La
pandemia de COVID-19 está teniendo un coste extraordinario en términos de salud
(enfermedad, muerte y reducción de la esperanza de vida), productividad económica,
social, aislamiento y soledad, con renuncia a comportamientos sociales que
creíamos imprescindibles. Las personas de mayor edad están pagando un alto
precio por su mayor susceptibilidad a la infección grave por el virus. Esto ha
determinado las prioridades de la respuesta a la pandemia y que todos los demás
objetivos sociales y sanitarios hayan cedido a ello, incluidos los relativos a
la salud infantil.
El
impacto de la pandemia en los niños y adolescentes es, según muestran numerosos
estudios y la experiencia real, notablemente menor que en los grupos de
población de mayor edad, sobre todo en términos de enfermedad grave y
mortalidad. De acuerdo con recientes estudios estadísticos en diferentes
países, se establece que, en esta tercera oleada de la enfermedad (ahora con la
variante delta), aproximadamente la quinta parte de los afectados (20%) corresponden
a menores de 14 años -que se incrementó de la previa cuando el reporte
establecía hasta un 13% de los afectados-. Del total de menores de 14 años
afectados, se hospitalizan el 0.62%. Del total de esos hospitalizados (100%),
solo el 5% requiere de atención intensiva con defunción en uno de cada 20 de
ellos.
Los
menores de 20 años tienen mayor transmisibilidad del virus original, pero esa
capacidad está en proporción inversa con los grupos de edad, ya que en ellos
los datos de la enfermedad son menos evidentes; por tanto, los de menor edad
son más contagiosos. El periodo de contagiosidad es diferente también en las
dos cepas conocidas. La original tiene un periodo de contagiosidad hasta por
catorce días, mientras que la variante delta este periodo es hasta de 18 días. La
variedad original del virus tenía posibilidad de contagio de 2 a 3 personas,
mientras que la variante delta tiene posibilidad de contagio de 5 a 8 personas.
Así para tener oportunidad de producir inmunidad de tipo rebaño, con la
variante original sería necesario tener una cobertura de vacunación hasta de
70%; mientras que, la variante delta requiere una cobertura de 85% En la
mayoría de los países el 35 al 40% de la población son menores de 18 años, así
que incluir a esa población involucra tener mayor rango de vacunación y efecto
rebaño más apropiado. Con la vacunación se limita el periodo de contagiosidad,
capacidad de contagio a personas y se puede lograr en forma global más adecuada
el efecto rebaño -(protector) donde al tener la mayoría de la población una protección
específica, los no vacunados tienen menor riesgo de poder adquirir la
enfermedad-.
La
vacunación en los menores de edad representa para ellos, la oportunidad de ser
menor el número de atención hospitalaria y menor mortalidad aún. Sin vacunación
el problema adicional se define por la capacidad de multiplicación del virus en
sus cuerpos -sin que manifiesten en la mayoría de las ocasiones síntomas que lo
hagan considerar-, con riesgo de transmitir la enfermedad a susceptibles adultos
de riesgo o población no inmunizada, favoreciendo al aumento de su morbimortalidad.
Asociada
a la vacunación en adolescentes, se ha referido en ellos el riesgo de
desarrollar inflamación de los tejidos cardiacos de forma secundaria, pero se
ha demostrado que este riesgo es mucho mayor cuando el adolescente desarrolla
la enfermedad, donde su evolución cardiaca no es autolimitada y tampoco de buen
pronóstico.
Las
medidas sanitarias establecidas puestas en marcha de forma muy desigual en el
mundo, ha logrado mitigar, solo parcialmente, la diseminación de la infección.
Y por ello, se han depositado todas las esperanzas en que la vacunación masiva
nos devuelva a la normalidad perdida y en los niños sus expectativas de
desarrollo emocional y social.
Se
cuestiona en diferentes formas el desarrollo y la eficacia de la vacuna, en
particular por personas que están en su contra -antivacunas-, lamentablemente
por ignorancia.
Se
critica que fue muy poco tiempo para poder desarrollar la vacuna, pero el coronavirus
ya era conocido desde antes (SARS COV-1) y ya se tenía establecida la
tecnología para poder desarrollar su vacuna, que se definió al momento de
conocer mejor al virus en particular. Hubo un gran sentido de urgencia en todo
el mundo, atención científica y trabajo en equipo para ayudar a hacer posible
la vacuna y salvar vidas en forma más rápida. La inversión económica involucró
la urgencia sanitaria con interés mundial, grupos experimentales se presentaron
de forma más espontánea (por interés de tener beneficio anticipado en su salud)
y el empleo de una nueva tecnología, utilizando una partícula viral específica
del virus -RNA mensajero-, sin asociar a algún virus atenuado, constituye un
adelanto en la tecnología de las vacunas para tener menos efectos adversos y
mejor respuesta inmune. Los científicos de todo el mundo trabajaron juntos,
compartiendo información y obtuvieron mucho apoyo para estudiar la vacuna, su
eficacia y poner a diferentes gobiernos la disponibilidad para sus comunidades.
En
este momento, las únicas vacunas contra el COVID-19 disponible para edades de 5
a 18 años son las de RNA mensajero (Pfizer y Moderna) que han mostrado 100% de
eficacia contra hospitalización y muerte. La dosis de la vacuna contra
el COVID para niños de 5 a 11 años es más baja (10 microgramos) que
la dosis recomendada para mayores de 12 años (30 microgramos), garantizando
respuesta inmune favorable y menos efectos secundarios (en general después de
la segunda dosis). Aun no se terminan los estudios en grupos de edad de 6 meses
a cuatro años.
Las
vacunas no funcionan de la misma manera que lo hacen los medicamentos, como
ejemplo: los antibióticos. El cuerpo necesita la cantidad correcta de
medicamento para poder llegar a todas sus partes y encontrar el problema.
Dosificamos los antibióticos por peso, para que el medicamento pueda llegar a
todos los lugares en cuerpos de diferentes tamaños. Una vacuna, por otra parte,
ayuda al cuerpo a saber cómo detener los gérmenes antes de que lo enfermen.
Solo una dosis muy pequeña es todo lo que sus células necesitan para aprender a
detener los gérmenes. Las células del sistema inmune van al lugar donde se
administra la vacuna, en lugar de que la vacuna deba circular por todo el cuerpo.
Con la información proporcionada por la vacuna, las células inmunitarias lanzan
una respuesta para deshacerse del virus.
La
partícula del virus -de la vacuna- manda información para crear los “picos” que
permiten al virus poder adherirse a las células. Ya formados estos picos, el
sistema inmune los identifica para formar sustancias (anticuerpos) que los
ataquen, ante invasiones futuras (con el virus original); y de esa forma,
impedir que el virus logre introducirse a las células y multiplicarse para poder
ser -el portador- una fuente de contagio o de posible mutación viral al paso
del tiempo.
A
más de un año de haberse declarado la pandemia, es muy posible que la mayoría
de los niños que ya tuvieron contacto con algún familiar u otro niño, hayan
padecido la enfermedad sin que manifestaran dato alguno (o muy pocos datos) y,
en consecuencia, ya han formado anticuerpos específicos contra la gran variedad
de componentes del virus. En ellos, la aplicación de la vacuna incrementa su
respuesta inmune y evita en grado mayor la posibilidad de multiplicación viral,
infección y/o mutación futura.
La
vacunación en niños y adolescentes para esta enfermedad, cumple en especial dos
aspectos: protege de forma específica a estos grupos de edad para disminuir sus
manifestaciones y posibles riesgos, a base de un biológico de empleo seguro; y
por otra parte, ofrece protección indirecta al modificar (disminuyendo) la
transmisibilidad en niños contra adultos tomando en cuenta que los niños más
pequeños (principalmente asintomáticos) pueden ser más infectantes y cubre la
necesidad de cobertura en todas las edades para controlar mejor la pandemia,
cumpliendo de esa forma la prioridad en medicina para… dar opción mayor al
beneficio sobre el riesgo.