Este concepto
hace referencia a todas las condiciones que existen e influyen más allá de la
expresión de los genes que portamos en nuestro sistema de herencia biológico.
En los conceptos
elementales de la genética, se establece que cada característica biológica
específica de un ser vivo, está determinada por una secuencia particular de
sustancias químicas contenidas en el material de herencia (ADN) dentro de las
células. En forma inicial, la unión de dos células reproductoras -óvulo y espermatozoide,
que tienen en su interior la mitad del material genético conformado como
cromosomas-, dan origen a un nuevo ser, con un número normal de cromosomas,
para compartir o intercambiar información hereditaria de ambos padres. Es la
genética, la que determina a partir de ese momento, la forma como se inicia la
multiplicación celular; y también, establece el momento más adecuado para dar
inicio a la formación de nuevos tejidos primarios, que posteriormente se irán
diferenciando en órganos variados; y en ellos, cada una de las células
desarrollan funciones más específicas y limitadas.
Todo el material
genético humano, se encuentra contenido en el interior de 23 pares de
cromosomas. 22 establecen características corporales y solo un par definen la
condición sexual del nuevo ser. Estos cromosomas al microscopio se distinguen
en el núcleo celular en una fase especial de su replicación, con aspecto
similar a la letra X, con brazos superiores denominados como cortos y brazo
inferiores largos. En su interior la cadena del ácido desoxirribonucleico (ADN)
se encuentra sumamente compactada (de una posible extensión total de dos
metros, se encuentra contenida en un tamaño de 5 a 10 micras -milésima parte
del milímetro-). Para esta compactación, la cadena de ADN se encuentra con
enrollamientos subsecuentes con diferentes estructuras de proteínas, para poder
guardarse en el interior del núcleo de cada célula.
Para poder
interpretar la información contenida en el interior de los cromosomas, es
necesario que existan procesos químicos especiales, para en primer lugar,
desenrollar el segmento de ADN que es necesario decodificar; y otras señales
especiales, que indiquen la zona y momento de iniciar la transcripción, hasta
que otra señal defina el momento en que se suspenda la decodificación.
Este proceso es
similar a lo que en un circuito eléctrico, pudiera ser una señal de encendido y
apagado, para poder activar o inhibir la información a transcribir, que sea
adecuada para la función que requiera la dinámica celular específica.
De esta forma,
la genética define desde el inicio la selección de cromosomas, su activación
para dar origen a las primeras células -que por su gran capacidad de poderse
diferenciar en diferentes tejidos se les llama madres-, diferenciar células,
luego tejidos y finalmente órganos, para establecer las características
particulares de cada ser humano. Esos procesos los regula con señales de
activación e inhibición.
De esa forma, se
van determinando características particulares del nuevo individuo. Algunos
rasgos son similares a los del padre, madre, tíos, abuelos o bisabuelos. En ese
proceso de selección, la función genética se encarga de ir tomando la
información más adecuada a elegir, entre dos tipos diferentes de herencia. Cada
forma y función individual viene establecida en genes específicos –que son
partículas muy pequeñas presentes en algunos cromosomas especiales-.
Toda la
información de forma y funciones, que viene establecida entre los millones de
genes de ambos padres, se le identifica como carga genética. A la forma como se
expresan en su configuración anatómica al nacer se le define como fenotipo, que
puede ser normal en caso de expresarse los genes adecuados; o bien, el fenotipo
es anormal si corresponde a la expresión de genes alterados o mutados, que en
su mayoría involucran a las enfermedades establecidas, como genéticas.
En contraste, la
epigenética se encarga de establecer modificaciones, en la forma de poder
activar o desactivar señales, en los nuevos seres, a partir de las influencias
ambientales que interactuaron en los familiares directos ascendientes en los
años anteriores, sin alterar la secuencia de la información primaria. Es la
manifestación de cómo actúan nuestros estilos de vida sobre los genes,
llegándose a considerar como la “encarnación del ambiente”.
En cuanto a la
herencia, la epigenética trata de patrones de expresión de genes que no vienen
determinados por una secuencia establecida. Esta herencia alternativa, está
determinada porque los genes se expresan o no, dependiendo de ciertas
condiciones bioquímicas influidas por factores ambientales, para prender o
apagar los mecanismos definidos por la genética.
Con la
epigenética, se establece que el aire que respiraron nuestros abuelos, el agua
o alimentos que consumieron y el ambiente en el que vivieron, afectan también a
sus descendientes incluso en décadas posteriores; de manera que los factores
externos, también pueden influir en el complejo mundo de “los interruptores
biológicos”, que hace falta conectar o desconectar para dar lugar, por ejemplo:
a un cáncer o un cambio en el metabolismo de los nutrientes. Se trata en
especial, no solo de qué genes heredamos de nuestros padres, sino saber en
particular (por la epigenética) si están “prendidos o apagados”.
Cada ser, está
constituido por material genético modificado por factores ambientales, como un
legado de nuestros ancestros más recientes, incluidos nuestros bisabuelos,
considerando que las experiencias que tenemos cada uno de nosotros en las
diferentes circunstancias, serán también herencia obligatoria para nuestros
hijos, nietos y bisnietos.
Ya desde el
embarazo, podemos tener alguna influencia en la modificación de nuestros genes.
Si las condiciones de nutrición no son adecuadas, se reciben señales de alerta
a partir de diferentes sustancias químicas de nuestra madre, que activarán o
disminuirán señales de codificación diferentes para modificar la programación
nutricional, haciendo que el feto se prepare para adaptarse a un medio donde
hay carencias nutricionales, formando un fenotipo ahorrador; que posteriormente
si se ve expuesto a una alta ingesta de alimentos, alto consumo de grasas y
poco gasto de energía, le conducirá en su vida adulta a enfermedades como
obesidad, diabetes mellitus, hipertensión arterial, embolias, síndrome
metabólico e infartos cardíacos. Esta información queda fija en el material de
herencia, que dará la misma consecuencia en hijos y nietos de los afectados.
Otro ejemplo, son
los individuos que comenzando a fumar antes de la pubertad, tuvieron hijos que
eran mucho más gordos que lo considerado normal, cuando cumplían los nueve
años. Lo sorprendente, es que esta correlación afecta a los hijos varones
exclusivamente, por lo que estas señales epigenéticas se transmiten vía
cromosoma Y.
Algunos cánceres
tienen relación con la epigenética, al bloquearse los factores que inhiben su
desarrollo, por la participación de radicales químicos ambientales.
Algunos factores
contaminantes del ambiente, son capaces de causar modificaciones epigenéticas,
y se incluyen varios derivados del petróleo, que en diferentes ciudades se
encuentran en niveles altos de riesgo, justificando tener un control más
eficiente para evitar sus grandes concentraciones. Se mencionan: gases de
motores diésel, benceno, arsénico, níquel, plomo, cromo, tricloroetileno. Lamentablemente
esto se desconoce; o peor aún, no se regulariza por las instituciones
ecológicas responsables, dejando la posibilidad que una gran parte de
comunidades condene a sus generaciones futuras.
Con la epigenética,
nos concientizamos que además de la herencia genética, estamos conformados por influencias
del cuidado materno, alimentación, contaminantes, ejercicios, estrés y nuestros
aprendizajes…ya no somos más víctimas de nuestros genes, adquirimos la
responsabilidad para con ellos y nuestras generaciones futuras.