La presencia de
este color en el interior del ojo, es evidencia que existe alguna anormalidad
en la función habitual. Debe ser motivo de valoración inmediata, ante la
incertidumbre y riesgo que comprometa la supremacía que tiene esta estructura,
entre los otros órganos de los sentidos.
La coloración
particular, vincula alteraciones en el sistema de los vasos sanguíneos de los
ojos, llegando a desarrollar aumentos de tamaño, volumen o lesión de su
integridad. Estos cambios pueden ser generados por dos tipos de alteraciones
elementales: procesos infecciosos y no infecciosos.
En la mayoría de
las ocasiones durante la etapa infantil, las causas más frecuentes del
enrojecimiento ocular, son infecciones que afectan la capa superficial que
cubre al ojo o sus párpados, conocida como conjuntiva (su inflamación se llama
conjuntivitis). Esta infección puede ser condicionada por diferentes microorganismos:
virus, hongos, bacterias y parásitos.
En otras
ocasiones, la causa no es de tipo infeccioso y puede ser establecida por
cambios inflamatorios que pueden tener dos orígenes diferentes: dependiente de
estructuras oculares; o bien, asociado con enfermedades fuera de los globos
oculares.
Cada una de
estas alteraciones tiene una evolución especial, en donde se puede comprometer
la integridad y/o la función específica del ojo, por lo que su descuido en la
valoración y el tratamiento puede traer como consecuencia grados extremos que
pueden incluir la vida de la persona o la pérdida de la visión.
Se describen a
continuación las características más generales de cada una de las causas del
ojo rojo, con la intención de ofrecer información elemental que deberá ser
ampliada por el profesional de la especialidad (oftalmólogo pediatra y
oftalmólogo).
Las
conjuntivitis infecciosas causadas por bacterias, pueden tener comportamientos
particulares de acuerdo a la edad y condiciones especiales, que se asocien en
el paciente que las padece. Cuando se presentan en los primeros días del
nacimiento, las bacterias que las condicionan pueden estar relacionadas con las
secreciones o infecciones genitales maternas y deberán diferenciarse si están
relacionadas con el contacto de alguna sustancia química a la que se pudieron
exponer durante su atención neonatal. La identificación de las bacterias,
requiere que se realice el estudio de cultivo de secreción ocular, para poder
establecer un manejo específico que podrá incluir a la madre.
En edades
posteriores, las conjuntivitis bacteriana pueden tener diferentes gérmenes que
se podrán relacionar de acuerdo a los datos que tenga cada uno de los
pacientes. Así se puede sospechar de bacterias provenientes de la piel, si hay
alteraciones evidentes cuando se revisa de forma completa. Pueden tener
relación con bacterias que se desarrollan en el sistema respiratorio, si el
afectado asocia enfermedades de infección en la garganta, oído o senos
paranasales.
En ocasiones,
los niños al nacimiento tienen alteración en la continuidad de las vías
lagrimales -que es por donde eliminan los desechos oculares luego de su lavado
que hace el parpadeo bajo la lubricación de las lágrimas-; y en consecuencia,
empiezan a acumular de forma progresiva desechos que se contaminan y favorecen
al desarrollo de bacterias, generando la conjuntivitis bacteriana que para su
tratamiento, además del manejo con antibióticos oculares, deberá considerar el
proceso de limpieza o permeabilidad de los conductos lagrimales afectados. Se
caracteriza en forma especial, por ser niños que desde pocos días después del
nacimiento, persisten con infección recurrente a pesar de antibióticos
variados.
Otro tipo de
infecciones que se desarrollan en la conjuntiva ocular, pueden ser causadas por
virus variados. De ellos, es muy común que produzcan brotes epidémicos
importantes, ante la facilidad que existe en poderse transmitir ante la
cercanía con una persona enferma al transmitirse por vía aérea, llegando de
forma directa al ojo; o bien, mediante la multiplicación inicial que se tiene
en la nariz y garganta, donde causan estornudos y tos que facilitan su
multiplicación.
De estas causas,
deriva la llamada conjuntivitis epidémica aguda hemorrágica, que en su
comportamiento se nota con enrojecimiento importante al grado de manifestar
sangrado en el interior de conjuntivas, de inicio súbito asociado en ocasiones
con dolor ocular, visión borrosa, molestia a la luz con párpados hinchados. Su
recuperación en general, se produce en 2-3 semanas y en la mayoría de las
ocasiones sin presencia de daños posteriores. Sus complicaciones se producen
por una mala atención y manejo, pudiendo incluir úlceras de córnea, infección
de todo el globo ocular que puede condicionar su retiro (enucleación). Su
importancia radica en que una vez que se identifica el primer caso, su
aislamiento eficiente evitará la diseminación al resto de la población y en
caso contrario afectará a varios integrantes de la comunidad.
Aunque parezca
increíble, también algunos tipos de parásitos tienen la capacidad de producir
procesos inflamatorios en el ojo. Uno de ellos afecta a la retina y la capa
inferior a ella, que tiene estructuras vasculares y puede generar inflamación
secundaria. La identificación de este parásito, requiere de revisar el interior
del ojo con una lámpara especial para establecer el tratamiento que limite el
daño. No identificar esta causa, asociado con ausencia del tratamiento
específico, permite desarrollar ceguera. Otros parásitos pueden viajar en el interior
de los vasos sanguíneos y brotar por la conjuntiva.
Un tipo especial
de inflamación puede tener manifestación localizada por causa alérgica al tener
contacto el ojo con la partícula específica a la cual sea sensible.
Generalmente asocia sensación de comezón, escozor y lagrimeo frecuente, en el
lugar donde se realiza la exposición. Puede relacionarse también con alergia a
nivel nasal.
De las causas no
infecciosas, tenemos alteraciones correspondientes al globo ocular, como el
glaucoma que puede tener origen desde los primeros días del nacimiento y en
otras ocasiones, desarrollarse al transcurso del tiempo. Asocia de forma
notable dolor ocular intenso, que por su sola aparición deberá justificar la
valoración correspondiente. Su
deficiencia en la detección y en especial de tratamiento adecuado, puede
conducir a ceguera secundaria. Otra alteración ocular no infecciosa, puede ser
la presencia de un tumor (retinoblastoma), que en forma más frecuente
manifiesta cambios en la posición del ojo, antes que reacciones inflamatorias
que se notan cuando ya tiene crecimiento.
De enfermedades
de otras partes corporales (llamadas sistémicas), tienen especial asociación
durante la etapa de adolescencia, las enfermedades autoinmunes donde puede
asociar artritis reumatoide juvenil y lupus eritematoso. Las manifestaciones
oculares son inflamatorias leves, pero hay mayor afección a los órganos
restantes que pueden incluir: limitación o deformidades articulares, afecciones
viscerales a riñón, cerebro, hígado, piel. En otro cuadro se vincula de forma significativa el enrojecimiento ocular, con la enfermedad de Kawasaky que en su evolución podrá traer consecuencias relacionadas con infartos cardíacos en niños o adolescentes. Al igual que en todas las enfermedades, su detección en etapas tempranas limitará sus consecuencias.
La presencia de
zonas hemorrágicas en la parte blanca (esclerótica) del ojo, puede ser causada
por un incremento de presión súbita de origen vascular (hipertensión) o como
maniobras compresivas bruscas transitorias (tos, vómitos, nacimiento, etc.).
Los traumatismos
son un capítulo especial, donde la presencia de sangrado puede ubicarse en
diferentes partes, con diferente significado funcional. La persistencia de la
sangre en alguna parte ocular puede comprometer funciones significativas.
Así, notando que
la variedad de cuadros que pueden motivar la presencia de ojo rojo son
numerosos, variados y con comportamientos especiales, conviene insistir de la
importancia que tiene su valoración especializada de inmediato, para su
identificación y manejo tempranos, que permitan establecer un pronóstico
funcional adecuado…