Los
límites son significativos en forma general ya que nos permiten tener orden y
una convivencia armónica entre diferentes circunstancias. Un límite nos permite
establecer hasta donde se puede extender una acción específica. Así encontramos
límites especiales para el empleo seguro de un vehículo a una velocidad específica
y, en el caso de la educación, los límites nos permiten establecer el desarrollo
particular en cada individuo, para su comportamiento especial en cada momento
de su vida.
La
condición de irlos estableciendo de forma progresiva, durante el desarrollo de
cada individuo como padres, educadores, integrantes de la familia o de la
sociedad, es una forma de expresar la preocupación por el desarrollo del ser
humano, es enseñarle cómo funciona el mundo que lo rodea y, sobre todo, que lo
queremos y respetamos. Si en la familia los marcamos adecuadamente, estaremos
trabajando para enseñarles a los pequeños una manera de convivir adecuadamente
con otras personas y, sobre todo, que ellos también pueden ponerles límites a
los demás, lo cual les será de mucha utilidad cuando sean adultos. La forma de aplicarlos varía en la
consideración que cada niño es un individuo con necesidades específicas, características
personales y la etapa de desarrollo en la que se encuentren.
Lamentablemente,
Hay corrientes educativas y padres por todo el mundo decididos a reducir los
límites y las normas a la mínima expresión. Los primeros que no están de
acuerdo con el establecimiento de límites en el proceso educativo son los
propios niños. Seguramente por eso a muchos padres y educadores les cuesta
mucho trabajo establecer límites y hacerlos valer. El pánico que produce a
muchos de ellos enfrentarse al niño enfadado o la desolación que les provoca
ver su sufrimiento, es tal, que han desarrollado teorías educativas basadas en
reducir al mínimo los límites, lo cual es un error.
Poner
límites es una labor de prevención, ya que en la medida que los adultos están
al pendiente de las necesidades de los pequeños y les van enseñando lo que
necesitan según su edad, serán capaces de enfrentar nuevos retos.
Durante
la etapa de desarrollo cerebral cada conexión de neuronas se ve influida por
cada experiencia que experimentan los niños a cada momento, definiendo su
desarrollo social, emocional e intelectual. Cuando un niño consigue un objetivo
sin respetar su límite, tendrá definida una conexión que le puede permitir repetir
la acción en forma posterior por la experiencia ya establecida. Evitar que
tengan esas experiencias, evitará que tenga esas conductas en forma repetida.
El momento de iniciar la aplicación de límites suele aparecer cuando el bebé
comienza a tener algo más de movilidad; y así, cuando empieza a tratar de rotar
sobre su cuerpo o arrastrarse por la superficie, el familiar o educador podrá
sujetarlo con calma, cariño, pero hablando con confianza y seguridad, para
pedir que en ese momento no lo haga, con lo que el bebé empezará a establecer una
asociación (y conexiones neuronales) que lo ayudarán toda su vida.
Con
intención de evitar que el proceso de establecer los límites se convierta en
una experiencia traumática para el niño o la persona que lo aplica, y con
objetivo que el niño los entienda y acepte, se proponen algunas recomendaciones
para su mejor aplicación.
De
preferencia se deben establecer en forma preventiva al momento que veas que tu
niño va a hacer algo que consideras peligroso o negativo para su desarrollo,
intenta frenarlo antes de que ocurra, con lo que se evitará su recurrencia como
hábito.
Si
no hubo tiempo u oportunidad de evitar la experiencia negativa, se deberá de
establecer la desaprobación de forma inmediata al momento de notar una conducta
inadecuada, para establecer en su conexión neuronal la asociación de la
desaprobación.
El
lograr que un niño desista de una conducta poco apropiada no quiere decir que
no vuelva a intentarlo. Los niños son curiosos y persistentes por naturaleza.
La clave para que los límites se hagan valer está en que estos estén claros y
presentes en su cerebro en
todo
momento; y ante la oportunidad de volver a intentar la conducta inadecuada,
deberá de mantenerse la actitud negativa. Evitar premios físicos y mejor emocionales.
Por
otra parte, es un error muy común que algunos integrantes de la familia
concedan la alternativa de ceder a las negativas que establecen alguno de los
padres. Ante lo cual es conveniente que se establezcan todos los acuerdos
respecto a qué normas y reglas son importantes para el desarrollo de tu hijo,
con todas las personas que se relacione.
Parte
del secreto de poner límites de una manera efectiva consiste en que los padres
se mantengan dentro de los confines de la tranquilidad. Cuando le gritamos a un
niño o cuando alguno de los padres, familiares o educadores se pone nervioso,
se activa una parte de su cerebro (del niño) que prácticamente inutiliza la
zona de la corteza cerebral, que se dedica a gestionar los límites. En estos
casos, el niño no será capaz de aprender lo que estás intentando enseñarle.
Evitar: atemorizar, culpa, rechazo y/o la vergüenza.
Otro
punto significativo es darle confianza. Una de las cosas más importantes cuando
vamos a guiar a alguien es que esa persona confíe en que sabemos por dónde la estamos
guiando. Si tu hijo ve que tienes claro lo que puede y no puede hacer, se
sentirá más tranquilo y más motivado a la hora de seguir las normas que le
indicas. Tendrás que discutir menos porque sabrá que no va a ser fácil hacerte
cambiar de opinión.
Cuando
el límite es puesto con cariño, el niño entiende a la perfección que no es un
ataque contra él, sino simplemente una regla que se debe cumplir. Su grado de
frustración será mucho menor, y se logra hacer valerlo sin que su relación se
resienta.
El
secreto de poner límites no consiste en hacer una escena dramática, sino en
conseguir que el niño actúe de la manera que le hemos marcado. Poner un poco de
juego al asunto rebajará la tensión, evitará que el niño sienta culpa, y lo
estarás ayudando a que cumpla con lo que estás pidiendo. Además, puede ser una
excelente oportunidad de jugar y fortalecer el vínculo entre él y quienes lo
educan, en vez de causarle lesiones físicas.
Por
otra parte, no se trata de formar a un niño dentro de un mundo de reglas
estrictas que debe respetar en forma obligada. En su desarrollo emocional e
intelectual, o bajo circunstancias especiales, requiere en ocasiones de romper
algunas reglas y de valorar o modificar su cumplimiento, para poder conseguir
metas o logros particulares, a fin de no condicionar una personalidad insegura
basada en reglas estrictas. De acuerdo a su importancia, los límites podrán
clasificarse para considerar su cumplimiento estricto en algunos casos y la posibilidad
de ser flexibles en otros.
Se
deben mantener siempre los límites inquebrantables, que son aquellos que son indispensables
para garantizar la seguridad del niño. Por ejemplo: no jugar con fuego, cuando
cruzamos una calle vamos de la mano y otros muchos que entran en el ámbito del
sentido común y que casi todos los padres hacen valer a la perfección.
Los
límites para el bienestar pueden tener excepciones, como el baño diario, no
comer en alguna ocasión si hay malestar digestivo y/o poder defenderse ante la
agresión.
Los
límites de convivencia para facilitar la relación con otras personas, como
mantener el respeto a los mayores, pero no tener actitud sumisa ante actos que
puedan representar un riesgo a su integridad.
Tener límites que el niño pueda romper cuando nosotros lo concedamos nos va a permitir enseñarle que en la vida hay que ser flexibles, y que algunas normas cambian en función de las circunstancias, además de permitirnos tener una vida familiar más adaptable. Establecer límites les motiva a poder aceptar de forma fácil las normas que la misma sociedad establece y tener un comportamiento social adecuado… Ponga los límites con la misma firmeza, calma y cariño con la que le da un beso a sus hijos.