Es una alteración
del desarrollo que se manifiesta en etapas tempranas de la infancia. Se
caracteriza por la intensa concentración de una persona en su propio mundo
interior y la progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior, que
condiciona: anormalidades en la calidad de las interacciones sociales,
habilidades notablemente aberrantes de comunicación, además de actividades y
conductas repetitivas e intereses restringidos.
Se le conoce como
trastornos de un espectro, para establecer la amplitud que abarca para un grupo
de alteraciones, que incluyen: trastorno autista, trastorno generalizado del
desarrollo, síndrome de Asperger, síndrome de Rett y síndrome de X frágil.
La evaluación
periódica de los bebés y niños pequeños para detectar síntomas y signos de
trastorno autista es crucial, porque permite la derivación temprana de
pacientes para una evaluación y tratamiento adicionales. Los hermanos de
niños con autismo corren el riesgo de desarrollar rasgos de autismo e incluso pueden
tener datos completos. Por lo tanto, los hermanos también deben someterse a un
examen no solo para detectar síntomas relacionados con el autismo, sino también
para valorar retrasos en el lenguaje, dificultades de aprendizaje, problemas
sociales y ansiedad o síntomas depresivos. Cuando una madre ya tuvo un hijo con
un trastorno del espectro autista, la probabilidad de recurrencia varia entre
15 a 18%.
El factor que
llega a condicionar el desarrollo de esta alteración no está específicamente
definido. Las hipótesis incluyen anomalías genéticas, complicaciones
obstétricas al nacimiento, exposición a agentes tóxicos durante el embarazo al
igual que infecciones en el periodo de gestación y en los primeros meses
posteriores al nacimiento.
En las condiciones
obstétricas se considera como factor de riesgo que la madre ingiera
anticonvulsivante y en particular el que contiene valproato ya que existen estudios
que establecen su relación. En forma
similar, las madres con deficiencia en funcionamiento tiroideo también influyen
a la existencia de este trastorno, elevando la probabilidad en casi cuatro
veces. Entre las infecciones durante el embarazo se relaciona con mayor frecuencia
el que la madre haya padecido rubéola. De las sustancias tóxicas, solo se
considera como de riesgo, la exposición a pesticidas organoclorados (dicofol y
endosulfan) durante los primeros tres meses del embarazo y primeros 3 meses de
nacido. La inhalación de aire contaminado con estireno y cromo durante el
embarazo y los primeros dos años se relacionan con el trastorno, además de:
exposición a cianuro, cloruro de metileno, metanol y el arsénico, dispersos en
el aire contaminado.
Investigaciones
bien fundamentadas, han demostrado que la aplicación de las vacunas en los
primeros dos años, no tienen ningún efecto sobre el riesgo de desarrollar un
trastorno del espectro autista. El argumento contrario, solo tiene el propósito
de evitar que los niños se apliquen las vacunas. Otra teoría en el pasado
establecía que, los padres que no proporcionaban relaciones cálidas y afecto
condicionaban el desarrollo del autismo. Hasta el momento no se ha encontrado
como causa directa o específica, que los padres con déficit parental emocional
o psicológico, tengan mayor relación con los pacientes del espectro autista.
En estudios de
autopsia y de imagen (tomografía, resonancia magnética) se encuentran
alteraciones que asocian por las regiones cerebrales involucradas, alteraciones
en el control del comportamiento humano, el desarrollo de relaciones sociales,
emociones, el aprendizaje y la evaluación de los rasgos faciales. Se describen
existencia de zonas a especies de parches y pérdida de la arquitectura de la
corteza cerebral, que hacen considerar que la alteración se produce desde el
embarazo y con la detección temprana y estimulación favorable, se puede
condicionar que los parches le den opción de disminuir las manifestaciones
relacionadas al espectro autista.
A nivel molecular,
algunos neurotransmisores especiales se encuentran alterados en estos
pacientes. En algunos casos se demuestra la disminución de una enzima
relacionada con una sustancia de la vitamina B que puede justificar su ingesta.
También se llega a considerar que la enfermedad, puede verse agravada con el
consumo de productos lácteos, chocolates, maíz, azúcar, manzanas y plátanos,
pero esto no se ha confirmado en forma precisa.
Las
características de comportamiento y desarrollo, que llegan a sugerir autismo
incluyen las siguientes alteraciones: regresión del desarrollo o habilidades
previamente adquiridas en el tiempo anterior, iniciando su regresión a partir
de los quince a los treinta meses, perdiendo habilidades de comunicación
hablada y actitudes corporales o faciales (no verbal). Falta de señalización,
ya que los niños en su desarrollo normal aprenden a señalar con su dedo para
comunicar su interés a situaciones especiales y el hecho que no realicen este
señalamiento propositivo (entre los nueve y doce meses) debe hacer considerar
que tiene desarrollo del trastorno.
Reacciones
anormales a estímulos ambientales, en donde se sospecha por una reacción
excesiva o una falta inesperada de reacción a la información sensorial; y algunos
sonidos pueden provocar gritos incesantes, pueden considerar como excesivo el
volumen de radio o televisión, al grado de referir la magnitud como dolorosa y,
pueden tener respuestas exageradas al tocarlo durante la exploración o
exposición a la luz.
Se identifica con mayor
interés a los patrones geométricos dinámicos que a participar en actividades
físicas habituales como juegos y/o danzas. Sus interacciones sociales son
anormales incluso con los familiares mostrando ausencia de sonrisas cuando son abrazados
por los padres o por otras personas conocidas, tienen problemas para hacer
amigos y comprender las intenciones sociales de otros niños; y en cambio,
muestran más apego a objetos que normalmente no se consideran orientados a los
niños.
Aunque pueden
querer tener amistad con otros niños, sus acciones pueden alejar a estos
posibles compañeros, por exhibir una “amistad inapropiada” al no poder ocultar
en su lenguaje, comentarios que bajo circunstancias habituales otros niños se
guardan en discreción y además influye su falta de conciencia del espacio
personal.
Ausencia de
respuestas típicas al dolor y de lesiones físicas. En lugar de llorar y correr a
los padres cuando se lastiman, generalmente no muestran cambio de
comportamiento.
Retrasos y desviaciones
en la expresión de su lenguaje, con reversiones que son comunes, mencionando “tu”
en lugar de “yo”, repiten palabras y oraciones luego que alguien más la ha
dicho y dicen cosas cuyo significado no es específico.
Ausencia del juego
simbólico, que los hace suponer con este trastorno cuando no pueden establecer
juegos de simulación similar a los que la mayoría de los niños. Los juguetes
los emplean no para la función que corresponde, ya que emplean sus elementos de
acuerdo con el interés que le motivan por sus formas (un carrito no lo usa para
avanzar, lo toman hacia arriba y se entretienen viendo la forma como giran sus
ruedas).
Tienen un comportamiento
repetitivo y estereotipado, que condiciona pasar tiempo prolongado repitiendo
movimientos o siendo espectador de un evento que puede repetir por tiempo
prolongado. Desde temprana edad se sospecha la alteración, por pasar tiempo
prolongado balanceando su cuerpo sin mostrar interés al ambiente que lo rodea.
Su reacción ante
enfermedades o infecciones se hace notoria por mostrar una conducta quieta o
pasiva que, al momento de recuperar su salud, genera de nuevo la serie de
características que lo identifican con el trastorno.
Su pronostico está
relacionado con su limitación de inteligencia; y si es muy baja, requiere
vigilancia y educación frecuentes y estrechas.
Si usted
identifica alguna de estas alteraciones en etapas iniciales del desarrollo de
su niño, conviene acudir a evaluación para integrar un tratamiento múltiple y
temprano…
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