Como su nombre
lo describe, se trata de un fenómeno inflamatorio de la piel, en respuesta
secundaria al contacto con alguna(s) sustancia(s) a la que es sensible el niño.
Ante la
respuesta inflamatoria la piel se enrojece e irrita; y en ocasiones, condiciona
a la aparición de pequeños granitos o ampollas llenas de líquido, que al
romperse humedecen la superficie y le dan aspecto supurativo a la zona de piel
afectada.
A esta
enfermedad, se le conoce también con otros nombres: dermatitis atópica, eccema
atópico, dermatosis atópica, dermatitis estacional, dermatitis o piel de los
niños bonitos. Dependiente de la edad del paciente, también se le conoce como:
dermatitis del lactante, del infante, adolescente o del adulto.
En forma
natural, la piel del recién nacido y del lactante es frágil y delgada. Su
secreción de grasa, es proporcionalmente excesiva (en comparación con otras
edades), y bajo este efecto físico y función química natural, además de la
respuesta normal de sus células contenidas en el interior, se mantiene el
control de la respuesta ante el contacto con diferentes estímulos en su
superficie.
Ahora, ante la
presencia de la acción irritante de algunas partículas físicas, químicas o
agentes infecciosos sobre su superficie, pero con antecedentes de alergias
hereditarias o de influencia ambiental particular, se puede desencadenar la
respuesta inflamatoria en forma excesiva, generando bajo esa condición el
desarrollo de la enfermedad.
No se trata de
una enfermedad grave, pero es un trastorno que desequilibra la armonía
familiar, al condicionar desesperación en los padres, por notar la presencia de
manchas o ronchas antiestéticas recurrentes, asociados con llanto o
irritabilidad de sus hijos, con temor de su aspecto físico en el futuro y sobre
todo, la desilusión recurrente ante los constantes tratamientos, que a menudo
no logran restablecer las condiciones normales.
Esta enfermedad
tiene comportamiento genético al estar relacionada en niños que tienen padres,
hermanos, tíos o primos que han sufrido enfermedades de comportamiento alérgico
como asma, urticaria, alergias a alimentos o medicamentos. Se le describe
recientemente, como un integrante de la secuencia de enfermedades de origen
alérgico, que llevan al desarrollo de asma en la etapa infantil, conocida como
marcha atópica, asociada a otras alteraciones alérgicas como la rinitis y/o la
alergia alimentaria.
Es una de las
enfermedades más frecuentes de la piel en los niños, que puede aparecer en
cualquier edad; pero en estudios estadísticos, se le describe que un 60% de los
casos aparecen en el primer año de vida, 30% entre el primero y cuarto año de
vida, y 9% entre los cinco y veinte años de edad.
Algunas veces
esta enfermedad se prolonga durante largo tiempo, y en raras ocasiones puede
durar toda la vida. Pasa por periodos de recuperación en la temporada de verano,
pero normalmente vuelve a aparecer de forma variable.
Los síntomas
pueden variar de acuerdo a la edad del niño y en especial, relacionado con las partes
del cuerpo que llegan a afectar. Los primeros signos relacionados suelen
aparecer entre el segundo y tercer mes de vida, en forma de manchas rojizas con
pequeñas ampollas, asociada con salida de líquido en coloración amarilla en
cantidades mínimas formando costras amarillas en la superficie, afectando la
parte posterior del lóbulo de la oreja, en donde causa una pequeña grieta
rojiza; o bien, en las mejillas, la frente o en el mentón. Otras partes son: el
tronco y las superficies extensoras y laterales de las extremidades corporales.
Las lesiones se pueden extender a todo el cuerpo, brazos y piernas haciendo que
el niño se rasque constantemente, y en especial, mientras se encuentra desnudo
o durante la noche, motivando su llanto y alteración del sueño. El rascado
constante genera sangrados y costras, o infecciones secundarias que modifican
el cuadro inicial. La afección en edades posteriores, puede ser continuidad de
la época de lactante, y cuando es así ya la piel se nota en particular con
aspecto engrosado ó áspero con desprendimiento de escamas finas, la superficie
afectada da la apariencia de coloración blanquecina. Si aparece por primera
ocasión en ésta época, hay piel rojiza, inflamada, gruesa y áspera sin
supuraciones. Las partes más afectadas son los párpados, alrededor de los ojos,
zonas de flexión de extremidades y en el cuello. Durante la adolescencia se
afecta más frecuente alrededor de los ojos y boca que tienen aspecto seco. El
cuello tiene aspecto engrosado y con cambios de coloración dando el aspecto de
estar sucio, asociado con comezón intensa y frecuente. Ya desde la etapa
infantil, las condiciones emocionales de angustia, pueden desencadenar o
exacerbar la reacción inflamatoria de la piel.
Esta enfermedad
puede mejorar de forma espontanea a partir de los cinco o seis años de edad,
pero algunos pueden experimentar reactivación durante la adolescencia o en los
primeros años de la etapa adulta. Con la pubertad se relaciona, ante la
influencia de hormonas especiales, angustias emocionales y empleo de cosméticos
o irritantes de piel.
En cuanto a su
forma de prevenirla, se deberá considerar el manejo desde el momento del
embarazo en los padres con carga genética alérgica, para recomendar a la
embarazada: evite el consumo de algunos alimentos específicos, que pueden
sensibilizar al niño dentro su vientre (fresas, tomate, mariscos, frutas secas,
cítricos). Al nacimiento, se deberá procurar obtener en parto normal para
exponer su maduración de sistema inmunológico a la flora bacteriana vaginal, y
generar una diferenciación natural. El alimento durante el primer año de vida
en particular, debe ser en predominio mayor de leche materna con inicio de
alimentos diferentes a la leche humana posteriores a los ocho meses de edad. En
especial, durante el primer año de vida, se deberá de evitar el contacto con
sustancias potencialmente dañinas a su piel o sistema respiratorio como humo de
tabaco, polvo casero, pólenes, moho, caspa de animales, ropa con material
sintético o colorantes artificiales (empleará de preferencia ropa de algodón
blanca), evitar empleo de jabones abrasivos, perfumes o colonias infantiles,
detergentes en polvo para la ropa, variaciones de temperatura (calor) y humedad
(aire seco del invierno), sudoración frecuente y en forma reciente el sobrepeso
y obesidad.
Para evitar que
la lesión se modifique o se complique, es necesario mantener las uñas de los
niños cortas y de preferencia sin bordes filosos. Desde la etapa de recién
nacido, esto se puede conseguir mediante el empleo de una lima, con movimiento
exclusivo en dirección a plano inferior (para evitar desgarrar la uña al hacer
el movimiento hacia arriba debido a la fragilidad y delgadez de la uña), con la
frecuencia de cada tercer día.
A pesar que la
enfermedad puede prolongarse durante mucho tiempo, los padres pueden estar
seguros de que al menos un 90% de los niños alcanzan una curación total, y
durante el tiempo que sufren la enfermedad, es necesario mantener un control
adecuado con medicamentos y medidas especiales de higiene para evitar que
progrese o se complique en formas variadas.
Entre las
medidas a emplear en particular con el baño en estos niños, se recomienda
empleo de agua tibia, de preferencia hervida y eliminando la parte superficial
y del fondo (al haberse dejado por un tiempo en reposo), tiempos cortos de
baño, en casos especiales con dilución de avena o medicamento en polvo, jabones
neutros o de avena, aplicación de humectantes antes de secar y empleo de
toallas sin tallar.
Se deberá
informar también a los padres, que posterior a algunos años de disminución
gradual y frecuencia de la enfermedad, es posible la existencia de recaídas.
Al momento de notar que
se presentan las primeras manifestaciones, se deberá de acudir a valoración y
tratamiento con el especialista correspondiente (dermatólogo o pediatra), para
evitar caer en el empleo de remedios caseros o medicina de farmacia barata, que
en la mayoría de los casos solo consiguen complicar la evolución del
padecimiento.