Se
establece como anemia a toda condición que causa una disminución en la cantidad
habitual de glóbulos rojos y/o de su sustancia interna (hemoglobina).
Esta sustancia, es la encargada de transportar el oxígeno extraído de los pulmones, hacia el interior de cada una de nuestras células en el cuerpo, para que funcione como una especie de combustible necesario, para realizar todos los procesos bioquímicos que requieren producción, consumo y/o transformación de energía. Entendiendo en forma asociada, que cuando existe anemia, la cantidad de oxígeno que se puede ofrecer a cada célula será menor y, su función energética se notará disminuida.
De forma natural, en todos los recién nacidos durante la primera semana de su vida, se produce una disminución en los niveles de glóbulos rojos y de hemoglobina en forma progresiva, que puede llegar a persistir durante las siguientes 6 a 8 semanas posteriores, en lo que se considera como anemia fisiológica del lactante, que obedece a condiciones de adaptación y normalmente no deben justificar tratamiento específico para mejorarse.
Dentro del ambiente materno, el bebé en formación y crecimiento debe recibir oxígeno a partir de la circulación sanguínea materna que llega a la placenta. La concentración de oxígeno está disminuida por transportarse a partir de las células maternas. Para compensar esta cantidad de presión baja de oxígeno (parecida a la existente en el monte más alto del mundo), los glóbulos rojos del bebé deben tener un tamaño mayor y poseer una hemoglobina con mayor capacidad de atrapamiento de oxígeno, para poder llevar a las células en crecimiento y desarrollo.
Con el inicio de la respiración tras el nacimiento, la cantidad de oxígeno disponible para unirse a la hemoglobina del bebé aumenta de manera considerable, y como consecuencia, la capacidad de transporte de la hemoglobina por el oxígeno, pasa del 50 al 95% o incluso más, por lo que se hace necesario realizar un cambio en el tamaño y volumen de la célula transportadora; además, de la sustancia interna de transporte que de hemoglobina de tipo fetal, debe cambiar a una hemoglobina de tipo adulto, a fin de poder adaptarse ahora a la disponibilidad más directa con el oxígeno presente en los pulmones -ya no provenientes de la circulación placentaria- y, que también facilita la entrega de oxígeno a los tejidos, al poseerlo en mayor proporción.
Durante la vida intrauterina, la cantidad circulante -baja- de oxígeno, influía en forma inicial al hígado y luego a los riñones, para la producción de una sustancia (eritropoyetina) que estimula la formación de glóbulos rojos, a partir de la médula ósea. Con el nacimiento, la concentración -ahora incrementada- de oxígeno inhibe la formación de eritropoyetina y, en consecuencia, de nuevos glóbulos rojos. En ausencia de esta formación de glóbulos rojos, las concentraciones de ellos y su hemoglobina contenida, descienden de forma progresiva debido a la falta de sustitución de los glóbulos rojos envejecidos, que son retirados de la circulación.
Así pasan las primeras semanas de vida, notando que la concentración de hemoglobina y de los glóbulos rojos sigue disminuyendo, hasta que las necesidades del oxígeno de las células del cuerpo superan el aporte de lo que reciben. En condiciones normales, este momento se alcanza entra la octava y doceava semana de edad, cuando la concentración de hemoglobina registra un valor bajo (en relación con referencias normales) en estudio de laboratorio. En ese momento la producción de eritropoyetina aumenta y se vuelve a reanudar la formación de los nuevos glóbulos rojos y su hemoglobina contenida.
La cantidad de hierro almacenado en el cuerpo del bebé que la madre le ofrece durante los últimos tres meses de embarazo, además del que queda a partir de los glóbulos rojos degradados previamente, es suficiente para la nueva síntesis de la hemoglobina hasta alrededor de la semana 20, incluso con ausencia de aporte adicional con la ingesta de leche materna. Así en general, esta “anemia” debe considerarse como una condición de adaptación al ambiente externo, como una respuesta al exceso de oxígeno en relación con las necesidades celulares y no como una alteración orgánica.
Los bebés que nacen en forma prematura también desarrollan esta alteración con algunas diferencias especiales por su condición especial de anticipación al nacimiento, que establece una disminución más rápida y evidente de los glóbulos rojos y hemoglobina, con valores menores a los niños normales de las 3 a 6 semanas de vida. Esta disminución, obviamente se afecta en forma adicional por las pérdidas de sangre debidas a las tomas de muestras sanguíneas repetidas, que se realizan en sus centros de atención para vigilar su evolución. Considerando que esta anemia en el prematuro pueda asociar ya alteraciones secundarias con aparición de signos anormales, justifica al médico a cargo, a considerar tratamientos específicos para evitar evolución complicada o secuelas posteriores.
La anemia fisiológica puede verse agravada en su recuperación o disminución de valor, por el antecedente en la madre de deficiencia en el aporte de ácido fólico o de hierro durante el embarazo, ya que en durante los últimos tres meses de gestación, es momento para proporcionar estas reservas al bebé, para su recuperación espontánea posterior.
Esta anemia no se presenta desde el primer día del nacimiento, pero es posible que haya cifras bajas al nacer entre un 10 al 15% que justificarán la realización de estudios, para determinar su causa particular, ya que por su tiempo de aparición no puede ser considerada como fisiológica o natural.
De forma natural como consecuencia del desarrollo de anemia fisiológica del lactante, al paso del tiempo se podrá notar solo cambio en la coloración tegumentaria y de mucosas, para evolucionar de un color rojizo leve al nacimiento a un rosado leve en sus primeros tres meses de vida en niños de color claro y, con tendencia a la palidez en los niños de color moreno, sin otro signo adicional. La incertidumbre se genera al momento de efectuar estudio sanguíneo de control en los primeros tres meses de vida, que el reporte establece una cifra de valor menor al normal, reportado por el laboratorio (que en su mayoría reportan valores normales de adultos), con lo que el familiar o algunos médicos sin experiencia adecuada en pediatría, pueden considerarlo como enfermedad, para iniciar la realización de otros estudios adicionales y/o tratamientos innecesarios.
No se considera como fisiológica la anemia del lactante, cuando está presente desde el primer día de vida y/o se asocia con alteraciones, como: fatiga durante la alimentación, deficiencia en su desarrollo de peso y estatura, coloración amarilla de piel y mucosas, incremento en la frecuencia respiratoria y cardíaca, crecimientos anormales de vísceras abdominales (hígado y bazo), falta de reactividad adecuada o condiciones graves por estado de choque con inconsciencia, palidez, pausas respiratorias, presión arterial baja.
Esos estados de anemia anormales para definir su causa y establecer su mejor manejo, requiere de realizar un interrogatorio adecuado, que determine eventos hemorrágicos durante el embarazo o previos al parto, enfermedades sanguíneas familiares, grupo sanguíneo de padres y sus hijos, afección similar en hijos previos. Justificando siempre su atención hospitalaria para la mejor realización de estudios, vigilar su evolución y proporcionar el tratamiento que corresponda.
Cuando se identifica al lactante con anemia fisiológica, los padres deben entender que es un evento transitorio, del cual el bebé con sus reservas y respuesta orgánica tiene la capacidad de resolución al paso del tiempo, que no debe involucrar la realización de estudios adicionales y solo justifica el aporte de hierro adicional a partir del tercer mes de vida, que podrá ser suficiente para superar esa condición. No es necesario realizar trasfusión o administrar medicamentos que puedan modificar su respuesta hormonal posterior natural… considere que el médico valora pacientes, no reportes de laboratorio.
Esta sustancia, es la encargada de transportar el oxígeno extraído de los pulmones, hacia el interior de cada una de nuestras células en el cuerpo, para que funcione como una especie de combustible necesario, para realizar todos los procesos bioquímicos que requieren producción, consumo y/o transformación de energía. Entendiendo en forma asociada, que cuando existe anemia, la cantidad de oxígeno que se puede ofrecer a cada célula será menor y, su función energética se notará disminuida.
De forma natural, en todos los recién nacidos durante la primera semana de su vida, se produce una disminución en los niveles de glóbulos rojos y de hemoglobina en forma progresiva, que puede llegar a persistir durante las siguientes 6 a 8 semanas posteriores, en lo que se considera como anemia fisiológica del lactante, que obedece a condiciones de adaptación y normalmente no deben justificar tratamiento específico para mejorarse.
Dentro del ambiente materno, el bebé en formación y crecimiento debe recibir oxígeno a partir de la circulación sanguínea materna que llega a la placenta. La concentración de oxígeno está disminuida por transportarse a partir de las células maternas. Para compensar esta cantidad de presión baja de oxígeno (parecida a la existente en el monte más alto del mundo), los glóbulos rojos del bebé deben tener un tamaño mayor y poseer una hemoglobina con mayor capacidad de atrapamiento de oxígeno, para poder llevar a las células en crecimiento y desarrollo.
Con el inicio de la respiración tras el nacimiento, la cantidad de oxígeno disponible para unirse a la hemoglobina del bebé aumenta de manera considerable, y como consecuencia, la capacidad de transporte de la hemoglobina por el oxígeno, pasa del 50 al 95% o incluso más, por lo que se hace necesario realizar un cambio en el tamaño y volumen de la célula transportadora; además, de la sustancia interna de transporte que de hemoglobina de tipo fetal, debe cambiar a una hemoglobina de tipo adulto, a fin de poder adaptarse ahora a la disponibilidad más directa con el oxígeno presente en los pulmones -ya no provenientes de la circulación placentaria- y, que también facilita la entrega de oxígeno a los tejidos, al poseerlo en mayor proporción.
Durante la vida intrauterina, la cantidad circulante -baja- de oxígeno, influía en forma inicial al hígado y luego a los riñones, para la producción de una sustancia (eritropoyetina) que estimula la formación de glóbulos rojos, a partir de la médula ósea. Con el nacimiento, la concentración -ahora incrementada- de oxígeno inhibe la formación de eritropoyetina y, en consecuencia, de nuevos glóbulos rojos. En ausencia de esta formación de glóbulos rojos, las concentraciones de ellos y su hemoglobina contenida, descienden de forma progresiva debido a la falta de sustitución de los glóbulos rojos envejecidos, que son retirados de la circulación.
Así pasan las primeras semanas de vida, notando que la concentración de hemoglobina y de los glóbulos rojos sigue disminuyendo, hasta que las necesidades del oxígeno de las células del cuerpo superan el aporte de lo que reciben. En condiciones normales, este momento se alcanza entra la octava y doceava semana de edad, cuando la concentración de hemoglobina registra un valor bajo (en relación con referencias normales) en estudio de laboratorio. En ese momento la producción de eritropoyetina aumenta y se vuelve a reanudar la formación de los nuevos glóbulos rojos y su hemoglobina contenida.
La cantidad de hierro almacenado en el cuerpo del bebé que la madre le ofrece durante los últimos tres meses de embarazo, además del que queda a partir de los glóbulos rojos degradados previamente, es suficiente para la nueva síntesis de la hemoglobina hasta alrededor de la semana 20, incluso con ausencia de aporte adicional con la ingesta de leche materna. Así en general, esta “anemia” debe considerarse como una condición de adaptación al ambiente externo, como una respuesta al exceso de oxígeno en relación con las necesidades celulares y no como una alteración orgánica.
Los bebés que nacen en forma prematura también desarrollan esta alteración con algunas diferencias especiales por su condición especial de anticipación al nacimiento, que establece una disminución más rápida y evidente de los glóbulos rojos y hemoglobina, con valores menores a los niños normales de las 3 a 6 semanas de vida. Esta disminución, obviamente se afecta en forma adicional por las pérdidas de sangre debidas a las tomas de muestras sanguíneas repetidas, que se realizan en sus centros de atención para vigilar su evolución. Considerando que esta anemia en el prematuro pueda asociar ya alteraciones secundarias con aparición de signos anormales, justifica al médico a cargo, a considerar tratamientos específicos para evitar evolución complicada o secuelas posteriores.
La anemia fisiológica puede verse agravada en su recuperación o disminución de valor, por el antecedente en la madre de deficiencia en el aporte de ácido fólico o de hierro durante el embarazo, ya que en durante los últimos tres meses de gestación, es momento para proporcionar estas reservas al bebé, para su recuperación espontánea posterior.
Esta anemia no se presenta desde el primer día del nacimiento, pero es posible que haya cifras bajas al nacer entre un 10 al 15% que justificarán la realización de estudios, para determinar su causa particular, ya que por su tiempo de aparición no puede ser considerada como fisiológica o natural.
De forma natural como consecuencia del desarrollo de anemia fisiológica del lactante, al paso del tiempo se podrá notar solo cambio en la coloración tegumentaria y de mucosas, para evolucionar de un color rojizo leve al nacimiento a un rosado leve en sus primeros tres meses de vida en niños de color claro y, con tendencia a la palidez en los niños de color moreno, sin otro signo adicional. La incertidumbre se genera al momento de efectuar estudio sanguíneo de control en los primeros tres meses de vida, que el reporte establece una cifra de valor menor al normal, reportado por el laboratorio (que en su mayoría reportan valores normales de adultos), con lo que el familiar o algunos médicos sin experiencia adecuada en pediatría, pueden considerarlo como enfermedad, para iniciar la realización de otros estudios adicionales y/o tratamientos innecesarios.
No se considera como fisiológica la anemia del lactante, cuando está presente desde el primer día de vida y/o se asocia con alteraciones, como: fatiga durante la alimentación, deficiencia en su desarrollo de peso y estatura, coloración amarilla de piel y mucosas, incremento en la frecuencia respiratoria y cardíaca, crecimientos anormales de vísceras abdominales (hígado y bazo), falta de reactividad adecuada o condiciones graves por estado de choque con inconsciencia, palidez, pausas respiratorias, presión arterial baja.
Esos estados de anemia anormales para definir su causa y establecer su mejor manejo, requiere de realizar un interrogatorio adecuado, que determine eventos hemorrágicos durante el embarazo o previos al parto, enfermedades sanguíneas familiares, grupo sanguíneo de padres y sus hijos, afección similar en hijos previos. Justificando siempre su atención hospitalaria para la mejor realización de estudios, vigilar su evolución y proporcionar el tratamiento que corresponda.
Cuando se identifica al lactante con anemia fisiológica, los padres deben entender que es un evento transitorio, del cual el bebé con sus reservas y respuesta orgánica tiene la capacidad de resolución al paso del tiempo, que no debe involucrar la realización de estudios adicionales y solo justifica el aporte de hierro adicional a partir del tercer mes de vida, que podrá ser suficiente para superar esa condición. No es necesario realizar trasfusión o administrar medicamentos que puedan modificar su respuesta hormonal posterior natural… considere que el médico valora pacientes, no reportes de laboratorio.