Es
la inflamación de la parte media del oído (otitis) que se caracteriza por
acumular un fluido no purulento en su interior, sin datos manifiestos de
infección aguda. Se le llama también otitis media serosa, otitis media mucosa,
catarro de oído o como oído pegajoso.
El oído medio se considera al espacio que se limita con el oído externo por la membrana timpánica, con comunicación hacia la garganta por un tubo (trompa de Eustaquio); y en su interior, se encuentran los huesos encargados de transmitir las vibraciones del sonido al oído interno, en donde está el laberinto, que transforma la estimulación mecánica en impulsos nerviosos y los lleva por el nervio asociado al centro de la audición cerebral.
Esta otitis puede producirse espontáneamente a consecuencia de alteración en la función en la trompa de Eustaquio o como respuesta inflamatoria posterior a una infección aguda del oído medio, manteniendo como requisito la membrana timpánica intacta.
Es una enfermedad propia de los niños, padeciéndola el 90% antes de la edad escolar, sobre todo entre los seis meses y cuatro años. En el 80% de los casos es bilateral. La prevalencia oscila entre el 10 a 17% entre los niños de dos a cuatro años y luego disminuye al 3-4% entre los seis y ocho años La mayoría de sus episodios (90%) se resuelven de forma espontánea en los siguientes tres meses, pero entre los restantes afectados un 30-40% de ellos tienen cuadros con derrames recurrentes y entre 5 a 10% de pacientes, la duración se prolonga por más de un año.
La importancia de esta enfermedad obedece a su elevada prevalencia, que genera un gran número de consultas en atención primaria, con el inconveniente que su identificación se dificulta ante una revisión deficiente, y cuando se identifica, no hay la correcta valoración de su duración, y del riesgo de complicaciones, entre las que destaca la hipoacusia y sus consecuencias en el aprendizaje. Condiciona una de las causas más frecuentes de proceso quirúrgico de rehabilitación infantil y, sin tratamiento deja secuelas especiales. En cambio, la detección diagnóstica y de sus complicaciones en forma adecuada, permiten la derivación del paciente en tiempo conveniente con el otorrinolaringólogo pediatra, para lograr su recuperación anatómica y funcional.
Cuando este cuadro se presenta en forma posterior a un cuadro agudo de otitis, el derrame del oído medio puede persistir durante algunas semanas después de que los síntomas agudos hayan desaparecido. Algunos niños desarrollan la forma crónica que se establece como el derrame del oído medio que persiste durante tres meses o más, sin signos de inflamación aguda.
Existen varios factores que se consideran como predisponentes para el desarrollo de esta alteración, señalando entre ellos: antecedentes de familiares con cuadros de otitis aguda, alimentación con biberón, sexo masculino, asistencia a guarderías, crecimiento excesivo de la adenoides, exposición al humo del tabaco y nivel socioeconómico bajo. Ya como alteraciones orgánicas se refieren las anomalías faciales de la parte media de la cara (como en la trisomía 21) y los niños con sobrepeso y obesidad.
El desarrollo de la enfermedad parece ser una condición multifactorial, que resulta de una variedad de eventos desencadenantes que convergen en una vía común de la inflamación, con infección secundaria y liberación adicional de material fluido al interior del oído medio, con sobreproducción de moco a partir de la proliferación adicional de células productoras del mismo.
La alteración funcional del conducto de Eustaquio es un factor clave para esta patología. Su función principal consiste en equilibrar la presión del oído medio a la presión atmosférica, además del drenaje de la secreción liberada en el oído medio. Cuando la apertura en su extremo inferior (en la garganta) es insuficiente o está bloqueado, la presión del oído medio disminuye en forma progresiva hasta convertirse en negativa, influyendo a la aparición de trasudado en el oído medio y, en forma posterior, se modifica el tejido superficial y se incrementa la producción de moco. En ocasiones, el bloqueo inferior no es completo y permite el paso de microbios al oído medio.
La obstrucción de ese conducto en otras ocasiones no es secundaria a procesos inflamatorios y puede ser por condiciones naturales o mecánicas. A menor edad se distingue en menor longitud, posición más horizontal (10º de inclinación respecto a una línea horizontal comparado con 45º del adulto) con déficit en la función muscular de apertura, estructura cartilaginosa de menor consistencia con facilidad para el colapso y disminución en la eliminación del moco producido. Ya como condiciones mecánicas están los procesos inflamatorios de garganta, con obstrucción asociada: crecimiento de adenoides, reflujo gástrico o por tumores localizados en región nasal o faríngea.
En forma notoria cabe destacar que, el niño no suele quejarse de malestar alguno que pueda alertar a familiares o médicos sobre esta condición, que suele diagnosticarse al realizar el examen específico del oído. El síntoma más habitual es la disminución del nivel auditivo hasta en 30 decibelios (dB), que el niño no lo podrá referir, primero: por su edad de afección y también, por no ser una disminución súbita. En forma asociada se deberá sospechar en niños con retraso en desarrollo de lenguaje y/o deficiencia en desempeño académico. Debe ser una maniobra que todo médico en atención de menores a cinco años debe realizar en forma obligada para identificarla, tratar y dar seguimiento. El médico identifica la alteración por notar la presencia del líquido detrás de la membrana timpánica íntegra y además por comprobar que el movimiento natural de esa membrana se encuentra disminuido o ausente. Ya con estos datos, debe enviar al afectado a pruebas auditivas para identificar su grado de disminución y al especialista en otorrinolaringología pediátrica para considerar los factores que participan y valorar en su tratamiento un pequeño corte en la membrana timpánica y/o la colocación de un tubo transitorio en la membrana que facilite el drenaje del líquido; que en caso de no eliminarse, puede modificar las características funcionales de la cadena de huesos en oído medio y, establecer entonces una afección auditiva diferente.
Otros síntomas que pueden referir algunos niños en especial pueden ser: sensación de plenitud (oído lleno), zumbidos y/o alteraciones del equilibrio que pueden notarse con inestabilidad o torpeza a la marcha, caídas o tropiezos frecuentes.
Las complicaciones además de la disminución o pérdida auditiva posterior pueden ser variadas. La membrana timpánica puede endurecerse o desarrollar calcificaciones. Puede formarse bolsas de acumulación de líquido, erosión de los huesos timpánicos o una colección especial llamada colesteatoma que, ante su crecimiento progresivo, puede destruir la cadena de los huesecillos y los tejidos cercanos.
El riesgo de desarrollar una otitis serosa disminuye con el crecimiento del niño, fundamentalmente debido a la maduración de la trompa de Eustaquio y del sistema inmunitario. La disminución de la frecuencia de las infecciones respiratorias altas, la atrofia del tejido adenoideo y la mejora de la higiene local favorecen la desaparición de los mecanismos causales. En forma preventiva se recomienda: evitar la exposición a tabaco, promover lactancia materna, cuidar la evolución de cuadros gripales, no bloquear ambas fosas simultáneas al “sonarse la nariz”, no utilizar biberones y chupones, evitar la alimentación acostado, evitar baños en tina, suspender en forma temporal su asistencia a guarderías y comprobar esquema de vacunas.
Aproximadamente el 50% de los oídos con otitis serosa se normalizan en un periodo de 2 meses, por lo que es recomendable esperar al menos 3 meses antes de establecer un tratamiento quirúrgico. Sin embargo, la decisión de observación durante tiempos superiores a 6 meses debe ser resultado del balance entre las posibles consecuencias en la audición, el retraso del lenguaje, el desarrollo general y el rendimiento escolar.
El oído medio se considera al espacio que se limita con el oído externo por la membrana timpánica, con comunicación hacia la garganta por un tubo (trompa de Eustaquio); y en su interior, se encuentran los huesos encargados de transmitir las vibraciones del sonido al oído interno, en donde está el laberinto, que transforma la estimulación mecánica en impulsos nerviosos y los lleva por el nervio asociado al centro de la audición cerebral.
Esta otitis puede producirse espontáneamente a consecuencia de alteración en la función en la trompa de Eustaquio o como respuesta inflamatoria posterior a una infección aguda del oído medio, manteniendo como requisito la membrana timpánica intacta.
Es una enfermedad propia de los niños, padeciéndola el 90% antes de la edad escolar, sobre todo entre los seis meses y cuatro años. En el 80% de los casos es bilateral. La prevalencia oscila entre el 10 a 17% entre los niños de dos a cuatro años y luego disminuye al 3-4% entre los seis y ocho años La mayoría de sus episodios (90%) se resuelven de forma espontánea en los siguientes tres meses, pero entre los restantes afectados un 30-40% de ellos tienen cuadros con derrames recurrentes y entre 5 a 10% de pacientes, la duración se prolonga por más de un año.
La importancia de esta enfermedad obedece a su elevada prevalencia, que genera un gran número de consultas en atención primaria, con el inconveniente que su identificación se dificulta ante una revisión deficiente, y cuando se identifica, no hay la correcta valoración de su duración, y del riesgo de complicaciones, entre las que destaca la hipoacusia y sus consecuencias en el aprendizaje. Condiciona una de las causas más frecuentes de proceso quirúrgico de rehabilitación infantil y, sin tratamiento deja secuelas especiales. En cambio, la detección diagnóstica y de sus complicaciones en forma adecuada, permiten la derivación del paciente en tiempo conveniente con el otorrinolaringólogo pediatra, para lograr su recuperación anatómica y funcional.
Cuando este cuadro se presenta en forma posterior a un cuadro agudo de otitis, el derrame del oído medio puede persistir durante algunas semanas después de que los síntomas agudos hayan desaparecido. Algunos niños desarrollan la forma crónica que se establece como el derrame del oído medio que persiste durante tres meses o más, sin signos de inflamación aguda.
Existen varios factores que se consideran como predisponentes para el desarrollo de esta alteración, señalando entre ellos: antecedentes de familiares con cuadros de otitis aguda, alimentación con biberón, sexo masculino, asistencia a guarderías, crecimiento excesivo de la adenoides, exposición al humo del tabaco y nivel socioeconómico bajo. Ya como alteraciones orgánicas se refieren las anomalías faciales de la parte media de la cara (como en la trisomía 21) y los niños con sobrepeso y obesidad.
El desarrollo de la enfermedad parece ser una condición multifactorial, que resulta de una variedad de eventos desencadenantes que convergen en una vía común de la inflamación, con infección secundaria y liberación adicional de material fluido al interior del oído medio, con sobreproducción de moco a partir de la proliferación adicional de células productoras del mismo.
La alteración funcional del conducto de Eustaquio es un factor clave para esta patología. Su función principal consiste en equilibrar la presión del oído medio a la presión atmosférica, además del drenaje de la secreción liberada en el oído medio. Cuando la apertura en su extremo inferior (en la garganta) es insuficiente o está bloqueado, la presión del oído medio disminuye en forma progresiva hasta convertirse en negativa, influyendo a la aparición de trasudado en el oído medio y, en forma posterior, se modifica el tejido superficial y se incrementa la producción de moco. En ocasiones, el bloqueo inferior no es completo y permite el paso de microbios al oído medio.
La obstrucción de ese conducto en otras ocasiones no es secundaria a procesos inflamatorios y puede ser por condiciones naturales o mecánicas. A menor edad se distingue en menor longitud, posición más horizontal (10º de inclinación respecto a una línea horizontal comparado con 45º del adulto) con déficit en la función muscular de apertura, estructura cartilaginosa de menor consistencia con facilidad para el colapso y disminución en la eliminación del moco producido. Ya como condiciones mecánicas están los procesos inflamatorios de garganta, con obstrucción asociada: crecimiento de adenoides, reflujo gástrico o por tumores localizados en región nasal o faríngea.
En forma notoria cabe destacar que, el niño no suele quejarse de malestar alguno que pueda alertar a familiares o médicos sobre esta condición, que suele diagnosticarse al realizar el examen específico del oído. El síntoma más habitual es la disminución del nivel auditivo hasta en 30 decibelios (dB), que el niño no lo podrá referir, primero: por su edad de afección y también, por no ser una disminución súbita. En forma asociada se deberá sospechar en niños con retraso en desarrollo de lenguaje y/o deficiencia en desempeño académico. Debe ser una maniobra que todo médico en atención de menores a cinco años debe realizar en forma obligada para identificarla, tratar y dar seguimiento. El médico identifica la alteración por notar la presencia del líquido detrás de la membrana timpánica íntegra y además por comprobar que el movimiento natural de esa membrana se encuentra disminuido o ausente. Ya con estos datos, debe enviar al afectado a pruebas auditivas para identificar su grado de disminución y al especialista en otorrinolaringología pediátrica para considerar los factores que participan y valorar en su tratamiento un pequeño corte en la membrana timpánica y/o la colocación de un tubo transitorio en la membrana que facilite el drenaje del líquido; que en caso de no eliminarse, puede modificar las características funcionales de la cadena de huesos en oído medio y, establecer entonces una afección auditiva diferente.
Otros síntomas que pueden referir algunos niños en especial pueden ser: sensación de plenitud (oído lleno), zumbidos y/o alteraciones del equilibrio que pueden notarse con inestabilidad o torpeza a la marcha, caídas o tropiezos frecuentes.
Las complicaciones además de la disminución o pérdida auditiva posterior pueden ser variadas. La membrana timpánica puede endurecerse o desarrollar calcificaciones. Puede formarse bolsas de acumulación de líquido, erosión de los huesos timpánicos o una colección especial llamada colesteatoma que, ante su crecimiento progresivo, puede destruir la cadena de los huesecillos y los tejidos cercanos.
El riesgo de desarrollar una otitis serosa disminuye con el crecimiento del niño, fundamentalmente debido a la maduración de la trompa de Eustaquio y del sistema inmunitario. La disminución de la frecuencia de las infecciones respiratorias altas, la atrofia del tejido adenoideo y la mejora de la higiene local favorecen la desaparición de los mecanismos causales. En forma preventiva se recomienda: evitar la exposición a tabaco, promover lactancia materna, cuidar la evolución de cuadros gripales, no bloquear ambas fosas simultáneas al “sonarse la nariz”, no utilizar biberones y chupones, evitar la alimentación acostado, evitar baños en tina, suspender en forma temporal su asistencia a guarderías y comprobar esquema de vacunas.
Aproximadamente el 50% de los oídos con otitis serosa se normalizan en un periodo de 2 meses, por lo que es recomendable esperar al menos 3 meses antes de establecer un tratamiento quirúrgico. Sin embargo, la decisión de observación durante tiempos superiores a 6 meses debe ser resultado del balance entre las posibles consecuencias en la audición, el retraso del lenguaje, el desarrollo general y el rendimiento escolar.