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Diabetes del adulto en niños y adolescentes

 

La diabetes es una enfermedad que condiciona falta de control en la cantidad de azúcar circulante, que en forma secundaria daña a diferentes partes corporales y en casos de descompensación aguda puede causar la muerte en un tiempo corto.
No se trata de una enfermedad frecuente en la población infantil o adolescente, pero hasta hace algunos años solo existía en este grupo de edad, una forma más habitual en la clasificación internacional conocida como de tipo 1 (DT1). En ellos el descontrol en sus niveles de azúcar (glucosa), se debe a una condición donde los anticuerpos estimulados por antecedente de una infección viral previa causan daño a las células productoras de la sustancia (insulina) que controla los niveles de azúcar.
Mientras que, en los adultos la alteración más habitual en la cantidad excesiva de glucosa circulante es resultado de una resistencia a la acción normal de la insulina (meter azúcar a las células) con una pérdida variable progresiva de la secreción de la insulina en las células del páncreas. Esta alteración se define como diabetes de tipo 2.
En los últimos años como consecuencia de la aparición e incremento de la obesidad desde los primeros años de la vida, se ha empezado a notar en muchos países, la existencia de casos de diabetes de tipo adulto (DT2) entre los niños y adolescentes.
Esta enfermedad en forma estadística se reporta que se presenta en más del 80% de niños y adolescentes que tienen sobrepeso o son obesos. Su inicio de alteraciones generalmente ocurre durante la pubertad y rara vez se presenta antes de esta etapa. Esa asociación puede relacionarse ante la demanda de desarrollo físico que se exige en ese momento y, puede precipitar el incremento de la azúcar por la resistencia celular a la estimulación persistente de la insulina, sin un resultado favorable.  
Considerando que la diabetes tipo 2 que se inicia en la infancia asocia un mayor riesgo de complicaciones vasculares en diferentes órganos y padecimientos incapacitantes secundarios, corresponde a los familiares y personal de salud encargados de la atención infantil, el poder detectar los casos probables en edades tempranas para poder derivarlos a la atención de disciplinas múltiples, a fin de evitar de preferencia el desarrollo de la enfermedad; o bien, de controlar su evolución para evitar sus complicaciones.
Se consideran de riesgo para el desarrollo del sobrepeso y obesidad, los niños que al nacimiento tienen peso elevado o con peso bajo para su edad del embarazo. El primero, por la acumulación de grasa y ganancia fácil de sobrepeso después del nacimiento; y el segundo, a expensas de una reprogramación del metabolismo durante el embarazo, que lo predispone a acumular la mayor proporción de nutrientes y evitar su consumo que se continuará durante su etapa de recuperación nutricional y de no tener un control eficiente nutricional, permitirán su exceso de peso hasta una posible obesidad.
La acumulación excesiva de grasa en los tejidos influye a que la insulina no actué en forma progresiva de forma eficiente para introducir el azúcar (glucosa) al interior de la célula. Hay sustancias liberadas a partir de esa grasa, que modifican esa estimulación y el azúcar que no se introduce a las células se incrementa en la circulación sanguínea.
La insulina también tiene resistencia cuando existe reparto anormal de grasa en los músculos, grasa fuera de su localización habitual y niveles elevados de sustancias grasas en la sangre. Esta condición puede modificar la información genética a generaciones futuras, con el riesgo que los hijos de estas personas pueden carecer (en el futuro) desde el nacimiento de los receptores específicos a la función de la insulina, con pronóstico más grave a sus condiciones vitales. Este “regalo” que se puede estar formando para generaciones futuras, puede impedirse mediante el asesoramiento y apoyo al mantenimiento de los patrones normales de aumento de peso durante la infancia y adolescencia, además de motivación a la actividad física; pero si existe indiferencia y conformismo a la “satisfacción de tener un niño gordito” la condena la pagarán las generaciones futuras. Por otra parte, los niños con peso bajo a su edad gestacional, en caso de mostrar incrementos importantes de peso, es posible que, a la edad de cuatro años, disminuyen su producción de insulina y puedan empezar a manifestar datos de resistencia a la misma. El factor adicional de la inactividad que se induce con el empleo de pantallas o confinamiento en casa induce también que la insulina no actúe en forma apropiada en el funcionamiento muscular y se incremente el riesgo de la resistencia a un tiempo menor.
De forma clásica, se podrá sospechar de diabetes cuando el niño manifieste déficit en su desarrollo físico e incluso pérdida de peso, asociado con emisión anormal, frecuente o aumentada de su orina, incremento del apetito, fatiga, infección genital por algodoncillo. Cuando el cuadro establece una descompensación aguda, podrá tener datos de deshidratación (piel seca, caliente, boca sin saliva, ojos hundidos, etc.), acompañados de deterioro en su reactividad con somnolencia, estupor o pérdida de conciencia, respiración agitada, que en caso de no recibir atención hospitalaria inmediata, puede condicionar el fallecimiento del paciente.
Como complicaciones a largo plazo puede causar hipertensión, alteración de los niveles de grasas, hígado graso, alteraciones por cambios inflamatorios vasculares con afección a nervios, riñón, corazón y retina (ceguera), de modo que es conveniente que la atención de estos pacientes incluya a otros subespecialistas.   
Tomando en cuenta que esta enfermedad en etapas iniciales tiene manifestaciones imprecisas para establecer la definición de esta enfermedad, justifica el tomar en cuenta criterios por laboratorio especiales para definirla, señalando también que hay valores de laboratorio para considerar a candidatos a padecerla, como casos de prediabetes.
Esto no significa en forma masiva empezar a tomar muestras a todos los niños o adolescentes que tengan sobrepeso u obesidad, ya que es una enfermedad que no se desarrolla en la mayoría significativa de ellos, por lo que organismos internacionales con autoridad sobre esta enfermedad, recomiendan hacer pruebas a cualquier joven que tenga sobrepeso u obesidad a partir de los diez años y/o al inicio de la pubertad (lo que ocurra antes) y que tenga uno o más de los siguientes factores de riesgo adicionales: que durante el embarazo, su madre haya padecido de diabetes o que la tuviera antes del embarazo, antecedente de haber nacido con un peso menor al de su edad de embarazo (desnutrido durante el embarazo), miembro de un grupo racial o étnico de alto riesgo, como asiático, nativo americano, isleño del pacífico, ascendencia hispana o africana. Antecedente de familiares con diabetes de adulto en parientes de primer o segundo grado. Signos de resistencia a la insulina, como oscurecimiento en zonas de pliegue, en especial alrededor del cuello y/o enfermedades relacionadas con la resistencia a la insulina, como: hipertensión, alteración de lípidos, ovario poliquístico, adiposidad central.
En forma adicional, se deberán de realizar estudios específicos para esta enfermedad en cualquier niño o adolescente (independiente de la edad), que tengan datos asociados con la enfermedad como incremento en la frecuencia y/o volumen de la orina, sed frecuente y/o consumo abundante de líquidos, micción nocturna, apetito incrementado, pérdida de peso inexplicable en periodo corto de tiempo.
Si los resultados de las pruebas son anormales, esos resultados deberán de volver a confirmarse en un día aparte en forma adicional. Si los resultados iniciales son negativos, se repetirá la prueba a tres años o antes si mantiene el exceso de peso.
Como prevención, requiere vigilancia del peso y talla desde la gestación para valorar su desarrollo y control adecuado en valores normales para la edad y sexo, con orientación apropiada de nutrientes y actividad física eficiente…lo malo, hay muchos niños gordos.