El
vértigo puede definirse como la sensación de rotación en el espacio, bien del
propio paciente, bien del medio que le rodea. Es un cuadro de difícil
valoración en la edad pediátrica debido a la dificultad del niño para
identificar el síntoma, lo cual crea una gran angustia en la familia y conlleva
la realización de pruebas innecesarias y costosas.
Las causas más frecuentes de vértigo en la infancia son los equivalentes migrañosos y el vértigo paroxístico benigno. Los niños pueden manifestarse con un síndrome que imita ciertos signos y síntomas clásicos de los trastornos vestibulares del adulto, como el vértigo posicional paroxístico benigno, generalmente asociado con el envejecimiento. El vértigo paroxístico benigno de la infancia, en el que la migraña es una manifestación clave junto con la aparición repentina de mareos, es un trastorno producido por alteración en la función del sistema (vestibular) del equilibrio, que se encuentra cerca del oído, poco común en los niños que se puede pasar por alto por los familiares y médicos.
Las quejas de mareos en los niños merecen una evaluación cuidadosa para identificar la enfermedad que la produce. En primer lugar, para identificar entre las causas de esta alteración, siempre se deberá de tomar en cuenta, su nivel general de maduración del niño, especialmente de su desarrollo del control postural. En segundo lugar, aunque tanto los niños como los adultos pueden verse afectados por los mismos trastornos, sus manifestaciones entre esos extremos de edad no son idénticos. En tercer lugar, los niños pueden tener menos facilidad para describir sus alteraciones que percibe (síntomas); y finalmente, los niños requieren diferentes enfoques para las pruebas donde se tiene que considerar el miedo y las necesidades apropiadas para su edad, y los resultados de estas pruebas deben ajustarse para que una población más joven sea completamente confiable.
Como punto especial a considerar en la diferenciación de cuadros de los adultos y los niños se tiene en cuenta que, en los adultos, la causa compatible se asocia a la liberación y desplazamiento, de algunas partículas en el interior de los canales que existen en el sistema (vestibular) del equilibrio localizado en la parte interna del oído, como efectos degenerativos por la edad o secundarios a algún trauma. El niño en cambio, al no tener esa condición asociada al paso del tiempo, su cuadro se asocia con un evento presente en la migraña, donde la contracción vascular disminuye el flujo sanguíneo en especial a esa zona del sistema vestibular, para generar las alteraciones del vértigo paroxístico.
Los cuadros de migraña ocurren en niños de todas las edades, llegándose a reportar desde los 18 meses, pero con mayor incidencia de los 6 a los 13 años. Este cuadro de vértigo paroxístico se presenta hasta en un 4% de la población infantil, con predominio en mujeres (2:1). Muchos niños con vértigo inicial y sospecha de corresponder al vértigo paroxístico desarrollan posteriormente migraña, que tiene grandes diferencias en relación con la migraña clásica del adulto, que ante esa diferencia suele ser confundida o mal identificada por los familiares y personal médico que así, en forma inmediata es descartada al no tener las manifestaciones del adulto. En la migraña infantil el síntoma más intenso (y la queja más común) suele ser malestar gastrointestinal y fiebre, en lugar de dolor de cabeza o alteraciones visuales del adulto, con recurrencias más frecuentes y de menor duración (duran menos de dos horas), con manifestaciones al evento paroxístico previo (aura) menos específicas y su dolor de cabeza es bilateral a diferencia del adulto, que suele afectar más a un lado predominante.
Cuando la migraña afecta a un vaso sanguíneo que se relaciona con el sistema vestibular, se producirán entonces alteraciones vestibulares asociadas con la migraña, que incluyen desequilibrio e intolerancia al movimiento que ocurren junto con dolor de cabeza, en lugar del síntoma previo propio de la migraña clásica. Ante esta condición, también puede asociarse -a futuro- la relación con el desarrollo de déficit auditivo por la falta de aporte circulatorio adecuado al oído interno, que en forma crónica puede causar daño progresivo.
El vértigo paroxístico se caracteriza por manifestar por lo menos en cinco ocasiones: crisis súbitas de vértigo, de breve duración, de carácter recurrente y asociado a posturas corporales particulares. Se desencadenan al acostarse o levantarse de la cama, con los giros de cabeza mientras se encuentra el afectado en posición boca arriba, durante la marcha mientras se extiende o se flexiona la cabeza en forma excesiva en su plano horizontal. En ocasiones despiertan al paciente y, a menudo, se acompañan de síntomas como: dificultad para mantener el equilibrio (ataxia), movimientos oculares anormales (nistagmos), vómitos, palidez y estado de temor, llegando a notar que algunos pacientes evitan inconscientemente la posición desencadenante y sólo refieren sensación de inestabilidad sin vértigo claro. Su curso clínico es variable, y aunque tiende a desaparecer espontáneamente en días, en ocasiones se producen exacerbaciones y remisiones durante períodos variables de tiempo (cada 2 a 4 meses).
Es adecuado integrar un interrogatorio completo para poder establecer sus posibles causas como ejemplo: algunos traumatismos, infecciones virales y episodios similares previos. Se deberá tomar en cuenta la edad del niño que asociará sus dificultades para expresar su sensación vertiginosa; puede referirse a ella como “doy vueltas”, “me caigo”, “me muevo solo”; e incluso, las crisis se podrán manifestar por episodios súbitos de miedo, llanto, caída o inmovilidad, que en esa proporción pueden corresponder a la angustia generada en los padres, ante el desconocimiento de este cuadro que le cause ese temor tan marcado.
Los datos de interrogatorio importantes asociados con los hallazgos específicos de la exploración clínica, en especial, con la presencia de movimiento anormal del globo ocular al momento de manifestar la alteración de inestabilidad, permiten al médico poder identificar en forma específica esta enfermedad, habiendo descartado otras alteraciones que pueden tener manifestaciones similares y viables de ser confundido con ellas, siendo varias alternativas, entre las cuales solo se mencionan alteraciones anatómicas o cuadros congénitos por antecedente de infección en el vientre materno, problemas particulares del oído medio, infección respiratoria superior y/o infección del oído, medicamentos tóxicos para el oído, enfermedades autoinmunes, migraña, tumor o enfermedad degenerativa de tejido neurológico, traumatismo craneoencefálico y la epilepsia posterior a trauma.
En caso de contar con alguna duda para confirmar el diagnóstico y también para probar su alteración particular, pueden realizarse diferentes tipos de estudios en donde el niño tendrá la percepción de sentirse invadido en su cuerpo, por las características propias de los medios de exploración, que así justifica dar información al familiar acompañante, para que pueda orientar al paciente sobre la forma de realizar los estudios, a fin de disminuir su tensión emocional y evitar que influya a modificar su resultado.
En cuanto a su tratamiento, cuando se sospecha de alguna partícula que se mueve de forma anormal en el interior de los conductos del sistema vestibular, el cuadro puede ser remitido con maniobras corporales específicas llegando a tener mejoría inmediata, pero cuando el cuadro no establece la probabilidad de alguna estructura en el interior, habrá de justificar el continuar con la realización de estudios para descartar enfermedades orgánicas, y ante su ausencia de datos que puedan establecer una causa específica, el cuadro idiopático generalmente es de buen pronóstico por desaparecer al paso del tiempo.
El pronóstico de la recuperación de la función vestibular en los niños suele ser variable e impredecible. La mayoría suelen recuperarse de forma espontánea entre las edades de cinco a ocho años, probablemente debido al movimiento continuo de la cabeza durante sus juegos y la actividad física diaria. Se reportan recurrencias hasta en el 15% de los casos, casi el 20% evoluciona a desarrollar en forma posterior cuadros de migraña y 20-25% manifiestan en forma posterior dolor abdominal o el cuadro de vómitos cíclicos.
Las causas más frecuentes de vértigo en la infancia son los equivalentes migrañosos y el vértigo paroxístico benigno. Los niños pueden manifestarse con un síndrome que imita ciertos signos y síntomas clásicos de los trastornos vestibulares del adulto, como el vértigo posicional paroxístico benigno, generalmente asociado con el envejecimiento. El vértigo paroxístico benigno de la infancia, en el que la migraña es una manifestación clave junto con la aparición repentina de mareos, es un trastorno producido por alteración en la función del sistema (vestibular) del equilibrio, que se encuentra cerca del oído, poco común en los niños que se puede pasar por alto por los familiares y médicos.
Las quejas de mareos en los niños merecen una evaluación cuidadosa para identificar la enfermedad que la produce. En primer lugar, para identificar entre las causas de esta alteración, siempre se deberá de tomar en cuenta, su nivel general de maduración del niño, especialmente de su desarrollo del control postural. En segundo lugar, aunque tanto los niños como los adultos pueden verse afectados por los mismos trastornos, sus manifestaciones entre esos extremos de edad no son idénticos. En tercer lugar, los niños pueden tener menos facilidad para describir sus alteraciones que percibe (síntomas); y finalmente, los niños requieren diferentes enfoques para las pruebas donde se tiene que considerar el miedo y las necesidades apropiadas para su edad, y los resultados de estas pruebas deben ajustarse para que una población más joven sea completamente confiable.
Como punto especial a considerar en la diferenciación de cuadros de los adultos y los niños se tiene en cuenta que, en los adultos, la causa compatible se asocia a la liberación y desplazamiento, de algunas partículas en el interior de los canales que existen en el sistema (vestibular) del equilibrio localizado en la parte interna del oído, como efectos degenerativos por la edad o secundarios a algún trauma. El niño en cambio, al no tener esa condición asociada al paso del tiempo, su cuadro se asocia con un evento presente en la migraña, donde la contracción vascular disminuye el flujo sanguíneo en especial a esa zona del sistema vestibular, para generar las alteraciones del vértigo paroxístico.
Los cuadros de migraña ocurren en niños de todas las edades, llegándose a reportar desde los 18 meses, pero con mayor incidencia de los 6 a los 13 años. Este cuadro de vértigo paroxístico se presenta hasta en un 4% de la población infantil, con predominio en mujeres (2:1). Muchos niños con vértigo inicial y sospecha de corresponder al vértigo paroxístico desarrollan posteriormente migraña, que tiene grandes diferencias en relación con la migraña clásica del adulto, que ante esa diferencia suele ser confundida o mal identificada por los familiares y personal médico que así, en forma inmediata es descartada al no tener las manifestaciones del adulto. En la migraña infantil el síntoma más intenso (y la queja más común) suele ser malestar gastrointestinal y fiebre, en lugar de dolor de cabeza o alteraciones visuales del adulto, con recurrencias más frecuentes y de menor duración (duran menos de dos horas), con manifestaciones al evento paroxístico previo (aura) menos específicas y su dolor de cabeza es bilateral a diferencia del adulto, que suele afectar más a un lado predominante.
Cuando la migraña afecta a un vaso sanguíneo que se relaciona con el sistema vestibular, se producirán entonces alteraciones vestibulares asociadas con la migraña, que incluyen desequilibrio e intolerancia al movimiento que ocurren junto con dolor de cabeza, en lugar del síntoma previo propio de la migraña clásica. Ante esta condición, también puede asociarse -a futuro- la relación con el desarrollo de déficit auditivo por la falta de aporte circulatorio adecuado al oído interno, que en forma crónica puede causar daño progresivo.
El vértigo paroxístico se caracteriza por manifestar por lo menos en cinco ocasiones: crisis súbitas de vértigo, de breve duración, de carácter recurrente y asociado a posturas corporales particulares. Se desencadenan al acostarse o levantarse de la cama, con los giros de cabeza mientras se encuentra el afectado en posición boca arriba, durante la marcha mientras se extiende o se flexiona la cabeza en forma excesiva en su plano horizontal. En ocasiones despiertan al paciente y, a menudo, se acompañan de síntomas como: dificultad para mantener el equilibrio (ataxia), movimientos oculares anormales (nistagmos), vómitos, palidez y estado de temor, llegando a notar que algunos pacientes evitan inconscientemente la posición desencadenante y sólo refieren sensación de inestabilidad sin vértigo claro. Su curso clínico es variable, y aunque tiende a desaparecer espontáneamente en días, en ocasiones se producen exacerbaciones y remisiones durante períodos variables de tiempo (cada 2 a 4 meses).
Es adecuado integrar un interrogatorio completo para poder establecer sus posibles causas como ejemplo: algunos traumatismos, infecciones virales y episodios similares previos. Se deberá tomar en cuenta la edad del niño que asociará sus dificultades para expresar su sensación vertiginosa; puede referirse a ella como “doy vueltas”, “me caigo”, “me muevo solo”; e incluso, las crisis se podrán manifestar por episodios súbitos de miedo, llanto, caída o inmovilidad, que en esa proporción pueden corresponder a la angustia generada en los padres, ante el desconocimiento de este cuadro que le cause ese temor tan marcado.
Los datos de interrogatorio importantes asociados con los hallazgos específicos de la exploración clínica, en especial, con la presencia de movimiento anormal del globo ocular al momento de manifestar la alteración de inestabilidad, permiten al médico poder identificar en forma específica esta enfermedad, habiendo descartado otras alteraciones que pueden tener manifestaciones similares y viables de ser confundido con ellas, siendo varias alternativas, entre las cuales solo se mencionan alteraciones anatómicas o cuadros congénitos por antecedente de infección en el vientre materno, problemas particulares del oído medio, infección respiratoria superior y/o infección del oído, medicamentos tóxicos para el oído, enfermedades autoinmunes, migraña, tumor o enfermedad degenerativa de tejido neurológico, traumatismo craneoencefálico y la epilepsia posterior a trauma.
En caso de contar con alguna duda para confirmar el diagnóstico y también para probar su alteración particular, pueden realizarse diferentes tipos de estudios en donde el niño tendrá la percepción de sentirse invadido en su cuerpo, por las características propias de los medios de exploración, que así justifica dar información al familiar acompañante, para que pueda orientar al paciente sobre la forma de realizar los estudios, a fin de disminuir su tensión emocional y evitar que influya a modificar su resultado.
En cuanto a su tratamiento, cuando se sospecha de alguna partícula que se mueve de forma anormal en el interior de los conductos del sistema vestibular, el cuadro puede ser remitido con maniobras corporales específicas llegando a tener mejoría inmediata, pero cuando el cuadro no establece la probabilidad de alguna estructura en el interior, habrá de justificar el continuar con la realización de estudios para descartar enfermedades orgánicas, y ante su ausencia de datos que puedan establecer una causa específica, el cuadro idiopático generalmente es de buen pronóstico por desaparecer al paso del tiempo.
El pronóstico de la recuperación de la función vestibular en los niños suele ser variable e impredecible. La mayoría suelen recuperarse de forma espontánea entre las edades de cinco a ocho años, probablemente debido al movimiento continuo de la cabeza durante sus juegos y la actividad física diaria. Se reportan recurrencias hasta en el 15% de los casos, casi el 20% evoluciona a desarrollar en forma posterior cuadros de migraña y 20-25% manifiestan en forma posterior dolor abdominal o el cuadro de vómitos cíclicos.