Los hechos
recientes en nuestro país de ataque armado entre la población infantil, debe
ser motivo de alerta de lo que está por presentarse en forma más frecuente en
nuestras diferentes comunidades.
Nos sorprende en
forma significativa la actitud de quien realiza este tipo de actos, en quién
por su edad, generalmente suele suponerse no debería de tener noción de actos
de violencia extrema, pero es evidencia refleja de todo lo que la sociedad y la
familia pueden influir en los menores de edad en estos tiempos.
Nuestro país
vecino con su libertad de poseer armas, modelos particulares de ambiente social
y comportamiento familiar variados, son quienes tienen estudios múltiples
especiales relacionados a esta problemática, de los cuales se han analizado
para considerar en especial sobre factores que influyen, para prevenir la
recurrencia de este tipo de eventos, ante la deficiencia en nuestro medio de no
contar con este tipo de investigación específica.
La Encuesta de
Vigilancia del Comportamiento de Riesgo Juvenil del 2017 informó en niños de
grupos escolares de llevar un arma (pistola, cuchillo o garrote) al menos un
día del mes anterior a la encuesta. El porte de armas se informó con mayor
frecuencia entre los niños que las niñas (24 frente al 7 por ciento), y el 4
por ciento de los estudiantes informó llevar sus armas a la escuela. Distingue
también la disminución en porcentaje de estudiantes con armas entre 1991 y 1997
comparado al grupo entre 1997 y 2017 (26 por ciento y 16 por ciento,
respectivamente).
Los factores identificados
como factores de riesgo para la violencia y sus lesiones secundarias, son
complejos, interdependientes e influenciados por variables tanto individuales
como sociales, que incluyen en forma general: antecedentes de lesiones violentas
previas, género especifico, haber padecido comportamiento agresivo o disciplina
violenta en infancia temprana, consumo de alcohol o drogas, participación en
pandillas o aislamiento social extremo, influencia de medios con promoción de
violencia, exposición a la violencia de pareja y abuso infantil, acceso a armas
de fuego y obsesión con las armas y la muerte.
De forma natural,
el niño empieza a controlar su agresión instintiva a partir de los 17 meses de
edad. Siempre y cuando el ambiente familiar en donde se desarrolla el niño regule
y estimule este control, es muy posible que el niño empiece a controlar sus
emociones y conductas instintivas a partir de esta edad. En cambio, si antes y
después de esta edad, participan actividades de violencia y agresión que el sea
testigo o lo sufra, ya se está condicionando a generar su agresión instintiva con
dificultad de control a futuro. Estos niños comienzan a desarrollar
comportamientos agresivos y hábitos violentos de pensamiento en los primeros
años.
Existen reportes
que establecen, que: niños expuestos a la agresión por sus compañeros o padres,
asociados a programas de televisión con violencia, fueron antecedentes en la
mayoría de los internos de condena penal por crímenes violentos a la edad de 30
años. Por su parte, las niñas tienen más probabilidad de comportarse violentamente
si han sido víctimas de la violencia.
El uso de métodos
de disciplina violenta por parte de los padres y/o familiares, enseña a los
niños que la violencia es un medio apropiado para moldear el
comportamiento. Así el castigo corporal pone en marcha un círculo vicioso
de agresión creciente. El niño aprende a inferir castigo corporal entre sus
compañeros para definir sus límites y conseguir objetivos específicos, estableciéndose
como hábito de comportamiento. Los padres deben capacitarse en establecer
limites efectivos en la educación de sus hijos, mediante patrones de interacción
de comportamiento apropiados, como empleo de castigos que limiten al niño a no
disfrutar algo de su agrado y otorgar como recompensa en el momento de mostrar
actitud o comportamiento adecuado. La interacción anormal puede conducir a un
bajo rendimiento y aislamiento social, que influirá en el niño a buscar
asociación con grupo de pares que obtienen recompensa con la violencia.
Los propietarios
de armas de fuego suelen quedarse con las armas para defenderse. Sin
embargo, las muertes causadas por suicidio, homicidio o lesiones no
intencionales superan en número a las muertes asociadas con defensa propia 40 a
1. Los adolescentes tienen cinco veces más probabilidades de morir por suicidio,
si hay una pistola en el hogar. Diferentes encuestas estiman que del 2 al 13
por ciento de los niños menores de 18 años viven en hogares que contienen armas
de fuego cargadas y solo el 6 por ciento mantuvieron sus armas descargadas,
bloqueadas o encerradas. Cada año, más de 100 niños estadounidenses menores de
cuatro años mueren por heridas de arma de fuego. Prevenir el acceso
a las armas de fuego es responsabilidad de los adultos.
En los menores, el abuso
de sustancias que altera la dinámica y las decisiones en episodios violentos se
asocia con mayor riesgo de violencia, portar armas y homicidio.
Los menores que
participan en pandillas tienen más posibilidad de actitudes agresivas, involucrarse
en peleas, llevar armas, usar drogas o alcohol y correr el riesgo de sufrir
homicidios en su escuela o fuera de ella.
La violencia de
pareja y el maltrato infantil son los mayores factores de riesgo para la
violencia para bebés y niños pequeños. Los niños que presencian la violencia de
la pareja íntima sufren daños cognitivos, emocionales y de desarrollo, que
modifica su desarrollo funcional cerebral y los predispone a conductas
extremas.
La violencia en
televisión y videojuegos difiere de la violencia real en aspectos
importantes. En esos medios, generalmente es aceptable, siendo utilizada
por héroes y villanos por igual. Los niños pequeños son incapaces de
separar los hechos de la fantasía y son más afectados por la violencia que los
adultos. Ver la violencia puede conducir a un aumento de las actitudes
agresivas, altera valores y comportamiento en etapas temprana. Durante la
infancia se destaca que la violencia en la televisión contiene casi dos tercios de toda su
programación (incluyendo la verbal y emocional en telenovelas), los
espectáculos infantiles contienen violencia, las representaciones de violencia
generalmente son muy irreales, y los perpetradores a menudo quedan impunes,
ante lo cual los menores no tienen la dimensión de lo que la violencia real es
capaz de establecer como daños y consecuencias. llegando a incorporarse a su
desarrollo personal como algo que toman de su ambiente.
Influye también el acoso escolar donde
el acosador se siente poderoso, mientras el acosado sufre por la intimidación
en su autoestima, con desarrollo de alteraciones de ansiedad o depresión. Ambos
pueden caer en actitudes violentas extremas para exagerar su intimidación o
como mecanismo de defensa extrema y exterminio de la agresión constante. Los jóvenes
que no quieren o no pueden defenderse son víctimas de múltiples y repetidos
ataques en el “código de las calles” por lo que la violencia comunitaria
influye en sus padres para alentar actitudes más agresivas como mecanismos de
defensa, condicionando así mayores escalas de violencia.
Es de notar que muchos de estos factores pueden pasar
por desapercibido en los padres, al no tener una comunicación apropiada con sus
hijos y no estar pendientes de su interacción en el colegio. El comportamiento
de la pareja y la familia con actitudes violentas se convierte en la primera
escuela de la violencia y el crimen, al no tener capacidad apropiada para
resolver conflictos y no enseñar resolver los problemas en forma racional
eficiente. En los grupos escolares, los profesores son quienes pueden relacionar
o identificar alumnos que induzcan a la violencia para sugerir su prevención. Por
otra parte, el grupo médico también debe valorar el comportamiento del niño en
la consulta y ante alguna actitud anormal, señalar la importancia de la evaluación
psicológica a toda la familia en etapa temprana.
Es fácil señalar como culpables a la televisión y los
videojuegos, pero esto involucra negar la participación y la importancia que
tiene la familia y la sociedad para atender al niño en etapa temprana para
evitar que llegue a esas fatídicas consecuencias… (todos tenemos algo de culpa).