneficios.
En el aspecto
psicoterapéutico se deberá establecer entrenamiento emocional, para que el
paciente pueda definir el problema, examinar sus posibilidades de solución,
prestar atención adecuada, tomar una decisión y reforzar con reflexión
adecuada.
En caso de no
atenderse en forma adecuada, este trastorno puede evolucionar a trastorno
disocial con consecuencias al individuo y la sociedad… su atención temprana lo
evita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario