Se define como
fiebre a la temperatura corporal superior de 38° C, y fiebre sin causa cuando
no se relaciona o se descubre el origen de esta, después del interrogatorio y
exploración médica cuidadosas, en tiempo de evolución menor a 72 horas.
Estas
características de fiebre suponen entre un 15 a 25% de motivo de atención a una
consulta médica, sin existir un particular predominio estadístico para sexo o
condición socioeconómica. Son más frecuentes a edades entre los 3 y 36 meses.
En esta etapa, el promedio de episodios agudos de fiebre puede presentarse
entre cuatro a seis veces al año, con un incremento especial con los niños que
asisten a estancias infantiles. Por temporada al año, es de mayor frecuencia
durante el invierno.
Este cuadro
constituye motivo especial de angustia para los familiares por la edad temprana
en que resultan afectados sus pacientes, con incertidumbre sobre las causas y
en especial sobre la evolución a considerar. Para el médico suele plantearse
como un reto particular para definir la causa de la enfermedad y en especial el
tratamiento a seguir, ante la posibilidad que puede ser inicio de alguna
infección bacteriana grave. En general, la realidad establece en la mayoría de
las ocasiones, cuadros debidos a infecciones por virus con evolución benigna y
autolimitada, que no requieren complejos tratamientos, pero que en su mayoría
son manejados en forma inapropiadas.
A fin de no
cometer errores graves, es necesario considerar con mayor importancia a los
menores de tres meses, por su condición de un sistema de inmunidad sin
desarrollo adecuado que lo puede condicionar a estados graves, cuando la
infección es de origen bacteriano por la posibilidad de su extensión rápida y
complicaciones asociadas. En forma lamentable y asociada, estos bebés cuando
tienen el inicio de algunas infecciones pueden no manifestar fiebre como dato
habitual y será entonces la alteración a su comportamiento habitual, la que
dará motivo de incertidumbre a los padres, para definir su evaluación médica asociada.
Es de lamentar que
la angustia de los padres pueda influir en la conducta del médico responsable,
que sin datos evidentes de la infección y de manera adicional, ante el registro
numérico de la fiebre, en una gran proporción establezcan en apariencia un
cuadro causado por bacterias (sin evidencia específica) y de forma secundaria
la indicación de antibióticos que no están justificados.
La conducta más
apropiada debe establecer, que: no hay evidencia de alguna causa en particular
meritoria de manejo antibiótico y de forma secundaria de mala evolución, pero
que requiere de vigilancia adecuada en los siguientes días (tres por lo menos)
para identificar las manifestaciones secundarias que permitan establecer la
causa específica y de forma adicional el mejor tratamiento a seguir; o bien,
que se trate de alguna de las múltiples enfermedades virales que remiten sin
datos adicionales y sin empleo de medicamentos innecesarios.
Las
características para considerar que un niño entre 3 a 36 meses no amerita ser
hospitalizado para su vigilancia, incluyen: antecedente que el paciente se
encontraba sano antes del inicio de su fiebre, que su esquema de inmunización
está al corriente o que lo ha completado en forma apropiada, que no existan
factores de riesgo a su salud significativos (desnutrición, deshidratación,
deficiencia inmune, enfermedad crónica, etc.), que se muestre con aparente
estado sano y que los padres o responsables de vigilar al niño, sean confiables
y entiendan los parámetros de vigilancia, además de contar con sistema de
transporte apropiado en caso que las condiciones del niño empeoren. En caso
contrario a alguna de estas características, conviene más atender al niño bajo
ambiente hospitalario a fin de revisar en forma continua y con la mejor experiencia
clínica; además, de los estudios de laboratorio o gabinete de rápida obtención
y evaluación.
La temperatura
elevada tomada en casa debe aceptarse como evidencia de fiebre. El aumento de
temperatura puede ocurrir como consecuencia de sobrecalentamiento, lo cual es
más común en los menores de 3 meses y, de manera particular, en el recién
nacido (menor de treinta días). Cuando exista esta sospecha, se debe desnudar
al niño y volver a tomar la temperatura a los 15-30 minutos. Si el niño no
presenta entonces fiebre, y no ha tomado medicamento para fiebre, puede
considerarse sin infección.
En los casos de
niños que se sospeche pueden tener el inicio de alguna infección por bacterias,
se debe explicar a los padres la utilidad de realizar estudios de laboratorio o
gabinete que puedan determinar la causa de la infección. Así se justifica
realizar estudios de muestras de sangre, orina, evacuaciones o imágenes de
ultrasonido o radiografías, para asociar la causa específica que permita el
inicio justificado de los antibióticos (de ser necesarios) o de su
hospitalización, ante la posible evolución difícil de la enfermedad.
Cuando se
administran antibióticos sin la evidencia de la infección, el cuadro original
puede modificarse y dar origen a complicaciones secundarias, señalando como
ejemplo la infección del apéndice que con antibióticos ocultan la evolución y
puede motivar perforación intestinal, infección masiva y muerte secundaria, en
otras ocasiones las infecciones del cerebro con manejo antibiótico inadecuado
pueden dejar secuelas graves con retraso mental, deficiencias motoras,
convulsiones o muerte. Solo por citar algunos.
Las infecciones
por virus especiales pueden ser determinados por estudios modernos, que nos
permiten identificarlos en etapa temprana, para verificar a continuación su
evolución y de ser necesario ofrecer manejo específico, en ellos se incluye
influenza, dengue, chikungunya, hepatitis, etc.
Las enfermedades
exantemáticas (que tienen reacción sobre la piel) en su mayoría debutan con fiebre,
seguido a los tres o cinco días de cambios en la coloración de la piel, que
permite identificar de forma específica.
Como algo especial
están las infecciones urinarias que, a estas edades, no pueden ser referidas
las molestias por el paciente ante su deficiencia en comunicación. En ellas,
cuando no se administra el manejo antibiótico adecuado, puede causar
resistencia y proliferación, con extensión y daño posible futuro a nivel renal.
Las enfermedades
infecciosas y otras alteraciones que se asocian con fiebre, en niños con
factores de riesgo, deben ser tratados a nivel hospitalario para asegurar su
evolución y darlos de alta cuando los datos objetivos sean específicos de su
mejoría.
En cuanto a la
fiebre, habrá de explicar a los padres que desempeña un papel de defensa contra
las infecciones y, por tanto, el manejo con medicamentos solo debe justificar a
diferentes edades su control ya que el inhibirla afecta al desarrollo del
sistema inmune de ese niño, que puede tener consecuencias posteriores (lea las
leyendas del empaque).
Con fines de
prevención de infecciones graves, se les insiste a los familiares de bebés
menores de tres meses, sobre las medidas importantes a considerar, que incluyen:
mantener en aislamiento relativo (en su recámara y en su casa) al bebé para no
tener contactos con personas que potencialmente puedan transmitir alguna
enfermedad, bajo ambiente térmico adecuado (22-25gc) para evitar
descompensaciones orgánicas. Ofrecer su alimentación con leche materna, que
incluye células especiales y anticuerpos (defensas) de la madre, medidas
higiénicas adecuadas para evitar la acumulación y proliferación de microbios en
su ambiente, superficie y orificios corporales por donde puedan invadir al niño;
y en su momento, recalcar la importancia que han desarrollado la aplicación de
vacunas más allá del esquema básico oficial, para estimular el desarrollo inmunológico
que evite enfermedades graves.
…cuando su médico no
identifica la causa asociada, es prudente establecer vigilancia adecuada con
alta posibilidad de remisión espontánea y/o identificar la causa específica.
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