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Trastorno por estrés postraumático

 

El trastorno de estrés postraumático (TEPT) en niños y adolescentes, se produce como resultado de su exposición a uno o más eventos traumáticos: muerte real o amenaza de muerte, lesiones o amenaza de daños graves o violencia doméstica y/o sexual, que lo llevan a sentir un miedo intenso, impotencia u horror. Los eventos traumáticos pueden adoptar muchas formas, incluidos accidentes, violencia familiar, procedimientos médicos dolorosos, agresiones físicas o sexuales, desastres naturales, muerte o lesión traumática de un ser querido y abuso o negligencia emocional.
Los acontecimientos traumáticos superan la capacidad del individuo para afrontarlos y hacen que el niño o adolescente sienta que el mundo es peligroso y está fuera de control. El acontecimiento traumático afecta profundamente la visión que el niño o adolescente tiene de sí mismo y del mundo. El recuerdo del acontecimiento se codifica de forma diferente a los recuerdos normales. En lugar de pensar en él, la persona lo vuelve a experimentar a partir de su memoria. El dolor de la reexperimentación lleva al individuo a tener miedo del recuerdo, y no simplemente miedo del acontecimiento.
Los elementos clave del trastorno de estrés postraumático son los recuerdos súbitos no controlados, el entumecimiento y el retraimiento, los cambios en su capacidad mental y la hiperactivación. El impacto de un trauma aislado (como un accidente de tráfico o una paliza) es diferente del de un trauma crónico, como el abuso infantil continuo, aumentan en gran medida el riesgo de desarrollar trastorno límite de la personalidad, trastorno negativista desafiante, trastorno de conducta y depresión en la edad adulta. El abuso sexual tiene amplios efectos sobre la capacidad del niño para tener relaciones románticas estables y satisfactorias durante la edad adulta. También pueden producirse trastornos disociativos.
El impacto de los acontecimientos traumáticos en los niños suele ser más profundo que el de los traumas en los adultos, no sólo porque el niño tiene menos recursos emocionales e intelectuales para afrontarlos, sino porque su desarrollo se ve afectado negativamente. Si un adulto sufre un trauma y un deterioro de su funcionamiento, después de un tiempo, cuando la persona se recupere, por lo general puede volver a su estado anterior de funcionamiento, suponiendo que no haya causado daños graves a sus relaciones, estudios y trabajo. Sin embargo, un niño se verá apartado de su camino de desarrollo y, después de curarse del trauma, no estará a la altura de sus compañeros y de las exigencias de la escuela. Por lo tanto, sufrirá frustraciones y decepciones constantes incluso cuando se haya curado del trauma.
La persona siente que está a merced del mundo en lugar de ser dueña de su propio destino. Esto tiene graves consecuencias para la forma en que la persona conduce su vida en el futuro. A menudo, también se produce una indefensión aprendida, una tendencia a no poder escapar de situaciones peligrosas cuando es posible hacerlo. También se produce una menor resiliencia y una mayor vulnerabilidad a futuros acontecimientos traumáticos. Muchas personas que sufren eventos traumáticos desarrollan síntomas depresivos o de ansiedad.
Aproximadamente entre el 15% y el 43% de los niños sufren un incidente traumático. De estos niños, entre el 3% y el 15% de las niñas y entre el 1% y el 6% de los niños desarrollan TEPT. Las tasas de TEPT son más altas en el caso de la violencia interpersonal. Los eventos de mayor intensidad tienen un mayor riesgo de inducir TEPT.
Los niños con problemas de salud mental preexistentes tienen más probabilidades de verse afectados por una experiencia traumática, en particular si ya tenían ansiedad o si se los describe como personas con un temperamento lento para reaccionar o con una alta reactividad. Una inteligencia limitada disminuye el mecanismo de afrontamiento y aumenta la vulnerabilidad. El apoyo de los padres también es crucial.
Los niños pueden revivir los eventos traumáticos de diversas maneras, como las siguientes: mediante recuerdos súbitos e intensos que incluyan recordar sensaciones especiales, en los momentos que se encuentren en actividades recreativas o de juegos.
Así para considerar que un niño (mayor de seis años) o adolescente padece esta alteración, las manifestaciones que debe satisfacer son los siguientes: exposición a una muerte real o amenaza a la vida, lesiones graves o violencia sexual (cualquier actividad sexual no deseada se considera violencia sexual). Presencia de uno o más signos (inmovilidad, temblor, gritos, huir, etc.) asociados al recuerdo incontrolado y repetido específico con el evento o eventos traumáticos. Evitación persistente de estímulos asociados con el evento o eventos traumáticos. Alteraciones negativas en sus capacidades mentales y el estado de ánimo asociadas con el(los) evento(s) traumático(s). Alteraciones marcadas en la excitación y la reactividad (gritan, tiemblan, tratan de huir, etc.) asociadas con los eventos traumáticos. Duración de la perturbación superior a 1 mes. Angustia o deterioro significativo en áreas importantes de su funcionamiento corporal.  Incapacidad de atribuir la alteración a los efectos fisiológicos de una sustancia u otra condición médica (enfermedad).
Ya para los menores de seis años, se consideran: experimentar directamente el evento traumático, presenciar el evento o enterarse de que le ocurrió a uno de sus padres o a su cuidador. Síntomas particulares repentinos y sin control, asociados al evento (recuerdos recurrentes, sueños angustiantes, reacciones disociativas, malestar marcado o reacción fisiológica en respuesta a la exposición a desencadenantes traumáticos). Evitación de situaciones o cosas que despiertan recuerdos del trauma o alteraciones negativas en las cogniciones (aumento de las emociones negativas, disminución del interés en actividades significativas, aislamiento social, disminución de las emociones positivas). Alteraciones del estado de alerta y reactividad asociadas a los eventos traumáticos (dos de ellas: irritabilidad, hipervigilancia, sobresalto exagerado, problemas de concentración, alteración del sueño). Duración de la perturbación superior a 1 mes. Angustia o deterioro evidente significativo en las relaciones con los padres, hermanos, compañeros u otros cuidadores o en el comportamiento escolar. Incapacidad de atribuir la alteración a los efectos fisiológicos de una sustancia u otra condición médica (enfermedad).
Para comprobar la existencia de esta alteración, no existen estudios de laboratorio y tampoco estudios de imagen específicos que permitan establecer este diagnóstico, que contrasta con la cantidad de pruebas psicológicas que pueden ser útiles para su tratamiento, donde sus objetivos iniciales serán proporcionar un ambiente seguro, tranquilidad, apoyo emocional, cariño y atender las necesidades médicas urgentes.
La terapia psicológica implica ayudar al niño a adquirir su sensación de seguridad y abordar los múltiples problemas emocionales y de comportamiento que pueden surgir, mediante técnicas especiales y pláticas sobre su conducta, terapias de relajación (yoga, hipnosis, meditación, etc.) y/o terapia de juego. El especialista en conducta infantil (paidopsiquiatra) podrá ofrecer en caso necesario, alternativas especiales de medicamentos de acuerdo con la respuesta que detecte a corregir. 
El pronóstico del TEPT depende de la gravedad y cronicidad del trauma y del impacto en la vida del niño, las reacciones y el comportamiento de los cuidadores y la oportunidad de recibir tratamiento. La exposición prolongada al trauma tiene un pronóstico mucho más grave que la exposición a eventos traumáticos individuales, en desempeño escolar y social.

Trastorno por estrés postraumático


Es el comportamiento anormal con alteraciones de conducta, como respuesta secundaria a todo estímulo o evento grave, imprevisible, súbito, prolongado o crónico que altera el equilibrio emocional y orgánico del niño o adolescente, sin desarrollar un mecanismo de compensación por incapacidad, sobre-activación o fatiga.
De forma natural, nuestro cerebro está diseñado para detectar, procesar, almacenar, percibir y actuar sobre la información del mundo externo e interno para mantenernos con vida. Con este fin, nuestro cerebro tiene sistemas neuronales organizados, todos trabajando en proceso continuo y dinámico de modulación, regulación, compensación (con incremento o disminución) para controlar nuestra respuesta orgánica adaptativa.
Conviene señalar que el estrés forma parte del desarrollo durante la infancia, ya que durante la adquisición de las diferentes funciones corporales, nuestro organismo se ve expuesto a diferentes estímulos que lo retan, a desarrollar una condición que la controle y lo estabilice para superar el reto que representa su presencia. Como ejemplos podemos citar la relativa angustia que experimenta un niño para obtener fines específicos, que le permiten desarrollar el lenguaje y la marcha; las infecciones que estimulan el desarrollo inmunológico; la exploración del ambiente que lo rodea, bajo la atención del familiar que lo supervisa permitirá su identificación de forma adecuada.
En todas estas respuestas notaremos que posterior al evento de reto, se consigue la sensación o experiencia, que permite una respuesta secundaria y en especial equilibrio a la estimulación emocional y orgánica (nerviosismo-tranquilidad, aumento de frecuencia cardíaca y respiratoria-normalidad) e incluso pasar del miedo al gusto (ej. resbaladillas).
Cada año en cualquier lugar del mundo una proporción variable de la población infantil   (las estadísticas van de 10 hasta el 70%), experimentan algún suceso traumático extremo. Estos incluyen accidentes automovilísticos, desastres naturales (terremotos, huracanes, inundaciones, etc.), enfermedades potencialmente mortales, abuso físico o sexual, violencia doméstica o social, procedimientos médicos dolorosos (quemaduras, amputaciones, inyecciones, curaciones, etc.), secuestros, muerte repentina o violenta de un familiar por citar los más comunes; en donde cada niño o adolescente puede experimentar el evento, presenciarlo o conocerlo de familiares o amigos cercanos, que le afectan de forma negativa en su desarrollo emocional; y le originan, la evolución de un problema neuropsiquiátrico de manifestaciones variables en su vida futura.
Cuando el estímulo que actúa sobre nuestro cerebro, es una condición que lo lleva más allá de su dinámica funcional normal, a ese estímulo se le puede considerar como factor de estrés; que se le denomina como traumático, cuando se presenta de forma súbita y de una intensidad exagerada o de forma repetitiva, alterando el mecanismo de equilibrio emotivo o sensorial de forma inmediata o frecuente. Al no existir la capacidad de adaptación y crear conductas anormales se manifiesta como trastorno por estrés postraumático.
A la capacidad de adaptarse positivamente a la adversidad, para superar este trastorno se le conoce como resilencia, que parece estar relacionado con la inteligencia, la capacidad para hablar sobre las experiencias personales, la capacidad para comprender a los demás y la capacidad para buscar ayuda. Para su desarrollo influyen factores genéticos, biológicos, cognitivos e interpersonales.
Este trastorno tiene manifestaciones variables de angustia, depresión o de ansiedad, de acuerdo a las condiciones particulares del evento traumático. Para ser considerado su existencia, los niños mayores de seis años y/o los adolescentes, debieron de estar en  exposición a muerte real o amenaza de muerte, lesiones graves o de violencia sexual; mientras que los menores de seis años, tendrá como antecedente similar el haber sufrido la experiencia traumática en forma directa, presenciando o por haber oído el relato de su familiar o supervisor. Las alteraciones pueden variar, pero pueden relacionar:
Pensamientos invasivos del suceso: que se manifiesten como  trastornos del sueño o pesadillas, recuerdos recurrentes no deseados del evento, actuar o sentir como si el suceso estuviera volviendo a ocurrir, angustia y miedo al recordar el trauma, asustarse o ponerse muy nervioso cuando algo desencadena los recuerdos del acontecimiento, y que el infante o adolescentes pueda recrear con dolor lo sucedido en sus juegos o dibujos.
Evitar cualquier cosa que recuerde el evento traumático: manifestado como evitar pensar o hablar sobre el trauma, evitar las actividades, lugares o personas que relacionan recuerdos del evento y/o incapacidad de recordar aspectos importantes de lo sucedido.
Estado de ánimo o pensamientos negativos desde el momento que ocurrió el suceso: inseguridad manifiesta con preocupaciones y creencias continuas de desconfianza, a las personas y situaciones sociales habituales, culpabilizarse a sí mismos como responsables o influyentes en el evento adverso, ausencia de interés para participar en sus actividades habituales, emociones de ira, vergüenza, miedo secundarios al trauma, desapego y distanciamiento a otras personas, incapacidad o dificultad para poder experimentar emociones positivas (felicidad, satisfacción, cariño).
Sensaciones de ansiedad o reacciones físicas de ansiedad prolongadas: como: dificultad para conciliar el sueño y para mantenerlo, sobresaltos, estado constante o frecuente de irritabilidad, enfado o malhumor. Problemas para prestar atención o poder concentrarse en actividad escolar o laboral. Estar siempre al acecho de señales de alarma o peligro.    
Cualquiera de estas alteraciones suele iniciar durante el primer mes tras producirse el trauma, pero es posible que no se manifiesten hasta meses o incluso años después. Deberá contar al menos con duración de un mes y no ser atribuido al efecto de alguna sustancia o enfermedad orgánica específica.
Estos síntomas, suelen proseguir durante años tras el suceso traumático y cerca de la mitad se recuperan en 3 meses, algunos desarrollan un problema a largo plazo con una personalidad postraumática, que incluye conductas impulsivas, abuso de sustancias, agresión, trastornos de la alimentación, comportamiento sexual, estado de ánimo lábil, enojo, ataques de pánico. y disociación. Los pacientes con trastorno de estrés postraumático crónico tienen un mayor riesgo de ideación suicida y mortalidad por suicidio. El trastorno de estrés postraumático crónico se asocia a futuro con una discapacidad laboral, con un impacto similar al de la depresión mayor.
Es muy probable que esta alteración no sea detectada, cuando el interrogatorio no hace búsqueda intencionada de algún evento traumático particular, en los antecedentes del paciente. Es poco probable que el familiar establezca vínculo del evento sucedido en tiempo variable, con las alteraciones secundarias posteriores. Así el rendimiento escolar disminuido, el comportamiento aislado y falta de comunicación sean catalogados como otros trastornos de conducta o deficiencias orgánicas. Esa dificultad puede empeorar cuando los niños son evaluados varias veces a lo largo de muchos años, por establecer un diagnóstico cada vez más confuso, por permitir que el trastorno postraumático pueda evolucionar generando así diferentes diagnósticos y tratamientos sin efecto apropiado.
En la exploración del paciente no existen signos físicos específicos del trastorno, pero se podrá sospechar un trastorno de estrés postraumático en el niño que tiene demasiado miedo de ser tocado o abordado por el médico. No hay estudios de laboratorio para apoyar esta alteración por lo que es conveniente la evaluación con pruebas psicológicas y su tratamiento mediante terapia de apoyo individual y familiar por esa especialidad.
Antes de iniciar la terapia es necesario que los niños y adolescentes sientan seguridad, apoyo y comprensión… pero en mayoría, sus familiares los perjudican haciéndoles señalamientos de minimización o de invalidez que influyen a una atención tardía.