La coloración
amarilla que se presenta en los recién nacidos, durante el primer mes de vida
puede ser secundaria a condiciones anormales (patológicas) por enfermedad, o a
variaciones en la función normal (fisiológicas), que requieren de una
identificación oportuna para orientar en su estudio y de forma importante su
tratamiento inmediato.
Entre las
condiciones fisiológicas que pueden influir al recién nacido a manifestar su
ictericia, se encuentra la influencia de la leche materna.
La relación con la
lactancia puede condicionar dos cuadros específicos que pueden confundirse. Uno
de ellos se conoce como ictericia por lactancia materna (ictericia por
amamantamiento), relaciona la coloración amarilla del bebé con la insuficiente
producción de leche en los primeros diez días, asociando cuadros variables de
deshidratación y riesgo de secuelas; mientras que la otra conocida como
ictericia por leche materna se desarrolla a partir de los diez días, llegando a
desaparecer hasta el primer mes, sin asociar deficiencia de peso o alteración
adicional de importancia.
Existen miles de
publicaciones enfocadas en resaltar las bondades de la lactancia materna
exclusiva para madre e hijo, pero también se nota en los diferentes sanatorios
y hospitales una cantidad variable de niños que, en sus primeros días,
manifiestan cuadros caracterizados por fiebre, deshidratación e incremento de
coloración amarilla (ictericia), secundario a una deficiencia producción de
leche materna, para cubrir la cantidad necesaria de leche en los primeros días
del bebé.
Sabemos que el
volumen promedio de calostro producido en los primeros 5 días de lactancia
materna es de entre 20 ml y 100 ml diarios. Por otro lado, también se menciona
que los bebés necesitan un aporte hídrico mínimo de, 70 ml por kilogramo de
peso por día que equivale a 210 ml de calostro sólo en el primer día de vida
para mantener su equilibrio hídrico. Si sólo ingieren la producción máxima
diaria de calostro materno de 100 ml, en el mejor de los casos, tendrá déficit
hídrico de aproximadamente 110 ml solo en el primer día de vida, pero que en
forma normal lo toman del exceso de líquidos con los que nacen (su cuerpo al
nacer se nota hinchado) y lo distribuyen de forma apropiada en los siguientes
días, para no tener deficiencia de líquidos.
Solo los bebés que
nacen sin una reserva de líquido adecuada; o los que, pierden ese líquido ante
temperatura extrema (por ambiente o ropa excesiva) serán los que podrán disminuir
su contenido líquido (deshidratación) perdiendo la proporción de las sustancias
que están disueltas en su sangre, que asocia incremento del nivel de la
bilirrubina (que causa el color amarillo) y del sodio, que pueden arriesgar la
función del cerebro si no se corrige o se corrige de forma inadecuada. En forma
adicional por la cantidad deficiente de agua, el control de temperatura
corporal del bebé se desequilibra, asociando en esta forma, la fiebre que
inquieta en particular a los familiares en los primeros días de vida.
La alteración se
define por un bebé que, en los primeros tres días de vida, se manifiesta
irritable, con llanto recurrente, sin consuelo con la succión al seno, que en
forma progresiva incrementa el color amarillo de cara y cuerpo, su cuerpo se
adelgaza y la piel pierde su turgencia natural, llegando a mostrar aspecto de
trapo húmedo, que al momento de estirarla no retorna de forma inmediata a su
aspecto previo.
Bajo esas
condiciones previas, la atención médica es urgente ya que su riesgo es muy alto
por el grado de deshidratación, el nivel de la bilirrubina y la concentración
excesiva del sodio que pueden comprometer su vida en un lapso variable de horas
o de secuelas en su cerebro para el resto de su vida.
El exceso de
bilirrubina que es una sustancia soluble en grasa permite que se pueda fijar a
algunas regiones cerebrales porque en los primeros días, no se cuenta con el
sistema especial de protección cerebral (barrera hematoencefálica), por
deficiencia en el desarrollo en sus vasos sanguíneos, facilitando su paso a los
tejidos cerebrales, causando en forma irreversible deficiencia intelectual y de
movimientos corporales, convulsiones, alteraciones auditivas y de lenguaje.
Con el sodio
incrementado en la circulación, el agua del interior de las células se sale,
causando deshidratación celular, que puede causar hemorragias por rotura de los
vasos sanguíneos o formación de émbolos (coágulos) que al bloquear el flujo de
sangre puede causar la muerte o dañar partes variables del cerebro. Por otra
parte, cuando la corrección de esta alteración no se realiza en forma
apropiada, la cantidad de líquido introducido por vena puede producir en forma
rápida, que las células del cerebro acumulen agua y se produzca la muerte por
presión elevada en el interior de la cabeza o que se produzca alguna alteración
en vías especiales de conexión cerebral con secuelas.
La posibilidad de
este cuadro se asocia más frecuentemente en los bebés productos de la primera
gestación, prematuros, desnutridos, con defectos bucales, mala succión,
separados de su madre o los alimentados con fórmula en concentración excesiva
de polvo sobre su relación con agua. El cuadro se sospecha cuando se documente una
disminución en el número de micciones al día (menos de seis), menos de cuatro
defecaciones al día a partir del cuarto día de vida, la presencia de manchas
rosadas a rojas (cristales de urato) en la orina (sobre el pañal) después del tercer
día y pérdida de peso mayor a 10% en los primeros cuatro días de vida.
El tratamiento es
de atención hospitalaria por el riesgo de secuelas. Su prevención debe incluir
apego al seno materno en la primera hora del nacimiento, permitir la succión a
libre demanda durante los primeros tres días de vida, revisar la frecuencia de
orina y evacuaciones al día, además de la vigilancia del peso perdido en los
primeros días, controlar la temperatura corporal y ambiental a la que se expone
el bebé y en caso de emplear fórmula por
alguna razón especial, se deberá de instruir y capacitar a la preparación en la
proporción favorable ya que el contenido de sodio de la fórmula es muy elevado
en comparación al existente en la leche materna. Como enfermedad, el médico
solo deberá descartar que no exista la alteración que permite la pérdida
excesiva de orina, como causa de la pérdida abundante del líquido corporal.
La ictericia por
leche materna es un cuadro de mejor pronóstico que el anterior. La ictericia se
desarrolla en el 50-70% de los recién nacidos, y solamente en el 2% de estos
bebés ocurre como niveles de ictericia exagerada.
La ictericia en
este periodo no es dependiente de la falta de leche, es secundaria a la presencia
de diferentes componentes bioquímicos de la leche materna, que emplean a las
sustancias encargadas de transportar a la bilirrubina para su eliminación por
el hígado, facilitando así un incremento o concentración en menor proporción y
que no justifica la suspensión de la lactancia ante la coloración anormal que
manifiesta el bebé.
La ictericia por
leche materna no condiciona daño a nivel del encéfalo, por presentarse en un
momento que ya se ha desarrollado la estructura protectora (barrera) del cerebro.
Requiere de la valoración del médico, para descartar alteraciones (enfermedades
de la sangre, metabólicos, hormonales o vías biliares) que puedan causar
niveles progresivos de la ictericia (coloración amarilla más evidente) o
asociar datos adicionales.
En relación con la
bilirrubina, se han encontrado reportes que no es una sustancia siempre dañina
ya que, en niveles bajos, tiene funciones antioxidantes especiales que pueden
influir como procesos naturales en los primeros días de vida. Así no se justifica
que, ante la presencia de color amarillo en los bebés, se tenga que interrumpir
la leche materna para ser sustituida por una fórmula industrial, tome en cuenta
que estas fórmulas tienen una mayor concentración natural de sodio que la leche
humana y que ante una preparación inadecuada, pueda condicionar daño por su
exceso…